Lujuria de vivir (32 page)

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Authors: Irving Stone

Tags: #Biografía, Drama

BOOK: Lujuria de vivir
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—¿Amas a tu familia más que a mí? —le dijo un día en que ella había logrado hacer una escapada hasta su estudio.

La joven le echó una mirada de reproche.

—¡Oh, Vincent ¡

—Y entonces ¿por qué no los dejas por mí?

Se reclinó sobre su hombro como una criatura cansada, y con voz triste y apagada contestó:

—Si supiese que tú me amas como yo te amo, desafiaría al mundo entero. Pero... represento tan poco para ti... y tanto para ellas...

—Te equivocas, Margot, te amo...

Ella le puso suavemente un dedo sobre los labios.

—No querido, quisieras amarme... pero no me amas. No le aflijas. Déjame ser la que más quiere de los dos.

—¿Por qué no te desligas de ellas?

—Es fácil para ti decir eso. Eres fuerte y puedes luchar. Pero yo tengo cuarenta años... Nací en Nuenen... nunca fui más lejos que Eindhoven. Nunca fui en contra de nada ni de nadie... Si supiera que realmente tú me deseabas con todo tu ser, lucharía contra el mundo entero... Pero esto es una cosa que yo sola deseo... No; es ya demasiado tarde, mi vida ya se ha ido...

Hablaba en un murmullo y sus ojos estaban llenos de lágrimas.

—Mi querida Margot —díjole Vincent acariciándole el cabello—. Tenemos toda una vida por delante para disfrutar juntos. Arregla esta noche tus cosas e iré a buscarte cuando tu familia duerma. Iremos hasta Eindhoven y al amanecer tomaremos el tren para

París.

—No, querido. Les pertenezco y no puedo dejarlas. Pero al final haré mi voluntad...

—Margot... no puedo soportar verte sufrir así.

La joven volvió sus ojos hacia él y le sonrió.

—No, querido, soy feliz. El amarte ha sido algo maravilloso...

El joven la besó en los labios, sintiendo en ellos la sal de sus lágrimas.

Algo más tarde, Margot le preguntó:

—¿Irás a pintar mañana a los campos? Ha cesado de nevar.

—Sí, creo que iré.

— ¿A qué lugar te dirigirás? Deseo ir a acompañarte.

Con un gorro de piel y el cuello de su blusa levantado, Vincent trabajó hasta bastante tarde al día siguiente. El cielo crepuscular reflejaba un hermoso tinte alilado con toques de oro, y las cabañas y arbustos se diseñaban en oscuro sobre aquel magnífico fondo.

Margot llegó tarde, caminando apresuradamente a través del campo. Llevaba el mismo vestido blanco que el día en que se habían conocido. Sus mejillas estaban ligeramente sonrosadas y parecía haber recuperado la juventud que pocas semanas antes había florecido tan hermosa bajo los cálidos rayos del amor. En la mano traía una canastita de labores.

Echó los brazos al cuello del joven y éste pudo notar el latido acelerado de su corazón. La miró en los ojos y no viendo más melancolía en ellos preguntó:

—¿Qué sucede, querida? ¿Hay alguna novedad?

—No es nada. No pude venir antes, por eso llegué tan tarde... feliz... feliz de estar contigo.

—¿Cómo has venido con este traje tan liviano?

Sin contestar a la pregunta dijo:

—Vincent, vayas donde vayas, quiero que siempre recuerdes una cosa de mí.

—¿Cuál?

—¡Que te amé muchísimo! Como ninguna otra mujer te ha amado en tu vida.

—¿Por qué tiemblas así, Margot.?

—No es nada. No pude venir antes, por eso llegué tan tarde... ¿Te falta poco para terminar tu tela?

—Apenas unos momentos.

—Entonces me sentaré detrás tuyo para mirarte trabajar, como solía hacerlo antes. Ya sabes, querido, que nunca quise molestarte. .. Sólo he deseado que te dejaras amar por mí...

—Sí, Margot —repuso el joven sin saber qué decir.

