Olympos (86 page)

Read Olympos Online

Authors: Dan Simmons

BOOK: Olympos
8.55Mb size Format: txt, pdf, ePub

NÉSTOR

¿Y los demás? Necesito oír todas vuestras opiniones. Es verdaderamente todo o nada, todos o ninguno en este intento.

PODALIRIO

Tendremos que dejar atrás a nuestros enfermos y heridos, y habrá miles de ellos más al anochecer. Los troyanos los matarán. Quizás hagan algo peor que matarlos en su frustración si alguno de nosotros consigue escapar.

NÉSTOR

Sí. Pero así son los caprichos de la guerra y el destino. Necesito oír vuestros votos, nobles jefes de los aqueos.

TRASIMEDES

Sí. Que sea esta noche. Y que los dioses cuiden de aquellos que queden atrás y sean capturados más tarde.

TEUCRO

Que les den por el culo a los dioses. Yo digo que sí, si nuestro destino es morir aquí en esta playa pestilente, digo que desafiamos a los Hados. Vayamos esta noche a la caída de la auténtica oscuridad.

POLIXINO

Sí.

ALASTOR

Sí. Esta noche.

AYAX EL MENOR

Sí.

EUMELO

Sí. Todo o nada.

MENESTIO

Si mi señor Aquiles estuviera aquí, iría a por la garganta de Héctor. Tal vez tengamos suerte y podamos matar al hijo de puta en nuestra salida.

NÉSTOR

Otro voto a favor de salir. ¿Equepolo?

EQUEPOLO

Creo que todos moriremos si nos quedamos y luchamos un día más. Creo que todos moriremos si tratamos de escapar. Prefiero quedarme con los heridos y ofrecer mi rendición a Héctor, confiando en que le quede algún resto de su antiguo honor y su sentido de la piedad. Pero les diré a mis hombres que pueden decidir por sí mismos.

NÉSTOR

No, Equepolo. La mayoría de los hombres seguirán las órdenes de su comandante. Puedes quedarte atrás y rendirte, pero te retiro del mando y nombro a Anfión en tu lugar. Puedes ir directamente a la tienda donde esperan los heridos, pero no hables con nadie. Tu brigada es pequeña y está a la izquierda de la de Anfión en la línea... las dos pueden unirse sin confusión ni necesidad de recolocar las tropas. Es decir, asciendo a Anfión si Anfión vota a favor de abrirnos paso luchando esta noche.

ANFIÓN

Así voto.

DRESEO

Yo voto por mis epeos: lucharemos y moriremos esta noche, o lucharemos y escaparemos. Quiero ver mi casa y mi familia de nuevo.

EUMELO

Los hombres de Agamenón y los seres moravec nos dijeron que nuestras ciudades y hogares estaban vacíos, nuestros reinos despoblados, nuestros pueblos robados por Zeus.

DRESEO

Y a eso yo digo: a la mierda con Agamenón, a la mierda con los juguetes moravec y a la mierda con Zeus. Pienso ir a casa a ver si mi familia está esperando. Creo que lo está.

POLIPETES

(Otro hijo de Agastenes, caudillo de los lápitas de Argisa)

Mis hombres aguantarán las posiciones hoy y liderarán la lucha esta noche. Lo juro por los dioses.

TEUCRO

¿No podrías jurar por algo un poco más constante? ¿Como tus tripas?

(Risas en todo el círculo)

