Eph y Fet pasaron sus dedos por debajo de las puertas dobles, y las halaron a la cuenta de tres. Setrakian se acercó con su lámpara y su espada… y sólo vio una caja llena de tierra. La revolvió con el arma y tocó el fondo con la punta de plata, pero no había nada.
Fet retrocedió sorprendido, con una carga de adrenalina que no podía controlar.
—¿Se ha ido?
Setrakian sacó la espada, retirando la tierra contra el borde de la caja.
Eph estaba sumamente decepcionado.
—Escapó. —Eph se apartó del ataúd, mientras miraba el erial lleno de vampiros asesinados en la cámara sofocante—. Él sabía que estábamos aquí. Escapó al sistema de los trenes
hace quince minutos
. No puede salir a la superficie debido al sol… así que permanecerá bajo tierra hasta que anochezca.
—Al sistema de transporte masivo más grande del mundo. Son mil trescientos kilómetros de vías férreas —dijo Fet.
Eph tenía la voz ronca de la desesperación.
—Creo que nunca tendremos otra oportunidad como ésta para atraparlo.
Setrakian parecía exhausto pero imperturbable, y sus ojos emitían una luz fresca.
—¿No es así como usted extermina a las alimañas, señor Fet: alejándolas del nido y desterrándolas?
—Sólo si sabes dónde van a esconderse —replicó Fet.
—¿Acaso no todos los roedores, desde las ratas a los conejos, construyen una especie de puerta trasera…? —añadió Setrakian.
—Un refugio —confirmó Fet, entrando en materia—. Una salida de emergencia. Si el predador viene en una dirección, tú escapas hacia el otro lado.
—Creo que hicimos huir al Amo —dijo Setrakian.
Calle Vestry, Tribeca
NO TUVIERON TIEMPO
de destruir el ataúd, pero lo retiraron de su altar inmundo, lo volcaron hacia abajo y derramaron la tierra en el suelo. Decidieron regresar después para concluir su trabajo.
Desandar el camino a través de los túneles para llegar de nuevo a la furgoneta les tomó un tiempo considerable a los tres, y una gran dosis de energía a Setrakian.
Fet estacionó en la esquina de la residencia de Bolívar. Caminaron hasta la puerta, sin molestarse en ocultar sus lámparas Luma ni sus espadas de plata. No vieron a nadie fuera de la residencia a esa hora temprana, y Eph comenzó a subir por el andamio. Encima de la puerta sellada había un dintel decorado con el número de la dirección. Eph lo rompió, retiró los vidrios que habían quedado, y despejó el marco con su espada. Tomó una lámpara y entró en el vestíbulo principal.
La luz violeta iluminó las panteras de mármol. El ángel alado que estaba en la base de las escaleras serpenteantes lo miró torvamente.
Eph escuchó y sintió algo; era el ronroneo de la presencia del Amo. «Kelly», pensó, sintiendo una opresión en el pecho. Ella tenía que estar allí.
Setrakian fue el próximo en entrar, sostenido por Fet. El anciano sacó la espada tan pronto como pisó el suelo y Eph le ayudó a bajar. También sintió la presencia del Amo, y, con ello, un alivio, pues a fin de cuentas no habían llegado demasiado tarde.
—Está aquí —dijo Eph.
—Entonces ya sabe que hemos llegado —comentó Setrakian.
Fet le pasó dos lámparas grandes UVC a Eph y pasó por el dintel, golpeando el piso con sus botas.
—Deprisa —dijo Setrakian, conduciéndolos debajo de las escaleras por la primera planta, que estaba en proceso de renovación. Atravesaron la cocina grande llena de cajas en busca de un armario. Lo encontraron, pero estaba vacío y sin terminar.
Empujaron la puerta falsa de la pared posterior, tal y como aparecía en las fotos de la revista
People
descargadas por Nora.
Las escaleras conducían hacia abajo. Un plástico que había en el piso crujió; se dieron la vuelta con rapidez, pero era la corriente de aire que se elevaba desde abajo. El viento trajo el olor del subterráneo, del hedor y la descomposición.
Era el camino hacia los túneles. Eph y Fet encendieron las dos lámparas para que todo el pasadizo recibiera la luz cálida y letal, sellando así el paso subterráneo. Esto impediría que subieran otros vampiros, y más importante aún, se asegurarían de que la única salida de la casa estuviera expuesta a la luz solar.
Eph miró atrás y vio a Setrakian apretar las yemas de los dedos contra su corazón. Eph sospechó algo malo y se dirigió hacia él, pero la voz de Fet lo detuvo.
—¡Maldición!
Una de las lámparas había caído al piso. Eph inspeccionó las bombillas, y sujetó la lámpara con cuidado para evitar la luz radiactiva.
Fet le ordenó callarse, pues había escuchado ruidos abajo; eran pasos. El olor del aire cambió y se hizo más acre y fétido. Los vampiros se estaban reuniendo.
Eph y Fet salieron del armario iluminado de azul, de su refugio seguro. Eph se dio la vuelta para mirar al anciano, pero había desaparecido.
