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Authors: Irving Stone

Tags: #Biografía, Drama

Lujuria de vivir (22 page)

BOOK: Lujuria de vivir
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—¿Quieres hacerme una colección de doce? ¿Cuánto pides por cada uno?

—Por estos dibujos pequeños, ya sea al lápiz o a la pluma, pensé que podría pedir dos francos y medio. ¿Le parece mucho? Cornélius sonrió ante la módica suma.

—No, no —dijo—. Y si me agradan, te encargaré doce más de Amsterdam. Pero entonces fijaré yo mismo el precio de modo que puedas ganar algo más.

—¡Tío Cor! ¡Este es mi primer encargue! ¡Si supiera cuán feliz me siento!

—Todos queremos ayudarte, Vincent. Espero que entre la familia podremos comprarte toda tu producción.

Tomó sus guantes y su sombrero y se dispuso a partir.

—Cuando escribas a Theo, salúdalo de mi parte.

Loco de alegría Vincent tomó su última acuarela y corrió hasta Uielcboomen a casa de Mauve. Lo recibió Jet, parecía preocupada.

—Sería mejor que no fuera al estudio —dijo—. Antón está imposible.

—¿Qué le sucede?

—Lo de siempre —repuso la señora con un suspiro.

—Entonces supongo que no querrá verme.

—Espere a otro momento, Vincent. Cuando se tranquilice algo le diré que usted estuvo aquí.

—¿No se olvidará?

—No, no. Se lo prometo.

Vincent esperó varios días pero Mauve no fue a verlo. En cambio Tersteeg estuvo dos veces, y siempre con la misma cantinela.

—Sí, sí, haces algunos progresos. Pero todavía falta... aún no puedo vender tus cosas en mi casa. Creo que no trabajas bastante, Vincent.

—Pero, Mijnherr, me levanto a las cinco y trabajo hasta las doce de la noche... Apenas si pierdo unos minutos para comer.

Tersteeg meneó la cabeza como si no comprendiese, y volvió a mirar la acuarela que tenía entre las manos.

—No comprendo... Siempre la misma aspereza y tosquedad que noté en tus primeros trabajos. Deberías corregirte. Eso se consigue trabajando sin descanso.

—¡Trabajando sin descanso! —exclamó Vincent.

—Dios sabe que quisiera comprarte alguna cosa, Vincent. Quisiera que comiences a ganarte la vida, me molesta pensar que Theo... pereo no puedo comprar nada si no está como debe ser.

El joven se preguntó si Tersteeg no se burlaba de él. «Debes ganarte la vida. Pero no puedo comprar nada». ¿Cómo diablos iba a ganarse la vida si nadie le compraba nada?

Un día, encontró a Mauve en la calle. E1 pintor caminaba rápidamente y con la cabeza gacha, y cuando su primo lo detuvo lo miró casi sin reconocerlo.

—Hace tiempo que no te veo, primo Mauve.

—Estuve muy ocupado —repuso éste con frialdad e indiferencia.

—Lo sé. Es tu nuevo cuadro. ¿Cómo marcha?

—Oh... —e hizo un gesto vago.

—¿Puedo ir a verte a tu estudio uno de estos días? Temo que mi acuarela no progrese mucho.

—No, no. ¡No vengas ahora Estoy muy ocupado, te digo. No puedo perder mi tiempo.

—¿Entonces no quieres venir tú a mi estudio, algún día que estés de paseo? Sólo unas palabras tuyas me pondrán en buen camino.

—Tal vez, tal vez. Pero ahora estoy ocupado, debo irme.

Se alejó dejando a Vincent perplejo.

¿Qué había sucedido? ¿Había ofendido a su primo sin saberlo?

Algunos días después se extrañó al ver llegar a Weissenbruch, pues éste rara vez se molestaba en visitar a los artistas jóvenes, al menos que fuese para criticarlos acerbamente.

—Vaya, vaya —dijo mirando a su alrededor—.Qué magnífico palacio! Pronto pintarás aquí los retratos del Rey y de la Reina.

