Misterio del príncipe desaparecido (12 page)

BOOK: Misterio del príncipe desaparecido
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«¡Y probablemente la más incómoda! —se dijo Fatty—. ¿Qué conclusiones sacará el viejo Goon de todo esto?»

Pero Goon no sacó ninguna conclusión. Como no creía una palabra de aquella historia, no se molestó en reflexionar sobre ello.

—¡Bah, paparruchas! —refunfuñó. Y descartó por completo el asunto.

CAPÍTULO XIV
CAMBIO DE IMPRESIONES Y PROYECTOS

Antes de dar las nueve y media, los Cinco Pesquisidores (y el perro) hallábanse ya reunidos en el cobertizo de Fatty. «Buster» estaba encantado de hacerles los honores y, después de brincar a su alrededor loco de contento, instalóse sobre las rodillas de Bets.

—Ahora, Fatty, no nos tengas más en vilo —instó Larry con firmeza—. Cuéntanos exactamente lo sucedido sin misterios ni rodeos.

Fatty fue, pues, al grano. Sus amigos le escucharon, muy asombrados.

—¡Escondido en una «cuna»! —exclamó Larry—. Eso significa que el príncipe conocía muy bien a aquella mujer. Sin duda, ésta había acudido por algún motivo.

—A lo mejor era la niñera del príncipe que, enterada de que quizás el muchacho no estaba a gusto en el campamento, decidió llevárselo a escondidas —conjeturó Bets.

—Buena idea, Bets —aprobó Fatty—. Yo también me hice esa reflexión. Pero los mellizos no encajan en la historia. No creo que el príncipe tuviera una niñera con gemelos.

—Es posible que fuera una «antigua niñera» que se hubiese casado y tenido mellizos —insistió Bets, recurriendo a la imaginación.

—De poco nos servirá formular ideas y teorías sobre todo esto hasta que obtengamos más detalles concretos —objetó Fatty—. Quiero decir que, ante todo, debemos averiguar quién es la mujer en cuestión, si la caravana es de su propiedad, si su ida al lugar coincidió con la del príncipe, si los chiquillos son realmente suyos o bien los hizo pasar por tales para utilizar aquel coche doble con fines encubridores. ¡Total, que hay una porción de cosas que averiguar!

—¿Y tendremos que hacerlo nosotros? —inquirió Daisy, regocijada—. ¡Me encanta esa tarea!

—No nos faltará trabajo —confirmó Fatty—. ¿Alguno de vosotros ha leído los periódicos esta mañana?

—Sólo les he dado un vistazo —respondió Larry—, pero estaba demasiado excitado para leer. ¿Por qué?

—Porque hoy hablan un poco más del príncipe y su país —declaró Fatty, extendiendo un periódico en el suelo y señalando una columna.

Todos la leyeron.

—Como veis —prosiguió Fatty—, Tetarua no es un país muy grande, pero reviste mucha importancia para nosotros, los ingleses, por poseer un magnífico campo de aviación que nos conviene utilizar. Por eso nos unen tan buenas relaciones con los tetaruanos.

—Y éstos han enviado aquí al joven príncipe para que se eduque a la inglesa —infirió Larry—. Ahora bien, según el periódico, en Tetarua hay una pendencia entre el actual rey y su primo porque éste afirma que «tiene» derecho al trono.

—En efecto —convino Fatty—. Y existe la posibilidad de que ese primo haya enviado a algún secuaz a Inglaterra para apoderarse del príncipe Bongawah y aprovechar su desaparición para ser rey. Al parecer, el príncipe es hijo único.

—Total, una vieja estratagema —suspiró Larry—. ¿Crees que pedirán un rescate por el príncipe?

—No —repuso Fatty —.Opino que lo que quieren es quitarle de en medio para siempre. Algunos de estos Estados Orientales siguen teniendo la mentalidad medio salvaje a pesar de enviar a sus chicos a estudiar a nuestro país.

Sobrevino una pausa. A nadie le gustaba la idea de que el joven príncipe fuese «quitado de en medio para siempre». Bets se estremeció.