Setrakian había regresado al vestíbulo. El corazón le dolía; estaba abrumado por el estrés y la ansiedad. Había esperado mucho tiempo. Demasiado…
Sus manos retorcidas comenzaron a dolerle. Flexionó los dedos y agarró la empuñadura de la espada, debajo de la cabeza de lobo. Después sintió algo; era una brisa sumamente leve anticipando un movimiento…
Haber movido su espada en el último momento lo salvó de un golpe contundente y letal. Sin embargo, el impacto lo lanzó hacia atrás, haciendo que su cuerpo envejecido rodara por el piso de mármol y chocara contra el zócalo. Sin embargo, mantuvo el arma empuñada. Se incorporó rápidamente y blandió su espada en todas las direcciones, pero no vio ninguna amenaza en el vestíbulo oscuro.
Así de rápido se movía el Amo.
Él estaba allí. En algún lugar.
Ya eres un hombre viejo.
La voz retumbó dentro de la cabeza del anciano como una descarga eléctrica. Setrakian extendió la espada frente a él. Una silueta negra y borrosa pasó junto a la estatua del ángel sufriente que presidía las escaleras.
El Amo intentaría distraerlo. Así era como actuaba. Nunca se enfrentaba directamente, cara a cara, sino que engañaba para atacar por sorpresa desde atrás.
Setrakian retrocedió contra la pared que había a un lado de la puerta principal. Detrás de él había una ventana estrecha y del tamaño de una puerta, con un vitral Tiffany pintado de negro. Setrakian la golpeó, y quebró la pieza exquisita con su espada.
La luz del día penetró en el vestíbulo como un cuchillo.
Eph y Fet escucharon el estruendo y encontraron a Setrakian con la espada en alto, iluminado por la luz del sol.
El anciano vio la mancha oscura subir por las escaleras.
—¡Allí está! —gritó, saliendo a perseguirlo—. ¡Ahora!
Eph y Fet lo siguieron, pero unos vampiros los estaban esperando. Eran los miembros del cuerpo de seguridad de Bolívar, sus escoltas altos y fornidos que ahora eran unas moles hambrientas y andrajosas. Uno de ellos golpeó a Eph, quien trastabilló hacia atrás perdiendo casi el equilibrio, y tuvo que agarrarse del muro para no rodar por las escaleras. Sacó su lámpara Luma, el maniquí grande retrocedió, y Eph le rebanó un muslo con la espada. El vampiro jadeó y lo atacó de nuevo. Eph le clavó la espada en el vientre, atravesándolo casi hasta el otro lado antes de sacar la hoja, y el vampiro se desparramó en el rellano como un globo desinflado.
Fet contuvo a su rival con la lámpara y cortó las manos que lo sujetaban con su daga. Levantó la lámpara a la altura de su cabeza; el vampiro se estremeció con los ojos desorbitados. Fet le dio un puntapié y se hizo detrás de él, apuñalando al escolta en la parte posterior del cuello y arrojándolo por las escaleras.
El vampiro que había atacado a Eph intentó levantarse, pero Fet lo detuvo con una patada en las costillas. Quedó con la cabeza recostada en el peldaño superior, y Eph le descargó su espada con un grito.
La cabeza cayó por las escaleras y ganó más velocidad con cada peldaño. Chocó contra el cuerpo del otro vampiro y rodó hasta la pared.
La sangre blanca brotó del cuello abierto y mojó la alfombra escarlata. Los gusanos salieron y Fet los achicharró con su lámpara.
El guardia que yacía en el suelo no era más que un saco de huesos rotos, pero todavía estaba animado, pues tenía el cuello ileso. Sus ojos estaban abiertos y miraba fijamente la larga escalera con el fin de moverse.
Eph y Fet encontraron a Setrakian con la espada extendida junto al ascensor, intentando golpear a una silueta oscura que se movía con rapidez.
—¡Cuidado! —dijo, pero el Amo golpeó a Fet desde atrás antes de que las palabras salieran de la boca del anciano. Cayó estrepitosamente y por poco rompe la lámpara. Eph no tuvo mucho tiempo para reaccionar; la silueta pasó a su lado, disminuyendo la velocidad para que Eph viera de nuevo el rostro del Amo, su carne agusanada y su boca desdeñosa, antes de que lo lanzara contra la pared.
Setrakian se impulsó hacia delante agarrando la espada con las dos manos, y obligando a la silueta veloz a refugiarse en la planta amplia y de techo alto. Eph se incorporó y avanzó, al igual que Fet, con un hilo de sangre resbalando por su sien.
El Amo se les apareció frente a la chimenea grande y de piedra que había en el centro del salón. La habitación tenía ventanas a ambos extremos, pero la luz del sol no alcanzaba a llegar hasta el centro. La capa del Amo dejó de moverse, y los miró con sus ojos horribles, pero especialmente a Fet, pues tenía sangre en la cara. Con algo semejante a una sonrisa retorcida, agarró unas tablas y fardos de cables eléctricos con sus manos descomunales, así como otros objetos que estaban a su alcance, y los lanzó contra ellos.
Setrakian se recostó contra la pared, Eph se refugió en un rincón y Fet se escondió detrás de una placa de madera.
