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Authors: Nathan Long

Tags: #Aventuras,Fantástico,Infantil y Juvenil

Mataorcos (29 page)

BOOK: Mataorcos
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Los enanos temblaron de furia al ver el destrozo.

—¡Salvajes verdes! —murmuró Galin.

—Pagarán por esto —prometió Thorgig.

—Silencio —dijo Hamnir, y le hizo un gesto para que entrara en el dormitorio.

Thorgig avanzó por entre los montones de basura tan silenciosamente como pudo. De la otra habitación llegaban sonidos de actividad, palmetazos, golpes y succiones que Félix no pudo identificar. ¿Y de dónde salía el hedor a excrementos?

Thorgig se deslizó hasta un lado de la puerta de la sala de recepción y se asomó al interior. Félix vio que se le desorbitaban los ojos ante lo que veía. Se retiró y regresó junto a Hamnir.

—¡Lo han convertido en una curtiduría! —susurró.

—¿Una…, una qué? —preguntó Hamnir.

—¡Una curtiduría! —Thorgig se atragantó, indignado—. Hay una gran tinaja de…, de deposiciones líquidas donde antes estaba la mesa del rey Alrik. Los goblins remojan las pieles, y las golpean y las cosen entre sí por toda la habitación.

—¿Cuántos goblins? —preguntó Gotrek.

Thorgig frunció el entrecejo.

—Eh…, seis, y dos orcos que están acuclillados sobre la tinaja, con otro detrás, que espera turno.

—¿Está cerrada la puerta que da al corredor? —preguntó Hamnir.

—Sí, pero no con llave.

Hamnir pensó.

—Esperaremos hasta que se hayan marchado los orcos, y entonces mataremos a los goblins tan silenciosamente como nos sea posible. —Miró a los demás—. Aseguraos de que los matáis a todos al mismo tiempo, ¿entendido?

Asintieron.

Hamnir se volvió a mirar a Gotrek.

—Tú no participas en esto —dijo.

—Intenta impedírmelo —dijo Gotrek, que aún brillaba de sudor y respiraba trabajosamente.

—Te lo estoy ordenando —aclaró Hamnir—. Resérvate para la Puerta del Cuerno.

Gotrek refunfuñó, pero asintió con la cabeza.

Los enanos entraron en el dormitorio y comenzaron a avanzar sigilosamente alrededor de los montones de basura. Gotrek y Félix iban detrás. Cuando todos atravesaron la puerta, Hamnir se volvió hacia un reborde decorativo en relieve que había junto a la columna y pulsó un detalle de filigrana. La gruesa columna volvió a ascender tan silenciosamente como había bajado. Pareció que nunca se había movido.

Los enanos atravesaron la habitación y se apostaron en las periferias del recuadro de luz que entraba por la puerta de la sala de recepción. La escena era como Thorgig la había descrito. En el centro había una gran tinaja de madera, llena de porquería de orco semilíquida. Un tramo de escalones de madera ascendía hasta un banco de letrina con dos agujeros, situado por encima de la tinaja. Un orco estaba subiéndose los calzones y bajaba la corta escalera.

Junto al borde, había un goblin que removía la repulsiva sopa con una paleta de madera, y hundía en ella los pellejos sin curtir. A un lado de la tinaja se veían marcos de secado, sobre los que estaban extendiendo los pellejos tratados, algunos de los cuales tenían tatuajes de enano. Los goblins golpeaban las pieles con mazos de madera sobre bloques cuadrados de piedra. Otro las cortaba con un cuchillo en forma de gancho. Dos estaban sentados, con las piernas cruzadas, sobre regios muebles de enanos, y cosían las pieles cortadas para confeccionar lo que parecía una coraza de cuero. La habitación era una inmundicia, sembrada de jamones medio comidos y negra de porquería.

Hamnir tembló.

—Esto es una parodia —dijo con voz susurrante—. Mi padre… —dio un respingo y calló.

El orco salió por la puerta al corredor. Los goblins no alzaron la mirada del trabajo. Estaban tan concentrados y con los ojos tan fijos como contables ante los libros mayores.

