—Así pues—continuó Gurney, sin hacer caso al comentario en relación con la cerveza—, ¿el cadáver se veía desde el umbral?
Hardwick se acercó a la ventana del estudio que daba al prado. El cielo era plomizo al norte. Al hablar miró en dirección a la cumbre que conducía a la cantera de piedra caliza.
—El cuerpo estaba sentado en una silla tras una mesita cuadrada, a menos de dos metros de la puerta de entrada. —Hizo una mueca, como si hubiera olido una mofeta—. Como he dicho, el cuerpo estaba sentado a la mesa. Pero la cabeza no estaba en el cuerpo. La cabeza estaba encima de la mesa en un charco de sangre. Encima de la mesa y de cara al cuerpo, todavía con la tiara que has visto en el vídeo.
Hizo una pausa, como para asegurarse del orden preciso de los detalles.
—La cabaña tenía tres ambientes (la sala delantera y, detrás de ella, una pequeña cocina y un pequeño dormitorio), además de un pequeño cuarto de baño con aseo, junto al dormitorio. Suelos de madera, sin alfombras, nada en las paredes. Además de la cantidad sustancial de sangre en el cuerpo y alrededor de este, había unas pocas gotas de sangre en la parte de atrás de la sala y otras pocas gotas cerca de la ventana del dormitorio, que estaba abierta de par en par.
—¿Ruta de escape? —preguntó Gurney.
—No hay duda de ello. Huella parcial en el suelo al otro lado de la ventana. —Hardwick dejó de mirar por la ventana del estudio y le lanzó a Gurney una de sus repugnantes miradas maliciosas—. Aquí es donde se pone interesante.
—Los hechos, Jack, y solo los hechos. Ahórrame las chorradas.
—Luntz había llamado al Departamento del Sheriff porque eran los que disponían de la brigada canina más cercana, y llegaron a la propiedad de Ashton unos cinco minutos después que yo. El perro capta un rastro en las botas de Flores y sale corriendo hacia el bosque como si el rastro fuera rojo candente. Pero se detiene de repente a ciento cincuenta metros de la cabaña; husmea, husmea, husmea en torno a un círculo pequeño, y se para y ladra justo encima del arma, que resulta ser un machete muy afilado. Pero aquí está la cuestión: después de encontrar el machete, no es capaz de seguir ningún rastro desde allí. El agente que lo llevaba de la correa lo condujo por un pequeño círculo, luego en un círculo más amplio (insistió durante media hora), pero sin éxito. El único rastro que pudo encontrar el perro llevaba desde la ventana de atrás de la cabaña al machete, y a ninguna otra parte.
—¿Ese machete estaba tirado en el suelo, sin más?—preguntó Gurney.
—Habían puesto algunas hojas y tierra suelta sobre el filo como en un intento burdo para esconderlo.
Gurney sopesó la información durante unos segundos.
—¿No hay duda de que era el arma del crimen?
Hardwick pareció sorprendido por la pregunta.
—Ninguna duda. La sangre de la víctima seguía allí. Coincidencia perfecta de ADN. También lo apoya el informe del forense. —El tono de Hardwick pasó al de la repetición literal de algo que había dicho muchas veces antes—. Muerte causada por la sección de ambas arterias carótidas y la columna vertebral entre las cervicales C1 y C2 como resultado de un hachazo provocado por un fuerte golpe asestado con un objeto afilado y pesado. Las heridas en los tejidos del cuello y las vértebras podría haberlas producido el machete descubierto en la zona boscosa adyacente a la escena del crimen. Así que—dijo Hardwick, volviendo a su tono normal—, ninguna duda. El ADN es el ADN.
Gurney asintió lentamente, absorbiendo la información.
Hardwick continuó, añadiendo un familiar toque de provocación.
—La única cuestión abierta sobre este particular en el bosque es por qué la pista se detiene ahí, como la pista de la escena del crimen de Mellery que…
—Espera un momento, Jack. Hay una gran diferencia entre las huellas de botas visibles que encontramos en la casa de Mellery y una senda invisible de olor.
—La cuestión es que en ambos casos la pista terminaba sin explicación en medio de ninguna parte.
—No, Jack—soltó Gurney, mostrando su exasperación—, la cuestión es que había una explicación perfectamente válida para las huellas de las botas; igual que habrá una explicación diferente por completo para el problema del olor.
—Oh, Davey, Davey, eso es lo que siempre me ha impresionado de ti: tu omnisciencia.
—¿Sabes?, siempre he creído que eras más listo de lo que aparentabas. Ahora no estoy tan seguro.
La mueca de Hardwick mostraba cierto tono satisfecho ante la irritación de Gurney. Pero cambió a un nuevo tono, todo inocencia y honrada curiosidad.
—Entonces, ¿qué crees que ocurrió? ¿Cómo podía terminar así el rastro de Flores?
Gurney se encogió de hombros.
—¿Se cambió los zapatos? ¿Se puso bolsas de plástico encima de los pies?
—¿Por qué demonios iba a hacer eso?
