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Authors: Meg Cabot Stephenie Meyer

Tags: #Infantil y juvenil, Fantastica, Romántica.

Noches de baile en el Infierno (26 page)

BOOK: Noches de baile en el Infierno
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La evaluación de Sheba llegaba a su fin. Sólo restaba un pequeño foco de paz, y, para variar, no se trataba de una pareja, sino de un chico que pululaba por el extremo opuesto de la sala. El insufrible Gabe Christensen.

Sheba frunció el ceño. ¿Y por qué tenía ése que estar feliz? Lo habían rechazado y estaba solo. Su pareja era el azote de la fiesta. En sus circunstancias, cualquier chico del montón estaría a rebosar de rabia y dolor. ¡Pero él insistía en hacerla trabajar!

Sheba inspeccionó la mente de Gabe con mayor atención. Mmm. Lo suyo no era verdadera felicidad. De hecho, en aquel momento estaba muy preocupado y buscaba a alguien. Tenía a la vista a Celeste, quien se retorcía en compañía de Rob Carlton al son de una canción lenta (Pamela Green asistía al espectáculo con estupefacción, y era una delicia ver cómo su despecho se desparramaba alrededor), pero ella no era el motivo de su turbación. Era otra la persona a la que buscaba.

Así que Gabe no era feliz, pero, no obstante, la felicidad no era el sentimiento que estaba transgrediendo la atmósfera de desgracia que Sheba había creado. Se trataba, muy al contrario, de la bondad que aquel chico exudaba. O incluso algo peor.

Sheba se agachó tras la palmera y continuó sumida en sus pensamientos. Comenzó a salirle humo por la nariz.

—Gabe.

Gabe sacudió la cabeza con aire ausente y retomó la búsqueda.

Había estado esperando durante media hora, y había visto a multitud de chicas salir del cuarto de baño, unas detrás de las otras. De vez en cuando sentía algo, pero nada que se pareciera a la exasperada y vehemente necesidad de aquella chica en particular.

Una vez que tres grupos de chicas distintos hubieron entrado y salido del baño, Gabe detuvo a Jill Stein y le preguntó si sabía algo de ella.

—¿Cabello negro y vestido rojo? No, no he visto a nadie con ese aspecto. Además, creo que el baño está vacío.

La chica debía de habérsele escapado.

Gabe volvió a la pista de baile, reflexionando sobre la joven misteriosa. Por lo menos, Bryan y Clara, por una parte, y Logan y Libby, por la otra, se estaban divirtiendo. Bien por ellos. En lo que concernía al resto, la noche parecía estar siendo espantosa.

Y entonces, volvió a asaltarle aquella sensación. Sintiendo la desesperación que había estado buscando, Gabe levantó la cabeza. ¿Dónde estaba ella?

Frustrada, Sheba resopló. La mente de aquel chico estaba sobria y se resistía como ninguna otra a su insidiosa influencia. Pero aquello no bastaba para detenerla. Conocía otros caminos.

—Celeste.

Era hora de que la chica mala atormentase a su propia pareja.

Sin tener que esforzarse, Sheba le indicó a Celeste los pasos a seguir. Al fin y al cabo, a juzgar por los criterios humanos, Gabe poseía un evidente atractivo. Desde luego, un atractivo suficiente para Celeste, cuyos criterios dejaban bastante que desear. Gabe era alto y fibroso, con cabello oscuro y facciones proporcionadas. Tenía los ojos de color azul claro, rasgo que Sheba, personalmente, encontraba un poco repulsivo —eran tan puros, tan elevados, ¡ay!— y que, no obstante, encandilaba al resto de las mortales. A aquellos ojos claros se debía que Celeste hubiese aceptado la invitación del santurrón.

