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Authors: Delphine Bertholon

Tags: #Drama, romántico

Nunca olvides que te quiero (18 page)

BOOK: Nunca olvides que te quiero
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A partir de aquella noche ya nada fue como antes.

La revolución bolchevique

—¡Me voy a Rusia! —exclamó Louison sentándose en el bar de debajo de su casa, del que nos habíamos convertido en habituales en aquellos cinco meses de relación.

—¿Cómo? Pero ¿cuándo?

—Dentro de una semana, si no hay novedad.

—¿Y me lo dices así, de golpe y porrazo? ¿Te quedas conmigo o qué? Ya tengo los billetes, mis padres nos esperan…

—No te lo tomes así, Stan, ¡estoy tan contenta! Me habría gustado ir a tu casa, pero esta es una oportunidad que no puedo desperdiciar, ¿no lo entiendes?

—No, no lo entiendo. De verdad,
baby,
no lo entiendo.

Me lanzó una mirada asesina por aquel mordaz
«baby»
que le acababa de soltar en las narices. Encendió el cigarrillo, con el célebre mechero A. D. que me había regalado ella cuando cumplí los veinticuatro. Hizo un gesto al dueño pidiendo un café.

—Oye, tengo toda la vida para ir a la costa vasca. Además, sabes bien que no soporto esa zona.

—Entonces, ¿por qué dijiste que sí?

—No sé. Para que estuvieras contento, insististe tanto…

—¿Y Yo misma se va para cuánto tiempo? —pregunté por fin, sin dar crédito a que fuera yo quien dijera lo que estaba diciendo.

—Un mes y medio.

Llevaba un vestido retro estampado con lágrimas multicolores y en él vi la señal precursora de un cataclismo de gran envergadura. Tragué la información pero seguro que palidecí, pues me tomó la mano por encima de la mesa mientras con la otra ponía azúcar en su café.

—Si no he comprendido mal, ¿nos separamos?

Frunció las cejas y puso cara de no saber qué le contaba.

—No, ¿por qué? No veo la relación.

—Dejas colgadas nuestras vacaciones en el último momento para irte a la otra punta del mundo con… ¿con quién, vamos a ver?

—Con mi colega polaco. Viktor, ya te he hablado de él. Con él fui a Suecia.

—De modo que —dije— dejas colgadas nuestras vacaciones para irte a pasar el verano en Rusia con un polaco… Así que llego a la conclusión de que para ti nuestra relación tiene poca importancia.

—Basta, Stan… —respondió estrechándome la mano—. Hacía mucho tiempo que no estaba tan bien con alguien. Compartimos muchísimas cosas y además, gracias a ti, estoy progresando en mi trabajo… nunca había hecho fotos tan buenas como desde que te conozco. Me siento en una efervescencia intelectual tan provechosa… Me aportas mucho.

—Sí, te aporto, Louison. ¿Pero te importo algo?

—Oye —replicó ella, irritada, retirando la mano—, me voy porque es importante para mí. Podría solicitar una beca con las imágenes que traiga, puede que incluso piense en una exposición. Siempre he soñado con ir allí. ¿Tú crees que una relación tiene como objetivo destrozar los sueños del otro?