—Bien, entonces reanuda tu trabajo y termínalo a fin de que podamos regresar juntos... Pero antes de sentarte, bésame, Vincent —dijo con un estremecimiento—, bésame como aquella ve en tu estudio...

El la tomó en los brazos y besándola en los labios la estrechó contra su corazón. Luego la joven se sentó sobre el pasto y Vincent se instaló frente a su caballete. La serenidad del crepúsculo invadía cada vez más el ambiente.

Oyóse de repente un ligero ruido de cristal al caer una botella contra la canasta de la joven y un grito ahogado. Sorprendido Vincent se volvió y vio que Margot yacía en tierra presa de violentos espasmos. El joven, aterrado, se acercó vivamente a ella. Después de una serie de rápidas convulsiones permaneció rígida como una muerta. Vincent levantó la botella y olió el residuo cristalino que quedaba en ella, y luego tomando a Margot en sus brazos comenzó a correr hacia el pueblo. Se encontraba a un kilómetro de Nuenen y temía que la joven se muriese antes de llegar al pueblo. Atravesó la calle principal con su preciosa carga, ante la mirada asombrada de los habitantes y cuando llegó a casa de los Brgerman, abrió la puerta de un violento puntapié y entrando en la sala depositó a la moribunda sobre el sofá. La madre y las hermanas de la joven aparecieron corriendo despavoridas.

—¡Margot se ha envenenado! —dijo anhelante—. ¡Voy en busca del médico!

Corrió hacia la casa del doctor y mientras regresaban juntos éste le preguntó: —¿Está seguro de que fue estricnina? —Al menos así me pareció. —¿Y dice que aún vivía cuando la trajo a su casa? —Sí. Cuando llegaron, Margot se estaba retorciendo de dolor sobre el diván. Después de examinarla el médico dijo: —Sí, fue estricnina, pero le mezcló algo para mitigar el sufrimiento... Por el dolor creo que debió ser láudano. Nunca supuso que iba a actuar de antídoto...

—¿Entonces vivirá? —inquirió la madre angustiada.

—Tal vez. Pero debemos llevarla de inmediato a Utrecht.

—¿Puede usted recomendarnos allí algún hospital o sanatorio?

—¿Tendremos que llevarla a una casa? de salud... necesitará estar mucho tiempo en observación. Ordene que enganchen su coche, debemos tomar el último tren de Eindehoven.

Silencioso, Vincent permanecía de pie en uno de los rincones de !a habitación. Cuando el coche estuvo listo, el médico envolvió la enferma en una manta y la tomó en brazos. La madre y las cinco hermanas lo siguieron y Vincent hizo lo propio. El pueblo entero se hallaba reunido ante la casa de los Begcman y se hizo un profundo silencio cuando apareció el doctor con Margot en brazos la metió en el coche y luego subieron las mujeres. Vincent permanecía silencioso cerca de la portezuela. El médico tomó las riendas y en el momento en que el vehículo comenzaba a moverse, la madre de Margot advirtiendo a Vincent sobre la vereda té gritó:

—¡Esto es obra suya¡ ¡Usted mató a mi hija!

Todas las miradas se volvieron hacia el joven, mientras el coche se alejaba por el camino.

«TU TRABAJO ES CASI VENDIBLE, PERO...»

Antes de que su madre se rompiera la pierna Vincent era mal visto por los habitantes de Nuenen, quienes desconfiaban de él y no comprendían su modo de vivir, pero ahora estaban abiertamente en contra suyo, y todos le volvían la cabeza cuando él se acercaba. Lo trataban como a un verdadero paria.

Esto no molestaba mayormente al joven, pues los tejedores y los campesinos aún lo aceptaban como su amigo, pero cuando la gente comenzó a dejar de visitar a sus padres, comprendió que tendría que abandonar la rectoría.

