Misterio del príncipe desaparecido (20 page)

BOOK: Misterio del príncipe desaparecido
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Su rostro se iluminó. ¡Junto a la enorme cama con colcha verde había un teléfono de color verde pálido! ¡Cáscaras! ¿Podría utilizarlo sin ser descubierto? Cerrando quedamente la puerta tras sí, el muchacho atravesó la habitación de puntillas. Luego, tomando todo el aparato, metióse debajo de la cama con él, con la esperanza de que allí no resonara su voz.

Fatty levantó el receptor con el corazón palpitante. ¿Contestarían desde la central?

A poco tuvo el inmenso alivio de oír una voz que decía:

—¿Qué número desea, por favor?

Fatty lo dio en voz baja.

—Es el número de la policía —susurró con apremio—. Le ruego que me dé la comunicación en seguida.

Transcurrido medio minuto otra voz dijo:

—Aquí, el cuartel de la policía.

—Soy Federico Trotteville —cuchicheó Fatty—. Quiero hablar con el Inspector Jefe inmediatamente.

Sobrevino una pausa. Por último, Fatty escuchó jubiloso la voz del inspector.

—¿Qué ocurre, Federico?

—Escuche —murmuró Fatty—, estoy en la alquería situada en medio de los pantanos de Raylingham. Estoy seguro de que el príncipe secuestrado está aquí también. Hay un helicóptero revoloteando sobre el lugar, y sospecho que hemos llegado en el crítico momento en que esa gente piensa llevarse al príncipe. Estamos prisioneros, señor, pero he conseguido llegar hasta un teléfono. Estamos todos aquí, incluso Ern. ¿Puede usted enviar unos hombres?

Sucedióse otra pausa. Fatty se imaginaba la cara de sorpresa del estupefacto jefe. Por fin la enérgica voz de éste percibióse de nuevo en el auricular.

—Sí, ahora mismo los mando. Permanece ahí hasta que acudamos... y procura impedir que se lleven al príncipe. ¡Si hay en el mundo una persona capaz de impedirlo, esa persona eres «tú», Federico! ¡Qué faena la tuya!

El teléfono enmudeció. Fatty colgó el receptor con un suspiro de alivio. Tarde o temprano recibirían ayuda. Al presente podía dedicarse a explorar libremente los alrededores. ¡Si al menos tuviese la suerte de descubrir el escondrijo del príncipe!

Cautelosamente, el chico salió de debajo de la cama y, depositando de nuevo el teléfono en la mesilla de noche, dirigióse de puntillas a la puerta. Todo seguía en silencio. Poco a poco abrió la puerta y asomóse a explorar el pasillo. Estaba desierto.

«Lo mejor será buscar una puerta cerrada con llave —pensó Fatty—. Esto es lo único que se me ocurre de momento. Veamos: la alquería tiene dos alas y yo estoy en el medio. Eso significa que nos encerraron en una de las dos alas. Es posible que el príncipe esté en la otra.

Con suma cautela, el muchacho asomóse a una ventana para ver dónde estaba la otra ala de la casa. Al punto reparó en una ventana con reja. ¡Sin duda aquélla era la estancia que buscaba!

Apartándose de la ventana, Fatty recorrió el pasillo, dispuesto a averiguar si había otro medio de pasar a la otra ala prescindiendo de la escalera y el vestíbulo.

El muchacho llegó al rellano de la escalera. Procedente de una habitación de abajo llegaba un murmullo de voces... De pronto, a través de la ventana del rellano, Fatty vio algo en movimiento.

¡Era el helicóptero! ¡El aparato descendía lentamente entre el zumbido de las paletas de la hélice! Fatty lo vio desaparecer detrás de un gran edificio con aspecto de hórreo. A buen seguro, había un campo de aterrizaje en la parte posterior. El muchacho frunció el ceño. El tiempo apremiaba. ¡De un momento a otro, podían llevarse al príncipe en aquel artefacto!

Al fondo del rellano, halló un estrecho y corto pasillo. ¡A lo mejor llevaba a la otra sala! En efecto, tras recorrerlo pausadamente, el chico comprobó que sus suposiciones eran ciertas.

—¡Ahora es cuestión de encontrar la habitación con rejas en las ventanas! —pensó Fatty, jubilosamente.

De pronto, retrocedió, asustado. Acababa de oír el rumor de la puerta en el momento en que alguien la cerraba con llave y una voz masculina decía algo en voz alta.

Fatty agazapóse detrás de la cortina que cubría una ventana, sin atreverse a respirar. Junto a él, resonaron unos pasos que continuaron avanzando hasta el gran rellano que coronaba la escalera. Cuando renació la calma. Fatty salió de su escondrijo y recorriendo el pasillo de puntillas, pasó ante dos puertas abiertas y se detuvo al llegar a la tercera.

¡Estaba cerrada con llave! Afortunadamente, hallábase en la cerradura. Fatty dióle media vuelta y, empujando la puerta, echó una ojeada al interior.

