Lugares donde se calma el dolor (62 page)

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Authors: Cesar Antonio Molina

Tags: #Relato, Viajes

BOOK: Lugares donde se calma el dolor
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  1. Confucio animaba al hombre a saber: «No hay ni habrá nadie en el mundo que ame el saber como yo lo amo». Confiaba en la antigüedad y la tradición. Heredó el espíritu del funcionario sabio y digno. «Estudiar y, en el momento oportuno, llevar a la práctica lo aprendido, ¿no es acaso motivo de alegría?» Y en otro lugar comenta: «No me preocupa que los hombres no me conozcan, me preocupa no conocer a los hombres». El verdadero conocimiento no consistía en una ciega aceptación de las tradiciones, sino en un estudio crítico y actual de las mismas. Estas críticas a la tradición —es decir, a los sistemas sociales y a las costumbres de las dinastías anteriores— no debían estar influidas por juicios personales y subjetivos, sino ser el resultado de un proceso basado en el progreso y la evolución histórica. «No he nacido con saber. Lo busco con afán en la antigüedad que tanto admiro.» Confucio estaba convencido de que un hombre que investiga en el pasado adquiere un conocimiento sobre el presente y se transforma en una persona apta para ser maestro de otros. Confucio exaltaba el buen gobierno por medio de la virtud. «Si el pueblo está en la penuria, ¿cómo va el señor a vivir en la abundancia?». La virtud la ponía por encima de las leyes y los castigos: «Si utilizáis las leyes para dirigir a la gente y castigos para controlarla, simplemente tratará de eludir las leyes y no tendrá sentido de la vergüenza. Pero si la guiáis por medio de la virtud, y la controláis por medio del ritual, habrá un sentido de la vergüenza y del derecho». La virtud equivale a la enseñanza, a la educación, a la moralidad. Rescato aquí algunos otros de sus dichos recogidos, como todo su pensamiento, por sus seguidores. «Mandar a la guerra a un pueblo sin haberlo instruido es abandonarlo a su suerte.» «Respecto al bien mantente insaciable; respecto al mal, mantente alerta.» Los cuatro vicios para Confucio eran la barbarie, la tiranía, la traición y la cicatería. «La barbarie de quien mata en lugar de educar. La tiranía de quien exige resultados sin previo aviso. La traición de quien ordena sin prisa y se torna súbitamente acuciante. Y la cicatería de quien recompensa a los demás pagando con avaricia.»

    En el año 497 Confucio partió de Lu debido a sus discrepancias políticas. Viajó por diversos estados de China. Regresó en el 484. Durante esos años deambuló separado de sus discípulos y estuvo varias veces a punto de perder la vida. Fue muy combativo contra la oligarquía de los clanes y solicitó la restauración de la autoridad del soberano legítimo. Los cargos del Estado debían estar desempeñados por aquellas personas de mayores conocimientos y no ser privilegios hereditarios. El filósofo está repleto de reflexiones coherentes como éstas, referidas a la manera de actuar en la vida pública: «Escucha tanto como puedas y deja a un lado lo que te parezca dudoso, y después sé cauto al hablar de lo que queda»; «Ve mucho, elimina lo que te parezca peligroso, y sé cauto al actuar con lo que queda; entonces no tendrás que arrepentirte de muchas cosas». Todas estas recomendaciones podrían resumirse en esta otra brevísima: «Con mesura pocos yerran».

