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Authors: Greg Egan

Tags: #Ciencia ficción

Oceánico (6 page)

BOOK: Oceánico
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—¿Cuándo podríamos…?

—Por lo menos no durante diez días. Y después de la primera vez a veces es más largo.

Sabía eso, pero había tenido la esperanza de que su experiencia contradijera mi conocimiento teórico.
Diez días
. Ambos nos habríamos ido para entonces.

—¿Qué piensas —dijo Lena—, que ya no te podrás casar? ¿Cuántos casamientos te imaginas que involucran el puente con el que nació uno de los miembros de la pareja?

—Nueve de diez. A menos que ambos sean mujeres.

Lena me echó una mirada que quedó suspendida entre la ternura y la incredulidad.

—Mi cálculo es uno de cinco.

Sacudí la cabeza.

—No me importa. Intercambiamos el puente, tenemos que estar juntos. —La expresión de Lena se endureció y también lo hizo mi resolución—. O tendré que tomarlo de vuelta.

—Martín, eso es ridículo. Encontrarás otro amante muy pronto, y ni siquiera sabrás de qué te preocupabas. O tal vez te enamores de algún muchacho agradable de la Iglesia Profunda, y ambos se sentirán contentos de que se hayan ahorrado el problema de deshacerse del puente extra.

—¿Si? ¡O tal vez sólo se moleste porque no pude esperar hasta
hacerlo
con él!

Lena gruñó y alzó la vista hacia el cielo.

—¿Antes dije algo sobre los Ángeles que hicieron lo correcto? Diez mil años sin cuerpos, y pensaron que estaban calificados…

La interrumpí enfadado.

—¡No seas tan asquerosamente blasfema! Beatriz sabía exactamente lo que estaba haciendo. ¡Si lo estropeamos es nuestra culpa!

—En unos diez años —dijo Lena realistamente—, habrá una píldora que podrás tomar para no pasar el puente, y otra píldora para que pase cuando no debería hacerlo. Le sacaremos el control de nuestros cuerpos a los Ángeles y comenzaremos a hacer exactamente lo que nos guste con ellos.

—Eso es enfermo. Muy enfermo.

Contemplé la cubierta, agobiado por la aflicción.
Esto era lo que quería, ¿no? ¿Una amante que fuera lo opuesto a la dulce y piadosa
Agnes?
Excepto que en mis fantasías siempre teníamos una vida entera para discutir nuestras diferencias filosóficas. No una noche para ser separados por ellas.

Ahora no tenía nada que perder. Le conté a Lena sobre mi Inmersión. No se rió, escuchó en silencio.

—¿Me crees? —dije.

—Por supuesto —vaciló—. Pero, ¿te preguntaste si podría haber otra explicación para lo que sentiste en el agua esa noche? Estabas privado de oxígeno…

—La gente se ve privada de oxígeno todo el tiempo. Los niños librelandeses se pasan la mitad de la vida tratando de permanecer bajo el agua más que la vez anterior.

Lena asintió.

—Seguro. Pero no es lo mismo. Fuiste llevado más allá del tiempo que podrías haberte quedado sumergido por mera fuerza de voluntad. Y… estabas inducido, te habían dicho qué podrías esperar.

—No es cierto. Daniel nunca me dijo cómo sería. Me
sorprendí
cuando sucedió. —Le miré intensamente pero con serenidad, listo para contradecir cualquier hipótesis ingeniosa que propusiera. Me sentía purificado, casi en paz ahora. Esto era lo que esperaba Beatriz de mí antes de que intercambiáramos el puente: no una ceremonia gélida en un edificio frío, sino la honestidad para decir a Lena con quién exactamente había hecho el amor.

Discutimos casi hasta el amanecer, ninguno convenció al otro de nada. Lena me ayudó a subir la sábana limpia del agua y esconderla debajo de la cubierta. Antes de que se fuera me escribió la dirección de la casa de un amigo en Mitar, y un lugar y un momento donde podríamos encontrarnos.

Cumplir con esa cita fue la cosa más difícil que hice en mi vida. Me pasé tres días completos congraciándome con mis primos de Mitar, hasta el punto en el cual tuvieron que ser abiertamente hostiles para librarse de tener que invitarme a quedarme con ellos después del casamiento. Una vez que estuve allí, tuve que urdir una estrategia y mentir implacablemente para asegurarme que me los sacaría de encima el día que habíamos determinado.

En la casa de un extraño, a media tarde, Lena y yo revertimos sin alegría todo lo que había sucedido entre nosotros. Había temido que el acto mismo pudiera reavivar todas mis estúpidas ilusiones, pero cuando nos separamos en la calle sentí que apenas la conocía.

Me dolió la cabeza aún más de lo que me había dolido en la embarcación, y mi ingle estaba palpablemente hinchada, pero sabía que en un par de días nada salvo el toque de una amante o un examen médico revelarían lo que había hecho.

