Authors: Edgar Rice Burroughs
B
usqué cuidadosamente alrededor del lugar. Al fin fui recompensado por el hallazgo de su lanza a unas cuantas yardas del arbusto que nos había ocultado ante la carga del thag; su lanza y señales de un forcejeo reveladas por la pisoteada vegetación en la que se destacaban las huellas de un hombre y una mujer. Lleno de desánimo y consternación seguí aquel rastro hasta que repentinamente desapareció a unas cuantas yardas del lugar en que el forcejeo había tenido lugar. Allí encontré las enormes pisadas de un lidi.
La historia de la tragedia estaba muy clara. Un thurio había estado siguiéndonos, o tal vez accidentalmente había visto a Dian y se había encaprichado de ella. Mientras Juag y yo estábamos atareados con el thag, la había secuestrado. A toda prisa retrocedí hasta donde Juag estaba descuartizando la pieza. Al aproximarme a él observé que algo no iba bien; el isleño estaba de pie ante el cuerpo del thag, a punto de arrojar la lanza.
Cuando estuve más cerca, descubrí la causa de su actitud beligerante. Enfrente de él había dos enormes jaloks, los perros lobo, observándolo intensamente; un macho y una hembra. Su comportamiento era bastante extraño, puesto que no parecían dispuestos a cargar contra él. Más bien, estaban contemplándolo en una actitud interrogante.
Juag me oyó llegar y se volvió hacia mí con una mueca. Estos individuos aman el riesgo. Por su expresión advertí que estaba disfrutando anticipadamente de la batalla que parecía inminente. Pero nunca llegó a arrojar su lanza. Un grito mío de aviso lo detuvo, porque había visto los restos de una cuerda colgando del cuello del jalok macho.
Juag se volvió hacia mí, pero esta vez sorprendido. En un momento llegué a su lado, y sobrepasándolo caminé directamente hacia las dos bestias. Al hacerlo la hembra retrocedió enseñando los colmillos. El macho, no obstante, avanzó a mi encuentro no en actitud agresiva sino con toda la expresión de gozo y delicia que el pobre animal podía exhibir.
Era Rajá, el jalok cuya vida había salvado, ¡y al que había domesticado! No había duda de que se alegraba de verme. Ahora comenzaba a pensar que su aparente deserción no era sino el deseo de buscar a su feroz compañera y traerla también a vivir conmigo.
Cuando Juag me vio acariciar a la gran bestia, se llenó de consternación; pero no tenía tiempo para dedicar a Rajá; mi mente estaba abrumada por el pesar de mi reciente pérdida. Estaba contento de ver al bruto, y no perdí un instante en acercarlo a Juag y hacerle entender que Juag también era su amigo. Con la hembra la cuestión fue más complicada, pero Rajá nos ayudó gruñéndole ferozmente cada vez que ella volvía sus colmillos contra nosotros.
Le expliqué a Juag la desaparición de Dian y mis sospechas sobre la explicación de la catástrofe. Quiso partir enseguida en su busca, pero le sugerí que con Rajá para ayudarme, sería mejor que permaneciera allí, le quitase la piel al thag, sacase su vejiga, y después regresaríamos al punto de la playa donde habíamos escondido la canoa. Acordamos que lo haría así y me esperaría allí durante un tiempo razonable. Le señalé un gran lago que había en la superficie del mundo colgante, diciéndole que si después de que ese lago hubiera aparecido cuatro veces yo no había regresado, acudiese por tierra o por mar a Sari y trajese a Ghak con su ejército. Luego, llamando a Rajá partí tras Dian y su secuestrador. Primero llevé al perro lobo al lugar en que el hombre había luchado con Dian. A unos cuantos pasos detrás de nosotros venía la feroz compañera de Rajá. Le indiqué el sitio en que las evidencias del forcejeo eran más claras y donde el olor debía ser más fuerte para sus fosas nasales.
Luego cogí el pedazo de correa que colgaba de su cuello y lo incité a que siguiera las huellas. Pareció entenderme. Con la nariz husmeando el suelo comenzó a seguir el rastro. Arrastrándome tras él, trotó directamente hacia las Llanuras del Lidi, dirigiendo sus pasos hacia la aldea thuria ¡Debía haberlo supuesto!
A nuestra espalda venía la hembra. Después de un rato se acercó más a nosotros, hasta que por fin se aproximó a mí y se pegó al lado de Rajá. No pasó mucho tiempo antes de que pareciera tan cómoda en mi compañía como en la de su amo y señor.
Debimos cubrir una distancia considerable a un paso muy vivo, ya que apenas volvimos a entrar bajo la gran sombra, vimos a un enorme lidi delante de nosotros, moviéndose sin prisa por la llanura. A su espalda iban dos figuras humanas. Si hubiera estado seguro de que los jaloks no harían ningún daño a Dian lo hubiera soltado sobre el lidi y su amo; pero no lo estaba y no me atreví a correr ningún riesgo.