Un muchacho de cara morena y expresión huraña, levantó la vista hacia el recién llegado. Fatty comprobó al punto que el chico era poco más o menos de la talla de Pip y muy parecido a Rollo, el gitano, en cuanto a estatura y pigmentación de la piel.

—¿Eres el príncipe Bongawah? —cuchicheó Fatty.

El muchacho asintió, mirando asombrado a aquel grueso muchacho desconocido.

—Entonces, ven conmigo —susurró Fatty—. He venido a salvarte. ¡Apresúrate!

El chico precipitóse a la puerta, hablando en un idioma extranjero.

—¡Silencio! —ordenó Fatty—. ¿Quieres alborotar toda la casa? ¡Sígueme y no hagas ruido!

El muchacho obedeció, súbitamente silencioso. Fatty cerró de nuevo la puerta con llave. Luego, con cautelosos movimientos y el corazón latiéndole locamente en el pecho, condujo al príncipe por el estrecho pasillo, a través del rellano de la escalera y a lo largo del corredor que llevaba a la otra ala del edificio.

Entonces, abriendo la puerta de la habitación donde estaban encerrados sus compañeros, empujó al chico al interior. Todos miraron asombrados al sonriente Fatty y a aquel desconocido tan moreno y exótico.

—He encontrado al príncipe —declaró Fatty gozosamente—. Y he pensado que el lugar más seguro para esconderle, de momento es aquí. Que se meta en ese armario. A nadie se le ocurrirá buscarlo en la habitación donde «se supone» que estamos prisioneros.

—¡Oh, Fatty! —exclamó Bets—. ¡Qué magníficas ideas tienes! ¡Pobre príncipe! Probablemente no sabe a qué atenerse.

Entonces el príncipe, dirigiéndoles una leve inclinación de cabeza, dijo en correctísimo inglés:

—Llevo muchos días prisionero. He pasado mucho miedo y angustia. ¿Sois amigos míos?

—¡Naturalmente! —asintió Bets con vehemencia—. ¡Ahora Fatty te pondrá a salvo!

—Encontré un teléfono y pude hablar con el jefe —explicó Fatty, incapaz de cesar de sonreír—. ¡Cáspita! ¡Qué sorpresa se llevarán estos desalmados cuando vean llegar a la policía al pantano dispuesta a rodear la alquería!

—No cabe duda, Fatty —barbotó el boquiabierto Ern—. Eres un genio. ¡Opino que deberías ser nombrado Inspector Jefe ahora mismo!

—¿Encontraste al señor Goon? —inquirió Daisy.

—No —replicó Fatty—, no he visto rastro de él. Empiezo a sospechar que, a lo mejor, no vino a este lugar.

—¡Menos mal que se nos ocurrió «pensar» que estaba aquí! —exclamó Bets—. ¡De lo contrario nos hubiésemos venido y nos habríamos perdido todo esto!

—¿Viste descender al helicóptero? —preguntó Daisy—. De repente, lo hemos visto aterrizar detrás de aquel hórreo.

—Sí, yo también... —empezó Fatty.

Pero al punto se interrumpió. Todos aguzaron los oídos.

Una sucesión de voces, portazos y corridas repercutían por toda la casa. ¿Qué sucedía?

—¡Han descubierto que el príncipe no está en su habitación! —coligió Fatty, radiante de satisfacción—. ¡Qué susto se habrán llevado! ¡Menudo «alboroto» se armará! ¡El helicóptero a punto y el príncipe esfumado como el humo! Métete en ese armario —dijo al príncipe—, y estate quieto y callado.

El príncipe desapareció en el interior del armario en un abrir y cerrar de ojos. Bets cerró la puerta del mueble. Todos escucharon el bullicio reinante, sin articular una palabra.

De pronto percibiéronse unos rápidos pasos en el pasillo repercutiendo sonoramente en las tablazonas de madera que formaban el suelo. A poco, abrióse violentamente la puerta de la habitación.

Un hombre de tez oscura escudriñó el interior con mirada incendiaria.

—¡Es posible que esté aquí! —vociferó—. A lo mejor estos chicos han ido a buscarlo. ¡Registrad la habitación!

CAPÍTULO XXIV
UN FINAL EMOCIONANTE

Todos se quedaron sobrecogidos. Bets palideció. Fatty fue el único que conservó la sangre fría.

—¿Qué sucede? —inquirió—. ¿De qué está usted hablando? ¡Nos encerraron aquí a los seis, sabe Dios con qué fines y seguimos aquí los seis!

El hombre le gritó algo con tal furia, que Fatty decidió no decir nada más. Otros tres hombres irrumpieron en la estancia dispuestos a registrarla. Excuso decir que a los pocos momentos, descubrieron el escondrijo del príncipe.

El hombre de la cara morena abalanzóse sobre él y, zarandeándole brutalmente, le gritó algo en un idioma extranjero. El muchacho se agazapó, muerto de miedo. Los hombres lo arrastraron al pasillo.

—¡Eh, escuchen! —protestó Fatty, siguiéndoles—. ¡Un momento...!

