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Authors: Elvira Lindo

Tags: #Humor, Infantil y juvenil

Manolito on the road

BOOK: Manolito on the road
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Manolito regresa para contarnos una de sus experiencias más inolvidables. Sale de viaje con su padre en el camión y abandona Carabanchel por primera vez en su vida.

Sus descubrimientos y aventuras son una sorpresa. Juntos vivirán y compartirán experiencias llenas de ternura y humor.

Elvira Lindo

Manolito on the road

Manolito Gafotas - 5

ePUB v1.0

nalasss
30.07.12

Título original:
Manolito on the road

Elvira Lindo, 1998.

Ilustraciones: Emilio Urberuaga

Editor original: nalasss (v1.0)

ePub base v2.0

Para mi hijo Miguel,

que siempre se despierta con una sonrisa.

Un día estaba en la cola del cine esperando para entrar a ver
El Zorro
, que la ponían en un cine de Carabanchel Bajo, se me acercó un chaval y me preguntó por todo el morro:

—Oyes, niño, ¿tú no serás Manolito Gafotas?

Y yo le dije a ese niño que sí que lo era y que por qué lo había sabido. Y ese niño me dijo que se lo había imaginado por las gafas, porque las llevaba sujetas con una goma, porque llevaba de la mano al Imbécil, por las orejas de ese Orejones que iba a mi lado, porque había un chulo conmigo que debía de ser Yihad y porque también me acompañaban dos niñas bastante bestias, que seguramente eran: La Susana Bragas-sucias y Melody Martínez.

Todos nos quedamos bastante alucinados con la inteligencia sobrenatural de aquel niño adivinador y le rodeamos para preguntarle cosas sobre nuestras vidas y lo sabía todo de todo, porque había leído los cuatro volúmenes que se han escrito sobre mi vida.

El niño adivinador superó todas las pruebas sobre quién era la Luisa, las collejas de efecto-retardado que da mi madre, la próstata de mi abuelo o los peluquines de mi padrino Bernabé, pero sobre lo que no pudo contestar casi ninguna pregunta fue sobre mi padre, porque me dijo que casi nunca salía en los capítulos de mi espeluznante vida. Todos mis amigos, que además de ser mis amigos son unos cerdos y unos traidores, le dieron la razón y dijeron a coro: «Es cierto, es cierto, a tu padre no lo sacas nunca».

La verdad es que si no le saco es porque mi padre nunca se queja, no es como los otros que me dan la vara continuamente con que cuente esto o cuente lo otro. Así que este libro se lo he dedicado sobre todo a él, porque este verano me ocurrió una cosa de esas que sólo suceden una vez en la vida, y mi padre es el segundo protagonista de la historia, el primero soy yo, y los demás son los de siempre: El Imbécil, mi abuelo, el Ore, la Luisa, mi madre, Melody, Yihad… Es que si no los saco en todos los libros se rebotan conmigo y me dan la espalda, así que no me queda más remedio. Será por eso por lo que los tomos de mi vida están siempre llenos de gente, para que nadie se enfade, para no quedarme sin amigos. Mi abuelo me dice: «Ay, Manolito, pero qué tonto y qué buenazo eres…». Es verdad, soy el tío más bueno que conozco.

PRIMERA PARTE:
Adiós, Carabanchel (Alto)

No te lo vas a creer. Estas cosas sólo les pasan a esos niños que salen en las películas, pero en la vida verdadera de los habitantes del Planeta Tierra no han ocurrido jamás. Si cuando termines de escuchar mi increíble historia te atreves a asegurar delante de un Tribunal y con la mano en la Biblia que a ti te han pasado cosas más espeluznantes que las que a mí me pasaron, entonces me tendré que callar como un muerto para el resto de mi vida.

No sé por dónde empezar. ¿Por dónde se empieza una historia de esta categoría? Según mi abuelo, al que se la he contado por lo menos quince veces (y sigue pidiendo más y más), el principio estaría el día en que mis padres discutieron por lo del viaje a Cuenca. Ése sería el principio de los tiempos. Bueno, pues empezaré por ahí:

Esto era un sábado de un verano, y en ese sábado de ese verano mi padre había decidido dejar de trabajar por fin, después de algunos años sin vacaciones, para quedarse con nosotros diez días en Carabanchel. Yo nunca recuerdo a mi padre de vacaciones, bueno sí, cuando el Imbécil nació estuvo dos días en el hospital con el camión aparcado en la puerta, y le pusieron una multa muy gorda, y mi madre se puso a llorar con el Imbécil recién nacido en los brazos y yo me puse a llorar también. Al principio pensé que llorábamos por lo feo que había nacido mi hermanito; luego ya me enteré de que llorábamos por lo de la multa y mi madre dijo: «Ese camión es nuestra ruina, hay que venderlo», y yo lloré entonces con un hipo incontrolable porque yo a nuestro camión lo quiero más que a algunas personas que conozco, y lo quiero igual que a mi padre y a mi madre, y lo quiero un poco menos que a mi abuelo. El orden sería el siguiente:

Abuelo Nicolás

Camión
Manolito

El Imbécil

Mi padre y mi madre

Bernabé y la Luisa (mis vecinos)

La
Boni
(la perra de la Luisa)

Melody Martínez (que está por mí)

El Orejones López

Mis otros amigos

Yihad (un chulo que me pega)

Gente de Carabanchel Alto

Una vez le enseñé esta lista a mi madre, pero como sé que ella es de las que se mosquean con nada la puse en el puesto número 1, porque mi madre es de esas madres que dicen que a una madre se la quiere más que a nada en el mundo (mundial). A mi madre la primera y a mi padre le dejé el cuarto porque a mi padre no le importan esas cosas. Así que mi madre, cuando volvió mi padre el fin de semana le sacó la lista y se la repasó por las narices:

—¡Claro, Manolo, compréndelo, cómo no te va a colocar tu hijo en el cuarto puesto si no estás nunca en casa!

