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Authors: Christopher Wood

Tags: #Aventuras, #Policíaco

Moonraker (21 page)

BOOK: Moonraker
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—Pero usted ha mejorado la esterilidad, ¿verdad, Drax?

—Si prefiere utilizar esa fraseología —dijo Drax, sonriendo—. Sí, lo he conseguido. Tal y como probablemente observó en Venecia, esas mismas semillas producen ahora la muerte.

—Excepto a los animales.

—Y tampoco a las plantas —dijo Drax, extendiendo las manos—. Tiene uno que conservar el equilibrio de la naturaleza. Que nadie diga que, en el fondo, no soy un ecologista —su risa era como rascar sobre una lápida.

—Se inicia ahora el programa de lanzamiento del Moonraker.

La voz que se escuchó por el sistema de comunicación general se superpuso por un momento a los murmullos de voces que llenaban la cámara. Drax levantó la mirada hacia una de las pantallas y Bond la siguió.

—Ha llegado usted en un momento propicio, Mr Bond —la voz era un ronroneo contenido. Bond vio una gran ampliación del casquete polar ártico. No había el menor signo de presencia humana. Sonó entonces otra voz:

—Moonraker uno. ¡Despegue!

Inmediatamente, la superficie polar se estremeció y la pantalla se inundó de luz. A través de la luz apareció la nariz cónica de un cohete al que se encontraba agregado un vehículo espacial. El conjunto se elevó con lentitud en el aire y después rugió dirigiéndose hacia el cielo, dejando tras de sí una densa y cegadora columna de humo y llamas. La imagen cambió inmediatamente después a un espacio de desierto pelado.

—Moonraker dos. ¡Despegue!

El parloteo de las voces de los técnicos orquestó la aparición de un segundo cohete y vehículo espacial. Las fases finales de la cuenta atrás aparecieron en la pantalla y los monitores de la cámara absorbieron los datos, cambiando temperaturas y presiones. Bond miró hacia Tiburón. Contemplaba la escena con los ojos redondeados y la boca abierta, como un niño que estuviera mirando un iluminado árbol de Navidad.

—Moonraker tres. ¡Despegue!

Ahora, la imagen había cambiado a una cadena montañosa y un tercer cohete y vehículo espacial fueron lanzados al espacio.

La admiración de Bond era casi igual a la de Tiburón, y junto a ella se desarrollaba una creciente sensación de alarma. ¿Por qué se ponían en órbita aquellas naves espaciales? ¿Qué estaba planeando Drax? Durante todo el tiempo, en el fondo de la mente de Bond, se encontraba la imagen de lo que había visto en la cristalería. Los dos científicos cayendo al suelo, con las manos agarradas a la garganta. Las ratas chirriando en sus jaulas…

Bond miró a su alrededor y vio que tanto Tiburón como Drax estaban absortos contemplando lo que veían en las pantallas. Empezó a deslizarse hacia un lado y sintió algo duro apretado contra sus costillas. Un guardián armado con un subfusil le empujó sin piedad hacia donde se encontraba antes. Drax se dirigió a Bond sin volver la cabeza.

—Comprendo su deseo de abandonarnos, Mr Bond. En realidad, lo apruebo. Sin embargo, se marchará usted cuando
yo
lo quiera. Mi genio exige el respeto de un poco de atención.

Bond leyó el mensaje de los brillantes dientes de Tiburón y se volvió de nuevo hacia las pantallas. Contemplaba ahora un atolón en el Pacífico. Las palmeras se estremecieron y a continuación desaparecieron de la vista cuando un deslumbrante fulgor brilló en los monitores. Bond recordó lleno de incomodidad otro atolón en el Pacífico.

—Hemos despegado —dijo una voz satisfecha a través del sistema de comunicación general, y la brillante cola del cohete desapareció por la parte superior de la pantalla.

Una densa nube de arena y humo empezó a aclararse y las agitadas palmeras detuvieron su estremecimiento. De pronto, la pantalla se puso negra.

—¿Cuatro vehículos en el espacio? —preguntó Bond.

—Seis —contestó brevemente Drax.

