Nocturna (53 page)

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Authors: Guillermo del Toro y Chuck Hogan

Tags: #Ciencia Ficción, Terror

BOOK: Nocturna
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Se arrodilló pero no pudo ver el otro lado del hueco. Escuchó pasos, pero recordó que Fet y Setrakian estaban muy atrás. Sin embargo, decidió que no podía esperarlos y comenzó a descender.

Se escurrió por el hueco con los brazos levantados, bajando la lámpara y la espada.
No puedo quedarme atrapado aquí
, pensó, pues si lo hiciera, nunca volvería a salir. Sintió el espacio descubierto en sus brazos y cara, y salió al otro lado.

Jadeando, alzó la lámpara como una antorcha. Había llegado a otro túnel provisto de vías férreas y piedras bajo los durmientes, donde se sentía una calma inquietante. Vio una luz a su izquierda, a menos de noventa metros.

Era el andén de una estación. Cruzó la vía férrea y subió. No tenía el esplendor propio de la estación de un ayuntamiento; las vigas de acero no tenían ningún revestimiento y las tuberías del techo estaban a la vista. Eph creía conocer todas las estaciones del sector del Downtown, pero nunca había estado en ésta.

Varios vagones del metro estaban detenidos al final del andén, y en una puerta se leía fuera de servicio. Una antigua torre de control estaba en el centro, pintada con grafitis explosivos y antiguos. Intentó abrir la puerta pero estaba cerrada con llave.

Oyó ruidos dentro del túnel. Eran Fet y Setrakian, que venían a su encuentro. Adelantarse sin compañía no había sido la decisión más inteligente. Eph decidió esperarlos en aquel remanso de luz, y escuchó el sonido de una piedra arrojada a la vía del tren. Se dio la vuelta y vio a un vampiro salir del último vagón del metro y alejarse de las luces de la estación abandonada.

Eph corrió por el andén, llegó al extremo, saltó a la vía y lo siguió en medio de la oscuridad. Los rieles doblaban a la derecha y terminaban allí. Las paredes del túnel parecían vibrar mientras él corría. Escuchó el eco de pasos apresurados; eran unos pies descalzos avanzando con lentitud entre las piedras. Eph le dio alcance a la criatura y el calor de su lámpara la asustó. Se dio la vuelta, y su rostro iluminado por la luz índigo era una máscara espeluznante.

Eph le descargó su espada, decapitando al monstruo de inmediato.

El cuerpo sin cabeza se desplomó hacia delante. Eph se detuvo para alumbrar el cuello mutilado y matar los gusanos que comenzaban a escapar. Se enderezó de nuevo y su respiración se normalizó… pero tuvo que volver a contener el aliento.

Escuchó cosas. O más bien, las sintió. Eran cosas a su alrededor. No eran pasos ni movimientos, simplemente… estertores.

Sacó su pequeña linterna y la encendió. Una multitud de cadáveres yacía en el suelo irregular del túnel. Los cuerpos estaban alineados a ambos lados como víctimas de un ataque con gas, todavía vestidos. Algunos tenían los ojos abiertos y la expresión desvaída y macilenta de los enfermos. Eran los transformados, los recién mordidos, los infectados que habían sido atacados esa misma noche. Los estertores que había escuchado Eph no eran más que la metamorfosis en el interior de sus cuerpos: no eran el producto del movimiento de sus extremidades, sino los tumores colonizando todos los órganos, y las mandíbulas transformándose en aguijones.

Los cuerpos ascendían a varias decenas, y había muchos más al fondo, pero sus siluetas difusas estaban más allá del alcance de su linterna. Eran hombres, mujeres y niños; víctimas de todas las condiciones. Alumbró rápidamente un rostro y otro buscando a Kelly, mientras rezaba para no encontrarla en aquel lugar.

Estaba en ésas cuando Fet y Setrakian le dieron alcance.

—Ella no está aquí —les dijo Eph con algo cercano al alivio, no menos que al desespero.

Setrakian tenía la mano contra el pecho, pues tenía dificultades para respirar.

—¿Cuánto falta? —preguntó.

—Ésa era la estación del ayuntamiento de la línea BMT —contestó Fet—. Era un nivel inferior que nunca fue puesto en servicio, y sólo lo utilizaron como zona de almacenamiento y bodegaje. Eso significa que estamos debajo de la vía del tren de Broadway. Este giro de las vías conduce a las bases del Edificio Woolworth. Luego sigue la calle Cortland, y el World Trade Center está… —Miró hacia arriba como si estuviera viendo una edificación de diez o quince pisos entre las rocas—. Cerca.

—Terminemos esto de una vez —dijo Eph—. Ahora mismo.

—Espera —contestó Setrakian, tratando de recobrar el aliento. Alumbró los rostros de los transformados y se hincó en una rodilla para mirarlos con su espejo de plata—. Primero tenemos una obligación aquí.

Fet se encargó de exterminar a cada uno de los vampiros incipientes, alumbrado por la luz de la lámpara de Setrakian. Cada decapitación era como un atentado contra la lucidez de Eph, pero él se forzó a presenciarlo de todos modos.

