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Authors: Louisa May Alcott

Tags: #Clásico, Drama, Romántico

Mujercitas (39 page)

BOOK: Mujercitas
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Mientras Amy señalaba a un sonriente niño Jesús sentado sobre las rodillas de su madre, la señora March vio algo en la mano de su hija que la hizo sonreír. No dijo nada, pero Amy entendió lo que aquella sonrisa significaba y, tras una breve pausa, añadió muy seria:

—Pensaba comentártelo, pero se me olvidó. La tía me ha regalado este anillo hoy. Me mandó llamar, me dio un beso y lo puso en mi dedo diciendo que estaba orgullosa de mí y que le gustaría tenerme siempre a su lado. Me ha dado este otro para que no se me caiga el de turquesa, que es demasiado grande para mi dedo. Me gustaría llevarlos puestos, ¿me dejas, mamá?

—Son muy bonitos, pero creo que aún eres muy joven para usar esta clase de joyas, Amy —respondió la señora March mientras observaba el efecto que la hilera de piedras azul cielo y el curioso anillo de oro con dos diminutas manos entrelazadas producían en la mano pequeña y rolliza de su hija.

—Intentaré no ser vanidosa —explicó Amy—. No me gusta solo porque sea bonito. Mi intención es usarlo como la chica del cuento usaba su brazalete, como recuerdo de algo.

—¿De la tía March? —preguntó la madre entre risas.

—No; para recordarme que no he de ser egoísta. —Amy parecía tan seria y sincera que su madre dejó de reír en el acto y escuchó con respeto su explicación—. En estos días, he pensado mucho sobre mis faltas y he concluido que el egoísmo es la peor de todas. Voy a hacer lo posible por eliminarlo. Á Beth la quiere todo el mundo y la idea de perderla resultaba tan insoportable precisamente porque no es egoísta. Sí yo enfermase, la gente no lo sentiría ni la mitad, y lo cierto es que no merezco más. Pero me gustaría tener muchos amigos que me quisieran y me echasen de menos, por lo que he decidido ser como Beth en todo lo que pueda. Y para que no se me olviden mis buenas intenciones, me gustaría llevar algo que me recordase constantemente que he de esforzarme por ser mejor. ¿Podría probar con esto?

—Sí, pero me inspira más confianza el rincón del armario. Ponte el anillo, querida, y esfuérzate mucho. Creo que harás grandes progresos, pues el deseo verdadero de cambiar supone tener media batalla ganada. Ahora, debo volver junto a Beth. No te desanimes, hijita; pronto podrás volver a casa.

Aquella noche, mientras Meg escribía a su padre para darle noticias sobre el viaje y la llegada de su madre, Jo subió a la habitación de Beth y encontró a la señora March sentada donde acostumbraba, Se quedó unos segundos quieta, retorciéndose el cabello con los dedos en un gesto que indicaba indecisión y preocupación.

—¿Qué te ocurre, querida? —preguntó la señora March tomándole la mano para inspirarle confianza.

—Mamá, hay algo que te quiero contar.

—¿Es sobre Meg?

—¡Qué rápido lo has adivinado! Sí, es sobre ella y, aunque es algo sin importancia, me preocupa.

—Beth duerme; habla en voz baja y cuéntamelo todo. Espero que ese joven, Moffat, no haya venido por aquí —comentó la señora March con dureza.

—No, y de haberse atrevido, le habría cerrado la puerta en las narices —dijo Jo sentándose en el suelo, a los pies de su madre—. El verano pasado Meg se dejó un par de guantes en casa de los Laurence y solo recuperó uno. Nadie le dio importancia al asunto, hasta que Teddy me contó que el señor Brooke tenía el guante. Lo llevaba en el bolsillo de su abrigo y; en una ocasión, se le cayó y Teddy bromeó al respecto. El señor Brooke reconoció que le gustaba Meg, pero que no se atrevía a confesarlo porque ella era muy joven y él, muy pobre. ¿No te parece terrible?

—¿Y tú crees que a Meg le gusta él? —preguntó la señora March con cierta preocupación.

—¡Pobre de mí! ¡No entiendo nada del amor ni de esa clase de tonterías! —exclamó Jo, con una divertida mezcla de interés y desprecio—. En las novelas, se nota cuando una muchacha está enamorada porque se ruboriza, se desmaya, adelgaza o se comporta como una tonta. Meg no hace nada de eso; come, bebe y duerme como una persona normal. Me mira a los ojos cuando hablamos de este hombre y solo se ruboriza ligeramente cuando Teddy hace alguna broma sobre enamorados. Le tengo prohibido que lo haga, pero no me hace caso.

—Entonces, ¿supones que a Meg no le interesa John?