Hamnir levantó una mano. Los otros aferraron las armas, preparados. Bajó la mano. Los enanos entraron a la carga por la puerta. Félix los siguió. Sólo Gotrek se quedó atrás.

Cuatro goblins murieron al instante, antes de emitir sonido alguno. El del cuchillo en forma de gancho chilló cuando Barbadecuero corrió hacia él y se escabulló al interior de lo que en otros tiempos podría haber sido un comedor. Barbadecuero se lanzó a la carga tras él. Félix le lanzó un tajo al goblin de la paleta de madera, pero la criatura se escondió detrás de la tinaja. Aparte del primer chillido de sorpresa, los últimos dos goblins no emitieron ningún otro sonido. Se mostraban tan inexpresivos y carentes de emociones como todos los otros pieles verdes que habían encontrado.

—¡Matadlos! —siseó Hamnir.

Narin y Galin acometieron al goblin de la paleta, pero se agachó al pasar entre ambos, y los enanos estuvieron a punto de decapitarse el uno al otro. Karl, Ragar y Arn corrieron tras él cuando se agazapó detrás de los marcos de secado. Ragar resbaló sobre una piel mojada y cayó sentado. Los marcos fueron a parar al suelo, con estruendo. Del comedor les llegó un golpe hueco.

—¡Por la madre de Grimnir! —espetó Hamnir—. ¡Silencio!

El goblin de la paleta salió de entre el lío de marcos, trepó hasta el borde de la tinaja y saltó hacia la araña de luces que colgaba en lo alto, al mismo tiempo que agitaba su absurda arma hacia los enanos que intentaban cogerlo.

—Lo tengo —dijo Félix, y subió corriendo por los escalones de madera, blandiendo la espada.

El goblin esquivó la hoja del arma y golpeó a Félix en un hombro con la paleta. Jaeger perdió el equilibrio y estuvo a punto de caer dentro de la tinaja, pero luego lo recuperó, con el corazón acelerado. Caer allí habría sido la el broche de oro de su colección de indignidades.

Una saeta de ballesta apareció en el pecho del goblin, que chilló y cayó con medio cuerpo fuera y medio cuerpo dentro de la tinaja, y empapó las piernas de Félix con una lluvia de líquido inmundo, mientras la araña de luces se mecía violentamente como un péndulo.

—¡Pequeño villano! —gritó Félix.

Le asestó un tajo descendente a la criatura, que agitaba brazos y piernas sobre el borde de la tinaja. Le cortó la cabeza, y el cuerpo cayó al suelo debido a la fuerza del golpe. La cabeza flotó por un momento en la tinaja como una manzana podrida, y luego se hundió.

—¡Chsss! —chistó Galin, que se encontraba ante la puerta del corredor—. Viene alguien. Parece que es una patrulla.

Los enanos se quedaron inmóviles, todos menos Barbadecuero, que aún perseguía al goblin en torno a la mesa del comedor. El sonido de pies en marcha llegó con claridad a través de la puerta.

—¡Thorgig, ayúdalo! —susurró Hamnir—. Karl, Ragar, Ara, ocultad los cuerpos y luego escondeos. Galin, Narin, cubrid las manchas de sangre. Jaeger…

El último goblin salió corriendo del comedor en el momento en que los enanos se apresuraban a obedecer las órdenes de Hamnir. Barbadecuero se lanzó tras el raquítico fugitivo y lo aplastó contra el suelo con el hacha.

—¡Sácalo de aquí! —siseó Hamnir al mismo tiempo que agitaba una mano—. Vienen más.

Los pasos se detuvieron al otro lado de la puerta. Barbadecuero arrastró al goblin de vuelta al comedor, mientras los hermanos Rassmusson le lanzaban los demás a Gotrek, que los apilaba al otro lado de la puerta del dormitorio. Narin y Galin echaron pieles sueltas sobre las varias manchas de sangre que había en el suelo. Félix bajó de un salto de los escalones de madera y corrió hacia la puerta del dormitorio, pero Hamnir asomó la cabeza fuera de un nicho de la pared y señaló hacia arriba.