    Para mí el budista no tiene necesidad de nada, el taoísta no va a ser necesitado para nada (no seamos demasiado prominentes, útiles, serviciales), mientras que el confucionista se prepara para ser útil a la sociedad. Taoísmo y budismo predican la pasividad, la indiferencia frente al mundo, el olvido de los deberes sociales y familiares, la búsqueda de un estado de perfecta beatitud, la disolución del yo en la realidad. A diferencia del budismo, el taoísmo no niega al yo ni a la persona; al contrario, los afirma ante el Estado, la familia y la sociedad. Los confucionistas siempre lo consideraron antisocial. El taoísmo habla del hombre natural: «Dúctil y blando como el agua y como ella transparente». A lo largo de los siglos, las ideas de Confucio fueron interpretadas de muchas maneras. También sufrieron persecución. Qinshihuang, primer emperador de China (259 a. C.-210 a. C.), el constructor de la Gran Muralla, quemó los libros en donde se reunían los pensamientos confucianos y encarceló a una multitud de seguidores. Mayor ya, el filósofo dijo lo siguiente: «A los quince años, mi corazón emprendió la vía del estudio; a los treinta, estaba establecido; a los cuarenta, no tenía dudas, y a los cincuenta, conocía la voluntad del cielo; a los sesenta, mi oído era obediente, y a los setenta, podría seguir los deseos de mi corazón sin transgredir los límites de lo correcto». Todas las frases de Confucio llevan consigo una reflexión y una enseñanza y son aparentemente tan simples y verdaderas como la siguiente: «Cuando veas a un hombre bueno, trata de imitarlo, cuando veas a uno malo, examínate a ti mismo». Uno de los discípulos a la pregunta de cómo era el maestro, contestó: «Es un hombre que, en su entusiasmo, olvida comer; en su alegría, olvida las inquietudes; y ni siquiera siente la vejez venir».

  2. Qufu
    . Qufu, la ciudad de Confucio, se encuentra en la provincia de Shandong, a unos quinientos kilómetros al sur de Pekín. Por estos lugares aún pasa el río Amarillo. Liu Chaichun, un poeta del siglo IX, escribió estos versos: «El día de hoy desplaza al de ayer, / y el presente año, al que ha pasado. / El río Amarillo, que dicen ser siempre Turbio, / será algún día claro. / Mas nunca se volverán negros / mis cabellos ya blancos». Mencio, defensor de la filosofía de Confucio, también compartió con él la provincia de origen, donde se alza el Tai Shan, la cumbre más sagrada del taoísmo chino. Cada mes de septiembre se celebra en Qufu un festival para celebrar el aniversario del nacimiento del maestro Kong. La pequeña urbe está dedicada a la preservación de la memoria del pensador a través de una serie de edificios y espacios naturales en donde se dice pasó los años. La majestuosidad de los mismos no se corresponde con la pobreza y el desapego a cualquier posesión o riqueza que tuvo el autor de las
    Analectas
    . Generaciones y generaciones de familiares disfrutaron de la herencia no sólo intelectual sino y, sobre todo, material, ofrecida por las diferentes dinastías de emperadores. La familia Kong Fu siempre fue próspera e influyente, así como considerada por los chinos la Primera Familia Bajo el Cielo.

    El Templo de Confucio fue levantado por el afán de santificación del filósofo. Este edificio es el más antiguo de entre los miles de santuarios que a él le dedicaron a lo largo de toda la extensa geografía china, durante los casi dos siglos y medio desde su desaparición de la tierra. Está fechado en el año 48o antes de Cristo, un año después de la muerte del maestro. «Zilu pernoctó en la Puerta de Piedra. Al alba, el guardián le preguntó: “¿De dónde venís?”. Zilu contestó: “De casa del Maestro Kong”. El otro inquirió: “¿Es ese que se dedica a lo que sabe que es imposible?”.»
    (Lun Yu
    . Libro XIV. Versión de Anne-Hélene Suárez). El conjunto abarca: puertas conmemorativas, nueve patios consecutivos con cinco salones, un pabellón, una terraza, dos salas y diecisiete kioscos donde se conservan lápidas con inscripciones. Como en el de Pekín se alzan cientos de estelas de piedra con los nombres de miles de opositores que aprobaron los exámenes imperiales durante las dinastías Yuan, Ming y Quing. El Salón Dacheng, dispuesto en el centro del templo, es el eje principal. Lo preside una alta estatua de Confucio acompañada por otras de sus cuatro discípulos (Yan Hui, Kongli, Zeng Can y Mong Ke) y la de los doce sabios. El techo del salón se encuentra sostenido por veintiocho columnas de piedra y cubierto de tejas esmaltadas de color dorado. Varias de esas columnas tienen incrustados relieves de nubes y dragones. No lejos del Salón Dacheng, en un quiosco cuadrado con dos tejados, uno sobrevolado sobre el otro, se encuentra la Terraza de los Albaricoques. Según cuenta la leyenda, en este espacio Confucio daba clases a los discípulos. En el Salón de las Santas Acciones un conjunto de pinturas cuenta su vida. El templo fue ampliándose a lo largo de los siglos, fundamentalmente durante las eras Ming y Quing. En otros pabellones se custodian las lápidas con las inscripciones de los emperadores mecenas sobre esas especies de tortugas-dragones. Además de los muchos y grandes epítetos volcados sobre el sabio, también dejaron inscritas las cuantiosas cantidades económicas invertidas para sufragar los gastos de construcción del templo. Lo mismo que sucede en el Templo de Confucio en la capital china.

