Noches de baile en el Infierno (25 page)

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Authors: Meg Cabot Stephenie Meyer

Tags: #Infantil y juvenil, Fantastica, Romántica.

BOOK: Noches de baile en el Infierno
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—Ya. Hay muchas desgracias que quedan por provocar.

—¡Ése es el espíritu que se debe tener! Con sólo unos cuantos siglos más de experiencia, estarás a mi altura, pasándotelo en grande.

Sheba sonrió con satisfacción.

—O tal vez no falte tanto.

Jezebel alzó una ceja, que se elevó sobre su lívida frente hasta rozar uno de los cuernos.

—¿Pero qué me dices? ¿Te guardas en la manga algo particularmente maligno, hermanita?

Sheba calló y se volvió a tensar al percibir que Jezebel estaba enviando sus propios pensamientos hacia la fiesta que tenía lugar en el interior del hotel. Preparándose para devolver el golpe si Jezebel hacía ademán de deshacer alguno de sus entuertos, Sheba apretó la mandíbula. Sin embargo, Jezebel se limitó a mirarlo todo sin tocar nada.

—Mmm —murmuró Jezebel—. Mmm.

Sheba cerró las manos cuando la inspección de Jezebel se acercó a Cooper Silverdale, pero, una vez más, aquella hermana suya se contentaba con observar.

—Bien, bien —murmuró Jezebel—. ¡Vaya! Tengo que admitirlo, Sheeb: estoy impresionada. Has introducido una pistola, nada menos. Y una mano, tan colmada de motivos como de alcohol, ¡que debilitará el juicio de ese desdichado! —la diablesa más vieja sonrió con algo parecido a la franqueza—. Esto sí que es perverso. Es decir, una diablesa media dedicada a homicidios, alborotos o disturbios podría montar algo parecido en una fiesta de estas características, ¿pero una niña medio humana que trabaja en desgracias? Increíble. ¿Cuántos años tienes? ¿Doscientos, trescientos?

—Ciento ochenta y seis —repuso Sheba, todavía recelosa.

Jezebel sacó una lengua de fuego por entre los labios.

—Estoy impresionada, insisto. Ya veo que no desatiendes lo que se te encomienda. Tienes ahí a una muchedumbre desgraciada —Jezebel se rió—. Has acabado casi con todas las relaciones prometedoras, has roto varias docenas de amistades largas, has creado nuevas enemistades… y tres, cuatro, cinco, nada menos, cinco peleas avecinándose —enumeró Jezebel, con la mente puesta en la fiesta—. ¡Incluso el pinchadiscos está bajo tu influencia! Eso es cuidar los detalles, desde luego. Puedo contar con los dedos de la mano a los miserables que aún no lo son del todo.

Sheba sonrió con sorna.

—Ya les llegará su turno.

—Horrendo, Sheeb. Infame de verdad. Eres un orgullo para las de nuestra estirpe. Si todas las fiestas de instituto tuviesen a una diablesa como tú, el mundo sería nuestro.

—Vaya, Jez, vas a hacer que me sonroje —ironizó Sheba.

Jezebel soltó una risotada.

—Claro que tienes un poco de ayuda, ¿verdad?

Los pensamientos de Jezebel rodearon a Celeste, que acababa de arrinconar a otro chico más. Las chicas plantadas lloraban y, entretanto, los chicos a los que Celeste se había quitado de en medio cerraban los puños y le lanzaban miradas iracundas a sus competidores. Ardiendo de lujuria, todos y cada uno habían resuelto que Celeste acabaría la noche junto a ellos y no con los demás.

Aquella noche, Celeste estaba encargándose de la mitad de la labor.

—Me sirvo de las herramientas que están a mi alcance —explicó Sheba.

—¡Qué nombre tan cargado de ironía! ¡Qué mente corrupta! ¿Pero es humana de verdad?

—Me acerqué a ella al entrar, sólo para cerciorarme —admitió Sheba—. Huele a humano, puro y auténtico. Horripilante.

—Entiendo. Pues hubiera jurado que había un diablo entre sus ancestros. Todo un hallazgo. Sin embargo, Sheba, ¿qué es eso de que te hayas citado con alguien? No es muy profesional entablar contacto físico de esa manera.