Eph también se había transformado: pero no de ser humano a vampiro, sino de curador a destructor.

El agua se adentraba en las catacumbas; raíces extrañas y plantas trepadoras sedientas de sol, así como unos retoños albinos, descendían del techo irregular y se introducían en el agua. Las ocasionales luces amarillas del túnel no mostraban el menor indicio de grafitis. El polvo blanco se asentaba en las orillas y recubría la superficie de las aguas estancadas. Eran los residuos del World Trade Center.

Los tres tuvieron cuidado de no pisar, manifestando el respeto que se siente por una tumba.

El techo se hacía paulatinamente más bajo y llegaba a un punto muerto. Setrakian alumbró y descubrió una abertura en la parte superior de la pared retorcida, suficientemente ancha para que cupiera una persona. Un ruido sordo, vago y lejano se hizo más intenso. Los rayos de sus linternas mostraron que el agua empezaba a agitarse. Era el rugido inconfundible de un tren subterráneo y se dieron la vuelta para mirar, aunque ese túnel no tenía vías férreas.

Un tren estaba frente a ellos y venía en su dirección, desplazándose por los rieles que había encima, y entraba el andén activo BMT de la estación del ayuntamiento. El chirrido, el estruendo y la vibración se hicieron insoportables, alcanzando la fuerza y los decibelios de un terremoto, y entonces comprendieron que esta poderosa irrupción era su mejor oportunidad.

Se colaron por la grieta y entraron en otro túnel sin vías férreas; las bombillas estaban apagadas y las luces de la construcción se estremecieron debido al paso del tren. Varias pilas de basura y desperdicios yacían amontonadas junto a las vigas de acero que se elevaban hasta el techo a una altura de nueve metros. Una luz brillaba débilmente en un recodo distante. Apagaron las lámparas Luma y avanzaron rápidamente por el túnel oscuro, viendo cómo se ampliaba cuando doblaron por la esquina y llegaron a una cámara larga y abierta.

El suelo dejó de temblar, el estruendo del tren se desvaneció como una tormenta pasajera, y ellos se detuvieron. Eph sintió a las criaturas antes de verlas, sintió sus siluetas sentadas y acostadas en el suelo. Su presencia las había despertado pero no los atacaron. Los tres hombres reanudaron la marcha, para buscar la guarida del Amo.

Los vampiros se habían alimentado bien esa noche. Estaban cubiertos de sangre como si fueran sanguijuelas, descansando y haciendo la digestión. Su languidez era la de seres resignados a esperar que anocheciera para alimentarse de nuevo.

Empezaron a levantarse. Llevaban ropas de construcción, trajes ejecutivos, atuendos deportivos, pijamas, ropa de gala, delantales sucios, o simplemente no llevaban nada encima.

Eph agarró con fuerza su espada y examinó sus rostros mientras pasaba a su lado. Eran rostros muertos con los ojos inyectados de sangre.

—Debemos permanecer juntos —susurró Setrakian, sacando con cuidado la mina UVC de la bolsa que Fet tenía en su espalda mientras seguían caminando. Retiró la cinta de seguridad con sus dedos retorcidos y giró el botón para activar la batería—. Espero que funcione.

—No me diga eso —señaló Fet.

Una criatura se acercó a ellos; era un anciano que tal vez no estaba tan saciado como los demás. Fet le mostró su espada de plata y el vampiro resolló. Puso su bota en el muslo de la criatura y le dio un puntapié, mostrándoles la espada de plata a los demás.

—Nos estamos metiendo en un túnel muy profundo.

Los rostros asomaron enrojecidos y hambrientos por las paredes. Los vampiros más viejos, de primera o segunda generación, se distinguían por su pelo blanco. Se escucharon gruñidos animales y sonidos guturales, como si intentaran hablar, pero su voz hubiera sido sofocada por los apéndices que les crecían debajo de la lengua; sus gargantas inflamadas se movían de un modo perverso.

—La batería debe activarse cuando la punta haga contacto con el suelo —dijo Setrakian.

—¡Más vale que así sea! —comentó Fet.

—Debéis resguardaros detrás de estas columnas antes de que se encienda. —Las columnas oxidadas y rematadas por remaches se encontraban a intervalos regulares—. Es cuestión de pocos segundos. Cerrad los ojos y no miréis, pues la explosión os dejaría ciegos.

—¡Apúrese! —dijo Fet, acosado por los vampiros.

—Todavía no… —El anciano abrió el bastón, la hoja de plata asomó, y pasó las yemas de sus dedos retorcidos contra el filo. Las gotas de sangre cayeron al suelo empedrado y el aroma atrajo a los vampiros, que comenzaron a llegar desde todos los puntos cardinales, saliendo de rincones invisibles, curiosos y sumamente hambrientos.

Fet agitó su daga en el aire polvoriento para mantenerlos a raya mientras seguía caminando.

—¿A qué espera? —le dijo a Setrakian.