    El Bosque de Confucio o Bosque Sagrado está a las afueras de la ciudad, en el lado norte. Aquí está enterrado el maestro y sus familiares desde aquellos tiempos remotos hasta nuestra contemporaneidad. Amurallado, se encuentra rodeado de miles de árboles de muchas y diferentes especies —sobre todo cipreses y pinos—, que acompañan a estatuas de personas y animales. Para llegar al Bosque de Confucio hay que recorrer el Camino Santo entre esas hileras de pinos y cipreses zarandeados por las inclemencias. A mitad del recorrido me encuentro con un pórtico pétreo que se le conoce como Siempre Verde, sostenido por seis columnas de piedra que albergan relieves de leones sedentes, dragones, aves fénix, caballos, nubes, etc. El Camino Santo finaliza en la Puerta del Bosque de Confucio, un pórtico de madera rodeado de lápidas con inscripciones. Atravesada la puerta, un corredor de altos y anchos cipreses, a ambas orillas de la vía, conduce a la Tumba de Confucio. En una gran lápida se advierte que estamos ante la Tumba del Rey de las Letras. Muy cercana a la suya se encuentran la de su primogénito, Kong Li, y la de su nieto, Kong Ji. Una de las construcciones más bellas que decoran este cementerio es el Puente Zhushui, el Puente de las Aguas Cristalinas. Tan largo como estrecho y con profusas decoraciones de canteros en los pretiles. Este bosque inmenso es uno de los lugares donde más silencio, paz y tranquilidad encontré. Un paisaje que el hombre ha conservado intacto desde hace miles de años. Todo parece estar detenido, como si desde Confucio nada nuevo pudiera decirse, nada nuevo pudiera ya llevarse a cabo. ¿Dónde está nuestro Bosque Sagrado que alberga las tumbas de Sócrates, de Platón de Aristóteles, de Séneca y de tantos y tantos otros grandes pensadores? «Si rendimos los últimos deberes a nuestros padres y honramos con ofrendas a nuestros antepasados, la virtud del pueblo recobrará su plenitud»
    (Lun Yu
    , libro I).

    Esta grandiosidad no la disfrutó el maestro Kong, pues durante su larga vida fue pobre y no demasiado afortunado. La disfrutaron sus estériles descendientes mimados por el poder: «El lujo conlleva soberbia. La parquedad conlleva humildad. Antes quiero ser humilde que soberbio»
    (Lun Yu
    , libro VII).

    La Mansión del Pensador o la Residencia está situada en el casco urbano de Qufu, muy cercana al templo. Evidentemente no fue la suya, sino la de sus descendientes. Hoy conserva el archivo genealógico más antiguo y completo de China y, probablemente, del mundo. Sus más de diez mil tomos están clasificados según su contenido: herencias, árboles genealógicos, familiares, leyes, documentos, finanzas y ritos.

