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Authors: Nieves Concostrina

Tags: #Terror

Menudas historias de la Historia (25 page)

BOOK: Menudas historias de la Historia
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Pero aquel No-Do proyectó muchos más asuntos interesantes en su primera edición. En el bloque de deportes se informó del partido de fútbol entre la selección Arma Aérea Italiana y el Atlético Aviación, y también de la gran demostración deportiva nazi que hubo en Berlín ante Hitler. La sección de sociedad se ocupó de la moda de peinados en París, y la internacional acercó asuntos tan interesantes como la cosecha de algodón en Ucrania, la utilización del metano en Italia como sustitutivo de la gasolina y el desfile de las tropas japonesas ante el emperador Hiro-Hito.

El aguinaldo de la División Azul, un reportaje sobre el teniente general Muñoz Grandes y, por último, un señor bajito, gordo y con bigote que en la intimidad atendía por Paco entregando despachos a los nuevos oficiales del Estado Mayor completaron aquel primer No-Do.

Cuando uno se había tragado toda la propaganda franquista, entonces sí, ya se podía ver a «Tirone Pover», a «Clar Gable» y a «Josefine Baquer».

Historias de la mili

Hace años que se acabó aquello de ir a la mili por obligación, algo que venía impuesto desde el 10 de enero de 1877, cuando se implantó en España el servicio militar obligatorio. Cuatro años de mili. Un infierno peor que el de Rambo, porque entonces España estaba metida en guerras cada dos por tres, y cuando el Estado te arrebataba a un miembro de la familia para hacer la mili… malo. Ya lo decían entonces: Hijo quinto sorteado, hijo muerto y no enterrado.

Aquella ley de 1877 obligaba a que todo mozo español de veinte años dedicara cuatro años de su vida al ejército. Con excepciones, claro, porque se podía pagar por librarse de la mili o mandar a un primo como sustituto del recluta sorteado. Es decir, uno se libraba pagando mil quinientas pesetas al Estado, una millonada, con lo cual es fácil imaginar quiénes podían librarse de ser llamados a filas. Esto se llamaba «redención a metálico», pero no era la única opción legal para excusar el alistamiento: la familia del quinto podía pagar a un pariente hasta en cuarto grado civil para que acudiera a filas en su lugar. El que aceptaba, además de tener que ser como mínimo un primo carnal, también hacía, más que el primo, el panoli. Pero, bueno, para algo tenían que servir los parientes pobres.

Queda claro, pues, que a la mili sólo iban los más desgraciados, y éstos no se podían librar a no ser que midieran menos de 1,54. Y a veces ni por ésas, porque a estos reclutas dados inicialmente como inútiles se les obligaba a volver a medirse tres años después por si acaso habían crecido.

Con la ley de 1912 llegaron otras posibilidades para quedar excluido de la mili: el peso y el perímetro torácico. Pero el ejército fue tan hábil para que no se les escapara ni uno, que lucieron creer que ser bajito, con poco peso y estrecho de pecho tenía pésimas connotaciones sociales y sexuales. Es decir, les hacían sentirse poco hombres, y así, en vez de ponerse contentos por librarse de la mili, los dados por inútiles se agarraban una depresión de caballo porque, socialmente, estaban mal vistos.

Pero todo aquello acabó, y lo malo es que también acabaron las divertidas y fantasiosas batallitas de la mili.

El triste principio de RNE

Suena a rancia, pero lo hecho, hecho está, y cada uno nace donde puede y cuando le toca. El 19 de enero de 1937 nació en Salamanca Radio Nacional de España. La de entonces y la de hoy se parecen como un huevo y una castaña, y sólo el nombre se mantiene invariable. Pero el término nacional que se empleó entonces, tampoco tiene nada que ver con el de ahora, porque hace setenta y un años Franco se apropió de la palabra y ahora la palabra es la antítesis de Franco. Antes era Nacional porque era de unos pocos y ahora es Nacional porque es la pública.