—Y, sin embargo —murmuró Daisy, frotándose la frente, desconcertada—, aunque los periódicos digan esto, «nosotros» sabemos que la cosa no fue como ellos se figuran. «Sabemos» que el príncipe no fue secuestrado con violencia, sino atraído fuera de su tienda y llevado en coche a algún lugar. «Sabemos» que, por propia voluntad, salió de la tienda en pijama, atravesó el seto en dirección a la caravana y consintió que lo escondiesen y se lo llevasen en aquella cuna. Por consiguiente, la cosa no puede calificarse de secuestro.

—No, imposible —convino Fatty—. Hay algo muy raro en todo esto. Por otra parte, creo a Sid. No tiene imaginación para inventar una historia así.

—¿Telefoneaste al Inspector Jefe? —preguntó Pip—. ¿Qué te dijo?

—Nada, porque, en realidad, no le telefoneé —repuso Fatty—. Como me figuro que en este momento no está muy satisfecho de mí, ni de ninguno de nosotros, envié a Ern y a Sid a casa de Goon para que «le» dieran cuenta de la sucedido, diciéndome que así Goon telefonearía al Inspector Jefe personalmente, pidiéndole instrucciones.

—Pero ¿no es lógico que el inspector «te» telefonease a su vez al recibir la noticia de Goon? —interrogó Pip.

—Pensé que lo haría —gruñó Fatty, algo dolorido por aquel silencio del inspector—. Supongo que sigue enojado conmigo. En fin, no pienso molestarle hasta tener algo importante que comunicarle. Entretanto, dejaremos que Goon se las componga con sus ideas sobre el caso, y nosotros actuaremos por nuestra cuenta. Yo ya he cumplido con mi deber informándole de la historia de Sid.

Sucedióse otra larga pausa.

—No cabe duda que es un misterio muy raro —murmuró Bets al fin—. No tenemos ningún «punto de partida». ¿Cómo empezaremos la investigación?

—Bien, en «mi» opinión, lo mejor que podemos hacer es seguir las pistas concretas de que disponemos —propuso Fatty—. Ante todo, debemos averiguar quién es la mujer, conseguir sus señas, interpelarla y sonsacarla con amenazas. Si de veras oculta al príncipe, debemos averiguar dónde y por qué lo oculta.

—Eso es —convino Larry—. Me parece muy bien. ¿No crees que deberíamos adelantarnos a Goon? Probablemente ha pensado lo mismo que nosotros.

—Casi lo aseguraría —masculló Fatty, levantándose—. Ese proceder es el que lógicamente se le ocurriría a todo el mundo, incluso al señor Goon. En fin, ojalá no tropecemos con él hoy. ¡Se pondría furioso!

—¡Guau! —ladró «Buster» gozosamente.

—«Buster» dice que, al revés de nosotros, espera «tropezarse» con él cuanto antes —explicó Bets, abrazando al pequeño «scottie»—. Te encantan los tobillos del señor Goon, ¿verdad, «Buster»? Son los tobillos más atractivos del mundo, ¿no es eso?

Todos rieron.

—Eres una boba, Bets —soltó Pip—. ¿Vamos a ir al campamento, Fatty? Tendremos que averiguar quién alquila esas caravanas y tratar de obtener el nombre y las señas de la mujer que se alojaba en una de ellas con los mellizos.

—Sí, eso es lo primero que hay que hacer —asintió Fatty— ¿Os habéis traído todos la bicicleta?

Los chicos respondieron afirmativamente. «Buster» instalóse en la cesta de Fatty, y el grupo se puso en marcha, tocando insistentemente el timbre en cada esquina por si «acaso» el señor Goon venía en dirección contraria.

Ern, Sid y Perce les acogieron, alborozados. Fatty miró a Sid, pero al ver que las mandíbulas del chico se movían rítmicamente como de costumbre, resopló:

—Lo mejor será que renunciemos a interrogar a Sid. Sólo conseguiremos las consabidas «a». Ten cuidado, Sid; si siguen saliéndote más granos, te encerrarán en el hospital creyendo que tienes el sarampión.

Sid dio evidentes muestras de alarma.