Y menudo santurrón. Sheba entrecerró los ojos. Gabe ya había estado en su punto de mira en otras ocasiones. Había sido él el que había desbaratado los planes que le tenía reservados al lascivo profesor de Matemáticas, los cuales habían constituido una especie de preparativo de la fiesta donde Sheba se ocupó de que cada persona eligiese a la pareja equivocada. Si Gabe no se hubiese enfrentado al señor Reese en aquel momento crítico de tentación… Sheba apretó la mandíbula y empezó a expulsar chispas por los oídos. Habría logrado arruinar a aquel tipo y también a la pequeña, tan inocente. En todo caso, el señor Reese no había estado tan cerca de caer, pero habría sido un escándalo fenomenal. Fuera como fuese, el profesor de Matemáticas se había vuelto extremadamente cauteloso, pues estaba preocupado con aquellos dichosos ojos claros. Había llegado a sentirse culpable. Qué demencial.

Gabe Christensen le debía la resolución de cierto misterio. Y Sheba obtendría lo que le correspondía.

Miró a Celeste y se preguntó por qué no iniciaba el acoso a su pareja. Celeste seguía colgada de Rob, disfrutando del dolor de Pamela. ¡Bastaba ya de entretenimiento! Había estragos que causar. Sheba susurró en la mente de Celeste una serie de consejos y la encaminó hacia Gabe.

Celeste se desentendió de Rob y miró a Gabe, quien todavía continuaba escudriñando la multitud. Las miradas de ambos se encontraron durante un segundo y, acto seguido, Celeste regresó a los brazos de Rob, acobardada.

Curioso. Los ojos claros de Gabe parecían repeler a la rubia despiadada tanto como a ella misma.

Sheba volvió a intentarlo, pero, por primera vez, Celeste sacudió la cabeza y perseveró en su intento de olvidar a Gabe por medio de los ansiosos labios de Rob.

Desconcertada, Sheba recorrió la sala con el pensamiento en busca de otra persona con capacidad para eliminar a aquel renegado, pero, de repente, le surgió una ocupación mucho más importante.

Cooper Silverdale estaba temblequeando de ira a un lado de la pista de baile. Miraba a Melissa y a Tyson con los ojos desencajados. Melissa apoyaba la cabeza en el hombro de Tyson y no advertía la sonrisa vehemente que éste le dirigía a Cooper.

Era el momento de actuar. Cooper estaba decidiendo si debía tomar otro vasito de ponche para ahogar sus penas, pero estaba tan cerca de desmayarse que Sheba no se lo permitió. Se concentró en él y Cooper, aturdido, se dio cuenta de que el ponche era repugnante. Ya estaba harto. Tiró el vaso medio vacío al suelo y volvió a clavar la mirada en Tyson.

«Ella me considera patético —dijo la voz en la mente de Cooper—. Qué va, ni siquiera piensa en mí. Pero puedo lograr que no vuelva a olvidarse de mí en su vida…»

Con el sentido alterado por el alcohol, Cooper se llevó una mano a la espalda y acarició el cañón de la pistola que ocultaba bajo la chaqueta.

Sheba contuvo la respiración. Las chispas le salían a borbotones por los oídos.

Y luego, en el instante crucial, Sheba perdió la concentración al notar que alguien la estaba mirando con desusada intensidad.

Allí estaba, en la sala, aquella necesidad absorbente, tirando de él… como si alguien se estuviera ahogando y chillase pidiendo ayuda. Tenía que ser la misma chica. Gabe jamás había percibido una llamada tan urgente en su vida.

Desesperado, escudriñó la pista de baile, pero no la divisó. Caminó por los bordes, repasando las caras de quienes no estaban bailando, pero tampoco la encontró entre ellos.

Vio a Celeste con un nuevo chico, pero no se detuvo en eso. Si Celeste le pedía que la llevase a casa en aquel momento, tendría que decirle que no era posible. Había alguien que lo necesitaba más que ella.

La sensación se intensificó tanto que Gabe creyó por un momento que se estaba volviendo loco. A lo mejor, la chica del vestido rojo era un producto de su imaginación. Tal vez, la febril sensación de necesidad no era más que el principio de un delirio.

En aquel instante, los denodados ojos de Gabe encontraron lo que habían estado buscando.

Tras rodear al voluminoso y enfurruñado Heath McKenzie, Gabe se fijó en un destello de luz roja, pequeño pero brillante. Allí estaba —medio oculta tras una palmera artificial, con aquellos pendientes en los que chispeaban las centellas— la chica del vestido rojo. Sus oscuros ojos, profundos como el pozo en el que él se la había imaginado ahogándose, se encontraron con los de Gabe. La necesidad formaba un aura que vibraba alrededor de ella. Ni siquiera tuvo que decidir acercársele. Pensó que, de haberlo querido, no habría sido capaz de detenerse.

Estaba seguro de que, antes de aquella noche, nunca había visto a aquella chica. Era una perfecta extraña.

Sus ojos, oscuros y almendrados, eran serenos y cautelosos, pero, al mismo tiempo, lo estaban llamando a gritos. De ellos partía la necesidad que él sentía. Ya no podía resistirse a su súplica, aun en el caso de que el corazón se le parase.

Ella lo necesitaba.

Desconfiada, Sheba vio que Gabe Christensen caminaba hacia ella. Vislumbró su propia cara en la mente de aquel chico y comprendió que había estado… buscándola a ella.

Se permitió disfrutar de aquella breve distracción —sabiendo que Cooper se había convertido en su esbirro y que unos pocos minutos de demora no cambiarían nada— y regodeándose con la deliciosa ironía. ¿Conque Gabe deseaba que Sheba se ocupara de él en persona? Bien, pues le haría el favor de complacerlo. Ello haría que su desgracia fuese aún más dulce, ya que él iba a ser quien la elegiría. Se enderezó cuanto pudo y permitió que el vestido de cuero le acariciase la figura de modo provocativo. Sabía lo que cualquier varón humano sentía cada vez al examinar aquel vestido.

Pero el insolente la miraba a los ojos.

Era peligroso mirar a los ojos a una diablesa. Los humanos que se quedaban mirando demasiado tiempo podían quedarse atrapados. Se quedaban prendidos a la diablesa por toda la eternidad, y ardían por ella…

Reprimiendo una sonrisa, Sheba, a su vez, lo miró a los ojos con toda la intensidad de que fue capaz. Pobre necio.

Gabe se detuvo a escasa distancia de la chica, lo bastante cerca para no tener que hablar a gritos. Sabía que estaba mirándola con demasiada deliberación; ella iba a juzgarlo un maleducado o un tipo raro. Pero, por el contrario, ella le devolvía la mirada con la misma deliberación, sondándole los ojos.

Abrió la boca con intención de presentarse, pero, de pronto, la chica adoptó una expresión de pasmo. ¿De pasmo? ¿No sería de horror? Entreabrió los labios y profirió un leve jadeo que Gabe oyó. La abandonó la rigidez y comenzó a desplomarse.

Gabe saltó hacia ella y la sujetó antes de que llegara al suelo.

Cuando el fuego la abandonó, Sheba notó que le fallaban las piernas. Su llama interna se apagó, se desecó, desapareció como tragada por un tornado.

Había dejado de hacer frío en la estancia, y allí no olía más que a sudor, a colonia y a aire viciado. Ya no podía saborear las deliciosas desgracias que había creado. Lo único que podía saborear era su propia boca, reseca.

Pero sentía los poderosos brazos de Gabe Christensen que la estaban sosteniendo.

El vestido de la chica era blando y cálido. Tal vez ése fuera el problema, pensó Gabe mientras la sujetaba. A lo mejor, lo caldeado del ambiente y el vestido bastaban para explicar su desfallecimiento. Ansioso, Gabe le apartó de la cara los sedosos mechones de pelo que se la ocultaban. La frente estaba fresca, y la piel no estaba pegajosa de sudor. Pese a todo, ella no apartaba los ojos de él.