Sabía que lo mejor que podía hacer era partir del Brabante para dejar a sus padres en paz, pero ¿dónde ir? El Brábante era su tierra, anhelaba vivir siempre allí, deseaba pintar sus campesinos y tejedores, le parecía que ello justificaba su trabajo. Le gustaba trabajar en invierno en medio de la nieve y en verano entre las espigas doradas del trigo, hallarse en compañía de los secadores y de las jóvenes campesinas. En una palabra, le satisfacía profundamente estar en contacto directo con la naturaleza.

Para él, el «Angelus» de Millet era la obra creada por un ser humano que se acercaba más a la divinidad. Quería pintar escenas exteriores, captar algo de su elemental simplicidad o la vida simple de los habitantes de la región.

Resolvió el problema de una manera muy sencilla. A poca distancia, se hallaba la iglesia católica y a su lado estaba la casa del sacristán. Juan Schafrath, que era sastre de profesión, continuaba con su oficio al mismo tiempo que se ocupaba del cuidado de la iglesia. Su mujer era una buena persona y alquiló a Vincent dos habitaciones, feliz de poder hacer algo para el hombre a quien todos repudiaban.

La casa de los Schafrath estaba dividida en dos por un amplio pasillo. De un lado vivía la familia del sacristán y del otro Vincent instaló su estudio en la habitación del frente, ocupando la otra como una especie de despensa y desván. Dormía en el primer piso, en un gran cuarto bajo el techo que la familia Schafrah empleaba también para tender la ropa

Colgó sobre las paredes de su estudio sus acuarelas y varios estudios que representaban a los campesinos brabanzones fuertemente caracterizados y a los tejedores ante sus telares, o alrededor de la mesa familiar en sus chozas.

Fue en esa época que se hizo amigo de su hermano Cor, y juntos comenzaron una colección de objetos heteróditos, pertenecientes todos a la vida campesina. Allí había desde una serie de nidos de pájaros y plantas regionales hasta ruecas, zuecos y gorros de los usados por los nativos del lugar y reanudó con ahínco su trabajo. Descubrió que el uso de la tinta china y el betún, que la mayoría de los pintores estaban abandonando, hacía su colorido más maduro y sazonado, así como también que necesitaba mezclar muy poco amarillo en un color para hacerlo aparecer muy amarillo, si lo colocaba al lado de un violáceo.

También aprendió que el aislamiento es una especie de prisión.

Durante el mes de marzo, su padre, al regresar de un largo recorrido por el campo donde había ido a visitar a uno de sus parroquianos enfermos, cayó presa de un ataque sobre las escaleras de la rectoría. Cuando Ana Cornelia acudió en su ayuda, ya estaba muerto. Lo enterraron en el jardín, cerca de la iglesia, y Theo vino para asistir a las exequias.

Esa misma noche, los dos hermanos, sentados en el estudio de Vincent, después de haber hablado de los asuntos de familia, comenzaron a hablar de su trabajo.

—Una casa me ofreció mil francos mensuales para que deje a Goupil y vaya con ellos —dijo Theo.

—¿Y vas a aceptar?

—Creo que no. Temo que su punto de vista sea puramente comercial...

—¿Pero no me has dicho que en lo de Goupil?...

—Sí, ya sé,
les Messieurs
también piensan mucho en el dinero y en los pingües beneficios. Pero, hace doce años que estoy con ellos ¿a qué cambiar por unos pocos francos? Tal vez algún día me pongan al frente de uno de sus negocios... Si lo hacen comenzaré a vender a los «Impresionistas».

—¿Los Impresionistas? Me parece haber visto ese nombre escrito en algún lado. ¿Quiénes son?

—Los pintores más jóvenes de París, es decir Eduardo Manet, Degas, Renoir, Claude Monet, Sisley, Courbet, Laturec, Gauguin, Cézanne, Seurat.

—¿
Y por qué los llamas así?

—Verás: En la Exposición realizada en lo de Nadar en 1874, Claude Monet expuso una tela que tituló: «Impresión: El sol levante». Un crítico periodista calificó esa exposición una exhibición de «impresionistas», y el nombre les quedó.

—¿Trabajan con colores claros u oscuros?

