—Pensé que se trataba de una tormenta en un vaso de agua —respondió Jack.
—Eso creía yo... Pero resulta que el arcediano es un viejo enemigo del prior Philip.
—Maldición. Pero, de todos modos, no podrá declararle culpable.
—Puede hacer cuanto quiera.
Jack movió la cabeza asqueado. A veces se preguntaba cómo hombres como Jonathan podían seguir creyendo en la Iglesia existiendo tan abyecta corrupción.
—¿Qué vais a hacer?
—La única manera de demostrar su inocencia es averiguar quiénes eran mis padres.
—Algo tarde para eso, ¿no?
—Es nuestra única esperanza.
Jack se sintió algo turbado. No cabía duda de que estaban desesperados de verdad.
—¿Por dónde vais a empezar?
—Contigo. Tú estabas en la zona de St-John-in-the-Forest por la fecha en que yo nací.
—¿De veras? —Jack no comprendía adónde quería llegar Jonathan—. Viví allí hasta los once años, que son los que debo tener más que tú.
—El padre Philip dice que el mismo día que me hallaron, él se encontró con vosotros. Contigo, con tu madre, con Tom Builder y con los hijos de Tom.
—Sí, lo recuerdo. Devoramos toda la comida de Philip. Estábamos muertos de hambre.
—Procura recordar. ¿Visteis a alguien con un bebé o alguna mujer joven que pareciera haber estado encinta, en alguna parte de esa zona?
—Espera un momento, —Jack estaba perplejo—. ¿Me estás diciendo que te encontraron cerca de St-John-in-the-Forest?
—Eso es... ¿No lo sabías?
Jack apenas podía creer lo que estaba oyendo.
—No, no lo sabía —dijo hablando de forma pausada mientras en su mente bullían las implicaciones de esa revelación—. Cuando llegamos a Kingsbridge, tú te encontrabas ya aquí y, como es lógico, supuse que te habían encontrado en los bosques cercanos.
De repente sintió la necesidad de sentarse. Cerca había un montón de escombros de la construcción y se dejó caer sobre ellos.
—Bueno, dime, ¿visteis a alguien en el bosque? —insistió Jonathan impaciente.
—Pues claro —contestó Jack—. No sé cómo decírtelo, Jonathan.
El monje palideció.
—¿Sabes algo acerca de esto, verdad? ¿Qué viste?
—Te vi a ti, Jonathan. Eso es lo que vi.
Jonathan se quedó con la boca abierta.
—¿Qué...? ¿Cómo?
—Había amanecido. Yo iba a la caza de patos. Oí un llanto. Encontré a una criatura recién nacida, envuelta en la mitad de una capa vieja yaciendo junto al rescoldo de una hoguera.
Jonathan se quedó mirándolo.
—¿Algo más?
Jack asintió con un movimiento de cabeza.
—El bebé se encontraba sobre una tumba reciente.
Jonathan tragó con dificultad.
—¿Mi madre?
Jack asintió.
A Jonathan se le saltaron las lágrimas pero siguió haciendo preguntas.
—¿Qué hiciste?
—Fui en busca de mi madre. Pero, cuando volvimos al lugar, vimos a un sacerdote a caballo llevando al bebé.
—Francis —dijo Jonathan con voz ahogada.
—¿Qué?
A Jack seguía costándole tragar.
—Me encontró el hermano del padre Philip. De allí es de donde me recogió.
—Dios mío.
Jack se quedó mirando a aquel monje alto al que las lágrimas le corrían por las mejillas.
Y aún no lo has oído todo, Jonathan
, dijo para su fuero interno.
—¿Viste a alguien que pudiera haber sido mi padre?
—Sí —respondió Jack con voz solemne—. Sé quién era.
—¡Dímelo! —musitó Jonathan.
—Tom Builder.
—¿Tom Builder? —Jonathan se dejó caer pesadamente sobre el suelo—. ¿Tom Builder era mi padre?
—Sí. —Jack movió la cabeza asombrado—. Ahora sé a quién me recuerdas. Tú y él sois las personas más altas que jamás he conocido.
—Cuando era niño, siempre fue bueno para mí —rememoró Jonathan en actitud confusa— Solía jugar conmigo. Me quería. Estaba con él tanto como con el prior Philip. —Las lágrimas le caían ya sin rebozo—. Era mi padre. Mi padre. —Alzó la mirada hacia Jack—. ¿Por qué me abandonó?
—Creían que de todas maneras ibas a morir. No tenían leche para darte. Ellos mismos se estaban muriendo de inanición. Lo sé. Se encontraban a millas de cualquier lugar habitado. Ignoraban que el priorato se hallaba cerca. Por alimento sólo tenían nabos y dártelos habría sido matarte.
—O sea que, después de todo, me querían.
Jack evocó la escena como si hubiera tenido lugar el día anterior, la hoguera medio apagada, la tierra recién removida de la tumba y el diminuto y sonrosado bebé agitando brazos y piernas dentro de la vieja capa gris. Era asombroso que aquella cosa diminuta se hubiera transformado en el hombre alto que, sentado en el suelo, lloraba frente a él.
—Sí, claro que te querían.