—¿Quién? —exclamó Jo, perpleja.

—El señor Brooke. Ahora le llamo John. En el hospital, empecé a llamarle por su nombre y a él le complace.

—¡Oh, Dios mío! Sabía que te pondrías de su parte. Claro, como ha sido tan bueno con papá, en lugar de mandarle a paseo, le dejarás casarse con Meg si así lo quiere. ¡Qué listo! Fue a cuidar de papá y te ofreció su ayuda para engatusarte y obtener tu favor. —Jo volvió a juguetear con su cabello, visiblemente nerviosa.

—Querida, no te enfades por esto y deja que te cuente cómo ocurrió todo. John me acompañó a petición del señor Laurence y se mostró tan atento con tu pobre padre que no pudimos evitar tomarle cariño. Fue totalmente sincero y honrado con respecto a sus sentimientos hacia Meg, nos dijo que la quería pero que trabajaría para poder darle un hogar confortable antes de pedir su mano. Solo pretendía contar con nuestro consentimiento para quererla y luchar por ella, y nuestro permiso para intentar conquistar su corazón. Es un hombre extraordinario y no podíamos negarnos a escucharle, pero no permitiré que Meg se comprometa siendo tan joven.

—Claro que no, ¡sería una estupidez! Sabía que tramaba algo, lo sentía. ¡Pero es peor de lo que imaginaba! Cómo me gustaría poder casarme con Meg yo misma para mantenerla sana y salva dentro de la familia.

Tan curiosa ocurrencia hizo sonreír a la señora March, que sin embargo añadió muy seria:

—Jo, confío en ti. No le digas nada a Meg. Cuando John vuelva, los veré juntos y entonces conoceré mejor los sentimientos de tu hermana hacia él.

—Ella verá los de él en la forma en que la mirará con esos hermosos ojos de los que tanto me habla y, entonces, estará perdida. Tiene el corazón blando y se derretirá como mantequilla bajo el sol si alguien la mira con amor. Leía más las cortas notas que él mandaba que tus cartas y me pellizcaba si yo lo mencionaba ante los demás. A Meg le gustan sus ojos y no me cabe duda de que se enamorará de él, y entonces se acabarán la paz, la diversión y los buenos ratos que pasamos juntas. ¡Lo veo venir! Irán por la casa como dos enamorados y tendremos que irlos esquivando; Meg no pensará en otra cosa y ya no querrá hacer nada conmigo; Brooke conseguirá hacerse rico de alguna manera, se la llevará y quedará un hueco en la casa; me destrozará el corazón y todo será de lo más desagradable. ¡Pobre de mí! ¿Por qué no habremos nacido todas hombres? ¡Entonces no tendríamos de qué preocuparnos!

Jo apoyó la cara en las rodillas en actitud desconsolada y cerró el puño pensando en lo poco que le gustaba John. La señora March suspiró y Jo levantó la mirada con cierto alivio.

—Mamá, ¿a ti tampoco te gusta? Me alegro. Dile que se ocupe de sus asuntos y no le menciones nada a Meg. Así podremos seguir viviendo felices y juntas como hasta ahora.

—He hecho mal en suspirar. No hay nada malo en que cada una, llegado el momento, cree su propio hogar; es lo natural. Pero quiero conservar a mis hijas cerca el máximo tiempo posible. Lamento que esto ocurra tan pronto, porque Meg no tiene más que diecisiete años y todavía habrán de pasar unos años hasta que John sea capaz de ofrecerle un hogar en condiciones. Tu padre y yo pensamos que no debería comprometerse ni casarse antes de los veinte. Si ella y John se quieren, no tendrán inconveniente en esperar y poner a prueba su amor, Ella es muy sensata y estoy segura de que le tratará con el respeto que merece. ¡Mi hermosa y bondadosa hija! Espero que todo le vaya bien.

—¿No preferirías que se casara con un hombre rico? —preguntó Jo al notar que a su madre se le quebraba un poco la voz al pronunciar la última frase.

—El dinero es útil y bueno, Jo, Deseo que a mis hijas nunca les falte ni les tiente tener demasiado. Me gustaría que John encontrase un buen trabajo que le permitiera ganarse bien la vida y ofrecer un hogar confortable a Meg. No anhelo grandes fortunas para vosotras, ni una buena posición social ni un título. SÍ el rango y el dinero llegan de la mano del amor y la virtud, bienvenidos sean, disfrutadlos. Pero sé por experiencia propia que en un hogar sencillo, en el que se trabaja para ganar el pan, se puede ser muy feliz, y que sufrir pequeñas privaciones ayuda a valorar más lo que se tiene. No me importa que Meg lleve una vida sencilla porque, si no me equivoco, dispondrá de la mejor riqueza: el corazón de un hombre bueno. Y esa es la mejor de las fortunas.