El hombre de la cara morena volvióse a él, con la mano en alto, pero antes de que pudiera descargada sobre Fatty, una recia voz gritó desde el fondo del pasillo:

—¡La policía! ¡Viene la POLICÍA! Tom acaba de ver unos agentes avanzando por el pantano. ¡Alguien nos ha traicionado!

Sobrevino entonces tal algarabía y excitación, que nadie se entendía. Aprovechando la oportunidad. Fatty empujó al príncipe y a los demás muchachos al interior de la habitación. Luego, tomando la llave de la cerradura, volvió a introducirla en ésta por la parte de dentro y encerróse con los demás en el aposento.

—¡Vamos, ánimo, muchachos! —alentó, sonriendo a las seis asustadas caras—. ¡No podrán apresarnos! ¡Esta vez estamos encerrados por dentro!

—¡Oh, Fatty! —exclamó Bets, llorando—. ¡Qué miedo me dio ese hombre! ¿Tú crees que estamos a salvo ahora? ¿No echarán la puerta abajo?

—No se molestarán en intentarlo —repuso Fatty—. Ahora sólo les interesa salvar el pellejo. Nosotros aguardaremos aquí hasta que renazca la calma. Entonces saldremos de nuestro refugio.

—¡Ya vuelve a oírse el zumbido del helicóptero! —exclamó Pip bruscamente.

A buen seguro, el aparato elevábase sobre el hórreo. Sin duda, alguien habíale dado orden de partir.

—¡Pero se va «sin mí» —profirió el príncipe, triunfante.

Y empezó a hablar en su idioma, loco de contento.

Por la ventana apenas entrevieron una mínima parte de la refriega. Dos policías se precipitaron al edificio. A poco, un hombre atravesó el patio corriendo como un gamo, seguido de un corpulento policía. Voces y alaridos, golpes y porrazos, resonaban de vez en cuando por toda la casa.

—Siento en el alma no participar en todo ese jaleo —lamentóse Fatty.

—Pues a mí me ocurre lo contrario —farfulló Ern, visiblemente asustado—. No me parece en absoluto divertido ¡«Sorrible»!

Al cabo de media hora, sucedióse un gran silencio. ¿Habrían sido apresados todos los hombres? Fatty y sus amigos aplicaron el oído. De pronto oyeron una voz estentórea que gritaba:

—¡FEDERICO! ¿DÓNDE ESTÁS? ¡FEDERICO!

—¡El Inspector Jefe! —exclamó Fatty, aliviado.

Precipitándose a abrir la puerta contestó con todas sus fuerzas:

—¡AQUÍ, SEÑOR! ¡ESTAMOS TODOS SANOS Y SALVOS!

Luego, volviéndose a los demás, ordenó:

—Vamos, salgamos de aquí. Ahora, ya no hay peligro. ¿Qué te pasa, Ern? ¿Te tiemblan las piernas y no puedes andar?

—Sí, un poco —murmuró el pobre Ern, tambaleándose detrás de sus compañeros.

El inspector reunióse con todos ellos en lo más alto de la escalera.

—¿Estáis todos aquí? —preguntó el policía mirándoles ansiosamente—. ¿Quién es éste?

—El príncipe Bongawah, señor —respondió Fatty—. Logré libertarlo. ¿Los ha atrapado usted a todos, señor?

—Creo que sí —asintió el jefe.

Atrayendo al príncipe hacia sí, preguntóle:

—¿Estás bien? ¿No te hicieron nada esos hombres?

—No, señor —replicó el príncipe—. Fue mi tío el que me secuestró. Yo iba en...

—Ya nos contarás lo ocurrido más tarde —interrumpió el jefe—. Bien, Federico, has hecho una gran faena. Aunque no me explico cómo demonios te las arreglaste para descubrir este lugar y venir acá por tu cuenta, encontrar al príncipe y telefonearme en medio de todo el jaleo. Además, te trajiste a todos los Pesquisidores, excepto a «Buster». ¿En dónde está tu perro?

—Tuve que dejarlo en casa, señor —suspiró Fatty—. Temí que se cayera al pantano y preferí no traerlo. Lástima, porque «Buster» goza mucho cuando pasa algo emocionante.

—Tenemos varios coches en la orilla del pantano —declaró el jefe—. Al presente, dos de ellos proceden a trasladar a algunos de los detenidos al cuartel, pero volverán pronto, y entonces os llevaré a casa.

—Entretanto, ¿por qué no nos damos una vueltecita por aquí, señor? —propuso Fatty—. Es muy raro que alguien posea una alquería en medio de un pantano.

Fue un alivio para todos volver a respirar aire puro. Una mujer muy asustada les miró desde una puerta.

—¿Quién es? —preguntó Fatty, sorprendido.

—Una sirvienta —explicó el jefe—. De momento la dejamos aquí, porque alguien tiene que cuidar de las gallinas, los cerdos y los patos.

Tras recorrer el patio, dirigiéndose a la parte posterior del gran hórreo, esto es, al lugar donde había aterrizado el helicóptero. Efectivamente, una gran extensión llana de terreno había sido desbrozada para improvisar un campo de aterrizaje.

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