Fue Millán Astray, aquel que dijo eso de «¡Muera la inteligencia!», el primero que se encargó de organizar aquella Radio Nacional de la guerra. Y la organizó igual que organizó la legión: los periodistas tenían que alinearse y cuadrarse al toque de silbato, como en un cuartel, porque bien es cierto que muchos de ellos eran militares metidos a periodistas.

La voz que inauguró las emisiones oficiales en Salamanca fue la de Fernando Fernández de Córdoba, que era, por supuesto, militar, pero que, sobre todo, era actor metido a locutor. Muchos recuerdan su voz, porque fue la misma que leyó el famoso parte de final de guerra, aquel que decía: «En el día de hoy, cautivo y desarmado, el ejército rojo, bla, bla, bla…».

Fernández de Córdoba confesó que aquel 19 de enero estaba muy nervioso, porque enfrente de él estaban sentados el embajador de la Alemania nazi. Von Faupel, y el propio Franco, envuelto en un capote del Tercio. Los dos estaban muy pendientes de ver qué tal se daba la inauguración. El alemán estaba allí porque la tecnología la habían aportado e instalado ellos, los nazis.

Era una emisora Telefunken de 20 kilovatios de potencia y una antena de 40 metros.

Sólo un pero que ponerle al soldado locutor Fernández de Córdoba: gritaba mucho. Tanto, que no le hubiera hecho falta emisora para que España se diera por enterada de cómo iba la guerra. Pero, bueno, de su boca salieron las primeras palabras de esa santa casa. Fue a las nueve en punto de la noche de hace más de setenta años, en la Radio Nacional de entonces y en la Pública de ahora.

Nace el Paricutín

Curioso nacimiento el que se produjo el 20 de febrero de 1943. Vino al mundo la que todavía hoy es una de las montañas más jóvenes del mundo, y lo hizo de una manera muy tonta y dando un tremebundo susto a un paisano que cuidaba sus ovejas. Nació el Paricutín, un volcán que no era nada hace seis décadas y que ahora es una montañita de 600 metros de altura. Está en el Estado de Michoacán, en México, en un pueblito que entonces se llamaba Parangaricutiro y que hoy, como es fácil imaginar, está debajo de la lava.

El vecino que se llevó el susto fue Dionisio Pulido, y hasta ahora es el único testigo directo que registra la vulcanología. Tan, tan directo que el volcán nació bajo sus narices. Estaba el hombre cuidando sus borregas cuando notó un temblor y vio cómo se abría una grieta. Comenzó a salir vapor y piedras, y ya no se quedó a mirar qué más pasaba. Salió corriendo hacia el pueblo y contó lo que sucedía.

Al día siguiente el Ayuntamiento se reunió con carácter de urgencia y levantó un acta muy simpática con los hechos. Entre otras cosas decía que había emergido una fogata de una zanja abierta y situada entre las parcelas de cuatro propietarios. Como ya dedujeron ellos que aquello parecía un volcán, decidieron bautizarlo en aquel mismo momento como volcán de Paricutín.

En sólo una jornada el Paricutín se elevó 6 metros sobre el suelo. Al día siguiente alcanzó los 50 metros, y 140 en la primera semana. Después de nueve años de erupción continuada, ahí lo tienen, todo un señor volcán de 600 metros de altitud. Menos mal que el volcán nació avisando y no murió ningún vecino. La zona se despobló y los ríos de magma ganaron para sus fueros 25 kilómetros cuadrados de terreno. Las casas y los comercios de varias poblaciones se esconden ahora bajo la lava, y lo único que asoma es el campanario de la iglesia de San Juan. La buena noticia es que la torre, allí plantada en mitad de un mar de negra roca volcánica, ha convertido la zona en un atractivo turístico. Turistas que aún buscan la experiencia de que les crezca un volcán bajo los pies.

