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Authors: Howard Fast

Mis gloriosos hermanos (39 page)

BOOK: Mis gloriosos hermanos
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Léntulo Silanio partió, acompañado de dos representantes de Judea que comparecerían ante el Senado. Pero yo no gozaba de paz, y sentía mi alma más perturbada que nunca. Me puse la capa listada de los judíos y en medio de un sol dorado que brillaba como una dulce bendición, descendí de las colinas y eché a andar por los valles en dirección a Modín; todo el país parecía un jardín, santificado y pacífico, una verdadera ofrenda perfumada al Señor Dios de los ejércitos.
[ 17 ]
¡Que perdure y que su espíritu crezca!

Jamás, en toda su historia, vivió Israel una época como esa.

Los niños jugaban sin temor, riendo y corriendo por la hierba o chapoteando en los arroyos. En las laderas de las colinas balaban blancos corderos, llamando a las madres, y entre las rocas crecían flores rosas y blancas. No se veía un solo espacio vacío en los terraplenes; capa tras capa subían las cuestas ofreciendo el magnifico espectáculo de su rica producción. ¿Quién podría ver ese cuadro y negar que éste es el país de la leche y la miel, bendito tres veces?

Yo, sin embargo, tenía oprimido el corazón.

El aire olía a pan recién horneado, a queso fresco, al vino nuevo que llenaba las tinajas, a aceite de oliva. Pollos desplumados pendían aguardando a que los rellenaran y los asaran en los hornos. El viento traía de las cumbres la grata fragancia de los pinos. ¡No hay nada tan dulce y tan valioso como el rincón del mundo que el hombre ha defendido con su vida!

Yo, sin embargo, no gozaba, y tenía oprimido el corazón.

Fui atravesando las aldeas; en todas partes el pueblo me reconocía y rendía homenaje a través de mí a mis gloriosos hermanos.

Me daban a probar de todo, porque la tierra había sido fértil.

-
Shalom aleikem
, Simón Macabeo -me decían todos.

-Contigo sea la paz -respondía yo.

Pero el consuelo que buscaba me rehuía. Fui hasta Modin, donde la casa de Matatías se hallaba desocupada, pensando que en el apacible dolor del pasado podría hallar un lenitivo. Subí por la colina, por la que tantas veces había ascendido, hacía tanto tiempo, primero cuando era un niño, después con las ovejas de mi padre, cuando era un muchacho, y luego con una mujer, cuando ya era un hombre; y me tumbé en la blanda hierba de cara al cielo, al claro cielo azul de Judea. Contemplé las blancas nubes, que flotaban con lentitud para no abandonar demasiado rápidamente este pequeño y santo país. Me sentí un tanto reanimado, porque me hallaba en el rincón donde habían vivido mi padre y mis abuelos.

Pero aun allí, en aquel bosque de olivos robustos y añejos, estaba intranquilo y acongojado, y traspasado de una profunda pena.

¡Qué poco cambian las cosas! Allí, en Modín, yo era Simón ben Matatías, y cuando bajé a la aldea, anidada en el valle, al pie de la colina, estaba de vuelta en mi casa. Me reuní con los aldeanos que se dirigían a la sinagoga a rezar las oraciones del anochecer, y recé junto a ellos, cubierta la cabeza con la capa; porque en Israel el etnarca y sumo sacerdote es igual que los demás.

Comí con Samuel ben Noé, un vinatero cuya casa no me era desconocida. Puso sobre la mesa cuatro mostos diferentes, y mientras los niños escuchaban boquiabiertos, nosotros hablamos, como suelen hacerlo los judíos, sobre la ciencia de las uvas. Más tarde se reunieron con nosotros los vecinos y la conversación se generalizó, la intrascendente conversación bucólica propia de un sitio como Modin; aquél era mi hogar, y allí no era etnarca ni Macabeo, sino el hijo de Matatías.

Finalmente les di las buenas noches y me fui a la vieja casa, donde me acosté en un jergón; pero no pude dormir...

Cuando regresaba a la ciudad, al día siguiente, me encontré con Aarón ben Leví, el viejo camellero que había sido guía del romano; caminamos juntos durante un rato, y le pregunte a qué se debía que hubiese vuelto a Judea.

-Me cansé de los
nokrim
, Simón Macabeo, y especialmente de cierto romano; estoy harto. Ya no soy joven para andar vagando; estoy viejo y me duelen todos los huesos. Cuando me acuesto a dormir, no estoy muy seguro de que el ángel de la muerte no venga a despertarme antes del alba. Yo soy de Gumad, como lo fueron mi padre y mi abuelo; y soy también levita, por parte de mi padre...

Me miró con una sonrisa de desafío y disculpa a la vez.

-Voy, por lo tanto, a Jerusalén, donde quizá me permitan emplearme como portero del Templo.

-¿Por qué no?

-O como narrador de historias. Todavía no lo he decidido.

-Con tal de que no tengas que trabajar...

-En esa manifestación, Simón Macabeo, como en todas las cosas, hay un poco de verdad. Pero no tengo por qué avergonzarme del pasado. Si no fuera por esta herida de mi brazo –el viejo se arremangó para mostrar una cruel cicatriz-, si no fuera por este tajo yo habría estado con vosotros en aquella última batalla de la costa, donde sólo quedasteis vivos tú y Jonatás. Estoy viviendo, por lo tanto, de más, por la gracia del Todopoderoso, bendito sea. ¿Y tendré que emplear lo que me resta de vida trabajando en el campo?

-Supongo que el romano te habrá pagado bastante como para que no tengas que hacer nada durante un buen tiempo.

-Pues te equivocas, Simón Macabeo, porque ese romano es un hombre tacaño y minucioso, y pesó cada siclo tres veces en la palma de la mano, antes de dármelo.

-¿No te gustó el romano?

-A decir verdad, Simón Macabeo, yo lo odiaba, y creo que lo habría matado si no hubiese sido un forastero.

-¿Por qué, Aarón ben Leví? -pregunté con curiosidad.

-Porque era perverso.

-No -repliqué sonriendo-. Vivió tres meses en mi casa. Tiene las costumbres propias de los
nokrim
, pero nada más. Es duro y tacaño, pero así es como lo educaron.

-¿Eso es lo que crees, Simón Macabeo? -preguntó con ironía.

Asentí con la cabeza sin decir nada, preguntándome en qué estaría pensando el viejo, que marchaba a mi lado frotándose pensativamente la barbilla. Varias veces tragó saliva, como si quisiera contener las palabras que estaba a punto de pronunciar. Por último dijo con aire de modestia:

-¿Quién soy yo para dar consejos al Macabeo?

-Si mal no recuerdo -murmuré-, nunca te quedaste atrás para dar consejos.

-Es cierto que soy un pobre hombre -dijo reflexivamente-, pero soy judío.

-Si tienes algo que decir, Aarón ben Leví, dilo; lo que sea.

-Léntulo Silanio te odiaba, y no por sí mismo, sino como representante de Roma; entre judíos y romanos no puede haber paz ni concordancia. Esto te lo dice un viejo tonto, Simón Macabeo; puedes, por lo tanto, aceptarlo o tirarlo al suelo que pisas.

Y después de estas palabras seguimos caminando sin hablar, porque el viejo temía haberme ofendido y guardó silencio.

Aquella noche, en Jerusalén, tuve un sueño y desperté presa de un angustioso terror. Soñé que las legiones habían invadido Judea. Nunca he visto una legión, pero por las referencias que tengo me puedo imaginar sus largos y sólidos escudos de madera, sus fuertes lanzas de hierro y madera, las masas de yelmos metálicos, las filas densas, apretadas. Soñé que las legiones habían invadido Judea y que nosotros las habíamos aplastado en los desfiladeros; y que volvieron de nuevo, y de nuevo, y siguieron viniendo, hasta que todo el país se llenó con el hedor de los romanos muertos. Pero ellos siguieron viniendo, continuamente, sin cesar. Nosotros los combatíamos y los destrozábamos; pero ellos eran interminables, y nosotros no lo éramos, y fuimos cayendo, fuimos muriendo uno por uno, hasta que no quedó ni un solo judío en toda Judea, hasta que Judea quedó completamente vacía. Soñé entonces que en todo el país se extendía un silencio profundo y terrible, y desperté gimiendo de miedo y de dolor. Ester también despertó; sentí el calor de su mano que me tocaba.

