¿Es Néstor Kirchner un tirano? Esta palabra perfora el oído y eriza la piel. En
El atroz encanto de ser argentinos 2
he mostrado que cultivamos un "romance secreto" con los tiranos. Secreto, porque es vergonzoso. Los denominamos
caudillos
, dictadores, "mano dura", personalidad carismática o jefe autoritario. Cuando conseguimos un período de mayor democracia tendemos a quitarles centralidad, pero nunca abandonamos la nostalgia por su regreso, que asociamos a la gloria mientras negamos sus miserias. Representan al monarca todopoderoso que en el fondo del alma muchos desearían. Los sucesores del monarca absolutista que de veras tuvimos y gobernaron América latina en el oscuro período de la anarquía se llaman
caudillos
. Todavía nos encantan, todavía nos generan veneración. Eran soberanos en su zona o provincia, "dueños de vidas y haciendas", admirados por su coraje, crueldad, picardía, obstinación, patriotismo y hasta su generosidad siempre caprichosa y por lo tanto muy agradecida cuando derramaba el maná. Aunque nos resulte molesto, los caudillos calzan en el perfil psicológico del tirano (
tyrannos
) que acuñó la antigua Grecia.
Es interesante que la palabra "caudillo" tenga vigencia en la lengua española, pero no es idéntica al anglicismo "líder", aunque se los use como sinónimos. Ambos "conducen". Pero en la Italia fascista el líder se llamó
Duce
, en la Alemania nazi
Führer
y en España se calificó a Franco como "
Caudillo por la gracia de Dios
". En cambio no se puede decir que Churchill o el Mahatma Gandhi hayan sido caudillos, aunque ejercieron un liderazgo inolvidable. La lengua expresa el abismo que separa ambos términos.
Conviene recordar que los tiranos de la antigua Grecia eran designados por un breve lapso, sólo el que hacía falta para resolver una crisis. Quienes pretendían eternizarse o tomaban el poder por la fuerza no eran bien vistos y se los criticaba con severidad. Una de las críticas más elocuentes la formuló Sófocles en su
Edipo
.
El nombre original de la obra fue
Edipo tirano
, no
Edipo rey
, que suena mejor en las carteleras. El vocablo "rey" se pronuncia sólo en una ocasión, en cambio la palabra "tirano" es repetida siete veces en el texto.
Edipo es un tirano y acumula muchas lacras. Desconoce la jerarquía y la dignidad del prójimo debido a su narcisismo. Tiene un odio que enajena antiguos vínculos y hasta lazos de sangre. No ama ni le alcanza lo mucho que ya tiene. Lo asaltan repentinos accesos de furia. Grita fuerte e insulta grosero. Su cabeza está nublada por una paranoia que no le da reposo. Este aspecto lo explícita también el libro
Hieron
de Jenofonte. Y lo hace muy bien.
El tirano Hierón se quejaba ante un filósofo de su suerte ya que, encumbrado en el poder, no sabía si quienes lo alababan lo querían de verdad, o lo hacían por miedo o para obtener beneficios. El filósofo le preguntó por qué, ya que se lamentaba de su suerte, no firmaba su renuncia. Entonces Hierón respondió que no podía hacerlo porque era tanto el odio que había levantado desde el poder, que apenas bajara del pedestal sería despedazado.
¿No pasa lo mismo con Néstor Kirchner? Desde que asumió la presidencia de la Nación en 2003 fue pasmosa su compulsión a repartir bofetadas, desplantes, injurias y humillaciones. Es el único presidente que tuvo la democracia recuperada en diciembre de 1983 que no es querido por una mitad y odiado por la otra, sino que es odiado por una mitad y
temido
por la otra.
El tirano sufre de incapacidad para escuchar buenos consejos cuando se oponen a sus puntos de vista; quienes se atreven a formularlos pasan a integrar la lista de los enemigos. Tampoco tolera ninguna derrota. No admite haber cometido errores. Su superyó es destructivo, por lo cual revela impotencia para comprender al otro. En lugar de obtener enseñanzas, exige que el otro se doblegue sin chistar ante las suyas. Le burbujea la sangre contra quienes considera obstáculos, aunque antes lo hayan servido como bufones.