Sin embargo, el asunto se me fue de las manos en el instante en que Rajá alzó la cabeza y echó el ojo a su presa. Con un tirón que casi me lleva al suelo, arrancó la correa de mi mano y salió como una flecha tras el gigantesco lidi y sus jinetes. A su lado corría su salvaje compañera sólo un poco más pequeña que él y no menos feroz.
No comenzaron a ladrar hasta que el lidi los descubrió y rompió en un pesado, desgarbado, pero no por ello menos rápido galope. Entonces las dos bestias cazadoras comenzaron a aullar en un tono bajo y quejumbroso que se elevó, extraña y espantosamente, para terminar en una serie de gruñidos cortos y agudos. Temí que aquello fuese la llamada de caza de la manada, y si eso era, Dian y su secuestrador, e incluso yo mismo, íbamos a tener muy pocas opciones de modo que redoblé mis esfuerzos para mantener el paso de la jauría; pero igual podía haber intentado distanciar a un pájaro. Como a menudo os he recordado, no soy un buen corredor. Sin embargo en aquella ocasión fue mejor para mí el no serlo, porque la lentitud de mis pies jugó a mi favor; si hubiera sido más veloz tal vez hubiera perdido a Dian para siempre.
El lidi, con los sabuesos corriendo uno a cada lado, casi había desaparecido en la oscuridad que envolvía el terreno circundante, cuando noté que lo estaban llevando hacia la derecha. Me di cuenta porque aprecié que Rajá corría sobre su costado izquierdo, a diferencia de su compañera, que se mantenía a la altura del hombro de la bestia. El hombre que iba a la espalda del lidi intentaba atravesar al hienodonte con su larga lanza, pero Rajá se movía con rapidez y la esquivaba.
El efecto de todo esto era que el lidi se giraba hacia la derecha, y cuanto más observaba el procedimiento, más me convencí de que Rajá y su compañera lo hacían así con algún fin, ya que la hembra simplemente corría de forma invariable a la derecha del lidi, casi enfrente de su grupa.
Anteriormente ya había visto a los jaloks cazando en manadas, y entonces recordé algo en lo que hasta entonces no había caído, normalmente los jaloks hacían que varios de ellos corrieran delante de la presa y la hacían girar hacia donde estaba el grupo principal. Eso era precisamente lo que estaban haciendo Rajá y su compañera, estaban haciendo que el lidi volviera hacia mí, o al menos lo hacía Rajá. El porqué la hembra se mantenía al margen no lo entendía a menos que tuviera muy claro en su mente lo que pretendía su compañero.
En cualquier caso estaba lo suficientemente seguro como para detenerme donde me encontraba y esperar los acontecimientos, ya que fácilmente me daba cuenta de dos cosas. Una era que nunca podría alcanzarlos antes de que el daño estuviera hecho si conseguían abatir al lidi. La otra era que si no lo abatían, en pocos minutos habrían completado un círculo y regresado cerca de donde yo estaba situado.
Y eso es justo lo que ocurrió. Durante un momento todos fueron prácticamente engullidos por la penumbra. Entonces volvieron a reaparecer, pero esta vez más a la derecha y girando en mi dirección. Esperé hasta que pude tener una idea más clara del lugar exacto en el que tenía que ponerme para interceptar al lidi; pero mientras esperaba vi que la bestia intentaba girar todavía más a la derecha, un movimiento que la llevaría muy a mi izquierda en un círculo mucho más amplio que el que el hienodonte había planeado en un principio. Entonces vi como la hembra se adelantó y lo frenó, y cuando se iba demasiado a la izquierda, Rajá saltó hacia su hombro y lo volvió a reconducir.
¡Las dos bestias salvajes estaban reconduciendo su presa directamente hacia mí! Aquello era maravilloso.
También era algo más, como comprendí mientras la monstruosa bestia se acercaba a mí. Era como permanecer en medio de la vía encarando a un tren expreso que se aproximaba. Pero no podía vacilar; demasiado dependía de mi encuentro con aquella vertiginosa masa de aterrorizada carne y de una lanza bien arrojada, de modo que permanecí allí, esperando ser arrollado y aplastado por aquellas patas gigantescas, pero decidido a hundir mi arma en su amplio pecho a punto de caer.
El lidi estaba a unas cien yardas de mí cuando Rajá dio unos ladridos en un tono que difería materialmente de su aullido de caza. Al instante tanto él como su compañera saltaron al largo cuello del rumiante.
Ninguno falló. Balanceándose en el aire, se colgaron tenazmente, arrastrando con su peso la cabeza de la criatura hacia el suelo y aminorando su velocidad, de forma que antes de que hubiera llegado hasta mí casi se había detenido y dedicaba todas sus energías a intentar quitarse de encima a sus atacantes con sus patas delanteras.