—¡Si no te agrada puedes retirarte! —exclamó el joven exasperado por la ironía del tono.

—¿Por qué no abandonar la pintura Van Gogh? La vida de artista es una vida de perros.

—Sin embargo tú la soportas.

—Sí, pero yo he triunfado y tú no triunfarás jamás.

—Tal vez. Pero pintaré mejores cuadros que tú.

Weissenbruch se echó a reír.

—Mejores, no, pero casi tan buenos sí. Serás el que más se acerque a mí en La Haya. Si tu trabajo se parece a tu personalidad...

—¿Quieres verlo? Siéntate.

Trajo su carpeta y comenzó enseñándole las acuarelas. Weissenbruch las hizo a un lado.

—La acuarela es demasiado insípida para lo que tienes que expresar —dijo, y tomando los dibujos a lápiz del Borinage, del Brabante y de La Haya, comenzó a estudiarlos detenidamente. Vincent esperaba un duro sarcasmo.

—Dibujas endiabladamente bien, Vincent —dijo—, casi podría trabajar yo en estos dibujos.

El joven se quedó confundido.

—Creí que te llamaban «la espada despiadada».

—Así es. Si no viera nada bueno en tus estudios así te lo diría.

—Tersteeg siempre me critica. Dice que son toscos y ásperos

—¡Pamplinas! Ahí está donde reside su fuerza.

—Yo quisiera continuar con los dibujos a la pluma, pero Tersteeg dice que debo expresarme en acuarela,

—¿Para poder venderlas, eh? No, no, muchacho; si ves las cosas como dibujos a la pluma, dibújalas así. Y por encima de todo ¡nunca hagas caso a nadie!... ¡ni siquiera a mil Sigue tu ruta solo.

—Creo que es lo que tendré que hacer —repuso Vincent meneando la cabeza.

—Cuando Mauve dijo delante de mí que eras un pintor nato, Teisteeg se ofuscó.

Pero si eso vuelve a suceder, ahora que he visto tu obra, yo también te defenderé.

—¿Mauve dijo que yo era un pintor nato?

—Bah, no te dejes marear por eso, y date por satisfecho si cuando mueras, eres considerado como pintor.

—¿Entonces por qué ha sido tan frío conmigo?

—¿El? así es con todo el mundo cuando está terminando un cuadro. No te preocupes. Cuando la tela de Scheveningen esté terminada, cambiará. Mientras tanto, si necesitas alguna ayuda, puedes venir de tanto en tanto a mi estudio.

—¿Puedo hacerte una pregunta, Weissenbruch?

Sí.

—¿Te mandó Mauve que vinieras aquí?

—Sí.

—¿Y por qué?

—Quería una opinión sobre tu trabajo.

—¿Y por qué si me considera un pintor nato?...

—No sé. Tal vez Tersteeg puso la duda en su mente.

LA BONDAD FLORECE EN LUGARES MUY EXTRAÑOS

Si Tersteeg estaba perdiendo fe en él y Mauve se tornaba cada vez más frío, Cristina poco a poco ocupaba su lugar, y llenaba la vida del joven con esa sencilla amistad que él anhelaba. Venía a su estudio todas las mañanas temprano, y traía con ella su costura. Su voz era áspera y sus palabras ordinarias, pero Vincent pronto encontró el medio de no oírla cuando estaba concentrado en su trabajo. La mujer estaba contenta de permanecer tranquilamente sentada al calor de la estufa mirando por la ventana o bien cosiendo repita para su futuro hijo. Como modelo era bastante torpe y aprendía con dificultad, pero tenía grandes deseos de complacer a Vincent. Pronto tomó la costumbre de preparar la cena antes de retirarse.

—No debes molestarte en eso, Sien —decíale el joven.

—No es ninguna molestia, sé hacerlo mucho mejor que tú.

—Entonces me acompañarás a comerla.

—Bien. Mamá se ocupará de los chicos.