NÉSTOR

Está acordado, entonces, y yo lo acepto. Haremos todo lo que esté en nuestra mano para contener el asalto de los troyanos. Con ese fin, Podalirio, supervisa el reparto de todas nuestras raciones esta mañana, excepto las que un hombre pueda llevar en su túnica esta noche. Y dobla las raciones de agua de la mañana. Llégate a las tiendas de Agamenón y el difunto Menelao, saca todo lo que sea comestible. Comandantes, decid a vuestros hombres antes de la batalla de esta mañana que todo lo que tienen que hacer es aguantar, aguantar por sus vidas, morir sólo por las vidas de sus camaradas, y atacaremos esta noche al oscurecer.
Algunos
de nosotros llegarán al bosque y, si lo quieren los Hados, volverán al hogar con la familia. O, si eso no ocurre, nuestros nombres serán escritos en letras de oro que durarán eternamente. Los nietos de los nietos de nuestros hijos visitarán nuestras tumbas en esta tierra maldita y dirán: «Sí, eran hombres en aquellos tiempos.» Así que decidles a vuestros sargentos y a sus hombres que desayunen bien esta mañana, pues la mayoría de nosotros cenaremos en la Mansión de los Muertos. Así que esta noche, cuando esté oscuro y antes de que salga la luna, autorizaré que nuestro púgil favorito, Epeo, cabalgue a lo largo de nuestras líneas gritando
Ápete
, como se hace al inicio de las carreras de carros y de a pie en los Juegos. ¡Y entonces correremos hacia nuestra libertad!

(Y eso debería haber sido el final de la reunión, y era un final conmovedor ya que Néstor es un líder nato y sabe como envolver una reunión con elementos de acción energía, algo que nunca se comprendió en la cátedra de mi departamento en la universidad de Indiana... pero, como siempre sucede alguien rompe de ritmo perfecto de un guión perfecto. En este caso alguien es Teucro).

TEUCRO

Epeo, noble púgil, no nos has contado el final de tu historia. ¿Qué le ocurrió a ese boxeador de Olimpia que derribó a su oponente y luego salió corriendo de la arena?

EPEO

(Que como todo el mundo sabe es más sincero que sabio)

Oh, ése. Los sacerdotes de Olimpia lo persiguieron por el bosque y lo mataron como a un perro.

Los jefes aqueos se han dispersado y vuelven a sus líneas con sus hombres. Néstor se ha marchado con sus hijos. El médico Podalirio ha reunido a un contingente de hombres para saquear la tienda de Agamenón en busca de comida y vino. Yo me quedo aquí solo en la playa, o al menos tan solo como uno puede estar apretujado con treinta mil hombres sin lavar que apestan a sudor y miedo.

Toco el medallón TC de mi túnica. Néstor no ha pedido mi voto. Ninguno de los héroes aqueos me ha mirado siquiera durante todo el debate. Saben que yo no lucho y parece que no me aprecian más por ello: es la forma en que los griegos antiguos tratan a los homosexuales a quienes gusta vestirse con ropas de mujer y pintarse la cara de blanco. No hay ningún deshonor en los ojos de la mayoría de estos hombres, sólo despedida. Para ellos soy una rareza, alguien ajeno, algo menos que un hombre.

Sé que no voy a quedarme hasta el amargo final. Dudo que me vaya a quedar durante la batalla de hoy, ya que el aire se oscurecerá con las andanadas de flechas dentro de media hora. No tengo el aparato morfeador y la armadura de impacto que usaba cuando era escólico: ni siquiera me he puesto una armadura de metal o de cuero de ésas que hay tan disponibles en los cadáveres aqueos que me rodean. Si me quedo, dudo que sobreviva: los dos últimos días han sido una serie de horas de cobardía y tímida ocultación para mí, aquí, en la retaguardia, cerca de la tienda donde se mueren los heridos. Si quiero sobrevivir, mis posibilidades de hacerlo cuando ataquen a los troyanos después de oscurecer serán cero.

¿Y por qué debería quedarme? Tengo un aparato de teletransporte cuántico colgando de mi cuello, por el amor de Dios. Podría estar en los aposentos de Helena en dos segundos y relajándome en un baño caliente dentro de cinco minutos.

¿Por qué quedarme?

Pero no estoy preparado para irme. Todavía no. Ya no soy escólico y puede que no tenga sentido que me comporte como un estudioso, pero incluso como corresponsal de guerra que nunca podrá informar de sus observaciones, este último día glorioso de una época gloriosa y perdida es demasiado interesante para que me lo pierda.

Me quedaré un rato.