En el tren de regreso a la costa repasé la secuencia completa de hechos en mi mente, una y otra vez.
¿Podría haber estado tan equivocado?
La gente hablaba sobre el poder del sexo para confundir y engañar, pero siempre había creído que era simple cinismo. Además, yo no me había lanzado ciegamente al sexo, había pensado que era guiado por Beatriz.

Si estuviera equivocado en eso…

Tendría que ser más cuidadoso. Beatriz siempre hablaba con claridad, pero yo La debía escuchar con más paciencia y humildad.

Era eso. Fue eso lo que Ella había querido enseñarme. Por fin me relajé y miré hacia fuera por la ventana, hacia el bosque borroso delante del cual pasábamos, otro triunfo de la ecopoiesis. Si necesitaba una prueba de que siempre había otra oportunidad, estaba a mí alrededor. Los Ángeles se habían alejado tanto de la Diosa como era posible y, sin embargo, la Diosa les había entregado Promisión.

4

Cuando tenía diecinueve años regresé a Mitar para estudiar en la universidad de la ciudad. Había planeado originalmente especializarme en ecopoiesis —y estudiar mucho más cerca de casa— pero por último tuve que aceptar lo más próximo que me ofrecieron, geográfica e intelectualmente: trabajar con Barat, un biólogo firmelandés cuyo verdadero interés era la microfauna nativa.

—La tecnología Angélica es un tema fascinante por derecho propio —me dijo—. Pero no podemos esperar trabajar hacia atrás y descifrar la evolución de todo lo que crearon los Ángeles. Lo mejor que podemos hacer es tratar de comprender cómo era la biosfera de Promisión antes de que llegáramos y la trastornáramos.

Me las compuse para persuadirle de aceptar un compromiso: mi tesis tendría que ver con el impacto de la ecopoiesis sobre la microfauna nativa. Eso me daría una excusa para estudiar las invenciones de los Ángeles junto con las grises criaturas unicelulares que habitaron Promisión durante los últimos mil millones de años.

«El impacto de la ecopoiesis» era por lejos un tema demasiado amplio, por supuesto; con la ayuda de Barat lo acoté a una pregunta particular todavía sin respuesta. Había mucha evidencia geológica de que las aguas de la superficie del océano se habían vuelto más alcalinas y menos oxigenadas a medida que las especies nuevas cambiaban el equilibrio de los gases disueltos. Algunas especies nativas debían haberse retirado de la ola de cambio, y tal vez algunas se extinguieron por completo, pero en la actualidad había una próspera población de zooítos en las capas superiores. Entonces, ¿habían estado allí todo el tiempo, adaptándose
in situ
? ¿O habían migrado de alguna otra parte?

La distancia entre Mitar y la costa no era una desventaja real para estudiar el océano; la universidad organizaba expediciones regulares y yo tenía una biblioteca abundante y trabajo de laboratorio que hacer antes de embarcarme en algo tan obvio como juntar ejemplares vivos en su hábitat natural. Además, el agua de río e incluso la de la lluvia estaban rebosantes de especies muy cercanas, y dado que era posible que estas fueran las reservas a partir de las cuales el océano «devastado» fue recolonizado, tenía muchos ejemplares a mano que valía la pena estudiar.

Barat tenía exigencias altas pero no era un tirano y sus otros estudiantes me hicieron sentir bienvenido. Yo siempre tenía nostalgia pero no de manera morbosa, y me daba un placer un poco vertiginoso, propio de los sueños vívidos, el sentido subyacente de desorientación que me inducía el vivir sobre tierra firme. No estaba cumpliendo exactamente con la ambición de mi infancia de descubrir los secretos de los Ángeles —y hubo muy pocas oportunidades de poder desviarme de la misma ecopoiesis— pero una vez que comencé a profundizar en los detalles de la bioquímica original y sin manipular de Promisión, descubrí que era lo suficientemente compleja y elegante como para atraer mi atención.

Sólo me sentía miserable cuando me permitía pensar en el sexo. No quería terminar como Daniel, así que buscar otra persona Inmersa para casarme era lo último que pasaba por mi cabeza. Pero no podía enfrentar la perspectiva de repetir mi error con Lena; no tenía intenciones de tener intimidad física con alguien a menos que ya estuviéramos lo suficientemente cerca como para que ya le hubiese contado las cosas importantes de mi vida. Pero ése no era el orden en el cual sucedían las cosas aquí. Tras unos cuantos humillantes intentos de nadar contra la corriente, abandoné la idea y me dediqué completamente a mi trabajo.

Por supuesto,
era
posible socializar en la Universidad de Mitar sin tener que intercambiar un puente con alguien. Me uní a un grupo de discusión informal sobre la cultura Angélica que se reunía en una pequeña habitación en el edificio de los estudiantes cada diez noches, igual que el viejo Grupo de Oración, aunque no tenía la ilusión de que en éste abundaran los creyentes. Difícilmente fuera necesario. La herencia de los Ángeles podía ser analizada perfectamente sin hacer referencias a la divinidad de Beatriz. Las Escrituras fueron redactadas mucho después de la Travesía por gente de una época más simple; no había motivos para tratarlas como infalibles. Si los incrédulos podían echar luz sobre algún aspecto del pasado no debía rechazar sus aportes.