Vincent le daba un franco diario. Sabía que era más de lo que podía, pero le agradaba su compañía y la idea de que le evitaba el duro trabajo de lavandera, le complacía. A veces seguía trabajando hasta muy entrada la noche, y entonces ella no se molestaba en regresar a su casa. Por la mañana el ambiente estaba perfumado por el aroma del café recién hecho, y la vista de aquella mujer que se ocupaba tranquilamente de los menesteres del hogar, le reconfortaba el corazón. Era la primera vez que tenía una mujer y le parecía muy agradable.

A veces Cristina decía:

—Quisiera dormir aquí esta noche. ¿Me lo permites, Vincent?

—Por cierto, Sien. Quédate cada vez que te agrade; ya sabes el placer que me haces.

A pesar de que él nunca le pedía nada, pronto la mujer tomó la costumbre de lavarle y remendarle la ropa e ir al mercado de compras.

—Ustedes los hombres no saben cuidarse solos —decía—. Necesitan de una mujer. Estoy segura que en el mercado te roban escandalosamente.

No era una buena ama de casa, pues su vida desordenada había repercutido en su orden y pulcritud. Era la primera vez que se ocupaba del hogar de alguien que le gustase, y le encantaba hacer las cosas... siempre que se recordase. Ahora ya no se sentía muerta de cansancio día y noche como antes, y su voz había perdido su aspereza, y hasta su vocabulario ya no era tan grosero. Tenía un carácter muy vivo que no sabía controlar y cuando algo le disgustaba, se enfurecía y empleaba palabras obscenas que Vincent no había oído desde los días de la escuela. En esos momentos el joven permanecía tranquilo, esperando que pasara la tormenta. Otras veces era Vincent quien se enojaba, ya sea porque sus dibujos no le complacían o porque Cristina no posaba como él le había enseñado. Gritaba furioso hasta que los muros de la habitación temblaban, pero en pocos minutos volvía a la calma. Afortunadamente nunca se enojaban en el mismo momento.

Después de haberla bosquejado muchas veces hasta que las líneas de su cuerpo se le hicieron familiares, decidió emprender un verdadero estudio. La idea del mismo le vino leyendo una frase de Michelet:
«Comment se faitil qu'il y ait sur la terre une femme seule désespérée»
[Como pasa que existe en la tierra una mujer desesperada]. Colocó a Cristina desnuda, recostada sobre un tronco cerca de la estufa. Después convirtió el tronco en un árbol caído haciendo del estudio una escena exterior. La joven tenía las manos anudadas a las rodillas y la cabeza oculta entre los brazos descarnados. El pelo le caía sobre la espalda y los pechos le pendían flácidos. Lo llamó

«Dolor». Era el cuadro de una mujer de la cual había sido exprimido todo el jugo de la vida. Debajo de él escribió la frase de Michelet.

El estudio le llevó una semana y terminó con su dinero. Faltaban aún diez días para el primero de marzo, y sólo le quedaba pan negro para dos o tres días.

—Sien —dijo con tristeza—. No podrás volver aquí hasta el primero del mes.

—¿Por qué? ¿Qué sucede?

—No tengo más dinero.

—¿Quieres decir para mí?

—Sí.

—Vendré lo mismo. No tengo otra cosa que hacer.

—Pero tú necesitas dinero, Sien.

—Me arreglaré para conseguirlo.

—No podrás ir a lavar si estás todo el día aquí.

—... no te preocupes... ya encontraré.

La dejó volver durante tres días más, hasta que se terminó el pan. Aún faltaba una semana para el primero. Le dijo que se iba a Amsterdam a visitar a su tío y que cuando regresara la llamaría. Durante tres días se ocupó en copias, tomando solo agua. Al tercer día fue a visitar a De Bock con la esperanza de que le ofreciera te.

—Hola, viejo —exclamó el pintor al verlo—. Siéntate... ahí tienes unas revistas. Yo debo terminar este trabajo antes de salir a cenar donde me han invitado.

