No abras los ojos (30 page)

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Authors: John Verdon

Tags: #novela negra

BOOK: No abras los ojos
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Rodriguez era un hombre bajo y rollizo, de rostro impenetrable y con una masa de grueso cabello negro cuidadosamente peinado y obviamente teñido. Su traje azul era impecable; su camisa, más blanca que la nieve; su corbata, rojo sangre. Unas gafas de montura metálica realzaban sus ojos oscuros y resentidos. Arlo Blatt, sentado a su izquierda, miraba a Gurney con ojos pequeños y poco amistosos. El hombre pálido a la derecha de Rodriguez no mostraba más emoción que una expresión un poco deprimida; Gurney suponía que era más inherente que coyuntural. Le dedicó a Gurney la mirada que los polis utilizan por defecto con los extraños, miró el reloj y bostezó. Enfrente de ese trío, con la silla separada un metro de la mesa, Jack Hardwick estaba sentado con los ojos cerrados y los brazos cruzados delante del pecho, como si el hecho de estar en la misma habitación con esa gente le hubiera dado sueño.

—Hola, Dave.

La voz era fuerte, clara, femenina y familiar. Su origen era una mujer alta, de cabello castaño, que estaba de pie junto a otra mesa situada en la otra punta de la sala, una mujer con un asombroso parecido con Sigourney Weaver.

—¡Rebecca! No sabía que… iba…

—Yo tampoco. Sheridan me ha llamado esta mañana y me ha preguntado si podía hacer un hueco. Lo he podido arreglar, así que aquí estoy. ¿Quiere un café?

—Gracias.

—¿Solo?

—Sí.

Lo prefería con leche y azúcar, pero por alguna razón no quiso que ella pensara que se había equivocado en sus preferencias.

Rebecca Holdenfield era una famosa
profiler
de asesinos en serie a la que Gurney había aprendido a respetar, a pesar de su desconfianza respecto de los
profilers
en general, cuando ambos trabajaron en el caso Mellery. Se preguntó qué podría significar su presencia respecto a la visión que el fiscal tenía del caso.

Justo en ese momento se abrió la puerta y el fiscal entró en la sala con paso firme. Sheridan Kline, como de costumbre, irradiaba una especie de energía chispeante. Sus pupilas se movían con rapidez, como la linterna de un ladrón. Asimiló la sala en un par de segundos.

—¡Becca! ¡Gracias! Aprecio que hayas sacado tiempo para estar aquí. ¡Dave! Detective Dave, el hombre que lo ha estado revolviendo todo. La razón de que estemos todos aquí. ¡Y Rod! —Sonrió brillantemente a la cara agria de Rodriguez—. Qué bien que hayas podido venir con tan poca anticipación. Me alegro de que hayas podido traer a tu gente. —Miró sin interés a los hombres que flanqueaban al capitán, con una alegría transparentemente falsa.

A Kline le encantaba tener público, reflexionó Gurney, pero le gustaba que estuviera compuesto especialmente por la gente que contaba.

Holdenfield se acercó a la mesa con dos cafés solos, le dio uno de ellos a Gurney y se sentó a su lado.

—El investigador jefe Hardwick no está ahora en el caso—continuó Kline sin dirigirse a nadie en particular—, pero participó al principio y he pensado que sería útil tener todos nuestros recursos relevantes en la sala al mismo tiempo.

Otra mentira transparente, pensó Gurney. Lo que Kline consideraba útil era juntar gatos con perros y ver qué ocurría. Era un entusiasta de la confrontación como proceso para llegar a la verdad y motivar a la gente; cuanto más enfrentados estuvieran los adversarios, mejor. El clima en la sala era hostil, lo que Gurney suponía que daba cuenta del nivel de energía de Kline, que ya se acercaba al zumbido de un transformador de alto voltaje.

—Rod, mientras voy a buscar un café, por qué no resumes las hipótesis del DIC en el caso hasta el momento. Estamos aquí para escuchar y aprender.

A Gurney le pareció que había oído gemir a Hardwick, arrellanado en su silla al otro lado de Rebecca Holdenfield.

—Seré breve—dijo el capitán—. En el caso del asesinato de Jillian Perry, sabemos lo que se hizo, cuándo se hizo y cómo se hizo. Sabemos quién lo hizo y nuestros esfuerzos se han concentrado en encontrar a ese individuo y detenerlo. En la persecución de ese objetivo, hemos organizado una de las más grandes cacerías de la historia del departamento. Es masiva, meticulosa y continuada.

Otro sonido ahogado procedente de donde estaba Hardwick.

El capitán tenía los codos plantados en la mesa, el puño izquierdo enterrado en su mano derecha. Lanzó una mirada de advertencia a Hardwick.

—Hasta ahora hemos llevado a cabo más de trescientas entrevistas, y continuamos expandiendo el radio de nuestras investigaciones. Bill (el teniente Anderson) y Arlo son los responsables de guiar y monitorizar el progreso día a día.

Kline se acercó a la mesa con su café, pero permaneció de pie.

—Quizá Bill pueda darnos una impresión de la situación actual. ¿Qué sabemos hoy que no supiéramos, digamos, una semana después de la decapitación?

El teniente Anderson parpadeó y se aclaró la garganta.

—¿Que no supiéramos…? Bueno, diría que hemos eliminado un montón de posibilidades.

Cuando quedó claro por las miradas fijas en él que esa no era una respuesta adecuada, se aclaró la garganta otra vez.

—Había muchas cosas que podían haber pasado que ahora sabemos que no ocurrieron. Hemos eliminado muchas posibilidades y hemos desarrollado una imagen más precisa del sospechoso. Un loco de atar.

—¿Qué posibilidades se han eliminado?—preguntó Kline.

—Bueno, sabemos que nadie vio a Flores salir de la zona de Tambury. No hay constancia de que llamara a una empresa de taxis, ni consta un alquiler de coche, y ninguno de los conductores de autobuses que hacen recogidas recuerda a nadie como él. De hecho, no hemos podido encontrar a nadie que lo viera después del asesinato.

Kline parpadeó, perplejo.

—Muy bien, pero no acabo de entender…

Anderson continuó en tono anodino.

—En ocasiones lo que no encontramos es tan importante como lo que hallamos. Los análisis de laboratorio mostraron que Flores había limpiado la cabaña hasta el punto de que no había ningún rastro suyo ni de nadie más que la víctima. Tuvo el increíble cuidado de borrar todo lo que pudiera ser susceptible de contener ADN analizable. Incluso había limpiado los sifones de debajo del fregadero y la ducha. También hemos interrogado a todos los trabajadores latinos que hemos encontrado en un radio de ochenta kilómetros de Tambury, y ni uno solo ha podido o querido contarnos nada de Flores. Sin huellas ni ADN o una fecha de entrada en el país, Inmigración no puede ayudarnos. Y lo mismo ocurre con las autoridades de México. El retrato robot es demasiado genérico para servirnos. Todos los interrogados dijeron que se parecía a alguien al que conocían, pero no hubo dos consultados que identificaran a la misma persona. En cuanto a Kiki Muller, la vecina que desapareció con Flores, nadie la ha visto desde el asesinato.

Kline parecía exasperado.

—Me da la sensación de que está diciendo que la investigación no nos ha llevado a ninguna parte.

Anderson miró a Rodriguez. Este estudió su puño.

Blatt hizo su primer comentario en la reunión.

—Es una cuestión de tiempo.

Todos lo miraron.

—Tenemos gente en esa comunidad que mantiene los ojos y las orejas bien abiertas. Finalmente, Flores saldrá a la superficie, hablará con quien no deba. Entonces lo cogeremos.

Hardwick se estaba mirando las uñas como si fueran un tumor sospechoso.

—¿Qué comunidad es esa, Arlo?

—Inmigrantes ilegales, ¿cuál si no?

—Supón que no es mexicano.

—Bueno, es guatemalteco, nicaragüense, lo que sea. Tenemos gente buscando en todas esas comunidades. Al final…—Se encogió de hombros.

La antena de Kline sintonizó el conflicto.

—¿Adónde quiere llegar, Jack?

Rodriguez intervino con rudeza.

—Hardwick ha estado fuera del caso bastante tiempo. Bill y Arlo son nuestras mejores fuentes de información actualizada.

Kline actuó como si no lo hubiera oído.

—¿Jack?

Hardwick sonrió.

—¿Sabe qué? Mejor escuchemos a nuestro detective estrella Gurney, que en los últimos cuatro días ha descubierto mucho más que nosotros en cuatro meses.

El voltaje de Kline estaba subiendo.

—¿Dave? ¿Qué es lo que tiene?

—Lo que he descubierto—empezó Gurney lentamente—son, sobre todo, preguntas, preguntas que sugieren nuevas direcciones para la investigación. —Apoyó los antebrazos en la mesa y se inclinó hacia delante—. Un elemento clave que merece atención es el trasfondo de la víctima. Jillian sufrió abusos de niña y ella misma abusó más tarde de otros niños. Era agresiva y manipuladora, y tenía rasgos sociopáticos. Con esa clase de conducta la posibilidad de que el móvil fuera la venganza no es desdeñable.

La expresión de Blatt era un poema.

—¿Está diciendo que Jillian Perry abusó de Héctor Flores cuando era niño y que por eso él la mató? Parece una locura.

—Estoy de acuerdo. Sobre todo porque, probablemente, Héctor Flores era, al menos, diez años mayor que Jillian. Pero supongamos que se está vengando por algo que le hicieron a otro. O supongamos que también abusaron de él, de una manera tan traumática que desequilibró su mente y decidió descargar su ira contra todos los abusadores. Supongamos que Flores descubrió Mapleshade, la naturaleza de su alumnado, el trabajo del doctor Ashton. ¿Es posible que apareciera en la casa de Ashton, tratara de conseguir trabajos esporádicos, de congraciarse con él y esperar una oportunidad para vengarse?