—¿Cómo es que nadie habló nunca de ello?
—Tom se sentía desde luego avergonzado —explicó Jack—. Mi madre debía saberlo y supongo que nosotros, los niños, lo sospechábamos. Como quiera que fuese, se trataba de un tema de conversación prohibido, y, desde luego, jamás relacionamos aquel bebé contigo.
—Tom sí que debió haberlo relacionado —opinó Jonathan.
—Sí.
—Me pregunto por qué no volvió a hacerse cargo de mí.
—Mi madre le dejó al poco tiempo de que llegásemos aquí —contestó Jack—. Al igual que Sally, era difícil de complacer. Como quiera que fuese, ello significaba que Tom había de contratar un ama para que se ocupara de ti. Creo que debió decirse:
¿Por qué no dejar que continúe en el monasterio?
Aquí estabas muy bien cuidado.
Jonathan asintió.
—Por el querido Johnny Eightpence, que Dios tenga en su santa gloria.
—De esa manera Tom estaba más tiempo contigo. Te pasabas todo el día corriendo por el recinto del priorato y él se pasaba la jornada trabajando aquí. Si te hubiera llevado lejos y te hubiera dejado en casa con una mujer que cuidara de ti, habría estado a tu lado mucho menos tiempo. Y me imagino, con el paso de los años y por el hecho de haberte convertido en el huérfano del priorato y sentirte así feliz, fue encontrando cada vez más natural que permanecieras entre los monjes. De todas maneras, las gentes suelen dar un hijo a Dios.
—Todos estos años los he pasado haciendo cábalas sobre mis padres —confesó Jonathan y Jack sintió pena por él—; he tratado de imaginar cómo serían, pedí a Dios que me dejara conocerlos, me pregunté si me habrían querido, pensé qué motivos habrían tenido para abandonarme. Ahora ya sé que mi madre murió al traerme al mundo y que mi padre estuvo junto a mí el resto de su vida. —Sonrió a través de las lágrimas—. No puedo decirte lo feliz que me siento.
El propio Jack estaba al borde del llanto.
—Eres igual que Tom —dijo para disimular.
—¿De veras?
Jonathan se mostró complacido.
—¿No recuerdas lo alto que era?
—Entonces todos los adultos me parecían altos.
—Tenía unas facciones correctas como las tuyas. Bien cinceladas. Si llevaras barba, la gente te tomaría por él.
—Recuerdo el día de su muerte —evocó Jonathan—. Me llevó por toda la feria. Vimos la lucha del oso. Luego, trepé por el muro del presbiterio. Y me sentí demasiado asustado para bajar, así que subió él y me llevó consigo. Entonces vio que llegaban los hombres de William, así que me dejó en el claustro. No volví a verlo con vida.
—Lo recuerdo —asintió Jack—, presencié cómo bajaba contigo en brazos.
—Se aseguró de ponerme a salvo —musitó Jonathan con admiración y gratitud.
—Luego fue en busca de los demás —continuó Jack.
—En realidad me quería.
Entonces a Jack se le ocurrió algo.
—Todo esto influirá sobre el juicio de Philip, ¿no es así?
—Lo había olvidado —exclamó Jonathan—. Sí, claro que influirá. ¡Ave María!
—¿Tenemos una prueba irrefutable? —preguntó Jack—. Yo vi al sacerdote y al bebé; pero, en realidad, no vi que se lo llevara al priorato.
—Francis sí que lo vio. Pero como es hermano de Philip, su testimonio no será estimado.
—Mi madre y Tom se fueron juntos aquella mañana —reconstruyó Jack haciendo un esfuerzo de memoria—. Dijeron que iban en busca de un sacerdote. Apuesto a que se dirigieron al priorato para asegurarse de que la criatura se encontraba bien.
—Si lo dijera así ante el tribunal, el caso quedaría concluido —exclamó Jonathan ansioso.
—Philip cree que es bruja —le hizo observar Jack—. ¿La dejaría atestiguar?
—Podemos sorprenderle. Pero ella también lo aborrece. ¿Estaría dispuesta a testificar?
—No lo sé —dijo Jack—. Lo mejor es que se lo preguntemos.
—¿Fornicación y nepotismo? —exclamó la madre de Jack—. ¿Philip? —rompió a reír—. Jamás he oído cosa más absurda.
—Se trata de algo grave, madre —apuntó Jack.
—Philip no fornicaría aunque lo metieran en un barril con tres rameras —dijo—. ¡No sabría cómo hacerlo!
Jonathan parecía incómodo.
—A pesar de que la acusación sea absurda, el prior Philip se encuentra en graves dificultades —dijo.
—¿Y por qué habría yo de ayudar a Philip? —preguntó Ellen—. Sólo me ha dado aflicciones.
Jack se había temido aquello. Su madre jamás había perdonado al prior que los separara a ella y a Tom.
—Philip me hizo a mí lo mismo que a ti. Si yo he podido perdonarle, tú también puedes.
—No soy de las que perdonan —contestó Ellen.
—Entonces no lo hagas por Philip, hazlo por mí. Quiero seguir construyendo en Kingsbridge.