Dian me había visto y me había reconocido, y estaba intentando desembarazarse de la garra de su captor, quien, estorbado por su ágil y fuerte prisionera, era incapaz de dirigir con efectividad su lanza contra los dos jaloks. Al mismo tiempo yo corría velozmente hacia ellos.
Cuando el hombre me descubrió soltó a Dian y saltó al suelo, con su lanza preparada para encontrarse con la mía. Mi venablo no era rival para su mayor arma, que era más apta para empuñar y herir que para ser arrojada. Si no le acertaba en el primer lanzamiento, lo que era bastante posible ya que él estaba sobre aviso, tendría que enfrentarme a su formidable lanza con tan sólo un cuchillo de piedra. La perspectiva no era muy halagüeña. Evidentemente pronto iba a estar completamente a su merced.
Al ver mi apuro, corrió hacia mí para así poder librarse de un antagonista antes de tener que tratar con los otros dos. Naturalmente, no podía saber que los dos jaloks venían conmigo; pero sin duda pensaba que después de que hubiesen acabado con el lidi irían tras la presa humana. Aquellas bestias eran notorias asesinas, que a menudo mataban por matar.
Pero cuando el thurio se acercó Rajá soltó su presa del lidi y se lanzó a por él, con la hembra a sus talones. Cuando el hombre los vio me gritó que le ayudase, aduciendo que nos matarían a ambos si no luchábamos juntos. Pero únicamente sonreí y corrí hacia Dian.
Las dos bestias cayeron sobre el thurio simultáneamente. Debió morir antes de que su cuerpo tocase el suelo. Entonces la hembra se giró hacia Dian. Yo ya estaba a su lado cuando la bestia se disponía a cargar contra ella, con mi lanza lista para recibirla.
Pero una vez más Rajá fue más rápido que yo. Me imagino que creyó que me iba a atacar a mí, porque no podía saber nada de mis sentimientos hacia Dian. En cualquier caso saltó sobre su espalda y la tiró al suelo. Allí sobrevino una batalla tan terrible como cualquiera hubiera deseado ver, si las batallas se midieran por el volumen de rugidos y violentos forcejeos. Pensé que ambas bestias iban a hacerse pedazos.
Cuando finalmente la hembra dejó de revolverse y rodó sobre su espalda, con las patas delanteras encogidas, estaba seguro de que había muerto. Rajá estaba encima de ella, gruñendo, con sus fauces cerca de su garganta. Entonces vi que ninguno de los dos tenía un rasguño. El macho simplemente había administrado un severo castigo a su compañera. Era su forma de enseñarle que mi persona era sagrada.
Después de un momento se separó y dejó que ella se levantase y se dedicase a alisar su arrugado pelaje; luego se acercó a Dian y a mí. Yo tenía un brazo sobre Dian. Cuando llegó hasta nosotros lo cogí del cuello y lo arrimé a mí, luego lo acaricié y le hablé, invitando a Dian a que hiciera lo mismo, hasta que creí que ya había comprendido que si yo era su amigo, también lo era Dian.
Durante algún tiempo pareció inclinado a sentirse arisco hacia su compañera, enseñando sus dientes a menudo cuando se aproximaba; lo cierto es que pasó mucho tiempo antes de que la hembra hiciera amistad con nosotros. Pero gracias a los atentos cariños, a no comer nunca sin compartir nuestra comida con ellos, y a darles de comer de nuestras propias manos, finalmente ganamos la confianza de los dos animales. A pesar de todo, pasó mucho tiempo antes de que lo consiguiéramos.
Con las dos bestias trotando detrás de nosotros, volvimos a donde habíamos dejado a Juag. Allí me pasé todo el tiempo intentando apartar a la hembra de la garganta de Juag. De todas las bestias dañinas, malvadas, de cruel corazón, que he conocido en dos mundos, creo que la hembra hienodonte se lleva la palma.
Pero finalmente conseguimos que tolerase a Juag como lo hacía con Dian y conmigo, y los cinco partimos hacia la costa, ya que Juag acababa de finalizar su tarea con el thag cuando llegamos. Comimos algo de su carne antes de emprender la marcha, y dimos también un poco a los sabuesos. Todo lo que pudimos nos lo cargamos a la espalda.
No nos encontramos con ningún contratiempo en nuestro camino hacia la canoa. Dian me dijo que el individuo que la había cogido se había acercado hasta ella por detrás mientras los rugidos del thag silenciaban todos los demás ruidos, y que la primera noticia que tuvo de su presencia fue cuando la desarmó y la arrastró a la grupa de su lidi, que se hallaba tendido en un lugar cercano, esperándole. Al tiempo de cesar los bramidos del thag, el individuo ya había ganado una buena distancia en su ligera montura. Al mantener su boca tapada con una de sus manos, evitó que ella pidiese ayuda.