—Quizá para crear el problema que le ocasionó al perro. ¿Para impedir que lo siguieran al lugar al que fuera a esconderse a continuación?
—¿Como la casa de Kiki Muller?
—Oí ese nombre en la cinta. ¿No es a la que…?
—A la que supuestamente se estaba tirando Flores. Exacto. Vivía en la casa de al lado de Ashton. La mujer de Carl Muller, ingeniero naval que estaba en un barco la mitad del tiempo. Nunca volvieron a ver a Kiki después del día en que Flores desapareció y presumiblemente no se trata de una coincidencia.
Gurney volvió a apoyar la espalda en el sofá, reflexionando. Tenía dificultades para comprender una cosa.
—Puedo entender por qué Flores podría tomar precauciones para impedir que lo siguieran a la casa de un vecino o al lugar al que fuera, pero ¿por qué no lo hizo antes de salir de la cabaña? ¿Por qué en el bosque? ¿Por qué después de salir y esconder el machete y no antes?
—¿Quizá quería salir de la cabaña lo antes posible?
—Quizá, o quizá quería que encontráramos el machete.
—Entonces, ¿por qué enterrarlo?
—Querrás decir semienterrarlo. ¿No has dicho que solo la hoja estaba cubierta de tierra?
Hardwick sonrió.
—Son preguntas interesantes. Sin duda vale la pena investigarlas.
—Y otra cosa—dijo Gurney—: ¿alguien ha verificado dónde estaban los Muller en el momento del homicidio?
—Sabemos que Carl era ingeniero jefe en un pesquero comercial que estaba a cincuenta millas de Montauk toda la semana. Pero no pudimos encontrar a nadie que hubiera visto a Kiki el día del homicidio ni el día anterior.
—¿Eso significa algo para ti?
—Nada en absoluto. Es una comunidad muy reservada, al menos en la parte donde vive Ashton. El tamaño mínimo de cada propiedad es de cuatro hectáreas. Es gente celosa de su intimidad, no son de esos a los que les gusta apoyarse en la cerca y charlar. Probablemente allí se considera grosero decir «hola» sin tener una invitación.
—¿Sabemos si alguien la vio después de que su marido se fuera a Montauk?
—Parece ser que nadie, pero… —Hardwick se encogió de hombros, reiterando la idea de que no ser visto por los vecinos en Tambury era la regla, no la excepción.
—Y los invitados a la recepción, ¿su paradero está claro durante «los catorce minutos críticos» a los que te has referido?
—Sí. El día después del crimen, estudié el vídeo a conciencia, controlando personalmente la situación de cada invitado en cada minuto que la víctima estuvo en esa cabaña; con nuestro alentador capitán diciéndome que estaba perdiendo un tiempo que debería dedicar a buscar a Héctor Flores en el bosque. ¿Quién demonios lo sabe?, a lo mejor el capullo tenía razón por una vez. Por supuesto, si no hubiera hecho caso del vídeo y después hubiera resultado que…, bueno, ya sabes cómo es de cabrón. —Susurró aquello con los labios apretados—. ¿Por qué me estás mirando así?
—¿Cómo?
—Como un loco.
—Estás loco —dijo Gurney con ligereza.
También estaba pensando que durante los diez meses transcurridos desde que habían participado en el caso Mellery, la actitud de Hardwick hacia el capitán Rod Rodriguez, por alguna razón, había progresado de despectiva a envenenada.
—Quizá lo estoy—dijo Hardwick, tanto para sus adentros como para Gurney—. Parece que es la opinión consensuada. —Se volvió y miró otra vez por la ventana del estudio. Ahora estaba más oscuro: la cumbre norte casi negra contra un cielo de pizarra.
Gurney se preguntó si Hardwick lo estaba invitando de una manera extraña a mantener una conversación más íntima. ¿Tenía un problema del que podría estar dispuesto a hablar?
Fuera cual fuese la puerta que había dejado entornada, enseguida la cerró. Pivotó sobre sus talones, de nuevo con una chispa de sarcasmo en la mirada.
—Hay una pregunta sobre los catorce minutos. Puede que no fueran exactamente catorce. Me gustaría contar con tu omnisciente perspectiva…—Se apartó de la ventana, se sentó en el brazo del sofá más alejado de Gurney y habló hacia la mesita de café como si esta fuera un canal de comunicaciones entre ellos—. No hay duda del momento en que el cronómetro se pone en marcha. Cuando Jillian entra en la cabaña, está viva. Diecinueve minutos más tarde, cuando Ashton abrió la puerta, estaba sentada a la mesa en dos piezas. —Arrugó la nariz y añadió—: Cada pieza con su propio charco de sangre.
—¿Diecinueve? ¿No catorce?
—Catorce desde que la chica del cáterin llama y no obtiene respuesta. La hipótesis razonable sería que la víctima no respondió, porque ya estaba muerta.
—Pero no necesariamente.
—No necesariamente, porque en ese momento podría haber recibido órdenes de Flores con un machete en la mano, diciéndole que mantuviera la boca cerrada.