Pero no habló del té.

Sabía que Mauve no lo recibiría y tenía vergüenza de pedir cualquier cosa a Jet. En cuanto a Tersteeg, que había hablado mal de él a Mauve, prefería morirse de hambre antes de ir a verlo. Por más desesperado que se sintiera, no se le ocurría que pudiera ganar dinero de otro modo que con su pintura. La fiebre, su vieja enemiga, volvió a atacarle y tuvo que permanecer en cama. A pesar de que sabía que era imposible, alimentaba la esperanza de que Theo le enviara los cien francos con algunos días de anticipación.

Durante la tarde del quinto día, Cristina fue a verlo y entró sin llamar. Vincent se hallaba durmiendo. Le miró el rostro cansado y pálido y colocó su mano sobre la frente afiebrada. Buscó en el estante donde guardaba los alimentos y viendo que no había una sola migaja de pan ni un poco de café, salió a la calle.

Una hora más tarde, Vincent comenzó a soñar que se hallaba en la cocina de su madre en Etten y que le estaba preparando un plato de porotos. Cuando se despertó vio a Cristina delante de la cocina.

—Sien —murmuró.

Ella se inclinó colocándole su mano fresca sobre la mejilla ardiente.

—Déjate de ser orgulloso —dijole suavemente— y no me vengas con más mentiras. Si somos pobres no es culpa nuestra. Debemos ayudarnos el uno al otro. ¿Acaso no me ayudaste la primera noche que nos encontramos en el bodegón?

—Sien —volvió a decir el joven.

—Descansa un poco más. Fui a casa y traje unas papas y unos porotos. Ya está todo listo.

Aplastó las papas sobre un plato y puso a su lado unos porotos y le trajo la comida servida.

—¿Por qué me diste tu dinero si no tenías bastante para ti? —reprochóle mientras le daba de comer—. No podrás hacer nada si sufres de hambre.

Hubiera podido resistir su sufrimiento hasta que llegara el dinero de Theo, pero la bondad de la mujer quebró su resistencia. Decidió ir a ver a Tersteeg. Cristina le lavó la camisa pero no pudo planchársela, pues no tenía plancha, y a la mañana siguiente, después de haberse desayunado juntos con un poco de café y pan, se dirigió a la Plaats. Su aspecto era bastante lamentable. Sus pantalones estaban remendados y sucios, el saco de Theo le quedaba chico, su corbata vieja y ajada parecía un trapo, y sobre la cabeza tenía uno de esos gorros estrafalarios que gustaba de usar y que nadie sabía de dónde venían.

Caminó por las vías del ferrocarril bordeando los bosques y luego se internó en la ciudad. Al pasar ante la vidriera de un negocio, vio su figura reflejada en él. Y en un breve momento de clarividencia se vio tal como lo veían las gentes de La Haya: sucio, descuidado, enfermo, débil, completamente desgastado.

En la Plaats estaban reunidos los más lujosos negocios, y Vincent titubeó antes de entrar en ese barrio aristocrático. Nunca se había percatado hasta entonces de la enorme distancia que había puesto entre él y la Plaats.

Los empleados de Goupil estaban quitando el polvo del negocio, y lo miraron sin disimulada curiosidad. La familia de ese hombre controlaba el mundo artístico de Europa. ¿Por qué andaba él tan asqueroso?

Tersteeg se hallaba en su oficina del primer piso abriendo su correspondencia con un cortapapel de jade. Miró el rostro de Vincent cubierto de barba roja, sus ojos azul verdosos y su frente prominente. Aún no había decidido si encontraba ese rostro feo o hermoso.

—Eres el primer cliente de esta mañana, Vincent —díjole—. ¿En qué puedo servirte?

El joven le explicó sus apuros.

—¿Qué has hecho con tu mensualidad?

—La he gastado.

—Si has sido imprevisor, no puedes esperar que yo te ayude. En el mes hay treinta días, y no debes gastar diariamente más de lo que corresponde.

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