Se volvió hacia uno de los técnicos, sentado ante un ahumado panel de vidrio en el que unos círculos de luz convergían hacia una brillante ascua que latía a intervalos de un segundo. El técnico habló por un micrófono.

—Moonraker cinco en programa previo de lanzamiento. Menos diez.

Los números electrónicos de la cuenta atrás empezaron a aparecer sobre la consola mientras otro técnico hablaba por su micrófono.

—Moonraker seis en programa previo de lanzamiento. Menos dos cero.

—Dígame una cosa —preguntó Bond, volviéndose hacia Drax—. El Moonraker que hacía el viaje a Londres y que desapareció en Alaska, lo robó usted, ¿verdad?

Los ojos de Drax recorrieron los monitores.

—Utiliza usted el lenguaje de los periódicos sensacionalistas, Mr Bond. Digamos que recuperé mi propiedad. Fue una lamentable necesidad. Uno de los Moonraker que tenía intenciones de utilizar en este programa desarrolló un error técnico. No estaba dispuesto a retrasar la operación —miró a Bond y un rápido dardo rojizo brilló en sus ojos—. Como ya sabe, no soy famoso por mi paciencia.

—¿Y cuál es la operación?

Drax sostuvo la mirada de Bond durante un par de segundos y después sacudió la cabeza con brusquedad, como despidiéndose de él.

—No, Mr Bond. Ya me ha distraído bastante —se volvió hacia Tiburón y añadió—: Mr Bond debe estar aterido después de haber nadado tanto. Llévale a un lugar donde pueda estar caliente.

Tiburón mostró un centímetro de burlón metal, como si compartiera una especie de broma privada, y empujó a Bond hacia una rampa que conducía a un lugar más profundo de la pirámide. Bond se volvió hacia su captor y se despidió:

—Hasta luego, Drax.

La voz que le contestó fue como una navaja envuelta en terciopelo.

—Fugazmente quizás, Mr Bond.

Al final de la rampa había una red de pasillos débilmente iluminados, y Bond sintió la mano de Tiburón apretando su brazo y obligándole a avanzar hacia una pesada puerta de madera reforzada con piezas de metal horizontales. La presión de la mano del gigante le hizo comprender que no valía la pena tratar de escapar. Se corrieron los cerrojos y la puerta se abrió lo bastante como para que pasara el cuerpo de Bond. Con un empujón del brazo de Tiburón, Bond fue lanzado contra la pared opuesta mientras la puerta se cerraba de golpe tras él.

—¡James!

Bond se volvió para encontrarse con Holly, que se lanzó hacia él. La cogió por los hombros y la miró a los ojos.

—Gracias a Dios. ¿Estás bien?

—Aparte de unos pocos cardenales, sí. ¿Y tú?

—Lo mismo.

Miró a su alrededor. Se encontraban en una cámara alta y abovedada, amueblada con sillas funcionales y un sofá. Parecía la sala de espera de un médico, pero sin ventanas.

—¿Dónde diablos estamos?

—No lo sé. No me he movido desde que me trajeron aquí —Bond miró hacia el techo, situado a bastante altura sobre sus cabezas. Era casi como si se encontraran en el fondo de un pozo.

—Drax está lanzando media docena de Moonraker al espacio. Cuatro de ellos ya han despegado.

—¿Sabes por qué?

—Eso es lo que iba a preguntarte.

—¿Dónde están los otros dos vehículos espaciales? —preguntó Holly, sacudiendo la cabeza.

Bond empezó a deambular por la habitación.

—Creo que deben estar en alguna parte cerca de aquí. Vamos a tener que salir y localizarlos.

—Déjeme que le ahorre el problema, Mr Bond.

La voz pertenecía a Drax y emitió un eco procedente de arriba. Al mismo tiempo, el techo situado sobre sus cabezas se abrió y comenzó a retroceder. Bond contuvo la respiración. Estaba contemplando los cilindros como cañones de dos poderosos retrocohetes. Un cohete y un Moonraker estaban situados verticalmente sobre su profunda prisión, sostenidos por dos gigantescos brazos de metal. Bond comprendió entonces la observación de Drax a Tiburón acerca de colocarle en un lugar donde pudiera estar caliente. Holly y él se encontraban en la cámara de gases de escape del cohete. Una segunda serie de paneles, en el techo de la pirámide, retrocedió para revelar un trozo de cielo lejano; tan distante como la esperanza de escapar.