Otro hallazgo de Sófocles consiste en dar pruebas, en su
Edipo tirano
, de que el despotismo puede instalarse por decisión popular. En ese sentido, vale como estremecedor anuncio de los totalitarismos que degollaron al mundo por decisión de mayorías. Edipo fue elegido por los ciudadanos de Tebas. Hace 2.500 años que Sófocles advirtió sobre ese riesgo. También Hitler fue elegido por el pueblo alemán como primera minoría, y de allí fue inevitable que le concedieran el cetro. Chávez fue elegido y vuelto a elegir por el pueblo venezolano. Pero una vez instalados en la cima, no corresponden a las esperanzas vitales de sus electores, sino a la ciénaga letal que les circula por las arterias. No respetan la ley si molesta a sus designios.
Por eso debemos terminar con el error de suponer que existe democracia cuando alguien gobierna por decisión de los votos. Los votos son el primer peldaño de una escala, nada más que eso. Una democracia genuina requiere que ese comicio no haya sido objeto de fraude, es cierto, pero —más importante aún— que luego se respeten las leyes por encima de las arbitrariedades que pretende imponer un tirano, entre las cuales suele ser muy ilustrativa su codicia por seguir entronizado para siempre. Cuando el presidente sandinista Daniel Ortega fue derrotado en Nicaragua por Violeta Chamorro, Fidel Castro le preguntó por qué se retiraba y transfería el poder. "Porque me ganó en las elecciones", contestó Ortega, algo encogido. Y Fidel, mirándolo a los ojos, exclamó disgustado: "Te ganó... ¿en las qué?"
No es casual que el coro de
Edipo
exija proteger las leyes. Porque son las leyes lo primero que se pisotea. Después el coro señala que la intemperancia engendra a los déspotas. Y si suben muy alto, se despeñan con dolorosas consecuencias para todos.
Es un buen momento para evocar al napolitano Gaetano Filangeri (1752–1788), filósofo que demostró hace tres siglos que para fundar una democracia no bastan las leyes tampoco: es necesario que las reglas de juego sean incorporadas al espíritu de la gente, convirtiéndose en una extendida y sólida religión civil. El gobierno tiene el deber de educar en el ejercicio de los derechos de todos, de cada uno, para elevar a un pueblo habituado a la condición de siervos.
El
tyrannos
adopta medidas irritantes que incluyen la fuerza. Por eso bajo su gobierno abundan castigos injustos, destituciones, descalificaciones, persecuciones, destierro y hasta homicidios. El
tyrannos
es violento. Ignora la piedad y el perdón, que considera signos de debilidad. Nunca se pone en el lugar del otro, al que desprecia cuando deja de resultarle útil. Considera que todo debería pertenecerle y por eso lo tienta confiscar bienes ajenos. Miente sin pudor e insiste que gobierna para todos los ciudadanos para encubrir sus desaguisados. Le fallan las percepciones. En el interior de su claustro impermeable considera diferente a la realidad de lo que objetivamente es. No escucha, no ve. Por eso el trágico Edipo termina arrancándose los ojos: los ojos que se negaron a mirar.
Tiempo después, cuando ya había perdido su cetro y sus globos oculares, pese a la debacle que le hundía los hombros y encorvaba la espalda, quería seguir mandando. Su sucesor, el tirano Creonte, le reprochó: "No quieras seguir mandando, Edipo, cuando inclusive aquello en que triunfaste no te ha dado provecho en la vida". ¿No lo asocias con Néstor?
Según Plutarco, uno de los famosos sabios de Grecia llamado Bías de Priene, cuando fue interrogado sobre los animales salvajes, contestó: "De los animales salvajes, el más feroz es el tirano". Y cuando le preguntaron cuál era el animal doméstico más peligroso, asustó con una respuesta de antología: "El animal doméstico más peligroso es el adulador". Ahora puedo agregar, basado en ejemplos lejanos y próximos, que ambos animales se complementan.