—¡Jaeger! ¡La araña de luces!

Félix se volvió. La condenada continuaba balanceándose. Maldijo y volvió a subir a saltos los escalones de la tinaja. Los enanos estaban desapareciendo a través de puertas y escondiéndose detrás de muebles. Félix extendió los brazos y detuvo la araña de luces. El tirador de la puerta del corredor estaba girando. Maldijo. No tenía tiempo de llegar a ninguna de las puertas. Estaba atrapado en terreno abierto.

Capítulo 17

La puerta del corredor empezó a abrirse. Félix bajó de un salto de los escalones de madera y rodó debajo de ellos, a la vez que plegaba el delgado cuerpo para encajar en el reducido espacio. La espalda le quedó contra la tinaja. Un travesaño le presionaba dolorosamente las espinillas. Los calzones mojados se le pegaban a la piel y olían muy mal.

A través de los espacios abiertos que había entre los escalones, Félix vio las prominentes rodillas de un orco enorme, ataviado con una chaqueta de cuero con tachones metálicos y pesadas botas, que entraba en la habitación y se aproximaba a la tinaja. Una compañía de orcos en posición de descanso aguardaba al otro lado de la puerta.

—¡Ay, no! —murmuró Félix.

Las pesadas botas crujieron al subir por los escalones y se detuvieron justo encima de la cabeza de Félix, que contuvo la respiración. Si movía un solo músculo, el orco lo oiría.

Durante un momento, oyó sonidos de frotamiento, y luego un profundo suspiro contenido cuando algo cayó con sonido acuoso dentro de la tinaja. Félix rezaba para que todo acabara pronto, pero el orco debía haber comido una cantidad descomunal, porque los sonidos de cosas sólidas que chapoteaban en el líquido parecían interminables. Tras una descarga particularmente violenta, un chapoteo de gotas tamborileó sobre las tablas que había sobre la cabeza de Félix. En la parte inferior de una de las tablas se formó una gota de hediondo líquido marrón, y quedó allí colgada, justo encima de su cara.

Félix la miró con horror. No se atrevía a moverse. El más leve movimiento alertaría al orco.

El monstruo gruñó y se movió. La gota cayó. Félix cerró los ojos. Se le estrelló sobre el párpado derecho y se deslizó lentamente hacia abajo. Félix se tensó al reprimir el impulso de gritar. El líquido escocía como vinagre. Tenía ganas de debatirse y patalear.

El orco se puso de pie y le ofreció a Félix una vista de partes de su anatomía sin la cual Jaeger podría haber vivido perfectamente; luego, se subió los calzones y comenzó a bajar por los escalones. Cuando estaba en medio de la escalera, se detuvo y formuló una pregunta. La voz tenía un extraño tono de chillidito; no era el habitual gruñido orco.

Félix gimió. Finalmente, había reparado en que los goblins no estaban allí. Era el fin. Iban a tener que luchar con toda la compañía, y luego contra toda la fortaleza. Se repetía lo sucedido en la puerta de Birrisson. Giró a un lado los ojos que le escocían, y vio a Gotrek y a los hermanos Rassmusson en las sombras del dormitorio, preparando las armas.

El orco volvió a hacer la pregunta, y después fue hasta la puerta y habló con su capitán. El capitán asomó la cabeza, y el orco abarcó la habitación con un barrido de la mano.

El capitán miró la sala con el ceño fruncido durante un momento; luego se encogió de hombros y le dijo al orco que volviera a la formación. También su voz era aguda y hablaba en staccato. El orco salió y cerró la puerta a su espalda.

La habitación se llenó de un coro de suspiros de los enanos, que surgieron de detrás de puertas y muebles con expresión de alivio.

Narin sonrió cuando Félix salió trabajosamente de debajo de los escalones.

—No sucede a menudo que un hombre tenga una visión como ésa y viva para contarlo.