Es verdad, mi padre nunca está en casa y siempre nos promete que habrá un futuro en que vayamos todos a remojarnos los pies en el agua del mar.

Bueno, pues figúrate que esto era ese sábado de ese verano y que mi padre se iba a quedar diez días con nosotros, que no nos podía llevar a la playa, pero nos iba a llevar al Zoo y al Parque de Atracciones y a la piscina, que están a cinco minutos de mi casa. Y ese sábado histórico de mi vida, él se estaba afeitando y yo y el Imbécil estábamos desayunando en unos taburetes de la cocina. El Imbécil, por si no lo sabes todavía, es mi hermano pequeño, no le llamo el Imbécil por faltarle el respeto, le llamo el Imbécil porque en un principio me sentó como un tiro que viniera a este mundo. Antes de su nacimiento yo era el ojito derecho de mi padre y el ojito derecho de mi madre. Ahora sólo soy el ojo derecho de mi abuelo Nicolás, pero teniendo en cuenta lo poco que pinta mi abuelo en casa, es un ojo derecho con pocas influencias. Ahora el Imbécil tiene cuatro años y, claro, con el roce le voy cogiendo más cariño pero el problema está en que ya no me acuerdo de su verdadero nombre. Él está muy contento con su mote, en serio. Sin ir más lejos, el otro día mi madre le dijo:

—No hagas eso, Nicolás.

Le llamó Nicolás porque se debe de llamar Nicolás, seguramente.

Y el Imbécil protestó:

—¡El nene no es Nicolás! ¡El nene es el Imbécil!

Esas cosas suceden cuando consigues que tu hermano pequeño te admire sinceramente, y mi hermano me admira y le parece bien casi todo lo que yo haga. Es mi único fan sobre la Tierra.

Así que, como te decía, el Imbécil y yo estábamos desayunando en calzoncillos porque en verano siempre desayunamos en calzoncillos. Mi madre es partidaria de eso, dice que siempre es más fácil limpiar un pecho lleno de colacao que una camiseta. El Imbécil y yo somos partidarios de ensuciarnos de colacao todos los días, si no lo hacemos, se nos queda un vacío en el estómago y una tristeza en el corazón durante todo el día. Te lo juro.

Estábamos a punto de beber el último sorbo, ése donde queda todo el chocolate, cuando sonó el teléfono de repente y el Imbécil se llevó un susto mortal y soltó el vaso, que llenó de colacao y de cristales todo el suelo de la cocina. El Imbécil se echó a llorar. Lo hace siempre cuando rompe un vaso, así que lo hace continuamente, llorar y romper vasos. Mi madre le dio una colleja al Imbécil que se puso a llorar más fuerte todavía. A mí me empezó a dar la risa tonta porque, por muy buena persona que seas, no puedes evitar alegrarte un poco cuando el que recibe la colleja es otro y no tú. Y sobre todo te hace más gracia si ese otro es un hermano tuyo. Es una alegría sana. Pero mi madre y yo no nos reímos de las mismas gracias, así que decidió que había llegado el momento de que yo me llevara otra, con tal mala suerte que las gafas se me escaparon de las orejas y se cayeron dentro de mi tazón de colacao. La verdad, fue un número de circo. Las gafas dieron dos vueltas en el aire antes de caer en la leche. Si no conociera a mi madre hubiera aplaudido, como la conozco, sabía que se estaba poniendo enferma de los nervios. Al Imbécil se le escapaba la risa mientras lloraba y encima decía que se hacía pis. Siempre que llora le entran ganas de mear. Es un niño bastante extraño, cuando le da por soltar agua lo hace por todas partes: pito, nariz y ojos. Mi madre dijo que nadie pisaría el suelo hasta que no estuviera limpio de cristales y de chocolate. Nos quedamos muy serios aguantándonos la risa.

Mi padre abrió la puerta pero mi madre no le dejó pasar, le dijo «Sólo me falta que ahora te cortes tú», mi padre le dijo «Tenemos que hablar», mi madre le dijo «Pues habla desde ahí», mi padre le dijo «Es que no te va a gustar lo que te voy a decir, así que me voy a vestir y luego te lo digo».

Mi padre también estaba en calzoncillos. Es algo que hemos heredado de mi padre, cuando llega el verano, pasamos mucho tiempo en calzoncillos, debe de ser una costumbre genética.

—Ahora no me vas a dejar con la curiosidad, ahora pasas y me dices lo que sea —dijo mi madre abriéndole la puerta.

—Es que voy descalzo y me puedo cortar.

Tú pensarás que la conversación de mis padres es un poco pesada, que se repite una y otra vez lo mismo, que es un aburrimiento, y yo te pregunto: ¿Es que acaso la de los tuyos es más entretenida?

Lo que estaba claro es que mi padre ya no se podía marchar sin soltar la verdad y nada más que la verdad.

—Bueno…, resulta que me acaban de llamar para ir mañana a hacer unos portes a Cuenca.

Creo que tengo que explicarte que mi padre se dedica a hacer traslados de un lugar a otro. Traslada muebles, artículos de limpieza, ropa, lavadoras, todo aquello que las personas quieran trasladar, en eso él no se mete. Mientras no sea una bomba nuclear mi padre traslada lo que sea. Si un día ves por la carretera un camión que lleva unas letras que ponen «MANOLITO», y ves a un camionero con gafas que conduce, ese señor es mi padre, el camionero que va dentro.

BOOK: Manolito on the road
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