—Hasta en la muerte, mi generosidad no tiene límites —la borrosa silueta de Drax se asomó por el borde del pozo. Sus manos hicieron un gesto de suficiencia en el aire—. Cuando este cohete se eleve les dejaré a ustedes en su propio crematorio privado.

Elevó una mano y un ascensor comenzó a descender desde la abertura en la cabina del Moonraker.

—Doctora Goodhead, Mr Bond, me despido de ustedes —les dirigió un burlón saludo y subió al ascensor. Con un chirrido remoto, éste empezó a elevarse en el aire. Bond miró hacia los gemelos cilindros de muerte, pensando en las oleadas de nubes de llamas que había visto surgir de los retrocohetes en las pantallas de televisión. Cuando el Moonraker cinco se elevara con Drax en su interior, quedarían reducidos a cenizas en espacio de pocos segundos.

—Moonraker cinco. Cuatro minutos para el despegue.

La voz del técnico sonó como la del ayudante de un enterrador.

Bond evitó la desesperada mirada de Holly y se dedicó a inspeccionar las paredes de la cámara. La atmósfera no era densa a pesar de la aparente falta de ventilación. Comenzó a empujar un armario de acero a lo largo de la pared.

—¿Qué es? —le preguntó Holly, mirándole con intensidad—. ¿Crees que podemos salir de aquí escalando?

—No subiendo por esa pared. Estoy buscando una abertura de ventilación.

Se arrodilló al encontrar una abertura cuadrada en la pared, a unos treinta centímetros del suelo. Echó un vistazo a través de un cruce de barras de metal y vio que, en efecto, había un estrecho pozo de ventilación, de quizás diez metros de longitud. Más allá aparecía tentadoramente el follaje de la jungla. Bond agarró las barras y apretó los dientes. Se esforzó hasta que el sudor corrió por sus mejillas, pero las barras no se movieron. Holly se arrodilló a su lado, con la esperanza muriendo en sus ojos.

—Tres minutos para el lanzamiento.

Quizás fue la imaginación de Bond, pero parecía haber un matiz de burla en el anuncio del técnico a través del sistema de comunicación. Los brazos de metal se separaban uno a uno del cohete, y el ascensor y su árbol motor móvil se habían retirado ya fuera de la vista. Y, lo más siniestro de todo, unos delgados hilillos de gases de escape surgían de los retrocohetes como de la cazoleta de una pipa. Toda la estructura de los cohetes empezó a estremecerse.

—¿No puedes moverlo?

Bond no contestó, pero apretó a Holly contra la pared. Sus dedos tantearon su reloj y Holly vio lo que parecía la rueda para dar cuerda que se separaba del lado. Detrás de él apareció un hilo fino, como si una araña estuviera descendiendo de su hilo. Bond se arrodilló y, con toda rapidez, apretó el pequeño círculo de metal contra el punto en que una de las barras surgía de la pared. Se escuchó un
clic
casi imperceptible. El trozo de metal se adhirió allí. Bond hizo que Holly retrocediera aún más junto a la pared y se movió para tomar una posición junto a ella. Del reloj todavía seguía saliendo hilo.

—Dos minutos para el lanzamiento.

Ahora, la voz del técnico apenas si podía oírse por encima del bajo ruido chirriante que emanaba del cohete y que aumentaba de intensidad a cada segundo. El hedor de los gases del combustible raspaba en sus gargantas.

Bond apretó la espalda contra la pared y su mano se movió hacia el reloj. Holly le miró con una expresión irónica e interrogante en los ojos, y después contempló el hilo.

—¿Estiramos? —preguntó.

—Empujamos.