—¿El qué? La iglesia está acabada.
—Quiero derribar el presbiterio de Tom y reconstruirlo de acuerdo con un nuevo estilo.
—Por todos los cielos...
—Philip es un buen prior, madre; y cuando él se vaya Jonathan ocupará su puesto. Eso, naturalmente, si vienes a Kingsbridge y dices la verdad ante el tribunal.
—Odio los tribunales —repuso ella—. Nunca sale nada bueno de ellos.
Era irritante. Tenía la clave del juicio de Philip, podía asegurar que fuera declarado inocente. Pero era una anciana testaruda. Jack albergaba serios temores de no llegar a convencerla. Intentaría aguijonearla para que consintiera.
—Comprendo que es un camino demasiado largo de recorrer para alguien de tus años —insinuó artero—. ¿Qué edad tienes... sesenta y ocho?
—Sesenta y dos y no intentes provocarme —le dijo con brusquedad—. Estoy mejor que tú, muchacho.
Es posible que sea así
, se dijo Jack. Tenía el pelo blanco como la nieve y el rostro con muchas arrugas, pero sus sorprendentes ojos dorados eran los mismos de siempre. Tan pronto como vio a Jonathan supo quién era.
—Bien, no necesito preguntarte por qué estas aquí —le había dicho—. Has descubierto tu procedencia, ¿verdad? Por Dios que eres tan alto como tu padre y casi tan fornido.
También ella seguía siendo tan independiente y terca como siempre.
—Sally es igual que tú —le dijo Jack.
Ellen pareció complacida.
—¿De veras? —sonrió—. ¿En qué sentido?
—En el de su obstinación.
—Humm —parecía enojada—. Entonces le irá de perlas.
Jack llegó a la conclusión de que ya sólo le quedaba suplicar.
—Por favor, madre. Ven con nosotros a Kingsbridge y di la verdad.
—No sé —respondió Ellen.
—Tengo algo más que pedirte —le dijo Jonathan.
Jack se preguntó con qué saldría ahora. Temía que dijera algo que pudiera provocar el rechazo de su madre. Era fácil, sobre todo tratándose del clero. Contuvo el aliento.
—¿Podrías llevarme adonde mi madre está enterrada? —preguntó Jonathan.
Jack se tranquilizó. No había nada malo en eso. Por el contrario, Jonathan no podía haber pensado en algo mejor para enternecerla.
Ellen abandonó de inmediato su actitud desdeñosa.
—Claro que te llevaré —dijo—. Estoy segura de que podré encontrar el lugar.
Jack se mostraba reacio a perder el tiempo. El juicio empezaba el día siguiente por la mañana y les quedaba un largo camino por recorrer. Pero tuvo la sensación de que debía dejar que la suerte siguiera su curso.
—¿Quieres ir ahora allí? —preguntó Ellen a Jonathan.
—Si es posible sí. Por favor.
—Muy bien.
Ellen se puso en pie. Cogió una capa corta de piel de conejo y se la echó por los hombros. Jack estuvo a punto de decirle que tendría demasiado calor con aquello; pero se abstuvo. Las personas mayores siempre tienen más frío.
Abandonaron la cueva con su olor a manzanas almacenadas y humo de leña, atravesaron los matorrales de alrededor de la entrada, que servían para ocultarla, y salieron bajo los rayos del sol primaveral. La madre se puso en marcha sin vacilar. Jack y Jonathan desataron sus caballos y la siguieron. No podían cabalgar a causa de la excesiva vegetación. Jack se fijó en que su madre andaba más despacio que antes. No estaba tan en forma como pretendía.
Jack no habría podido encontrar el lugar por sí mismo. Hubo un tiempo en que era capaz de recorrer aquel bosque con la misma facilidad con que ahora se movía por Kingsbridge. Pero, en la actualidad, un calvero le parecía semejante a otro, al igual que las casas de Kingsbridge se le antojaban todas iguales a un forastero. Madre seguía una cadena de senderos de cabras a través del espeso bosque. De cuando en cuando, Jack reconocía algún punto de referencia asociado a un recuerdo infantil. Un enorme roble viejo donde en cierta ocasión se refugió de un jabalí, una conejera que les había proporcionado más de una cena, un arroyo truchero en el que recordó que había pescado peces gordos en un santiamén. Durante un trecho, sabía dónde se encontraba; pero al instante se sentía otra vez perdido.
Era asombroso pensar que hubo una época durante la cual aquel lugar que en esos momentos le parecía un lugar extraño, era como su casa. Las cañadas y sotos se hallaban tan carentes de sentido para él como sus dovelas y gálibos para los campesinos. Si en aquellos días hubiera querido imaginar cómo sería su vida, jamás se habría acercado siquiera a la realidad.
Caminaron algunas millas. Era un día cálido de primavera. Jack estaba sudando; pero madre seguía con la piel de conejo puesta. Hacia media tarde, se detuvo en un calvero penumbroso. Jack se dio cuenta de que respiraba anhelante y tenía la tez algo gris. En definitiva, ya era hora de que dejara el bosque y se fuera a vivir con él y con Aliena. Decidió esforzarse al máximo para convencerla.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó.