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Authors: Mike Shepherd

Rebelde (27 page)

BOOK: Rebelde
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—Yo los capturé. Ahora son míos.

—Buena suerte. ¿Sabe? No son la única banda de por aquí.

—¿Cuántos son en total?

—Unos doscientos.

—¿Quiénes son? —preguntó Tom—. ¿Qué los convirtió en bandidos?

—Pregúnteselo a ellos —escupió el granjero.

Dos granjas después, los camiones se habían liberado ya de buena parte del peso, pero Kris seguía sin comprender por qué una misma situación convertía a alguien en un asesino y a otro en una víctima hambrienta. Aquello no le gustaba en absoluto. Y no podía quitarse de encima un mal presentimiento acerca del regreso a Puerto Atenas.

La última granja era la más pequeña de la lista, pero acogía al triple de población que el resto. Sus habitantes parecían menos afectados; por lo menos, no hicieron el menor intento de acuchillar a los prisioneros. Dos mujeres incluso fueron de prisionero en prisionero, dándoles agua para beber y parte de las raciones.

El dueño de la granja era un hombre delgado de mediana edad que coordinó a su gente para que descargasen los camiones rápidamente y llevasen el contenido a los almacenes y varias casas pequeñas, incluyendo una que compartía con dos parejas y una docena de niños. Para entonces, el equipo de Kris había asimilado perfectamente sus tareas, así que Kris y Tommy se unieron al supervisor.

—Agradecemos mucho que hayan traído comida. Hemos tenido que alimentarnos de hierba y hojas.

—Aquí hay muchísima gente —observó Kris, sin saber exactamente qué quería preguntar.

—Sí, no dejé que los trabajadores a los que había contratado se marchasen cuando las cosechas se fueron al traste. ¿Adónde iban a ir esos pobres cabrones?

—¿Trabajadores contratados? —Aquello era lo bueno de ser una alférez novata: aprender algo nuevo continuamente.

—Sí, Nuevo Edén recortó su presupuesto hace cosa de unos años. Había dos alternativas: encontrar un trabajo o emigrar a Olimpia, o a un par de nuevas colonias donde los campos no son lo bastante grandes como para hacer negocio con ellos.

—Así que trabajaron para usted —dijo Tommy.

—No, trabajaban para reunir suficiente dinero para marcharse. Por el trabajo de un año, se les pagaría la séptima parte de un billete. En siete años podrían irse. —El hombre se puso en cuclillas para arrancar una brizna de hierba. La contempló como si fuese una copa de buen vino antes de llevarse la punta a la boca—. Por supuesto, los pobres desgraciados no recibieron ni subvenciones ni dinero. Los más afortunados acabaron trabajando en la ciudad, en las plantas de procesamiento.

—Les proporcionamos alimentos en un comedor de beneficencia —le contó Kris.

—Me preguntaba cómo se las apañaban para salir adelante —dijo el hombre.

Kris examinó la granja rápidamente. Había muchos niños, muchos ancianos, muchas personas de mediana edad.

—Contaban con mucho armamento cuando llegaron los saqueadores.

—Aquí no vinieron.

—Chicos listos. —Kris sonrió.

Tommy frunció el ceño.

—¿Entonces cómo es que se desconectaron de la red?

—Los molinos dejaron de funcionar. Nos quedamos sin electricidad. —El hombre se encogió de hombros.

—Les daremos algunas baterías —le prometió Kris. Tom asintió—. Pero ¿por qué ha sido la suya la única granja que no han atacado?

El hombre miró a Kris como si a esta le costase entender lo que decía.

—Mujer, ¿aún no sabes quiénes son los saqueadores del pantano, verdad?

—Ustedes mantuvieron a los trabajadores contratados en sus puestos —repitió Kris lentamente, viendo adonde conducía aquello—. Los otros granjeros no.

—Exacto.

—Los saqueadores del pantano son trabajadores despedidos.

—Exacto. —Esbozó algo parecido a una sonrisa.

Tommy pestañeó rápidamente y, durante un buen rato, abrió la boca con perplejidad.

—¿Así que las violaciones, los robos y los asesinatos los llevaron a cabo aquellos que habían trabajado para los dueños de las granjas?

El hombre volvió la mirada hacia Tommy.

—Puede. O puede que no.

Kris se detuvo cerca del granjero; este le ofreció un manojo de hierba. Ella se lo llevó a la boca; no tenía mucho sabor. Seguramente tampoco fuese muy nutritivo. Pero ella ya había comido una ración de las que transportaba el camión que serpenteaba entre las granjas. Para ella, el problema no era la falta de comida, sino las personas.

Mientras Tommy se sentaba, con la mirada perdida por el asombro, Kris negó con la cabeza.

—No me puedo creer que un puñado de trabajadores que no han hecho otra cosa que trabajar en los campos hayan sido capaces de robar identificaciones, aislar las granjas del mundo y en algunos casos, venderlas.

