Enciende las luces, Donaldus —dijo con voz átona.
—He de reconocer que te lo estás tomando con mucha frialdad —dijo su anfitrión con un leve tono agraviado y sorprendido.
—¿Qué esperabas, que me dejara llevar por el pánico? ¿,Que saliera corriendo a la calle y me atropellaran? ¿O acabara aplastado por las paredes al desplomarse? ¿O cortado por cristales voladores? Supongo, Donaldus, que has retrasado la revelación del lugar exacto del emplazamiento de la tumba de De Castries para que tuviera mayor impacto dramático, y ser así más fiel a tu teoría de la identidad de realidad y arte.
—¡Exacto! Me comprendes, y te dije que habría un fantasma y lo adecuadamente que los graffiti astrológicos servían como epitafio de Thibaut, o como decoración de su tumba. Pero ¿no te parece todo sorprendente, Franz? Pensar que cuando contemplaste por primera vez desde tu ventana Corona Heights, los restos mortales de Thibaut de Castries te eran desconocidos…
—Enciende las luces —repitió Franz—. Lo que me parece sorprendente, Donaldus, es que sepas de las entidades paramentales desde hace varios años, y sobre las siniestras actividades de De Castries y las sugestivas circunstancias de su entierro, y sin embargo no hayas tomado ninguna precaución contra ellas. Eres como un soldado que baila a la luz de una tea en la tierra de nadie. Siempre recordando que puede que tú, o yo, o los dos, estemos completamente locos en este momento. Por supuesto, si puedo fiarme de ti, acabas de enterarte de la maldición. Y echaste el cerrojo a la puerta después de que yo entrara. ¡Enciende las luces!
Byers accedió por fin. Un sombrío brillo dorado fluyó desde el gran globo que colgaba sobre ellos. Se dirigió al vestíbulo, algo reluctante al parecer, y conectó un interruptor, y después se dirigió al fondo del salón, donde hizo lo mismo y se entretuvo luego abriendo otra botella de brandy. Las ventanas se convirtieron en rectángulos oscuros trenzados de oro. La noche había caído. Pero al menos las sombras del interior habían sido desterradas.
Mientras tanto siguió hablando, con voz que se había vuelto bastante cansina y monótona ahora que ya había contado su relato.
—Claro que puedes confiar en mí, Franz. No te dije nada sobre De Castries por consideración a tu seguridad. Hasta hoy, cuando quedó claro que estabas inmerso en el asunto, te guste o no. No voy por ahí parloteando sobre el tema, créeme. He aprendido una cosa con los años, y es que no conviene hablar a nadie sobre el lado oscuro de De Castries y sus teorías. Por eso ni siquiera he considerado publicar una monografía sobre él. ¿Qué otros motivos podría tener para hacerlo? Un libro así sería brillante. Fa Lo Suee lo sabe todo (uno no puede ocultar nada a una amante seria), pero tiene una fuerte personalidad, como he sugerido. De hecho, después de que llamaras esta mañana, le sugerí que, puesto que iba a salir, buscara si tenía tiempo la librería donde compraste el diario…, tiene un talento especial para esas cosas. Ella sonrió y dijo que planeaba hacer justo eso.
»Has dicho también que no tomo ninguna precaución, pero sí que lo hago. Según Klaas y Ricker, el viejo mencionó una vez tres protecciones contra las "influencias indeseables":
plata
, el viejo antídoto contra la licantropía (otro motivo por el que animé a Fa Lo Suee para que continuara con su arte);
dibujos abstractos
, los viejos recursos para distraer la atención (es de esperar que también distraigan la atención de los paramentales, de ahí todos los arabescos en forma de laberinto que ves a tu alrededor), y
estrellas
, el pentagrama primario. ¡Fui yo, durante varios fríos amaneceres, quien se aseguró su intimidad pintando la mayoría de esos graffiti astrológicos de Corona Heights!
—Donaldus —dijo Franz bruscamente—, estás metido en esto mucho más de lo que me has dicho, y tu amiguita también, al parecer.
—Compañera —corrigió Byers—. O amante, si lo prefieres. Sí, es cierto, ha sido una de mis preocupaciones secundarias (ahora primaria) durante varios años. Pero ¿qué estaba diciendo? Oh, sí, que Fa Lo Suee lo sabe todo. Igual que un par de sus predecesores, una famosa decoradora de interiores y una estrella del tenis que también es actor. Clark, Klaas y Ricker lo sabían (fueron mi fuente), pero todos están muertos. Así que ves que intento proteger a los demás, y a mí mismo, hasta cierto punto. Considero las calidades paramentales peligros reales y presentes, a mitad de camino en la naturaleza entre la bomba atómica y los arquetipos del inconsciente colectivo, lo que incluye varios caracteres terriblemente peligrosos, como sabes. O entre un Charles Manson o un asesino del Zodiaco y los fenómenos kappa que define Melita Denning en
Gnostica
. O entre los atracadores y los elementales, o los virus de la hepatitis y los íncubos. Todos son cosas contra las que cualquier hombre cuerdo estaría en guardia.
»Pero observa esto, Franz —enfatizó, y sorbió más brandy—, a pesar de todo mi conocimiento previo, mucho más extenso e intenso que el tuyo, nunca he visto una entidad paramental. En eso me llevas ventaja. Y parece bastante grande.
Byers miró a Franz con una mezcla de avidez y temor.
Franz se levantó.
—Quizás al menos has conseguido que una persona esté en guardia —dijo—. Dices que estás intentando protegerte, pero no actúas de esa forma. Ahora mismo… Discúlpame, Donaldus, estás tan borracho que te verías indefenso si una entidad paramental…
Byers alzó las cejas.
—¿Crees que podrías defenderte de ellos, resistirlos, combatirlos, destruirlos, una vez estén a tu alrededor? —preguntó con incredulidad, alzando la voz—. ¿Puedes detener un misil atómico que se dirige en este momento hacia San Francisco a través de la ionosfera? ¿Puedes dominar a los gérmenes del cólera? ¿Puedes abolir tu alma o tu sombra? ¿Puedes decirle al
poltergeist
: no hagas ruido», o a la Reina de la Noche: «Quédate fuera»? No puedes mantener la guardia veinticuatro horas al día durante años. Créeme, lo sé. Un soldado agazapado en su trinchera no puede imaginar si el siguiente obús será un blanco directo o no. Se volvería loco si lo intentara. No, Franz, todo lo que puedes hacer es cerrar la puerta con llave, encender todas las luces, y esperar que pasen de largo. E intentar olvidarlos. Come, bebe y sé feliz. Diviértete. Ten, bebe un trago.
Avanzó hacia Franz llevando en cada mano un vaso lleno de brandy hasta la mitad.
—No, gracias —dijo Franz roncamente, metiéndose el diario en el bolsillo de la chaqueta, para desazón de Byers.
Entonces recogió los binoculares rotos y se los metió en el otro bolsillo, pensando en un destello en los prismáticos de la historia de fantasmas de James «Panorama desde la colina» que podía ver el pasado al estar llenos de un fluido negro hecho de huesos hervidos que manó desagradablemente cuando se rompieron. ¿Era posible que sus binoculares hubieran sido tratados para que vieran cosas que no estaban allí? Una idea bastante descabellada, y de cualquier forma ahora también estaban rotos.
—Lo siento, Donaldus, pero tengo que irme —dijo, dirigiéndose al pasillo.
Sabía que si se quedaba aquí
tomaría
aquel trago, comenzaría el viejo ciclo, y la idea de quedar inconsciente e incapaz de
ser despertado
era repelente.
Byers corrió tras él. Su prisa y sus equilibrios por impedir que el brandy se derramara habrían sido cómicos en otras circunstancias si además no hubiera estado diciendo con voz horrorizada y suplicante:
—No puedes marcharte, está oscuro. No puedes irte con ese viejo diablo o su paramental por los alrededores. Toma, bebe un trago y quédate a pasar la noche. Al menos, quédate hasta la fiesta. Si vas a montar guardia, vas a necesitar un poco de descanso y diversión. Estoy seguro de que encontrarás una compañera agradable y complaciente…, todas estarán dispuestas, pero son inteligentes. Y si tienes miedo de que el licor embote tu mente, tengo un poco de cocaína, de la más pura —apuró uno de los vasos y lo dejó sobre la mesita del pasillo—. Mira, Franz, yo también estoy asustado… y estás pálido desde que te dije dónde se encuentran los restos del viejo. Quédate a la fiesta. Y toma una copa, lo suficiente para relajarte un poco. En el fondo, no hay otra forma, créeme. Acabarás demasiado cansado intentando vigilar eternamente —Byers se tambaleó un poco mientras mostraba la más agradable de sus sonrisas.
Franz sintió el peso del cansancio. Extendió la mano hacia el vaso, pero cuando lo tocó retiró los dedos como si quemara.
—Shh —advirtió mientras Byers empezaba a hablar, y lo agarró por el codo.
En medio del silencio oyeron un leve y chirriante sonido metálico que terminó en un suave chasquido, como si una llave girara en una cerradura. Se volvieron hacia la puerta. Vieron girar el pomo interior.
—Es Fa Lo Suee —dijo Byers—. Tengo que descorrer el cerrojo.
Se dispuso a hacerlo.
—¡Espera! —susurró Franz con urgencia—. ¡Escucha!
Oyeron un firme sonido de roce que no acababa, como si alguna bestia inteligente estuviera arrastrando una zarpa por el otro lado de la madera pintada. En su mente, Franz vio la paralizante imagen de una gran pantera negra agazapada al otro lado de la puerta, una bestia de ojos verdes que empezaba a metamorfosearse en algo aún más terrible.
—Uno de sus trucos —murmuró Byers, y descorrió el cerrojo antes de que Franz pudiera impedírselo.
La puerta se entreabrió, y en ella asomaron dos rostros felinos, triangulares y grises, aullando.
—¡Aii—eee!
Los dos hombres retrocedieron. Franz se hizo a un lado cerrando involuntariamente los ojos ante aquellas dos brillantes formas grises, una alta y otra delgada, que le dejaron atrás mientras corrían amenazantes hacia Byers, quien casi se había doblado en su retirada, un brazo cubriéndole los ojos y el otro en la entrepierna, mientras el brillante vaso y la pequeña cantidad de líquido ámbar que contenía volaban por los aires.
Incongruentemente, Franz registró el olor a brandy, marihuana y perfume.
Las sombras grises convergieron sobre Byers, cebándose en su entrepiema, y mientras él boqueaba y farfullaba sin lograr articular palabra, intentando débilmente repelerlas, la más alta dijo con una ronca voz de contralto y notable júbilo:
—En China, señor Nayland Smith, tenemos medios para hacer hablar a los hombres.
Entonces el brandy se esparció por el papel verde de la pared, la copa cayó sobre la alfombra marrón sin romperse, y la hermosa y drogada mujer china y la igualmente colocada muchacha que la acompañaba se despojaron de sus máscaras de gato, riéndose salvajemente, y continuaron haciendo cosquillas y tocando a Byers, y Franz advirtió que ambas habían estado gritando «Jaime», el nombre de pila de su anfitrión, a todo pulmón.
Franz sintió que su temor le abandonaba, pero no su parálisis, que se extendió a sus cuerdas vocales, de forma que desde la extraña irrupción de las dos mujeres vestidas de gris hasta el momento en que abandonó la casa de Beaver Street no habló una sola palabra y permaneció en silencio junto al oscuro rectángulo de la puerta abierta, observando la situación con frío distanciamiento.