Sheba alzó la barbilla en señal de agravio, pero no respondió. Jezebel tenía razón; servirse de la forma humana en lugar de la mente diabólica era burdo y poco fructífero. Aun así, lo único que importaba era el resultado. La puntual intervención de Sheba había logrado que Logan no descubriese al amor de su vida.

—En fin, en cualquier caso, eso no disminuye la altura de tus logros —contemporizó Jezebel—. Si terminas tu labor a este nivel, saldrás en los libros de texto de las futuras generaciones de diablos.

—Gracias —respondió Sheba. ¿Acaso Jezebel pensaba que adulándola de aquel modo lograría que bajase la guardia?

Jezebel sonrió, y los vapores que la rodeaban se torcieron por los bordes para imitar su sonrisa.

—Sólo un consejo, Sheba. Mámenlos sumidos en la confusión. Si no logras que Cooper apriete el gatillo, haz que alguno de esos pandilleros en potencia crea que le están disparando —Jezebel estaba encandilada—. Percibo que esa fiesta es muy proclive al alboroto. Si bien es cierto que enviarán a una diablesa de los motines si la cosa se pone tensa, nadie podrá quitarte el honor de haber sido la que lo fraguó.

Sheba asintió, y las chispas relampaguearon junto a sus oídos. ¿Qué hacía Jezebel? ¿Dónde estaba la trampa? Recorrió con la mente una y otra vez a todos los que participaban en la fiesta, pero no pudo encontrar ni rastro del sabor sulfuroso característico de Jezebel. Allí sólo había desgracia, la que ella misma había causado, y un puñado de focos de felicidad que pronto sofocaría.

—Me estás sirviendo de mucha ayuda, Jezebel —dijo Sheba con un tono deliberadamente ofensivo.

Jezebel suspiró, y algo en el modo en que sus vapores se replegaron le dio aspecto de estar… avergonzada. Por primera vez, Sheba tuvo dudas sobre las pretensiones de Jezebel. Sin embargo, consideró que, por fuerza, tenían que ser malvadas. No podía ser de otro modo tratándose de una diablesa.

Con expresión arrepentida, Jezebel le preguntó a media voz:

—¿Tanto te cuesta creer que a mí me interese que te asciendan?

—Sí.

Jezebel volvió a suspirar. Y, una vez más, la niebla que la vestía se retorció de disgusto e hizo que Sheba titubease.

—¿Por qué? —inquirió Sheba—. ¿Por qué te interesas en mis asuntos?

—Sé que está muy mal, o muy bien, según se mire, que yo te dé consejos que te ayuden en tu trabajo. No es muy perverso de mi parte.

Sheba asintió con cautela.

—Forma parte de nuestro carácter natural la tendencia a ponerle la zancadilla a todo el mundo, así se trate de diablos, humanos… e incluso ángeles, si se nos presenta la oportunidad. El mal es nuestra meta. Desde luego, también nos vengamos, así nos haya perjudicado la ofensa o no. No seríamos diablesas si no nos dejáramos guiar por la envidia, la gula, la lujuria y la ira —Jezebel añadió a sus palabras una risita—. Recuerdo que hace no sé cuantos años, Lilith estuvo a punto de lograr que bajaras varios puestos en el escalafón, ¿verdad?

Acicateados por aquel recuerdo, los ojos de Sheba se incendiaron por un momento.

—A punto.

—Lo supiste llevar con más eficacia que la mayoría. Eres una de las mejores de entre las que se dedican a la desgracia, como ya sabes.

¿Volvían las adulaciones? Sheba se tensó.

Con un dedo, Jezebel hizo que sus vapores se elevaran y que luego trazasen círculos en el cielo nocturno.

—Pero hay algo aún más importante, Sheba. Las diablesas como Lilith no ven más allá del mal que tienen delante. Pero el mundo es muy grande y está plagado de seres humanos que están constantemente tomando millones y millones de decisiones. Nosotras podemos torcer una mínima parte de esas decisiones. Y, a veces, visto desde mi perspectiva, da la impresión de que los ángeles nos aventajan…

—¡Jezebel! —protestó Sheba, fuera de sí—. Es nuestro bando el que va ganando. Fíjate en las noticias de todos los días… Es evidente que los superamos.

—Lo sé, lo sé. Pero a pesar de todas las guerras y la destrucción… por alguna extraña razón, Sheba, todavía queda por ahí demasiada felicidad. Cada vez que convierto un atraco en un homicidio, hay un ángel del otro lado de la ciudad que hace que un testigo salte sobre el atracador y lo detenga. ¡O que convence al atracador para que deje la mala vida! ¡Bah! Perdemos terreno.

—Pero los ángeles son débiles, Jezebel. Todo el mundo lo sabe. Están tan llenos de amor que no se pueden concentrar. En la mitad de las ocasiones, los muy frívolos se enamoran de un ser humano y venden las alas a cambio de conseguir un cuerpo humano en el que materializarse. ¡Qué necios! —Sheba examinó su propio cuerpo, asqueada—. Nunca he comprendido la necesidad de llevar un cuerpo durante medio milenio. Supongo que es sólo para torturarnos, ¿no? Los señores oscuros deben de disfrutar viendo cómo nos retorcemos.

—Su propósito es más elevado. Pretenden que aprendáis a odiar a los seres humanos.

Sheba se la quedó mirando.

—¿Por qué me iba a hacer falta aprender? El odio es a lo que me dedico.

—A veces pasan cosas —repuso Jezebel—. Los ángeles no son los únicos que tiran la toalla. También hay diablesas que han trocado sus cuernos por un humano.

—¡No! —en un principio sorprendida, Sheba pronto albergó sospechas—. Exageras. Hay diablesas que de vez en cuando se arriman a algún humano, pero sólo para atormentarlo. Se trata, simplemente, de un poco de diversión maligna.

Jezebel se estremeció y retorció los vapores hasta darles forma de ocho, pese a lo cual guardó silencio. Eso hizo que Sheba creyera en lo que había dicho.

—¡Vaya! —exclamó Sheba tras tragar saliva.

Nunca lo habría imaginado. Reunir aquella malignidad deliciosa y tirarla por la borda. Sacrificar un par de cuernos laboriosamente ganados —unos cuernos por los que Sheba, en aquel momento, destruiría cualquier cosa— para quedarse encerrada en un débil y mortal cuerpo humano.

Sheba le echó un fugaz vistazo a los refulgentes cuernos de ónice de Jezebel y frunció el entrecejo.

—No me explico cómo es posible que alguien sea capaz de una cosa así.

—¿Te acuerdas de lo que has dicho sobre los ángeles? ¿Que el amor los distrae? —le preguntó Jezebel—. Bueno, pues el odio también puede ser una distracción. Piensa en Lilith y en sus buenos actos, cargados de malas intenciones. Tal vez sólo sea un modo de meterse con las diablesas inferiores, pero ¿adonde puede llevarla? La virtud corrompe.

—No comprendo de qué modo jugarle una mala pasada a otra diablesa puede llevarte a ser tan estúpida como un ángel —murmuró Sheba.

—Sheba, no subestimes a los ángeles —la reprendió Jezebel—. Déjalos en paz, ¿me oyes? Incluso una poderosa diablesa media como yo evita enzarzarse con uno de esos pajarracos emplumados. Ellos respetan la distancia, y nosotras también debemos respetarla. Deja que sean los Señores Diabólicos los que se encarguen de los ángeles.

—Ya lo sé, Jezebel. No fui engendrada hace diez años.

—Lo siento. He vuelto a intentar ayudarte —Jezebel se estremeció—. ¡Es que á veces me frustro tanto! ¡Con tanta bondad y luz como hay por todas partes!

Sheba sacudió la cabeza.

—No estoy de acuerdo. Es la desgracia la que abunda.

—Igual que la felicidad, hermana. Está por doquier —repuso Jezebel con tristeza.

Se produjo un largo silencio. La pegajosa brisa se paseaba por la piel de Sheba. Miami no era un infierno, pero, al menos, era confortable.

—¡No en mi fiesta! —sentenció Sheba, con súbita fiereza.

Jezebel sonrió, y sus dientes, negros como la noche, quedaron al descubierto.

—Ya lo comprendo, ya sé por qué quiero ayudarte. Nos hace tanta falta que haya más diablesas como tú luciendo el mal. Necesitamos a las peores en primera fila. Dejemos que las Lilith vayan con sus pequeñas travesuras al embrollo del infierno. Pero que las Sheba se pongan de mi lado. Quiero a mil como Sheba. Así podremos ganar la batalla de una vez por todas.

Sheba dedicó un rato a sopesar lo que acababa de oír.

—Eso que dices es perverso, pero de un modo extraño, hasta el punto de que parece beneficioso.

—Sí, sé que es retorcido.

Ambas se rieron juntas por primera vez.

—En fin, vuelve a lo tuyo y destruye esa fiesta.

—Estoy en ello. Vete al infierno, Jezebel.

—Gracias, Sheeb. Lo mismo digo.

Jezebel le guiñó un ojo y luego sonrió hasta que los dientes parecieron cubrirle la cara. Se evaporó en la noche.

Sheba se demoró en el sucio callejón hasta que el arrebatador aroma del azufre se hubo disuelto del todo, y luego decidió que se había terminado el tiempo de descansar. Animada por la posibilidad de unirse a la primera línea de diablesas, Sheba volvió a toda prisa a atender sus desgracias.

La fiesta estaba en su momento álgido, y las piezas iban encajando una a una.

Celeste, muy metida en su perverso juego, estaba ganando muchos puntos. Se adjudicaba un punto por cada chica que se iba a lloriquear a un rincón de la sala, y dos por cada chico que le daba un puñetazo a su rival.

Las semillas que Sheba había plantado crecían por toda la sala. El odio estaba floreciendo y, con él, la lujuria, la ira y el desasosiego. Era un jardín venido del infierno.

Sheba disfrutó de todo ello oculta tras el tiesto en el que se levantaba una palmera.

Ella no podía obligar a los humanos a que hiciesen algo en particular. Ellos gozaban de libertad de elección desde su nacimiento, de modo que sólo podía tentarlos, sugerirles. Había pequeñas cosas —tacones altos, costuras, músculos menores— que sí podía manipular, pero su poder no bastaba para alterar el funcionamiento de un cerebro. Sus víctimas debían optar por escuchar lo que les insinuaba. Y aquella noche lo estaban escuchando.

Sheba estaba lanzada y no quería dejar cabos sueltos, así que antes de volver a su proyecto más ambicioso —Cooper iba intoxicándose poco a poco y estaba casi preparado— hizo que sus pensamientos recorrieran la estancia en busca de aquellas pequeñas y exasperantes burbujas de felicidad que todavía resistían.

Nadie iba a salir de aquella fiesta sin un rasguño. No mientras a Sheba le quedase una chispa en el cuerpo.

Allá… ¿Qué era aquello? Bryan Walker y Clara Hurst se miraban el uno al otro con ojos soñadores, totalmente ajenos a la ira, el desasosiego y la pésima música que los rodeaba, y dedicados a pasar el rato en buena compañía.

Sheba consideró las alternativas existentes y decidió que Celeste debía intervenir. Aquella humana iba a disfrutarlo: nada mejor que hacer alarde de tu poder frente al amor verdadero. Además, Celeste seguía a pies juntillas todas las indicaciones que le sugería Sheba y podía adaptarse a cualquier plan diabólico.

Sheba continuó con su labor de análisis antes de pasar a la acción.

No muy lejos, descubrió que había cometido un error imperdonable. ¿No era aquél su supuesta pareja, Logan, pasándoselo en grande? Imposible. Parecía que había encontrado a la tal Libby y que ambos eran horrorosamente felices. En fin, no iba a ser muy difícil rectificar aquel detalle. Iría a recuperar a su pareja y haría que Libby se marchara corriendo a sollozar en una esquina. Sí, actuar de una manera tan física no dejaba de ser poco profesional y burdo, pero, con todo, siempre era mejor que permitir que la felicidad ganase la más mínima batalla.

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