—¿Te encuentras bien? ¿Te tienes en pie? Perdona, pero no sé cómo te llamas.

—Estoy bien —contestó la chica con voz suave, ronroneante y, sobre todo, sorprendida—. Me… me tengo en pie.

Se incorporó, pero Gabe prefirió no soltarla. No quería. Y ella tampoco hacía ademán de apartarse. Había apoyado las menudas manos en sus hombros, como si fueran una pareja de baile.

—¿Cómo te llamas? —le preguntó ella con aquella voz sibilante.

—Gabe… Gabriel Michael Christensen —dijo, armando una sonrisa—. ¿Y tú?

—Sheba —respondió ella, con los oscuros ojos cada vez más abiertos—. Sheba… Smith.

—Bueno, pues ¿te apetecería bailar, Sheba Smith? Si te sientes bien, claro.

—Sí —susurró ella, casi para sí misma—. Sí, ¿por qué no?

Seguía mirándolo a los ojos.

Sin moverse de donde estaban, Gabe y Sheba se adaptaron al compás de un nuevo adefesio de canción. Sin embargo, en aquel momento Gabe no encontró que la espantosa música fuese tan molesta.

Gabe hizo un resumen mental de la situación. Chica recién llegada. Vestido impresionante. Había venido con Logan, a quien, tras pedirle que la acompañara a la fiesta, había dejado plantado. Durante medio segundo, Gabe dudó sobre si estaba mal que estuviera dejando a su amigo sin pareja. Pero la duda no tardó en disiparse.

En primer lugar, Logan estaba disfrutando de la noche en compañía de Libby. ¿Por qué iba a interrumpir algo que estaba destinado a ser como era?

Y en segundo lugar, Logan y Sheba no pegaban ni con cola.

Gabe siempre había estado en posesión de un instinto muy fino para aquella clase de cosas: para los caracteres que se compenetraban, para las personalidades que armonizaban entre sí. Había sido el blanco de muchas bromas que lo tachaban de casamentero, pero a él no le importaba. A Gabe lo que le importaba era que la gente fuese feliz.

Y aquella chica en particular —Sheba—, con su intensidad y aquellos pozos que se le abrían en los ojos, no casaba con Logan.

Al tocarla, aquel desesperado sentimiento de necesidad había comenzado a remitir. Gabe se sentía mucho mejor ahora que la tenía entre los brazos, como si aquello amortiguase la urgencia de la extraña súplica. Ella estaba a salvo; ya no se ahogaba ni se perdía. Gabe temía separarse de ella, pues le preocupaba que la apremiante sensación se reprodujese.

Para Gabe, era extraño sentirse en el lugar apropiado y en el momento justo, con total comodidad. No era la primera vez que estaba con una chica; tenía cierto éxito entre sus compañeras y había pasado por diversas relaciones esporádicas que, en cualquier caso, nunca habían durado. Siempre había otra persona que resultaba ser más apropiada que él y, por otra parte, ninguna de ellas había necesitado a Gabe de verdad, a no ser como amigo. Lugar en el que, por cierto, siempre se había mantenido.

Nunca le había ocurrido algo parecido a lo que le estaba pasando en aquel momento. ¿Es que pertenecía a aquella chica, cuya esbelta figura estaba abrazando y protegiendo?

Consideró una tontería pensar de un modo tan fatalista y se propuso esforzarse en actuar con normalidad.

—No hace mucho que has llegado a Reed River, ¿verdad? —le preguntó.

—Hace sólo unas semanas —contestó ella.

—Me parece que no coincidimos en ninguna asignatura.

—No. Me acordaría si alguna vez hubiese estado cerca de ti.

Era una extraña manera de expresarlo. Ella se le sumergía en los ojos con la mirada, y sus manos continuaban apoyándosele en los hombros. Instintivamente, Gabe se le acercó un poco más.

—¿Te lo estás pasando bien? —le preguntó.

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