—Te comprendo, mamá, y estoy de acuerdo contigo, pero me siento decepcionada porque tenía mejores planes para Meg. Esperaba que se casase con Teddy y viviese rodeada de lujo. ¿Acaso no sería magnífico? —preguntó Jo con brillo en los ojos.

—Él es más joven que ella… —empezó la señora March.

—Eso no importa —la interrumpió Jo—. Es un muchacho muy maduro para su edad y es alto. Y, cuando quiere, sabe comportarse como un adulto. Además, es rico, bueno y generoso y nos quiere a todas. Creo que es una pena que mi plan se haya echado a perder.

—Temo que Laurie no sea lo bastante mayor para Meg y es aún demasiado alocado para cuidar de nadie. No hagas planes, Jo. Deja que el tiempo y los sentimientos se encarguen de emparejar a tus amigos. No es bueno inmiscuirse en esos asuntos. Será mejor que olvides esa «basura romántica», como tú la llamas, y no estropees una buena amistad.

—Está bien, así lo haré, pero me molesta que las cosas salgan del revés cuando con un tironcito aquí y otro allá podría enderezarse todo… Me gustaría que nos pusieran un peso en la cabeza para impedir que siguiésemos creciendo. Pero los capullos dan paso a las rosas y los gatitos se convierten en gatos… ¡Es una pena!

—¿Qué dices de pesos y gatos? —preguntó Meg al entrar en la habitación con la carta recién terminada en la mano.

—Es solo una de mis absurdas ideas. Me voy a la cama. Vamos, Peggy —dijo Jo poniéndose en pie con un efecto similar al de un desplegable que surge al abrir un libro.

—Estupendo, está muy bien escrita. Por favor, añade saludos para John de mi parte —dijo la señora March tras echar un vistazo a la carta y devolvérsela a su hija.

—¿Le llamas John? —inquirió Meg con una sonrisa y una expresión inocente en la mirada.

—Sí, se ha portado como un hijo con nosotros y le apreciamos mucho —contestó la señora March mirándola con suma ternura.

—Me alegro. Se siente muy solo. Buenas noche, mamá. Es fantástico tenerte de nuevo con nosotras —se limitó a decir Meg.

La señora March le dio un tierno beso de buenas noches y, al verla marchar, dijo, con una mezcla de satisfacción y melancolía:

—Todavía no le ama, pero pronto lo hará.

21
LAURIE COMETE UNA TRAVESURA Y JO PONE PAZ

L
a cara de Jo, al día siguiente, era digna de verse. Guardar el secreto le costaba y tenía ganas de hacerse la importante y adoptar un aire misterioso. Meg se dio cuenta, pero no le prestó atención porque sabía por experiencia que la mejor manera de conseguir algo de Jo era actuar en sentido contrario a lo esperado. Y que, cuanto menos preguntase, más posibilidades tenía de que su hermana se lo contase todo. Por eso le sorprendió sobremanera quejo no solo no rompiese su silencio, sino que la tratase con una condescendencia irritante, con lo que Meg adoptó una digna reserva y se volcó en atender a su madre. Jo quedó libre de obligaciones, puesto que la señora March se hizo cargo de las labores de enfermera y le recomendó que descansase, hiciese ejercicio y se divirtiese como antes de aquel largo encierro. Como Amy no estaba en casa, Laurie era su único consuelo. Sin embargo, aunque disfrutaba de su compañía, temía verle en aquellos momentos porque él siempre la sonsacaba y podría arrancarle su secreto.

Tenía razón. El travieso muchacho intuyó enseguida el misterio y, decidido a averiguar de qué se trataba, hizo la vida imposible a Jo. Rogó, prometió, la ridiculizó, amenazó y riñó, fingió indiferencia para sonsacarla sin que se diese cuenta, afirmó que ya lo sabía, para luego decir que no le importaba y, por fin, en premio a su perseverancia, consiguió que su amiga le confirmase que el asunto concernía a Meg y al señor Brooke. Indignado porque su tutor tuviese secretos para con él, empezó a idear la forma de vengar la afrenta.

Mientras tanto, Meg parecía haber olvidado la cuestión y estaba concentrada en los preparativos de la vuelta de su padre a casa. Sin embargo, de pronto algo pareció cambiar en ella y durante un par de días tuvo un comportamiento muy extraño. No prestaba atención cuando le hablaban, se ruborizaba si alguien la miraba y cuando se sentaba a coser adoptaba una actitud reservada y parecía preocupada. A las preguntas de su madre, contestaba que se encontraba perfectamente, y a Jo le pedía que la dejara sola.

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