Gurney pensó en ello, lo imaginó.
—¿Tienes alguna preferencia? —preguntó Hardwick.
—¿Preferencia?
—¿Crees que le dieron el gran tajo antes o después de la señal del minuto catorce?
«El gran tajo.» Gurney suspiró, porque conocía la rutina. Hardwick provocaba y su público esbozaba una mueca. Era probable que aquel humor ofensivo fuera algo de toda la vida, un estilo reforzado por el cinismo imperante en el mundo de los cuerpos policiales, que se había ido agudizando y agriando con la edad, que se hacía más concentrado por sus problemas profesionales y la mala relación con su jefe.
—¿Y? —insistió Hardwick—. ¿Qué opinas?
—Casi con certeza antes de la primera llamada a la puerta. Probablemente mucho antes. Lo más probable es que un minuto o dos después de que entrara en la cabaña.
—¿Por qué?
—Cuanto antes lo hiciera, más tiempo tendría para escapar después de que descubrieran el cadáver. Más tiempo tendría para deshacerse del machete, para hacer lo que hizo para que los perros siguieran la pista hasta allí, para llegar adonde iba a ir antes de que el barrio se inundara de policías.
Hardwick parecía escéptico, pero no más de lo habitual: se había convertido en su rasgo natural.
—¿Estás suponiendo que todo fue parte de un plan, que todo fue premeditado?
—Esa sería mi interpretación. ¿Lo ves de manera diferente?
—Hay problemas de una manera u otra.
—¿Por ejemplo?
Hardwick negó con la cabeza.
—Primero, dame tu argumento para la premeditación.
—La posición de la cabeza.
La boca de Hardwick se transformó en una mueca.
—¿Qué pasa con eso?
—La forma en que lo describiste: de cara al cuerpo, con la tiara en su lugar. Suena como una disposición deliberada que significaba algo para el asesino o que pretendía que significara algo para alguien más. No hay nada de furia del momento.
Hardwick tenía aspecto de estar experimentando un reflujo ácido.
—El problema con la premeditación es que ir a la cabaña fue idea de la víctima. ¿Cómo iba a saber Flores que iba a hacer eso?
—¿Cómo sabes que ella no lo había discutido con él antes?
—Le dijo a Ashton que solo quería pedirle a Flores que se uniera al brindis nupcial.
Gurney sonrió, esperó a que Hardwick pensara en lo que estaba diciendo.
Hardwick se aclaró la garganta con incomodidad.
—¿Crees que es mentira? ¿Que tenía alguna otra razón para ir a la cabaña? ¿Que Flores la había engañado antes y ella estaba mintiendo a Ashton sobre la cuestión del brindis? Eso son grandes suposiciones basadas en nada.
—Si el asesinato fue premeditado, tuvo que ocurrir algo así.
—¿Y si no fue premeditado?
—No tiene sentido, Jack. Eso no fue un impulso. Fue un mensaje. No sé cuál era el destinatario ni qué significaba. Pero no me cabe duda de que era un mensaje.
Hardwick puso cara de sentir otro reflujo ácido, pero no discutió.
—Hablando de mensajes, encontramos uno extraño en el teléfono móvil de la víctima: un SMS que le enviaron una hora antes de que la mataran. Decía: «Por todas las razones que he escrito». Según la compañía telefónica, el mensaje salió del teléfono de Flores, pero estaba firmado por «Edward Vallory». ¿Ese nombre significa algo para ti?
—Nada.
La habitación se había oscurecido y apenas podían verse el uno al otro en extremos opuestos del sofá. Gurney encendió la lámpara que estaba a su lado, a un lado de la mesa.
Hardwick se frotó otra vez la cara, con las palmas de ambas manos.
—Antes de que me olvide, quería mencionar una pequeña cosa que observé en la escena y que se recordó en el informe del forense y que me pareció extraña. Podría no significar nada, pero… la sangre en el cuerpo en sí, en el torso, estaba delante.
—¿Delante?
—Sí, en el lado más alejado de donde Flores podría haber estado de pie cuando usó el machete.
—¿Adónde quieres llegar?
—Bueno, ¿sabes…? ¿Sabes que, de alguna manera, absorbes todo lo que ves en la escena de un homicidio? Entonces empiezas a imaginar qué es lo que hizo alguien para que las cosas estén así.
Gurney se encogió de hombros.
—Claro. Es automático. Es lo que hacemos.
—Bueno, estoy mirando cómo la sangre de las carótidas brotaba por el otro lado de su cuerpo, a pesar de que el torso estaba sentado recto, como apoyado en los brazos de la silla, y me estoy preguntando por qué. O sea, hay una arteria en cada lado, entonces ¿cómo es que toda la sangre cayó para un lado?
—¿Y cómo lo imaginas?
Hardwick mostró los dientes en una rápida mueca de desagrado.
—Imaginé a Flores cogiéndola por el pelo con una mano y con la otra pasando el machete con todas sus fuerzas por el cuello, lo cual coincide bastante con lo que el forense cree que ocurrió.