Me callé. El argumento era imparable, pero aquel no era el problema: esperaba que me pidiera que me fuese con ella, aunque sabía que no lo haría. Desde que nos habíamos conocido estaba siempre a punto de marcharse, semana en Berlín, fin de semana en Roma, seminario en Bruselas, no deshacía las maletas sino era para volver a llenarlas; pero ni en una sola ocasión se le ocurrió que podría acompañarla. Yo era el espigón donde Louison tomaba el sol para descansar de sus distintos periplos, y a mí me consumía una pasión que tenía que disimular constantemente. Aunque se pasara el tiempo decepcionándome, unas horas de amabilidad me bastaban para que lo olvidara todo. Y a cada segundo que pasaba estaba un poco más enamorado de ella. A pesar de nuestras diferencias fundamentales, éramos dos seres apasionados, independientes, y nuestros caracteres, así como nuestras anatomías, parecían imbricarse a la perfección. Podíamos pasarnos horas charlando con una copa en la mano, compartíamos libros, películas, puntos de vista sobre el mundo, ella leía mis cuentos, yo la ayudaba a clasificar sus fotografías: nos enriquecíamos al aportar una mirada virgen al trabajo del otro, y nos reíamos mucho. Entre intercambio intelectual e intercambio intelectual, intercambiábamos fluidos, en cualquier parte, a la hora que fuera del día y de la noche, lo de posar frente a los pintores le había proporcionado un cuerpo de bailarina, flexible y atlético. Louison era de las que sienten tanto interés por el sexo como los chicos, cuando no más Yo ya sabía que existían mujeres así, a decir de Antoine y de algún otro, pero nunca había encontrado a ninguna. He de confesar que antes de ella me había especializado en historias sin mañana, pocas veces propicias al juego desenfrenado. En cuanto a Alice, bajo aquel escaparate pícaro se escondía una niña sensata, educada con el catecismo, y fuera de la postura del misionero se sentía incómoda. Así pues, Louison fue para mí un gran descubrimiento, como ya me permitieron presagiar sus confesiones sobre el onanismo el primer día. Aun así, flotaba entre nosotros una vaga diferencia que me empujaba irremediablemente hacia ella, como si quisiera descubrir el misterio. ¿Qué misterio? No había tal misterio, para saberlo hubiera bastado preguntarle: «¿Me quieres?»; pero claro, yo no preguntaba nada, convencido de que su respuesta me obligaría a perderla. Tenía la ilusión de que a la larga el amor actuaría por contaminación, como un maravilloso virus que fagocitaría sus dudas para hacer un hueco al idilio unificador que yo imaginaba. Yo también habría querido encerrarla en un sótano para que no se alejara nunca más. Habría querido obligarla a quererme, revólver en la sien: me sentía incapaz de vivir sin ella. Pero había aprendido a conocerla, y Louison era como esas algas submarinas que cabecean desde su bulbo al ritmo de las mareas. Iba a donde la llevaba la ola y absorbía el sustancioso tuétano de cada encuentro: ya se tratara de mí, de Viktor, de François o de cualquier otro, los seres humanos no eran para ella más que alimento —afectivo, espiritual, económico, sexual—, y una vez roídos hasta el hueso, para ella ya no teníamos ninguna utilidad. Contra Pim's solo se enfurecía por el relativo desinterés que mostraba ante ella, cuando Louison habría deseado que permaneciera eternamente como un ser insignificante enamorado en la espumosa estela de su brillante orgullo… pero el rutilante macho tenía otras ocupaciones.

—Perfecto —acabé por decir, acorralado—. Supongo que no puedo luchar contra los bolcheviques. Pero no estoy seguro de que vaya a esperarte.

Ante aquel patético intento por conservar algo de dignidad, esbozó una sonrisa terrible.

—Haz lo que quieras, cielo. Eres un hombre libre —concluyó, y se colgó su eterno bolso de cuero negro—.Te dejo, Yo misma tiene que ir a buscar un visado.

Se levantó sin ni siquiera darme un beso y se dio media vuelta. La seguí con la vista mientras abría el candado de la bici aparcada al otro lado de la place Saint-Sulpice. Nuestra historia me parecía demasiado frágil para aguantar dos meses de separación: sabía que Louison era infiel por naturaleza y que el alga submarina tendría sin duda mil encuentros formidables en el curso de sus aventuras en tierras moscovitas. Tuve que rendirme ante la evidencia: el virus no había penetrado en su carne y mucho menos en el órgano de piedra que le hacía las veces de corazón. Estaba mortificado. De repente pensé en Mathilde: por fin comprendí lo que había podido sentir aquella noche cuando apagué su llama con tres palabras y con el tacto de un extintor portátil. El amor pensé. ¡El amor y sus sórdidos juegos de manos! Una nube de turistas, como una bandada de estorninos con cámaras, empezó a hacer fotos de la terraza. Como tenía un gran sentido de lo trágico, no me deshice en lágrimas ni corrí a lanzarme al Sena: por algo soy hijo de mi madre; estaba realmente de un humor de gulag. Iba a encender un cigarrillo, pero la piedra de A. D. se rompió de pronto y tuve que ir a pedir cerillas a la barra: el bosque de símbolos era ya asfixiante. Faltaba la guinda del pastel: en breve tendría los resultados del certificado de aptitud; en principio no sabía ni por qué milagro me habían admitido, dada la poca concentración que puse en ello en aquel período tan agitado.

Pasó el vendedor de periódicos gritando: «Han llegado los extraterrestres, ya los tenemos aquí, señoras y señores, han llegado los extraterrestres, compren la gaceta del día, ¡han llegado los extraterrestres!», siguiendo su habitual estrategia comercial. Ya que el apresurado comunicado de Louison había caído sobre mí como la desgracia sobre el mundo, me dije que el horror del susodicho mundo aliviaría un poco mi malestar: compré el
Liberation,
básicamente por una cuestión léxica, y me lancé de cabeza a sus artículos. La barbarie corriente suele reconfortarme, y aquella mañana esperaba encontrar una historia lo suficientemente sórdida para desviar mis ideas de la terrorista con vestido retro. Tuve suerte: las páginas de «sociedad» eclipsaron la traición de Yo misma arrojándome una fotografía que yo conocía demasiado.

CURIOSO ANIVERASRIO

POR LA DESAPARECIDA DE AQUITANIA

La «célula Madison», que se había reducido a un simple temblor a pesar de las constantes sacudidas de la familia Etchart, ha recuperado la efervescencia de las primeras horas: la niña, que contaba 11 años en el momento de los hechos, desapareció hace tres años de la Costa Vasca, el 14 de junio, en circunstancias aún desconocidas. La pequeña, a la que se vio por última vez cuando bajaba del autocar que la llevaba a casa desde la escuela Jean Rostand de Biarritz, donde acababa sexto, parece haberse volatilizado en aquella carretera de los alrededores de Guéthary sin dejar el menor rastro. Pese a que los gendarmes encargados del caso optaron enseguida por la tesis del secuestro, no consiguieron juntar indicios válidos, y las pistas que se siguieron no dieron resultado alguno. La investigación sigue, aunque solo se ha destinado a ella una decena de agentes… agentes que se están moviendo de nuevo desde que una tal Muriel B., médium y radiestesista, les ha proporcionado nuevos elementos que, según la policía, serían tan inquietantes que valdría la pena tenerlos en cuenta. «En efecto —explica el teniente coronel Carlotti, encargado de la investigación—, la señora B. nos ha confiado unos detalles sobre el caso que nunca ha divulgado la prensa. No es corriente tener que recurrir a este tipo de especialistas, pero en un caso tan grave no queremos desechar ninguna pista.» Después de tres años de búsqueda infructuosa, es pues el sector paranormal el que reactiva las investigaciones para intentar comprender qué pudo haber pasado con la niña. «La señora B. ha dado instrucciones sobre búsqueda precisas —prosigue Carlotti—. Según ella, la pequeña estaría bajo tierra, aunque viva, y en nuestra región: "En algún punto cercano al Nivelle, próximo a la frontera española aunque en territorio francés", precisó B. La mujer ve también un vehículo negro y las letras R y L, aunque no puede determinar si dichas letras corresponden al lugar donde se encuentra retenida Madison, al nombre de su secuestrador o incluso al automóvil.» Por consiguiente, la policía peina la provincia de Lapurdi, inspecciona los vehículos negros registrados en la zona (en particular los Renault) y se interesa por todas las casas, pueblos y personas cuyos nombres contengan las dos letras citadas por la médium. «Nos anima que se hayan reanudado las investigaciones —nos ha confiado con cierta amargura Raphaël Etchart, padre de la desaparecida—. Pero no nos hacemos ilusiones respecto al origen de la información… En tres años hemos recibido cientos de cartas como las de la señora B., y todas las hemos remitido a la policía. Léonore y yo seguimos convencidos de que Madison está viva. No teníamos ninguna necesidad de encontrar a un charlatán más para confirmar nuestras esperanzas.»