—No sucede a menudo que un hombre tenga una visión como ésa y quiera vivir para contarlo —dijo Félix. Se limpió el párpado y buscó algo con lo que secarse los calzones—. Y a mi ojo se le ha concedido algo más que una visión. Escuece como el fuego.

—Vaya, ésa sí que es una marca de héroe donde las haya —rió Galin.

—¿Te parece gracioso? —preguntó Gotrek al salir del dormitorio—. Me pregunto si tú podrías haberlo aguantado.

—¿Aguantar cosas forma parte del papel de héroe? —preguntó Galin—. Yo me habría puesto en pie de un salto y lo habría matado antes de que cayera la gota.

—Y nos habrías condenado a todos —replicó Hamnir con tono seco—. Muy heroico. —Se volvió hacia la puerta—. Ahora, démonos prisa antes de que vengan más a llenar la tinaja. —Apoyó un oído contra la puerta, mientras los otros se reunían detrás de él—. Iremos a la izquierda —dijo—, y luego hacia arriba. La Puerta del Cuerno se encuentra a sólo trescientos pasos hacia el este, pero estamos en el nivel de los grandes salones. Estará demasiado poblado. Dos niveles más arriba, están los graneros. Recorreremos el largo de la fortaleza por ahí, y volveremos a bajar por una escalera que está más cerca de la puerta. ¿Preparados?

Los enanos asintieron con la cabeza; tenían los rostros serios y ceñudos tras las barbas.

Hamnir volvió a escuchar, y luego abrió lentamente la puerta y se asomó al exterior. En el corredor iluminado por antorchas resonaban ruidos de movimiento lejano, pero no había nada por las proximidades. Hamnir giró a la izquierda y se escabulló silenciosamente corredor abajo. Los enanos lo siguieron en fila, y Félix marchó en la retaguardia; los calzones húmedos lo hacían sentir torpe y pegajoso. A pesar de lo que habían dicho Gotrek y Hamnir, resultaba difícil sentirse heroico cuando uno estaba mojado de porquería de orco.

* * *

La escalera que ascendía hacia los niveles superiores no estaba a más de veinte pasos por el corredor, pero tuvieron que detenerse y esconderse en tres ocasiones para dejar que pasaran patrullas y grupos de trabajo de orcos. A través de todas las puertas ante las que pasaban, veían goblins y orcos concentrados en el trabajo, cortando y dando forma a la madera, construyendo aparatos de tortura y onagros, matando y desollando animales, preparando comida, tejiendo.

—¿Tejiendo? —susurró Galin, perplejo—. ¡Los pieles verdes no tejen!

—Este sitio se parece más a una colmena de abejas que a un nido de orcos —murmuró Gotrek.

—¿Y qué les sucede a sus voces? —preguntó Narin—. Hablan con chilliditos y galimatías como…, como…

—¿Monos? —sugirió Thorgig.

—Mutantes, iba a decir —replicó Narin.

Hamnir se detuvo ante la escalera y miró al interior con precaución; luego, les hizo un gesto para que subieran. Ascendieron dos niveles y salieron a un amplio corredor sin iluminar. Los enanos abrieron la pantalla de los faroles y echaron a andar. El aire estaba cargado del olor polvoriento y mohoso del trigo en proceso de putrefacción.

Hamnir olisqueó y frunció el entrecejo.

—¿Es que han dejado un silo abierto a la humedad? Este año no tenemos muchos excedentes de trigo.

Enormes puertas flanqueaban ambos lados del corredor hasta donde llegaba la luz de los faroles. Estaban todas abiertas. Hamnir miró al interior de la primera de la derecha. La sala del otro lado era pequeña, y a lo largo de la pared izquierda se amontonaban rollos de sacos de lona vacíos. En la pared posterior, había una puerta de hierro como la de un horno, y por debajo corría un canal. Sin embargo, el canal apenas era visible, porque la puerta estaba abierta y por ella caía una cascada de grano dorado como una duna de arena. El intenso olor a moho se hizo más fuerte, y vieron sombras negras que correteaban por encima del montón de grano: ratas, docenas de ellas.

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