—Para ser de la Marina no eres muy tonta, jovencita. —El granjero sonrió—. Así es como los policías de Edén conseguían un dinero extra, cansados de vivir con una miseria. Agitadores, aspirantes a mafiosos, camorristas... así es como se libraban de todos. Un chaval problemático se despierta a bordo de un barco que ya ha zarpado y así ya no vuelve a causar problemas a la autoridad. Aquí es donde llegaban esos chavales, a los que poníamos a trabajar con el resto. Algunos hacían lo que se les ordenaba, pero otros no tardaron en causar problemas. Es el riesgo que corríamos todos. Algunos traían alcohol, incluso drogas. Por pobres que fueran, siempre encontraban dinero para eso. —El hombre esbozó un gesto de indignación.

—Y cuando la situación se volvió insostenible —dijo Kris, concluyendo la historia—, esa gente encontró el modo de escapar.

—Exacto. Reunieron a unos cuantos tipos como ellos, y armas, y fueron de pueblo en pueblo prometiendo a los trabajadores hambrientos venganza contra aquellos que los habían arrastrado a esta situación. Ya te imaginas el resto de la historia.

Tommy negó con la cabeza.

—Pero las violaciones...

—Algunos de los trabajadores tienen mucha rabia en su interior; no solo los cabecillas y los matones. He contratado a algunas mujeres cuyos hermanos y maridos trataron de impedirlo. Se llevaron una bala o una paliza por intentarlo.

Kris miró a sus prisioneros. Por algún motivo, su actitud se había tornado mucho menos amenazante.

—¿Crees que tengo a algún cabecilla o algún matón entre estos?

—No lo sé. Algunos de los granjeros de aquí todavía tienen familia en los pantanos. María, la que estaba dando de beber a vuestros prisioneros, tiene un novio entre ellos. —Kris frunció el ceño en dirección al granjero. Negó con la cabeza—, Milo siempre tendrá un trabajo aquí. Lo malo es que también tiene un hermano pequeño que cree que ser un hombre consiste en empuñar un arma. Milo está intentando que su hermano no se meta en líos hasta poder convencerlo de que no es así.

—¿Qué hay de estos? —Tom señaló hacia los prisioneros—. ¿Qué les ocurrirá si los entregamos a las autoridades de Puerto Atenas?

—No lo sé. Aunque no sean asesinos o violadores, estaban con ellos. La gente que se siente en el jurado estará desesperada, asustada y furiosa. No es una buena combinación para hacer justicia.

—Se acabó eso de sacar la verdad a relucir. —Tommy suspiró.

Kris asintió, rememorando el pequeño combate en el pantano.

—Primero disparé a los tiradores que estaban apostados tras el árbol que hacía de barricada, incluyendo al hombre del megáfono. Luego me ocupé de los primeros en salir del agua, a ambos lados.

—Y después de aquello, los demás se quedaron sin ganas de pelear. —Tommy asintió—. La mayoría parecía estar a punto de echar a correr. ¿De qué se acusa a nuestros prisioneros? ¿De tener tanta hambre como sus víctimas? ¿De mirar hacia otro lado cuando los más agresivos daban rienda suelta a sus impulsos? Maldita sea. En Santa María, ningún hombre toca a una mujer si ella no quiere. Si alguien se sobrepasa en ese aspecto, cualquier hombre o mujer que se entere se ocupará de enseñarle esa lección bien pronto. —Tommy esbozó una mueca de dolor mientras negaba con la cabeza—. Mi sacerdote me enseñó que un pobre tiene derecho a robar una barra de pan a un rico para dar de comer a su familia hambrienta. Pero no tuvo respuesta cuando le pregunté qué pasaba si un pobre robaba a otro pobre. Joder, Kris, esto es un desastre. Pero nadie toca a una mujer. Ningún hombre tiene que hacer oídos sordos a la petición de ayuda de una mujer. —Miró a los camiones cargados de prisioneros—. En menudo lío me has metido, Longknife. —Pero Kris apenas prestaba atención a los quejidos de Tommy sobre quién tenía razón y quién era el culpable. Tenía un problema más importante entre manos.

Había cabreado a un montón de tipos peligrosos con armas. ¿
Qué vas a hacer ahora, listilla
?

—¿Cómo vais a regresar a la ciudad? —preguntó el hombre.

—Por la carretera —dijo Kris, señalando la dirección con desgana.

—¿A través del lodazal del Ñu?

Kris extrajo el lector y compartió el mapa con él. La carretera se internaba directamente en una arboleda. Con árboles bastante bien conservados, pensó Kris al echarles un vistazo.

El granjero los señaló con orgullo.

—Eso antes no era más que un cenagal. Pero plantamos nogales para que afianzasen la tierra y cambiasen la acidez del terreno. En un par de años más, podré talarlos y duplicar la extensión de mis terrenos.

—No parecía que hubiese mucha agua estancada, así que pensé que sería un camino seguro de vuelta a casa.

El granjero negó con la cabeza.

—Esta tarde se han internado muchos camiones en esa dirección. Creo que habéis pateado un avispero. Si vosotros y vuestro convoy de comida podéis rondar por aquí con libertad, no pasará mucho tiempo hasta que la policía se deje caer también. Quizá así puedan comprar un billete para salir del planeta, si es que es lo que desean. Algunos incluso pensarán que pueden amasar dinero como para comprar esta bola de barro. He oído que las granjas de quienes se defendieron ya están siendo ocupadas de forma ilegal.