Los tres se miraron cuando el asalto terminó, pero el Amo había desaparecido de nuevo.
—¡Cielos! —murmuró Fet, limpiándose la sangre con la mano y arrojando la placa a un lado. Lanzó su daga de plata a la chimenea apagada, pues era un arma inservible contra aquel gigante. Recibió la lámpara que le pasó Eph, y el médico agarró su espada con ambas manos.
—Persigámoslo —dijo Setrakian tomando la delantera—. Debemos obligarlo a salir por el techo así como el humo sale por una chimenea.
De repente, cuatro vampiros se abalanzaron sobre ellos. Parecían ser fans de Bolívar, pues tenían
piercings
y el cabello rasurado.
Fet los alumbró y ellos retrocedieron. Eph le mostró su espada de plata a una joven que parecía una vampira rechoncha, con su falda vaquera y sus medias de malla rotas, y que tenía la rapacidad curiosa de los vampiros recién transformados que Eph había aprendido a reconocer. Le apuntó con la espada, la vampira amagó a la derecha y luego a la izquierda, y bufó a través de sus labios blancos.
Eph escuchó a Setrakian gritar «
¡Strigoi!
» con su voz imponente. El sonido producido por la espada del anciano le dio valor a Eph. La vampira lo amenazó, y Eph le rasgó la camisa negra a la altura del hombro, hiriendo a la bestia en su interior. Abrió la boca y enrolló la lengua, y Eph retrocedió un poco tarde, pues por poco le clava su aguijón en el cuello. Siguió atacándolo con la boca abierta, pero Eph le descargó la espada en el aguijón lanzando un grito de rabia; la hoja penetró hasta la parte posterior de su cabeza, y la punta se clavó en la pared en obra negra.
Los ojos de la vampira se salieron de sus órbitas. Su aguijón cercenado manó sangre blanca, la cual le llenó la boca y se escurrió por su mentón. Estaba inmovilizada contra la pared; se estremeció e intentó derramar su sangre agusanada sobre Eph, pues los virus se propagan como pueden.
Setrakian había aniquilado a los otros tres vampiros, y el piso que antes estaba reluciente quedó manchado con la sustancia blanca. Se acercó a Eph, y gritó:
—¡Vamos!
Eph trató de sacar la espada de la pared. Setrakian golpeó a la criatura en el cuello, y la fuerza de la gravedad arrojó su cuerpo decapitado al suelo.
La cabeza quedó pegada a la pared, la sangre blanca brotando de su cuello cercenado y sus ojos negros de vampira mirando desorbitados a los dos hombres… pero pronto perdieron su brillo y quedaron inmóviles. Eph agarró la empuñadura de la espada, sacó el arma por debajo de la boca, y la cabeza cayó sobre el cuerpo.
No tenían tiempo para irradiar la sangre blanca con las lámparas.
—¡Arriba! ¡Arriba! —dijo Setrakian, subiendo por las escaleras circulares y apoyándose en las barandas de hierro. El espíritu del anciano era fuerte pero se estaba quedando sin fuerzas. Eph se le adelantó y miró a ambos lados; observó los pisos acabados de madera y las paredes sin revocar bajo la luz tenue, pero no vio a ningún vampiro.
—Separémonos —dijo el anciano.
—¿Está bromeando? —replicó Fet, ayudándole a subir las escaleras—. La primera regla es no dividirnos nunca. —Alumbró las cuatro paredes con las lámparas—. He visto muchas películas como para optar por esa alternativa.
Una lámpara se apagó. La bombilla estalló debido al recalentamiento de la unidad, y pronto explotó en llamas. Fet la soltó sofocando las llamas con sus botas; sólo le quedaba una lámpara.
—¿Cuánto tiempo le queda a la batería? —preguntó Eph.
—No lo suficiente —dijo el anciano—. Él hará que nos cansemos, pues nos obligará a perseguirlo hasta que caiga la noche.
—Tenemos que atraparlo —dijo Fet—. Como a una rata en un baño.
El anciano se detuvo al escuchar un sonido.
Tu corazón está débil, anciano miserable; puedo escucharlo.
Setrakian permaneció inmóvil con su espada en vilo. Miró alrededor pero no había rastros del Ser Oscuro.
Has conseguido un arma útil.
—¿No la reconoces? —preguntó Setrakian en voz alta y respirando profundamente—. Era de Sardu, el chico de cuyo cuerpo te apoderaste.
Eph se acercó al anciano tras advertir que estaba conversando con el Amo.
—¿Dónde está ella? —gritó—. ¿Dónde está mi esposa?
El Amo lo ignoró.
Tu vida entera te ha conducido a este punto. Fracasarás por segunda vez.
—Probarás mi plata,
strigoi
—contestó Setrakian.
Te probaré a ti, anciano. Y a tus torpes apóstoles…
El Amo lo atacó desde atrás y lo envió de nuevo al piso. Eph se repuso y blandió su espada en la corriente de aire repentina que dejaba el Ser Oscuro al desplazarse, lanzando un par de espadazos a tientas. Y cuando atrajo la espada hacia él, vio que la punta estaba untada de blanco.