—Anda, ve a escupirlo —ordenóle Ern severamente—. Eres el baldón de la familia Goon.

—A... —farfulló Sid con expresión patética.

—No podrá escupirlo —terció Perce—. Es un «toffee» adherente. Prueba uno, Ern, y te convencerás.

—No, gracias —replicó Ern—. Bien, Fatty, te ruego que descartes a Sid de este asunto. Ya ves que es inútil.

—De acuerdo, pero su intervención es importante —lamentóse Fatty—. En fin, tendrá que limitarse a afirmar o a negar con la cabeza cuando le formule alguna pregunta. Ven acá, Sid. Cesa de mascar y atiende. Voy a preguntarte varias cosas. Sírvete de la cabeza para afirmar o negar. ¿Entiendes?

—A... —afirmó Sid con un cabezazo tan violento que parte del «toffee» le hizo atragantarse.

Ern le golpeó la espalda con toda el alma. Por fin, Sid, reponiéndose del percance, sometióse de nuevo al interrogatorio de Fatty.

—¿Sabes el nombre de la mujer, Sid? —preguntó éste.

—A... —contestó Sid, meneando la cabeza.

—¿La viste alguna vez hablando con el príncipe?

—A... —repuso Sid, meneando de nuevo la cabeza.

—No hace falta que digas «a» —refunfuñó Fatty, irritado—. Me sacas de mis casillas. Limítate a afirmar o negar con la cabeza. ¿Viste adonde se dirigía la mujer cuando se llevó la cuna?

El chico meneó la cabeza sin chistar.

—¿Sabes ALGO de ella aparte de que tenía dos gemelos y vivía en esa caravana? —inquirió Fatty, desesperando de sacar nada de Sid.

Éste volvió a menear la cabeza negativamente.

—Vino un hombre en un camión a llevarse cosas de la caravana —intervino Perce inesperadamente.

—¿Qué nombre figuraba en el camión? —apresuróse a preguntar Fatty.

—No vi ninguno —respondió Perce.

—¡Valiente ayuda me estáis prestando tú y Sid! —refunfuñó Fatty, disgustado—. ¡No sabéis una palabra de nada, ni siquiera cómo se llamaba la mujer!

—Oogleby, oogleby —exclamó Sid de repente con expresión excitada.

—Todos le miraron.

—¿Qué significa «eso»? —barbotó Fatty—. Di lo otra vez, Sid, si puedes.

—Oogleby, oogleby, «oogleby» —repitió Sid, valientemente, sofocándose del esfuerzo.

—Parece que hable en chino, ¿verdad? —comentó Ern, riéndose de su propia ocurrencia—. Vamos, Sid. Escríbelo. ¡Y cuidado con la ortografía!

Tomando el lápiz de Ern, Sid escribió trabajosamente en una página de su cuaderno de notas. Todos se apiñaron a su alrededor para ver lo que había escrito. En letras de imprenta figuraban estas palabras:

«MARGE y BURT.»

—Marge y Burt —leyó Larry—. ¿Qué significa esto? ¿Margarina y mantequilla?
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Todos miraron a Sid con expresión interrogante. Entonces el chico, meneando la cabeza, hizo como si sostuviese algo en los brazos y lo meciese.

—¿Qué hace «ahora»? —exclamó Bets, asombrada—. ¿Mecer a un bebé? ¡Sid, tú estás chiflado!

—¡Ya «sé»! —profirió Daisy—. ¡Finge sostener a dos niños en brazos! ¡Debe de haber escrito los nombres de los mellizos!

Sid asintió, complacido.

—A... —dijo—. Oooogly-oogly.

—Bien —murmuró Fatty, con aire en extremo dubitativo—, no sé si nos ayudará gran cosa conocer el nombre de esos mellizos, pero todo podría ser. Gracias por tu colaboración, Sid. Tú, Ern procura no dejarle comer más «toffees». Es francamente detestable verle mascar todo el día.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —inquirió Pip.

—Averiguar quién alquila esas caravanas y ver si nos, dicen el nombre y las señas de la mujer que vivía en ésa —contestó Fatty, señalando la caravana vacía de las inmediaciones—. En marcha. Vamos ahora mismo.