Fa Lo Suee tenía una figura esbelta y algo angulosa, el rostro plano con una fuerte estructura ósea, ojos oscuros que eran paradójicamente a la vez brillantes y sombríos por efecto de la marihuana (y lo que fuera), y pelo negro liso. Sus oscuros labios rojos eran delgados. Llevaba medias de color gris plateado y guantes y un vestido ajustado (de seda bordada de plata), del estilo chino que siempre parece moderno. Su mano izquierda amenazaba la entrepierna de Byers, y la derecha rodeaba la esbelta cintura de su acompañante.
Esta era una cabeza más baja, no tan delgada como Fa Lo Suee, y tenía unos pechos pequeños y muy atractivos. Su rostro era gatuno: barbilla redonda, labios gruesos, nariz chata, prominentes ojos azules y frente baja, de la que caía hacia un lado una cascada de pelo rubio. Tendría unos diecisiete años, y era descarada y mundana. Despertó algo en la memoria de Franz. Llevaba unos leotardos grises, guantes de un gris plateado, y una capucha gris de un material liviano que ahora colgaba a un lado, como su pelo. Tocaba pícaramente a Byers con ambas manos. Tenía las orejas rojas y una risita viciosa.
Las dos máscaras de gato, arrojadas ahora sobre la mesa, tenían rebordes dorados y unos cuantos pelos, pero conservaban el desagradable aspecto que había sido tan aterrador al asomar por la puerta.
Donaldus (o Jaime) no pronunció ninguna palabra inteligible durante el período anterior a la marcha de Franz, excepto tal vez »¡No! », pero boqueó y jadeó y farfulló mucho, con risitas sin aliento. Permaneció doblado y retorciéndose de un lado a otro, apartando con las manos constantemente, pero sin éxito, las de las dos mujeres. Su bata violeta se agitaba mientras se retorcía.
Fueron las mujeres las que lo hablaron todo, y al principio sólo Fa Lo Suee.
—Te asustamos, ¿eh? —dijo rápidamente—. Jaime se asusta con facilidad, Shirl, sobre todo cuando está borracho. Eso era mi llave raspando la puerta. ¡Vamos, Shirl, a por él! —Entonces, continuando con la imitación de la voz de Fumanchú, dijo—: ¿Qué han estado fraguando usted y el doctor Petrie? En Honan, señor Nayland Smith, tenemos una prueba china infalible para la homofilia. ¿O es posible que sea usted todo terreno? Nosotros tenemos la antigua sabiduría del Oriente, toda la oscura cultura que Mao Tse—tung ha olvidado. Combinada con la ciencia occidente, es devastadora. (¡Eso es, chica, lastímelo!) ¡Recuerde mis thugs y dacoits, señor Smith, mis escorpiones dorados y ciempiés de quince centímetros, mis arañas negras con ojos de diamante que esperan en la oscuridad y luego saltan! ¿Qué le parecería si le metieran uno en los pantalones? Repito: ¿Qué han estado haciendo usted y el señor Petrie? Tenga cuidado con lo que dice. Mi ayudante, la señorita Shirley Soames (¡No te pares, Shirl!) tiene una memoria prodigiosa. Ninguna mentira se le pasa por alto.
Franz, petrificado, se sentía como si estuviera contemplando cangrejos y anémonas reptando y avanzando, meneando las frondas, abriendo y cerrando las pinzas en una laguna de roca. El interminable juego de la vida.
—Oh, por cierto, Jaime, he resuelto el problema del diario de Smith —dijo Fa Lo Suee con tono alegre y casual mientras sus manos se hacían más activas—. Ésta es Shirl Soames, Jaime (¡Sigue así, chica!), quien durante años y años ha sido ayudante de su padre en la librería del Albergue Gris en el Haight. Y recuerda toda la transacción, aunque fue hace cuatro años, porque tiene una memoria prodigiosa.