El dedo de Bond se apretó contra el reloj y una marca de luz roja parpadeo por el hilo. Se produjo una violenta explosión y una nube de humo surgió de la boca del pozo de ventilación. Bond avanzó al mismo tiempo que el fusible cortado retrocedía, introduciéndose de nuevo en el reloj. La rejilla había saltado a un lado. Sólo quedaban unos pocos cabos de metal. Bond hizo un gesto hacia la abertura.

—¡Entra!

Tenía los ojos llorosos y empezaba a sofocarse. El humo giraba a su alrededor. Toda la estructura del cohete empezaba a palpitar. Los brazos de metal ya habían desaparecido de la vista. El cielo era invisible, oculto tras un revoltijo de humo. Las llamas de los retrocohetes estaban aumentando como flores al abrirse, pasando del verde hasta el rojo a través del amarillo.

—Un minuto para el lanzamiento.

El toque de difuntos sonó en los oídos de Bond cuando se introdujo en el pozo y empezó a gatear tras Holly. En menos de sesenta segundos una despiadada lengua de fuego les perseguiría, asándoles vivos como si estuvieran metidos en un horno. Un trozo de metal le arrancó un fragmento de piel en la rodilla, pero él apenas lo notó. Tras de sí podía oír cómo aumentaba el ruido hasta alcanzar el tono de un aullido insufrible. Los gases se amontonaban alrededor de su cabeza; gases que en cualquier momento se encenderían para arrancarle la carne de la cara. Tropezó contra los tacones de Holly y le gritó para que fuera más deprisa. Sangraba por los nudillos. El cuerpo de Holly le cerraba el aire y la luz. No podía ver nada ante él. Con un nuevo aguijonazo de dolor, vio que el pozo de ventilación se estrechaba. Sus hombros rozaban contra la roca a ambos lados. Aún les debían faltar otros cinco metros. No iban a conseguirlo.

—Diez… nueve… ocho…

En alguna parte, tras ellos, el técnico iba contando los números finales sobre un luchador caído. Bond se imaginó la antorcha de llamas surgiendo por entre sus piernas y sintió deseos de gritar, lleno de horror.

—Tres… dos… uno… ¡lanzamiento!

Bond hizo un último esfuerzo por seguir a Holly y meterse en el túnel lateral. Apenas se había introducido en la abertura cuando una bola de fuego amarilla rugió, pasando, haciéndole gritar de dolor. Escuchó el sonido de su pelo chamuscándose y olió la tela chamuscada de su traje. El dolor era agonizante y, durante varios segundos, pensó que iba a morir. Entonces la llama desapareció tan repentinamente como había llegado y sólo quedó un jirón de humo acre. En alguna parte, en la distancia, un gran rugido se hinchó y después desapareció. Bond se tocó la carne quemada e hizo una mueca de dolor. Trozos de material chamuscado se le pegaban y no tenía la menor idea de lo gravemente que había sido herido.

—¡James!

Bond urgió a Holly para que siguiera.

—Continúa. Estoy bien.

Apretó los dientes con fuerza para luchar contra el dolor y trató de hallar consuelo en el hecho de que en el lado del pozo de ventilación, en alguna parte cercana a ellos, había una fuente de luz y aire. Aquello resultó ser una nueva reja que daba a un reborde de roca; la luz era artificial y procedía de una lámpara adosada a la roca, junto a la reja. Bond escuchó el sonido de un vehículo a motor que pasaba, y después otro. El sistema de comunicación interior apenas si era audible en la distancia. Bond supuso que debían encontrarse en algún túnel que daba a la sala de control. Holly esperó junto a la reja, mientras Bond la atacaba con sus dedos ensangrentados. Ésta era una revuelta construcción de alambre que podía quitarse con facilidad. Se arrastró fuera, junto a la roca, y permaneció quieto, sintiendo el increíble bálsamo de aire frío contra sus mejillas. Lentamente, algo que semejaba a la vida regresó a sus entumecidos miembros. Y con ello llegó la responsabilidad de la acción. Hasta el momento, sólo habían conseguido salvar sus vidas. Pero Bond había visto lo suficiente como para comprender que otras muchas vidas se hallaban en juego.

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