Un kilo de 800 gramos

¿Se puede decretar por ley que un kilo de pan pese 800 gramos? Poderse se puede, aunque sea una tomadura de pelo y, de hecho, se hizo. El 10 de abril de 1918 el gobierno del conservador Antonio Maura admitió oficialmente que el kilo de pan pesara 800 gramos. Para entendernos: no es que se aprobara la venta de 800 gramos al precio de un kilo, porque eso sería simplemente un encarecimiento del producto, sino que tú pedías un kilo de pan y te daban 800 gramos. Aunque también podías comprar medio kilo. Pero entonces te daban 400 gramos.

El episodio se sitúa en mitad de una crisis social que el gobierno no supo atajar por pura inutilidad, porque en vez de legislar para defensa del consumidor, decretó a favor de los especuladores. Se sabía que los acaparadores ocultaban mercancías para provocar la escasez y la inflación. Lo sabía todo el mundo, pero el gobierno se mostró absolutamente incapaz de frenar los abusos. Y eso que antes ya se había aprobado una ley de subsistencias para evitar situaciones de este tipo.

¿Por qué estaba tan caro el precio del pan en 1918? Los tahoneros decían que porque la harina se había disparado. ¿Y por qué estaba cara la harina? Pues los fabricantes decían que porque no había trigo. Pero trigo había para parar un tren. Parte de él estaba acaparado y oculto, y otra parte se exportaba clandestinamente al extranjero.

Puestos en este plan, las tahonas iban a lo suyo y cada una ponía el pan al precio que le apetecía. Así que, un buen día el gobierno, incapaz de obligar a que la mercancía acaparada se distribuyera y de frenar la exportación clandestina, decidió subir el pan y que todas las tahonas lo pusieran al mismo precio. Pero como era muy impopular decir el kilo de pan pasa de 36 céntimos a 54, decidieron que mejor dejar el precio del kilo al mismo costo, pero declarando por ley que a partir de entonces el kilo de pan pesaba 800 gramos.

Era una patada al sistema métrico, pero una patada legal. Tal y como escribió un cronista de la época, el gobierno, por no frenar una ilegalidad, legalizó una inmoralidad. Y de paso llamó tonto al ciudadano.

Baja natalidad en el Vaticano

Decir que en Ciudad del Vaticano nacen pocos niños es una perogrullada, porque, de lo contrario, estaría feo. Pero para cuando eso ocurre, hay un Registro Civil como Dios manda, y ese Registro Civil se inauguró el 17 de junio de 1929. Ese día se inscribió al primer nacido dentro de los límites del Vaticano, pero, teniendo en cuenta que el país sólo existía desde cuatro meses antes, está claro que el crío fue concebido en el extranjero.

Ciudad del Vaticano existe como país desde febrero de 1929, por eso todos los nacidos anteriormente en el recinto de la Santa Sede eran simplemente romanos. Tampoco es que nazcan una enormidad de críos en el Vaticano; de hecho, es el país con el índice de natalidad más bajo del mundo, pese a que su gobierno es el más preocupado por la baja tasa de nacimientos en el planeta Tierra. Lo que pasa es que no se les puede sugerir que prediquen con el ejemplo.

Otro asunto son los bautizados, en su mayoría hijos de parejas que trabajan como funcionarios de la Santa Sede, y que suelen contar con el privilegio de ser cristianados por el papa. Uno de los bautizos multitudinarios se produjo el 13 de enero de 2007, día en que Benedicto XVI bautizó a trece críos en la Capilla Sixtina. El dato de trece niños bautizados el día 13 arroja un nuevo dato: en el Vaticano no son supersticiosos.

La cuestión demográfica vaticana es muy curiosa, porque es un Estado que cuenta sólo con alrededor de 900 habitantes. Pero, según el padrón elaborado por Ciudad del Vaticano, sólo 557 de ellos tienen la ciudadanía vaticana. Si tenemos en cuenta que de esos 557 ciudadanos vaticanos, vaticacenses o vaticaceños sólo 43 son laicos, así se entiende cómo tienen tan poca prole.