—No hemos visto a nadie en la de Sullivan —dijo Kris, hablando mientras pensaba en otra cosa—. Uno de los McDowell descubrió que su granja había sido vendida por los saqueadores, utilizando su identificación, a un comprador de otro planeta.

—Parece que los libros de historia están llenos de los bandidos de hoy, que serán los revolucionarios del año que viene y los respetados políticos del siguiente —observó Tommy con hosquedad.

—Sí, nadie se molesta en comprobar las credenciales de un líder rebelde —dijo Kris. Pero aquel era un problema para el año siguiente; Kris tenía que sobrevivir hoy—. ¿Cuántos guerrilleros cree que se dirigieron a la arboleda?

—Unos doscientos —dijo el granjero—. Todos los que pudieron reunir.

—¿Cuántos cree que son los líderes y sus lacayos?

—Treinta, puede que cuarenta.

—El problema está en distinguirlos —murmuró Kris. La lluvia volvió a caer con fuerza; durante las últimas horas el cielo simplemente había estado cubierto de grises nubes. Encendió su comunicador—. Cuartel general, aquí la alférez Longknife. Necesito hablar con el coronel.

—Espere un minuto —recibió por respuesta.

La espera fue mucho más breve que un minuto.

—Déjeme adivinar, alférez, necesita otro consejo.

—Eso parece, señor.

—¿Cuál es su situación?

Kris le informó sobre la contienda que había tenido lugar y la situación a la que, como todo apuntaba, tendría que hacer frente más adelante. Recalcó la división existente en el enemigo.

—Algo he oído acerca de que los mayores problemas los protagonizan personas hambrientas a quienes las autoridades locales no prestaron la menor atención —dijo el coronel—. Alférez, aquí en el pueblo tuvo algunas buenas ideas sobre cómo dar de comer a todo el mundo y no se le hicieron preguntas. La violencia descendió y el número de estómagos llenos aumentó. ¿Cree que podemos hacer lo mismo ahí fuera?

—Lo dudo, señor. Los asesinatos y las violaciones que han tenido lugar aquí han polarizado a la población. Muchos solo quieren venganza.
—Como yo.

—Se enfrenta usted a todo un problema táctico, alférez —contestó, seco.

Le agradó no tener que soportar una de las charlas de padre sobre la tendencia de Kris a responder con sus emociones en vez de pensar con la cabeza.

—Y lo peor es que no sabré determinar el origen del conflicto hasta que esté frente a mí y empiece a dispararme —contestó Kris, centrándose en el problema que tenía entre manos en vez de regresar a un pasado que no podía cambiar—. Daría el brazo derecho por un soplón.

—Pensaba que en un momento como este estaba interesada en mi consejo. Los soplones son demasiado frágiles para un clima como este, pero un ojo espía de los de toda la vida puede volar en un maldito huracán. He solicitado uno de nuestro almacén en Bastión; prácticamente es una pieza de museo. Llegó ayer por la noche. Lo recibirá en una hora.

—Gracias, coronel —dijo Kris, suspirando con sincero agradecimiento.

—No me dé las gracias hasta que haya regresado.

—¿Alguna sugerencia, señor?

—Ninguna en la que no haya pensado usted ya. Intente que no maten a nadie de los suyos. No mate a más civiles de los necesarios. Ya sabe, la misma mierda de siempre. Y ahora, si me disculpa, tengo un ojo espía que enviar, y puede que sea el único lo bastante viejo como para recordar cómo darle cuerda. Hancock, corto.

Kris echó un vistazo a su alrededor, lentamente, sopesando sus poco alentadoras opciones. Los dardos somníferos le otorgaban la oportunidad de disparar sobre el enemigo y separar a los líderes más adelante, pero el viento estaba ganando intensidad. Además, eran de escasa potencia, se dispersarían por todas partes y no darían en el blanco.
Acéptalo, princesa, este va a ser un ejercicio con fuego real.

Kris se puso en pie y se encogió de hombros bajo la lluvia.

—Tom, en marcha.

Tom se puso en pie, se sacudió el agua de encima y miró alrededor.

—Creo que me alegro de que este sea tu problema —murmuró. Mientras se dirigía hacia los camiones, empezó a dar instrucciones—. Ya habéis oído a la jefa. Nos largamos. Que cada líder reúna a su equipo. —No tardaron mucho. Los civiles se habían reunido para celebrar su llegada y algunos de los reclutas parecían haber sido invitados a quedarse por la gente del lugar, pero no tardaron en responder a la llamada de sus líderes. Tom se encontraba al lado del camión que iba en cabeza, comprobando cómo los demás reclutas subían a sus respectivos vehículos, cuando Kris se le acercó—. Entonces, ¿qué va a ser? ¿Vamos a utilizar el ojo espía del coronel para dar esquinazo a estos tíos, o vamos a matar a más violadores?

BOOK: Rebelde
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