    No muy lejos de Qufu está Zoucheng, la patria de Mencio (372-289 a.C.). El templo de Mencio tiene sesenta y cuatro pabellones y varios patios, al igual que un palacio y un cementerio.

  3. En China
    había miles de árboles centenarios, pero la revolución los taló. Afortunadamente muchos pudieron salvarse. Un árbol es un monumento levantado por el tiempo. Su muerte, tala o destrucción es algo irreparable. En la casa donde nací, en A Coruña, en la calle Miguel Servet, había un eucaliptus centenario y, más abajo, estaba el metrosidero. Pertenecían ambos a los jardines de lo que se conocía como el Hospitalillo, un centro de acogida para enfermos mentales sin recursos económicos. El eucaliptus daba con sus ramas contra la ventana de mi habitación y esparcía un olor intenso. Cuando cerraron este centro hospitalario, los nuevos inquilinos, la Compañía Telefónica, lo talaron y construyeron en su lugar un adefesio. El metrosidero se salvó y aún está en el patio del cuartel de la policía local. Nadie sabe a ciencia cierta cuándo llegó a la ciudad. Abel Tasman descubrió Nueva Zelanda en el año de gracia de 1642, por lo que este árbol, oriundo de aquellas tierras, no pudo llegar antes. Metrosidero significa «corazón de hierro». ¿Pudieron plantarlo marinos ingleses que hacían escala en el puerto para cargar las bodegas de sus barcos con el jabón que se fabricaba en una nave próxima a donde hoy está el cuartelillo de la policía local? Fuera como fuese, el árbol por sus medidas tiene, al menos, dos siglos y medio de existencia. Es quizá el más antiguo de la ciudad. ¿Cuántos edificios hay más antiguos que el metrosidero en Coruña? Habría que liberarlo de su mordaza, dejarlo libre en una gran plaza para disfrute y asombro de los viandantes. Mi calle de este modo recuperaría el antiguo esplendor. Y yo también.

  4. Paseando por los Jardines de Song Qingling
    , bajo una majestuosa sófora fénix y un buen número de manzanos silvestres, veo atravesar raudamente por encima de mi cabeza una bandada de palomas. Lo supongo, pues las plumas son blanquísimas y encima del pico tienen unos rizos muy característicos. Aunque al principio pienso que están libres, luego observo un hombre, ya mayor, las va dirigiendo con una serie de silbidos agudos y graves. Las palomas van de aquí para allá produciendo una especie de música celestial inédita para mis siempre enfermizos oídos. Cuando se posan me acerco a él y veo cómo les arregla los instrumentos musicales situados en las colas. Él mismo los construye utilizando cañas de bambú
    (xiao)
    y pequeñas calabazas (hulu). Hace con paciencia los agujeros y luego los pinta de diversos colores. Me dice si quiero comprar alguna de las palomas, con su «caja de música» incluida, por muy pocos yuanes. Le saca de la cola a un ave el aparato musical y me muestra cómo se lo coloca. Luego las dispone a todas para realizar un vuelo de exhibición. Despegan majestuosamente y en vuelo rasante me hacen doblar el espinazo varias veces. El sonido es atonal e indescriptible. Es como si, de repente, se estableciera un diálogo entre toda la naturaleza allí presente. La cría de palomas también fue desaprobada durante la Revolución cultural. La acusaron de práctica burguesa. Afortunadamente los colombófilos están hoy tan libres y seguros como sus propias palomas.

    Al regresar, camino de la salida, vuelvo a pasar bajo la majestuosa sófora. Un poema de Pei Di (siglo VIII) se titula «El sendero de las sóforas»: «Ante mi puerta el sendero / bordeado de sóforas / que por la orilla / me conduce al lago Yi. / Llega el otoño y no cesa / de llover en la montaña; / caen hojas de los árboles, / y nadie las recoge».

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