Kline habló con excitación.

—¿Qué opinas, Becca? ¿Es posible?

Holdenfield abrió más los ojos.

—Es posible, sí. Jillian podría haber sido escogida como objetivo específico para su venganza por sus acciones contra un individuo al que Flores conocía, o como un objetivo vicario que representaba a las víctimas de abuso en general. ¿Hay alguna prueba que señale en una u otra dirección?

Kline miró a Gurney.

—Los detalles dramáticos del asesinato (la decapitación, colocar la cabeza como se hizo, la elección del día de la boda) parecen relacionarse con un ritual. Eso encajaría con lo de la venganza. Pero sin duda todavía no sabemos lo suficiente para determinar si era un objetivo individual o secundario.

Kline terminó su café y se dirigió a rellenarlo, hablando a la sala en general por el camino.

—Si tomamos en serio la hipótesis de la venganza, ¿qué acciones de investigación se requieren? ¿Dave?

Lo que Gurney creía que se requería, para empezar, era conocer de manera mucho más detallada los problemas del pasado de Jillian y los contactos de su infancia, que hasta el momento su madre o Simon Kale no habían querido proporcionar, y para lo que necesitaba urdir una forma de lograrlo.

—Puedo dar una recomendación por escrito de eso dentro de un par de días.

Kline pareció satisfecho con la respuesta y continuó.

—Entonces, ¿qué más? El investigador Hardwick le atribuye un montón de descubrimientos.

—Puede que sea una exageración, pero hay una cosa que pondría en lo alto de la lista. Parece que varias chicas de Mapleshade han desaparecido.

Los tres detectives del DIC prestaron atención más o menos al mismo tiempo, como hombres despertados por un estruendo.

Gurney continuó.

—Scott Ashton y otra persona relacionada con la escuela han tratado de contactar con ciertas graduadas recientes y no han podido hacerlo.

—Eso no significa necesariamente…—empezó el teniente Anderson.

—En sí mismo no significa gran cosa—lo interrumpió Gurney—, pero hay una extraña similitud entre los casos individuales. Las chicas en cuestión empezaron la misma discusión con sus padres, exigiendo un coche caro y luego usando la negativa de sus padres como excusa para irse de casa.

—¿De cuántas chicas estamos hablando?—preguntó Blatt.

—Una antigua estudiante que ha estado tratando de contactar con compañeras de curso me habló de dos casos en los que los padres no tenían ni idea de dónde estaba su hija. Luego Scott Ashton me habló de otras tres chicas que estaba tratando de localizar. Descubrió que se habían marchado de casa después de una discusión con sus padres, la misma clase de discusión en los tres casos.

Kline negó con la cabeza.

—No lo entiendo. ¿De qué se trata? ¿Y qué tiene que ver con encontrar al asesino de Jillian Perry?

—Las chicas desaparecidas tenían al menos una cosa en común, además de la discusión con sus padres. Todas conocían a Flores.

Anderson tenía un aspecto más congestionado a cada minuto que pasaba.

—¿Cómo?

—Flores se presentó voluntario para hacer algún trabajo para Ashton en Mapleshade. Es un hombre bien parecido, aparentemente. Atrajo la atención de algunas chicas de Mapleshade. Resulta que las que mostraron interés, las que estaban hablando con él, son las que han desaparecido.

—¿Las han puesto en la lista de personas desaparecidas del NCIC?—preguntó Anderson, con el tono esperanzado de un hombre que intenta deshacerse de una patata caliente.

—Ninguno de los casos—dijo Gurney—. El problema es que todas tienen más de dieciocho años y son libres de ir adonde quieran. Cada una anunció su plan de irse de casa, su intención de mantener en secreto su paradero, su deseo de que las dejaran en paz. Todo ello impide que entren en las bases de datos de personas desaparecidas.

Kline estaba paseando de un lado a otro.

—Esto da un nuevo giro al caso. ¿Qué te parece, Rod?

El capitán parecía triste.

—Me gustaría saber qué demonios nos está diciendo Gurney en realidad.

—Creo que nos está diciendo que podría haber más que Jillian Perry en el caso Jillian Perry—respondió Kline.

—Y que Héctor Flores podría ser más que un jardinero mexicano—añadió Hardwick, mirando fijamente a Rodriguez—. Una posibilidad que recuerdo haber mencionado hace algún tiempo.

Kline levantó las cejas.

—¿Cuándo?

—Cuando yo todavía tenía asignado el caso. La hipótesis original de Flores no me cuadraba.

Si las mandíbulas de Rodriguez hubieran estado más apretadas, caviló Gurney, su cabeza habría empezado a desintegrarse.

—¿Cómo que no cuadraba? —preguntó Kline.

—No cuadraba en el sentido de que estaba demasiado bien.

Gurney sabía que Rodriguez estaría sintiendo el deleite de Hardwick como un picahielos en las costillas, por no mencionar la delicada cuestión de airear un desacuerdo interno delante del fiscal.

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