Los tiranos, una vez encaramados sobre el paño verde de la ruleta nacional, barren como un croupier todas las fichas al alcance de su rastrillo. Desde el alba de su gestión se ocupan en destruir controles y frenos que dificulten sus propósitos. Por momentos disimulan, por momentos se envalentonan hasta la náusea. La corrupción, en sus manos, es una herramienta adicional para mantener una áspera soga en el cuello de los cómplices, así no hablan ni se sublevan. Sus efectos deletéreos no se limitan a la gestión, sino a la ejemplaridad gangrenosa que inyecta en sus familiares, seguidores y el resto de los habitantes.
Vuelvo a la pregunta: ¿es Néstor Kirchner un tirano? Su rencor y su anhelo de venganza, más casi todos los rasgos que he descrito, emiten sombríos resplandores desde antes de asumir la presidencia, cuando era el caudillo de un feudo llamado provincia de Santa Cruz. Quienes lo conocieron en el llano v después, cuando fue intendente y tres veces seguidas gobernador (gracias a la reforma que hizo en la Constitución provincial para ser reelegido de forma indefinida), sólo encuentran diferencias de escala.
En el año 2008 sufrió una primera gran derrota cuando su capricho por saquear la producción del campo quedó bloqueado. Pareció enloquecer y hasta se dice que propuso la renuncia de Cristina. Su reacción pública fue el insulto y planear sin fatiga ni vergüenza una sucesión de desquites. Se puso a disciplinar la tropa que le quedaba y buscar sitios donde aplicar nuevos golpes. Fue irritante y produjo grietas severas, porque revelaba debilidad. No sólo se consolidó un amplio polo antiK dentro del justicialismo, sino que figuras que le habían sido fieles y hasta chuparon hiél durante demasiado tiempo se sublevaron. El ex gobernador Felipe Sola, conocedor de las intimidades de palacio, llegó a vomitar en público que sólo dos o tres personas deciden todo el destino del país sin consultar a nadie. Agregó que "una cosa es un estilo político, y otra es el cesarismo o unicato". Sus palabras cayeron como plomo hirviendo.
En lugar de tirano, ¿le correspondería el calificativo de dictador? La palabra dictadura proviene de la tradición romana. Semejante al
tyrannos
griego, no significaba que siempre el dictador abusara del poder. En Roma el Senado concedía plenas facultades a un hombre para enfrentar emergencias. Grandes estadistas actuaron como dictadores y se los recuerda por su ejemplaridad. Cincinato fue un general retirado que salvó a la república de sus enemigos y retornó a su apretada chacra de dos hectáreas antes de que venciera el plazo de seis meses que le habían adjudicado. El
cesarismo
, en cambio, refleja desde sus comienzos otra cosa, porque Julio César se hizo designar por el Senado
"dictador vitalicio"
, con lo cual cinceló un rasgo ajeno a la emergencia. Hoy no concebimos un dictador que no quiera pegar para siempre su trasero al trono. Tampoco lo concebimos como alguien que profesa ideales democráticos, que respeta la libertad de prensa y el pluralismo político, que refuerza la justicia independiente, que favorece el diálogo y garantiza los controles sobre la administración pública, incluso sobre él mismo.
Nada de esto prevalece en Néstor ni en su representante, Cristina. Por el contrario, durante su mandato ordenó a sus siervos que violen la Constitución para otorgar poderes extraordinarios al jefe de Gabinete. Antes y ahora imparte directivas a los senadores y diputados, con la amenaza de pasarlos al corral de los felones si no le hacen caso sin chistar. Castiga a los gobernadores e intendentes cerrándoles el grifo de la coparticipación si no le lamen los mocasines, sean o no justicialistas. Hasta usa su propio quebrado partido político para excomulgar o consagrar, según su único saber y entender. ¿Es la peste sofocliana? ¿Es una tiranía? ¿Es una dictadura? ¿Es sólo despotismo? ¿Autoritarismo? ¿
Dictablanda
más o menos dura? ¿Caudillismo arcaico? ¿Fascismo? ¿Algo novedoso?