—Claros. ¡Desprecian los colores oscuros!

—Entonces no creo que podría trabajar con ellos. Tengo intención de cambiar mi

colorido, pero me parece que lo oscureceré en vez de aclararlo.

—Tal vez cambies de opinión cuando vengas a París.

—Tal vez. ¿Y empiezan a vender sus telas?

—Durant Ruel vende ocasionalmente un Manet, pero nada más.

—¿Y cómo viven entonces?—Solo Dios lo sabe. Son verdaderos bohemios. Rousseau da lecciones de violín; Gauguin pide dinero prestado a sus antiguos amigos de la Bolsa; a Seurat le ayuda la madre, que es rica y a Cézanne el padre. En cuanto a los otros, no puedo imaginarme de dónde sacan el dinero.

—¿Los conoces a todos, Theo?

—Sí, poco a poco los voy conociendo a todos. He tratado de persuadir a
Les Messieurs
que les dieran un lugarcito para sus exhibiciones en su Galería, pero no quieren saber nada con los «impresionistas».

—Necesitaría conocer a artistas como esos...

—¿Y por qué no vienes a vivir a París conmigo?

—No estoy listo aún. Necesito terminar un trabajo aquí.

—¿Y cómo quieres relacionarte con pintores si permaneces en medio del campo?

—Tienes razón. Pero, Theo, hay una cosa que no logro comprender. Nunca has vendido ni un solo dibujo o pintura mía. Estoy casi seguro de que ni siquiera has tratado de hacerlo. ¿Por qué?

—He enseñado tu trabajo a los entendidos, a los
connai-seurf
y dicen...

—Oh, los
«connaiseurs»
—le interrumpió Vincent encogiéndose de hombros—. Conozco todas sus sandeces. Con seguridad, Theo, debes saber que sus opiniones no tienen nada que ver con el valor de una obra maestra.

— Creo que exageras un poco. Tu trabajo es casi «vendible» pero..

—Theo, Theo... me has escrito esas mismas palabras cuando te envié mis primeros bosquejos desde Etten...

—Lo siento, Vincent, pero expresan la verdad. En cada una de tus obras pareces estar al borde de la madurez... Pero, dices que necesitas trabajar aún aquí, bien, trata de concluir pronto lo que quieres hacer y ven a París. Cuanto antes lo hagas mejor será para ti. Pero, si mientras tanto quieres que venda algo tuyo, envíame un verdadero cuadro y no un estudio. Nadie se interesa por estudios.

—Es algo difícil discernir dónde una tela deja de ser estudio para convenirse en cuadro... En fin, Theo, sigamos pintando y siendo nosotros mismos, con nuestras faltas y nuestras cualidades. Y digo «nosotros» porque el dinero que tú gastas en mí te da el derecho de considerar la mitad de mi producción como tu propia creación...

COMIENDO PAPAS...

Antes de la muerte de su padre, Vincent iba a la rectoría de tanto en tanto, ya sea para cenar o para charlar un rato pero, después de los funerales, su hermana Elizabeth le hizo comprender que no era persona grata, pues la familia deseaba mantener cierta posición en el pueblo. Su madre consideró que era su deber hacer causa común con sus hijas puesto que él tenía suficiente edad para ser responsable de su propia existencia. Por lo tanto, Vincent se encontró completamente solo en Nuenen. dióse de lleno a su trabajo empeñándose en pintar de la naturaleza, pero ésta, esquiva, no se sometía a su pincel, por lo cual terminó por crear de su propia paleta, y entonces sucedió que la naturaleza sometióse y púsose de acuerdo con su obra creadora. Cuando en medio de su soledad se sentía desgraciado, acudía a su memoria la escena del Estudio de Weissenbruch y las mordaces palabras del pintor que aprobaba el sufrimiento. En su fiel Millet encontró la misma filosofía de Weissenbruch, pero expresada en forma más convincente: «Nunca deseo suprimir el dolor, pues a menudo contribuye a que los artistas se expresen con más eficacia».

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