Las letras R y L me recordaban a Louison y Rusia, el vehículo negro, su maldita bici holandesa con la que se dedicaba a abandonarme, claro que podrían recordar cualquier cosa a cualquier persona. Estaba consternado. Ávido de detalles, llamé a mi madre.

—¡Cariño! ¿Qué tal? ¿Sabes que hace tres días que intento localizarte? Queríamos saber cuándo llegabas.

—¿Qué es esa historia, mamá?

—¿Qué historia?

—La de la médium, ¡sobre Madison! ¡Acabo de leer un artículo en el periódico!

—Señor —suspiró, con su voz aguda—, ¡lo que les faltaba a esa pobre gente! ¡Aquí enseguida montan una tormenta en un vaso de agua, imagínate!

—Pero… ¿han sacado algo en claro?

—Cuentos chinos, ya sabes. Ayer encontraron un zapato de niña en la carretera de Ciboure, cerca de una casa llamada Elorri. Imagínate que en el patio había una furgoneta negra… Analizaron el zapato y encontraron sangre, 0 positivo, como la de Madi. Y nada, ¡aquella gente se había marchado!

—¿Entonces? —pregunté, asombrado.

—¡Entonces nada! El zapato era de la hija del pobre hombre que vive allí, un viudo, por si fuera poco…

—¿Y la sangre?

—Se había lastimado el pie yendo en bici. Al menos eso es lo que contó a la policía, y no sé por qué esa niña tendría que mentir…

—No, claro. Además, es el grupo sanguíneo más corriente… Pero ¿hacen pruebas de ADN?

—Supongo, cariño, ¡pero no soy policía! ¿Te imaginas sus padres? Estuvieron a punto de anunciarles la recuperación del cadáver de su hija… La madre… ¡pobrecita! ¡En su estado!

—¿La has visto? ¿Cómo está?

—Ya no sale. Vi a la señora Jaso en el mercado y me dijo que Léonore guarda cama desde finales del segundo trimestre… Después de todo, ya no es tan joven. Me acuerdo que cuando tu hermana yo también tuve que estar en la cama. Oh, créeme, no tenía nada de divertido… ¿Y tú? ¿Qué tal todo? ¿Cuándo venís? ¡Estoy tan impaciente por verte!

—Ya me verás, mamá. Pero Louison ha tenido un contratiempo.

—Vaya… ¡Con la ilusión que me hacía conocerla! Tú no sueles deshacerte en alabanzas sobre nadie, ¡y mucho menos sobre una chica!

—Pues igual me equivoqué, mamá…

—¿Cómo que «me equivoqué»? No, no, no, ¡no tires la toalla tan deprisa, Stanislas! ¡Lo que faltaba! Vosotros, los jóvenes, al primer tropiezo en la perfecta trama del amor ¡lo mandáis todo a paseo! Piensa, cariño, que una pareja exige compromiso, esfuerzo, adaptación… ¡No me extraña que hoy en día toda la juventud se divorcie! ¡No estáis dispuestos a luchar!

—Llego el 21, mamá, ¿vale? —intervine para frenar lo que parecía que iba a degenerar en una verborrea que no tenía humor para seguir—. ¿Papá irá a recogerme?

—Claro. Llámame cuando sepas los resultados, ¿de acuerdo? ¡El 21! ¡Diez días! ¡Qué contenta estoy! Supongo que comes bien, ¿no? ¿Ya te cuidas?

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