Los cuernos soplan por todas partes. Nadie ha tenido tiempo para tomar ese gran desayuno prometido aún, pero los troyanos atacan a lo largo de todo el frente.

64

Saber que todo en el universo (todo en la historia, todo en la ciencia, todo en la poesía y el arte y la música, cada persona, lugar, cosa e idea) está conectado, es una cosa. Experimentar esa conexión, incluso de manera incompleta, es otra muy distinta.

Harman estuvo inconsciente casi nueve días. Cuando no estaba inconsciente, despertaba sólo brevemente y luego gritaba de dolor pues sufría un dolor de cabeza que superaba todas las capacidades de su cerebro y su cráneo para contenerlo. Vomitaba mucho. Luego volvía a hundirse en el coma.

Al noveno día, despertó. El dolor de cabeza lo abrumaba, era peor que ningún dolor de cabeza que hubiera experimentado, pero ya no le provocaba los gritos de sus nueve días de pesadilla. Más tarde se daría cuenta de que había perdido más de doce kilos. Estaba desnudo y yacía en una cama, en el segundo piso de la cabina del
eiffelbahn
.

«La cabina está toda ella diseñada y decorada en Art Noveau», pensó mientras se levantaba tambaleándose de la cama y se ponía una bata de seda que había visto en el brazo de un sillón tapizado estilo Imperio junto a la cama. Se preguntó dónde demonios estaría criando nadie gusanos para crear seda. ¿Había sido uno de los deberes de los servidores durante aquellos largos siglos de ociosidad humana? ¿Se creaba de manera artificial en alguna tina industrial en alguna parte, como los posthumanos habían creado (recreado, en realidad) su raza de ganado humano nanoalterado? A Harman le dolía demasiado la cabeza para reflexionar sobre eso ahora.

Se detuvo en el entresuelo, cerró los ojos y se concentró. Nada. Se quedó en la cabina. Lo intentó otra vez. Nada.

Tambaleándose levemente, mareado, bajó por la escalera de metal forjado hasta el primer piso y se desplomó en la única silla que había en la mesa, junto a la ventana. La mesa estaba cubierta de lino blanco.

Harman no dijo nada mientras Moira le traía zumo de naranja en un vaso de cristal, café solo en un termo blanco y un huevo escalfado acompañado de un poco de salmón. Le sirvió el café en una taza. Harman bajó levemente la cabeza para permitir que el calor del café se alzara hasta su cara.

—¿Llevas mucho tiempo trabajando aquí? —le preguntó a Moira. Próspero entró en la habitación y se detuvo a la brillante e inmisericorde luz de la mañana que entraba por las puertas de cristal.

—Ah, Harman... ¿o deberíamos llamarte Hombre Nuevo? Es un placer verte despierto y andando.

—Cállate —dijo Harman, ignorando la comida y sorbiendo torpemente el café. Sabía que Próspero era un holograma pero físico, un avatar de la logosfera que se formaba a sí mismo de un microsegundo a otro con materia transmitida desde uno de los acumuladores-fax-masa en órbita. También sabía que si intentaba golpear o atacar al viejo magus, la materia se convertiría en una proyección intocable más rápido que ningún reflejo humano.

—Sabías que mis posibilidades de sobrevivir al armario de cristal eran de una entre cien —dijo Harman, sin mirar siquiera a Próspero. La luz era demasiado brillante.

—Un poco mejores, creo —dijo el magus, corriendo piadosamente las pesadas cortinas.

Moira acercó una silla y se sentó a la mesa con Harman. Llevaba una túnica roja pero, aparte de eso, vestía la misma exigua ropa que llevaba en el Taj.

Harman la miró sin parpadear.

—Conociste a la joven Savi. Asististe a la Fiesta del Fax Final en el Archipiélago de Nueva York en el edificio Empire Estate inundado, y les dijiste a sus amigos que no la habías visto, pero la habías visitado en su casa de la Antártida dos días antes.

—¿Cómo demonios sabes eso? —preguntó Moira.