—¿Puedo acompañaros? —preguntó Ern ávidamente.

Pero Fatty no se lo permitió, con la excusa de que el chico no tenía bicicleta. En realidad, no le interesaba cargar con Ern, Sid y Perce toda la mañana. Un grupo tan numeroso hubiera llamado demasiado la atención.

—De acuerdo —conformóse Ern, tristemente—. «Esapena».

—¡Oh, «Ern»! —exclamó Bets, mirándole, alborozada—. Ya no me acordaba de que solías decir esto en lugar de «Es una pena.» ¿Recuerdas, Fatty, que cuando conocimos a Ern nos llamó la atención su costumbre de pronunciar palabras juntas?

—Sí —asintió Fatty, subiendo a su bicicleta—. ¡«Esmarvilloso»! ¡«Esombroso»! ¡«Esdigioso»!

CAPÍTULO XV
UNA MAÑANA INTERESANTE

Aquella mañana los Pesquisidores la consagraron a una verdadera investigación. En sus bicicletas dirigiéronse a Marlow, donde vivía el agente que alquilaba las caravanas. Fatty había copiado las señas de un gran letrero instalado en el campo, cuyo texto rezaba así:

CARAVANAS POR ALQUILAR. DIRIGIRSE A CARAVANAS, SOCIEDAD LIMITADA. TIP HILL, MARLOW.

Encontraron Tip Hill a poco de llegar a la población. Era una pequeña calle ascendente que conducía a una colina. Hacia la mitad de la cuesta en un pequeño campo, veíase una caravana con la siguiente indicación: «CARAVANAS, SOCIEDAD LIMITADA. Caravanas por alquilar.»

—Ahí está —suspiró Fatty—. ¿Quién quiere ocuparse de este cometido?

—Ocúpate tú, Fatty —instó Bets—. Siempre has sido muy hábil para esta clase de indagaciones. Nosotros iremos contigo a escuchar lo que dices.

—No, nada de eso —replicó Fatty—. No quiero soportar risas ni codazos detrás de mí. Si lo hago, lo haré solo.

—De acuerdo, hazlo solo —convino Pip.

Fatty franqueó el pequeño portillo y subió a la puerta de la caravana. Una vez allí, llamó con los nudillos.

A poco, apareció un joven con un cigarrillo pendiendo de la comisura izquierda de sus labios.

—¡Hola! —saludó éste—. ¿Qué deseas?

—Quisiera encontrar a la persona que alquiló una de las caravanas próximas al Campamento Escolar —declaró Fatty—. ¿Tendría usted la bondad de darme su nombre y sus señas? Se lo agradecería mucho. La señora se marchó antes de que pudiera preguntarle lo que me interesaba saber de ella.

—¡Sopla! —exclamó el joven—. ¿Crees que estoy aquí para perder el tiempo buscando los nombres y las señas de tus amigos caravaneros, chaval?

Fatty echó una ojeada a la parte lateral de la caravana. En ella figuraba el nombre de los propietarios en letras pequeñas. «Reg y Bert Williams». Al punto, Fatty dedujo que el joven era un simple empleado.

—Bien, si no tiene usted tiempo de atenderme, iré a preguntárselo al señor Reginald Williams —dijo Fatty, al azar, dando media vuelta.

Poco faltó para que el joven cayese rodando por la escalerilla de la caravana.

—¡Eh, oye! —gritó a Fatty—¿Por qué no me dijiste que conocías al señor Reg? Si esperas un segundo, te daré las señas que me pides.

Fatty sonrió, satisfecho de haber sacudido la pereza de aquel presumido holgazán.

—Muy bien. Pero dese prisa.

El joven mostró suma diligencia. Fatty se dijo que aquel señor Reg debía de ser una especie de fiera para espolear de aquel modo a un individuo con la mera mención de su nombre. El joven anduvo buscando en un gran archivo hasta dar con una lista de las caravanas situadas en lo alto de la colina inmediata al Campamento Escolar.

—¿Qué caravana era? —inquirió.

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