El resto son cardenales, eclesiásticos y los 101 componentes de la Guardia Suiza, que, vaya por Dios, son los únicos que están en edad de merecer porque tienen entre diecinueve y treinta años. Lamentablemente, para ejercer como guardias suizos también se les exige soltería, con lo cual es del todo imposible que la población del Vaticano alcance niveles mínimamente decentes de natalidad. Así no hay quien pueda.

Tigres sin trapío

¿Creen que las plazas de toros sólo servían antes para eso, para lidiar toros? Ahora también se usan para mítines, conciertos, para instalar circos y hasta para exhibiciones acrobáticas. Pero antes, a principios del siglo pasado, las plazas también se utilizaban para que el respetable disfrutara de la lucha entre fieras salvajes. Y fue el 24 de julio de 1904, en plena Semana Grande de San Sebastián, cuando en una jaula plantada en el centro del ruedo se enfrentó un toro sevillano a un tigre de Bengala. Resultado: los dos bichos fulminados, un espectador muerto y más de veinte heridos.

Aquel suceso sirvió para que la autoridad competente prohibiera a partir de aquel momento el enfrentamiento de toros con tigres, de toros con elefantes y de toros con leones. O toros contra toreros, o nada.

Aquella tarde del 24 de julio en la plaza de San Sebastián se anunció una novillada de la ganadería sevillana de Antonio López Plata, y una segunda parte de espectáculo en la que el toro Hurón (cárdeno, astifino y con trapío) se encerraría con el tigre César (rayado, bajo de agujas y bien armado). Comenzó la lucha. Hurón se fue a por César… le arreó… y el tigre, un poco manso, todo hay que decirlo, tras recibir el primer envite se hizo el muerto pegado a los barrotes de la jaula.

Al público le supo a poco la pelea y protestó, así que el personal asistente azuzó a César para que se levantara y plantara cara a Hurón. Para que se metiera en su papel de tigre, vamos. César se fue a por el toro y el toro volvió a embestirle, con tan mala fortuna que el golpe del tigre en la puerta abrió la jaula. La pelea siguió en el ruedo para espanto de los espectadores, porque la barrera sirve para frenar a los toros, y no siempre, pero un tigre se la salta a la torera y se hubiera merendado a un par de donostiarras.

Tuvo que intervenir la autoridad armada, que acabó con las dos fieras a tiros en mitad de un caos impresionante. Entre los nervios, el rebote de los disparos, el pánico del respetable y que algunos espectadores también sacaron sus armas, aquella tarde murieron Hurón, César y un humano. Otros veinte acabaron heridos de bala o pisoteados y nunca más se celebraron estupideces de este tipo. Olé.

Diario 16:
libertad sin ira

Aquel lunes 18 de octubre de 1976 un nuevo periódico se instaló en los quioscos españoles. Se llamaba
Diario 16
, lo dirigía Ricardo Utrilla y costaba doce pesetas. Fue atrevido y se desenvolvió con desparpajo. Vespertino en sus principios, sensacionalista unas veces, riguroso muchas más… sufrió un atentado de los Grapo, destapó el escándalo de los GAL, las gamberradas de Luis Roldán… y, al final, entre todos lo mataron y él solito se murió.

De
Diario 16
quedan sus profesionales, porque dio mejor cantera que el Athlétic de Bilbao, y la canción compuesta para el lanzamiento del periódico y que se convertiría en el himno de la Transición democrática. El director general de RTVE en aquel 1976, Rafael Ansón, ahora Anson, un político heredado del franquismo, prohibió la difusión de
Libertad sin ira
en todas las radios y televisiones del país. Quedó en agua de borrajas, porque eso ya no había quien lo parara.

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