—¡Es tan obvio que sólo una facción vino a Promisión! —Esa era Céline, antropóloga, una mujer muy parecida a Lena; tenía que hacer un esfuerzo consciente para recordarme, cada vez que posaba mis ojos sobre ella, que jamás debía pasar nada entre nosotros—.
Nosotros no so
mos
tan homogéneos que todos elegiríamos viajar a otro planeta y asumir una nueva forma física, sin importar qué fuerzas culturales pudieran llevar a un pequeño grupo a hacer eso. Entonces, ¿por qué los Ángeles tendrían que haber sido unánimes? Las otras facciones todavía podrían estar viviendo en las Ciudades Inmateriales, en la Tierra y en otros planetas.

—Entonces, ¿por qué no se han puesto en contacto? En veinte mil años podrían haberse dejado ver y decir hola una o dos veces. —David era matemático, un librelandés del océano meridional

—La actitud de los Ángeles que vinieron aquí —respondió Céline— no debe haber animado a los visitantes. Si todo lo que tenemos es una historia de la Travesía en la cual Beatriz persuade a todo Ángel vivo para que abandone la inmortalidad, una versión que simplemente borra a todos los demás de la historia, no sugiere que tuvieran intención de mantenerse en contacto.

Interrumpió una mujer que no conocía:

—Sin embargo, pudo no ser tan claro desde el principio. Hay evidencia de una tecnología de colonización empleada durante más de tres mil años después de la Travesía, mucho después de que fuera necesaria para la ecopoiesis. Se siguieron creando nuevas especies, continuaron los proyectos de ingeniería que empleaban materiales y fuentes de energía avanzados. Pero en menos de un siglo todo se detuvo. Las Escrituras mezclan tres decisiones separadas en una: renunciar a la inmortalidad, migrar a Promisión y abandonar la tecnología que podría haber provisto una ruta de salida por si alguien cambiaba de opinión. Pero
sabemos
que no sucedió así. Algo cambió tres mil años después de la Travesía. El experimento completo de pronto se convirtió en irreversible.

Estas especulaciones indignarían al piadoso librelandés promedio, mucho más al Inmerso promedio, pero las escuché con serenidad, incluso evaluando la posibilidad de que alguna de ellas pudiera ser verdad. El amor de Beatriz era el único punto inamovible de mi cosmología, todo lo demás estaba abierto a discusión.

Sin embargo, a veces el debate era difícil de seguir. Una noche, David se nos unió directamente desde un seminario de físicos. Lo que había escuchado del expositor era bastante inquietante, pero había ido más allá hasta una conclusión todavía menos aceptable.

—¿Por qué los Ángeles eligieron ser mortales? Después de diez mil años sin muertes, ¿por qué desperdiciarían todas las gloriosas posibilidades que se les abrían para venir a morir como animales en esta bola de barro? —Tuve que morderme la lengua para evitar responder a su pregunta retórica: porque la Diosa es la única fuente de vida eterna, y Beatriz les mostró que en realidad eran una pobre parodia de ese don divino.

David hizo una pausa, luego ofreció su propia respuesta… que en sí misma era una suerte de parodia horrible de la verdad de Beatriz.

—Porque después de todo descubrieron que no eran inmortales. Descubrieron que
nadie puede serlo.
Siempre supimos, como ellos también debían saberlo, que el universo es finito en espacio y tiempo. Está destinado a colapsar: Las estrellas caerán del cielo. Pero es fácil
imaginar
formas de evitarlo. —Rió—. Todavía no conocemos suficiente física como para descartar todo. ¡Escuché a una mujer extraordinaria de Tia hablar sobre codificar nuestras mentes en ondas que orbitarían el universo en contracción tan rápidamente que podríamos pensar
un número infinito de pensamientos
antes de que todo desapareciera! —David sonrió divertido ante la audacia de esta noción. Pensé remilgadamente: que insensatez blasfema.

Entonces extendió sus brazos y dijo:

—¿No lo ven? Si los Ángeles
ataron
sus esperanzas a algo así (un truco ingenioso que los salvaría de compartir la suerte del universo),
y luego obtuvieron el suficiente conocimiento como para descartar cada ruta de escape
, esto habría tenido un efecto profundo sobre ellos. Entonces alguna pequeña facción pudo haber decidido que, dado que después de todo eran mortales, también podrían admitir lo inevitable y enfrentarlo del mismo modo en que lo hicieron sus antepasados. En la carne.

—Y el mito de Beatriz —dijo pensativa Céline— le ofreció un lustre religioso a toda la cuestión, pero eso podría ser simplemente una reinterpretación
post hoc
de una revelación puramente secular.

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