—Petra, la amiga de Savi, escribió un breve ensayo sobre su intento (principalmente suyo y de su amante Pinchas) de encontrar a Savi. Se imprimió y se encuadernó justo antes del Fax Final. De algún modo encontró el camino a la biblioteca de tu amigo Ferdinand Mark Alonzo.

—¿Pero cómo supo Petra que visité a Savi antes de la fiesta del Archipiélago de Nueva York?

—Creo que Pinchas y ella encontraron algo que Savi había escrito cuando fueron a sus apartamentos del monte Erebo —dijo Harman. El café no le satisfacía ni tampoco le aliviaba mucho el dolor de cabeza.

—Entonces ahora lo sabes todo sobre todo, ¿no? —preguntó Moira. Harman se echó a reír y lo lamentó casi inmediatamente. Soltó la taza de café y se frotó la sien derecha.

—No —dijo por fin—. Sé lo suficiente para saber que no sé mucho de nada. Además, hay otras cuarenta y una bibliotecas repartidas por la Tierra cuyos armarios de cristal no he visitado todavía.

—Eso te mataría —dijo Próspero.

A Harman no le hubiese importado en ese momento que alguien lo matara. El dolor de cabeza ponía una corona latiente alrededor de todo y de todos a quienes intentaba mirar. Bebió más café y esperó que la náusea no volviera. La cabina crujió, aunque sabía que viajaba a más de trescientos kilómetros por hora. Su leve oscilación adelante y atrás no contribuía precisamente a mantener su estómago quieto.

—¿Os gustaría saber algo de Alexandre-Gustave Eiffel? Nacido en Dijon el 15 de diciembre de 1832 después de Cristo. Se graduó en la École Centrale des Arts et Manufactures en 1855. Antes de que se le ocurriera la idea de su torre para la Exposición del Centenario de 1889 ya había diseñado la cúpula móvil del observatorio de Niza y el armazón de la Estatua de la Libertad. Le...

—Basta —replicó Moira—. A nadie le gustan los pedantes.

—¿Dónde demonios estamos? —preguntó Harman. Consiguió ponerse en pie y descorrió las cortinas. Estaban atravesando un hermoso valle boscoso y la cabina se movía a más de doscientos metros de altura sobre un río serpenteante. Antiguas ruinas, de una especie de castillo, eran visibles a lo largo de una montaña.

—Acabamos de pasar Cahors —dijo Próspero—. Deberíamos dirigirnos hacia Lourdes en el cambio de la siguiente torre.

Harman se frotó los ojos pero abrió la puerta de cristal y salió. El campo de fuerza desplegado a lo largo del costado de la cabina impidió que saliera volando del balcón.

—¿Qué ocurre? —preguntó a través de la puerta abierta—. ¿No queréis dirigiros al norte y visitar la catedral de hielo azul de vuestro amigo?

Moira pareció sobresaltada.

—¿Cómo puedes saber eso? No había ningún libro en el Taj con esa...

—No —reconoció Harman—, pero mi amigo Daeman vio el comienzo de eso... la llegada de Setebos. Sé por los libros lo que El de las Muchas Manos haría después de llegar a Cráter París. ¿Así que todavía está aquí... en la Tierra, quiero decir?

—Sí —dijo Próspero—. Y no es amigo nuestro. Harman se encogió de hombros.

—Vosotros lo trajisteis aquí la primera vez. A él y a los otros.

—No era nuestra intención —dijo Moira. Harman se rió a pesar del dolor de cabeza.

—No, cierto. Abrís una puerta interdimensional a la oscuridad, la dejáis abierta, y luego decís «no era nuestra intención» cuando algo realmente vil la atraviesa.

Other books

Island of the Swans by Ciji Ware
Cave of Secrets by Morgan Llywelyn
Bad Son Rising by Julie A. Richman
Incubus Dreams by Laurell K. Hamilton
Glass Swallow by Golding, Julia
Sword of Allah by David Rollins
The Song in the Silver by Faberge Nostromo
Temple of Fear by Nick Carter