-Simón, Simón -dijo-. ¿Qué te pasa?

-He soñado...

-Todo el mundo sueña, pero ¿qué son los sueños? Nada, menos que nada.

-He soñado que el país estaba vacío, desierto, sin vida.

-Ha sido un sueño absurdo, Simón. Donde está la buena tierra, allí está el hombre, que recoge la cosecha, muele el trigo y cuece pan. Siempre, Simón, siempre.

-No, lo que he soñado era cierto.

-Lo que tú has soñado era un sueño, Simón, niño mío, mi niño extraño y tonto; nada más que un sueno.

-Y no había ningún judío. Yo veía todo el país como si lo mirara desde una alta roca, y no había ni un solo judío, en ninguna parte.

No había más que un murmullo de voces, de muchas voces que decían: «Nos libramos de los judíos, nos libramos de los judíos...».

-¿Y cuándo no han dicho los
nokrim
: «Tenemos que librarnos de los judíos»? Por favor, Simón.

-Lo sigo oyendo.

-¿Han de ser otros los que lo decidan, Simón, siendo como somos nosotros un roble tan viejo, viejísimo, de raíces tan profundas? Los hombres siempre tienen dudas y temores, pero las mujeres sabemos.

-Y allí, en medio de todo -dije-, estaba el romano, con su rostro liso y oscuro, y su aire de superioridad; y esa forma de sonreír, levantando el labio... Perverso...

-Léntulo Silanio es un hombre como todos, Simón.

-No, no...

-Tranquilízate, esposo mío; descansa y cálmate. El pasado es muy intenso; te abruma demasiado... Cálmate...

Me acarició, consolándome como yo quería que me consolara, hasta que caí finalmente en este mundo intermedio entre el sueño y la vigilia, y pensé en todo el bien y todas la honras que me habían tocado, y en todos los que me habían amado, aunque yo hubiera amado a tan pocos.

Pensé en mis hermanos, y en que debía de ser realmente un roble viejo el que fuera capaz de crear ramas tan firmes y vigorosas como la de Judas Macabeo, Eleazar, Juan y Jonatás. Benditos sean y que descansen en paz, que descansen apaciblemente en paz. La vida no dura más que un día, pero dura también eternamente.

Pronto, muy pronto, yo, Simón, el último de todos mis gloriosos hermanos, emprenderé el camino que ellos siguieron, pero ni Israel ni los
nokrim
olvidarán tan pronto a los cinco hijos del viejo, del adón Matatías.

[ 1 ]
En hebreo, “señor, jefe de comunidad".
(N. de la T.)

[ 2 ]
En hebreo, “hijo de”.
(N de la T.)

[ 3 ]
En hebreo, “sacerdotes descendientes de Aarón". Kohan: “sacerdote". (N.de la T.)

[ 4 ]
El que practica la circuncisión.
(N de la T.)

[ 5 ]
a, b, g, primeras letras del alfabeto hebreo.
(N de la T.)

[ 6 ]
Oración de la caída de la tarde.
(N de la T.)

[ 7 ]
En hebreo, "extranjeros". Nokri: “extranjero”.
(N de la T.)

[ 8 ]
Acrópolis o «ciudadela de David", fortaleza interior de Jerusalén.
(N de la T.)

[ 9 ]
Rey.
(N de la T.)

[ 10 ]
Números, 24,5.
(N de la T.)

[ 11 ]
Levítico, 25,10.
(N de la T.)

[ 12 ]
Levítico, 19,33.
(N de la T.)

[ 13 ]
En hebreo,”cuernos”.
(N de la T.)

[ 14 ]
En hebreo, "candelabro”.
(N de la T.)

[ 15 ]
Macabeos, libro 1, capítulo III, vers. 1 al 9.
(N de la T.)

[ 16 ]
Exenciones militares contenidas en las leyes sobre la guerra que figuran en el Deuteronomio, cap. 20, vers. 5, 6, 7 y 8 y cap. 24, vers. 5.
(N de la T.)

[ 17 ]
Señor Dios de los ejércitos, o Jehová de los ejércitos (
Iehová-svaot
), título que se le da en la Biblia, refiriéndose tanto a las huestes celestiales (
tsva hasha-maim
) como a los ejércitos de Israel.
(N de la T.)

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