Eph observó los rostros, buscando a Kelly entre las mujeres de ojos muertos. Una de ellas se movió hacia él, pero Eph le enterró la punta de su espada en el pecho, y ella retrocedió como si se hubiera quemado.

Se escucharon más ruidos, y la multitud que se agolpaba atrás empujaba a los vampiros que se encontraban delante, pues el hambre era más fuerte que el temor, y el deseo se imponía sobre la espera. La sangre de Setrakian goteó en el suelo, y su aroma, así como lo inesperado del suceso, los volvió frenéticos.

—¡Hágalo! —dijo Fet.

—Unos segundos más…

Los vampiros se acercaron y Eph los contuvo con la punta de su espada. Se le ocurrió encender su linterna Luma, y ellos se inclinaron sobre los rayos repulsivos como zombis mirando el sol. Los que estaban delante se encontraban a merced de los de atrás. La burbuja comenzó a colapsar… y Eph sintió que una mano lo agarraba de la muñeca…

—¡Ahora! —dijo Setrakian.

El anciano lanzó al aire el globo con púas como un arbitro lanzando un balón. El pesado objeto giró con el vértice hacia arriba, y sus púas apuntaron hacia abajo mientras caía al suelo.

Las cuatro púas de acero se hundieron en las piedras y se escuchó un runruneo, como el de una vieja linterna que se estuviera recargando.

—¡Corred, corred! —gritó Setrakian.

Eph corrió hacia el poste para resguardarse allí. Sintió que los vampiros lo agarraban y lo halaban; oyó las cortadas producidas por su espada, y los gruñidos y aullidos indescifrables. Examinó sus rostros en busca de Kelly y derribó a todas las criaturas que encontró a su paso.

El runruneo de la mina se transformó en un silbido, mientras Eph repartía puñaladas y patadas a diestra y siniestra, abriéndose paso hasta la viga de soporte, y pisando su propia sombra en el instante en que la cámara subterránea comenzó a llenarse de una luz azul resplandeciente. Cerró los ojos y se los cubrió con el brazo.

Escuchó la agonía bestial de los vampiros despedazados; el sonido de sus cuerpos lacerados derritiéndose y despellejándose, para secarse a continuación a un nivel casi químico, colapsando del mismo modo en que lo hacían sus almas calcinadas. Escuchó los gemidos estrangulados en sus gargantas escaldadas.

Fue una inmolación masiva.

Los quejidos agudos no duraron más de diez segundos, y el rayo de luz azul lo iluminó todo antes de que la batería se descargara. La cámara se oscureció de nuevo, y Eph bajó el brazo y abrió los ojos cuando el único sonido audible era una ebullición residual.

El hedor nauseabundo de la carne achicharrada emanó en un vapor humeante de las criaturas que yacían en el suelo. Era imposible caminar sin chocar con esos demonios putrefactos, sus cuerpos desmoronándose como leños artificiales consumidos por el fuego. Sólo aquellos vampiros que tuvieron la suerte de estar lejos permanecieron levantados, pero Eph y Fet se apresuraron a liberar a estas criaturas inválidas y semidestruidas.

Fet se acercó a la mina consumida por el fuego y observó el efecto que había causado.

—Muy bien —comentó—. Realmente funcionó.

—¡Mirad! —dijo Setrakian.

En el extremo posterior de la cámara vaporosa, y sobre una pila voluminosa de suciedad y escombros, reposaba una caja larga y negra.

Eph se acercó al lado de sus compañeros con el mismo temor con que lo harían los agentes de un escuadrón antibombas al aproximarse a un objeto sospechoso y sin llevar la protección adecuada, y la situación se le hizo terriblemente familiar. No tardó en identificarla: había sentido exactamente eso mismo mientras se dirigía al avión oscurecido en la pista de rodaje, cuando todo aquello había comenzado.

Era la sensación de acercarse a algo que estaba muerto y a la vez no lo estaba. Algo proveniente de otro mundo.

Se acercó para confirmar que realmente se trataba del armario negro y largo que venía en la zona de carga del vuelo 753. Sus puertas superiores dejaron ver las figuras humanas exquisitamente grabadas y retorciéndose como si ardieran en llamas, así como los rostros alargados en un grito de agonía.

Era el ataúd del Amo, dispuesto en ese altar de basura y escombros bajo las ruinas del World Trade Center.

—Ésta es —dijo Eph.

Setrakian se acercó a un lado, tocando casi los grabados, pero retiró sus dedos retorcidos.

—He buscado esto durante mucho tiempo —comentó.

Eph se estremeció, pues no quería encontrarse con esa Cosa de nuevo, con su tamaño apabullante y su solidez despiadada. Permaneció donde estaba, temiendo que las puertas se abrieran en cualquier momento. Fet se acercó a un lado de la caja sin manijas ni puertas. Tendrían que pasar los dedos por debajo de la unión del centro y halarla. Sería difícil e incómodo hacerlo con rapidez.

Setrakian se acercó a un extremo del cajón con su espada en la mano y expresión sombría. Eph comprendió el motivo en los ojos del anciano, y aquello lo consternó.

Era demasiado fácil.

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