Read Los muros de Jericó Online
Authors: Jorge Molist
Tienen que ser los Guardianes del Templo, se dijo. La relación causa-efecto es demasiado inmediata para ser un crimen no relacionado. Pensó en White, su jefe; debía de estar implicado. Le costaba aún identificarlo con aquella secta oculta, pero los cátaros afirmaban que era uno de los Guardianes. Si ése era el caso, aquel miserable acababa de actuar muy bien ante la policía. Claro que él también había tenido que mentirles.
Sentía el peligro allí mismo, en su propio despacho; ronroneaba como si se tratara de un gran gato invisible al que, tendiendo la mano, se le pudiera acariciar el lomo. Pero no le intimidaba; le excitaba. Quería contraatacar de alguna forma y de inmediato. ¿Un atavismo de su pasado de noble de caballo y espada? De pronto le invadió un temor; no por él. Por Karen. La amenaza de un nuevo crimen era real, y podía ocurrir muy pronto.
Tomando el teléfono, al segundo toque oyó su voz.
—Karen Jansen.
—Karen… —Y la comunicación se cortó.
¿Qué pasaba? Volvió a llamar.
—Karen Jansen. —Escueta, la voz amada, sonaba de nuevo.
—Ka… —La comunicación se cortó otra vez; era obvio que no hablaría con él por teléfono.
Jaime se quedó pensando con el auricular aún en la mano. Estaba seguro de que ella lo había reconocido. Tendría buenas razones para colgar. ¿Qué estaba pasando?
La lluvia continuaba cayendo mansa pero en abundancia, y el frío y la excitación hacían que Jaime se levantara de la mesa y se paseara por su despacho a zancadas. Luego se volvía a sentar e intentaba concentrarse en el trabajo. Tarea difícil. Los segundos se hacían lentos. Los minutos se arrastraban. Tenía que ver a Karen, pero, aunque pensaba en ello, no encontraba una forma lo suficientemente discreta de contactar con ella. ¿El correo electrónico interno? Pasaba por un centro de control y no era del todo seguro. ¡Diablos! No podía aguantar. Si no se le ocurría pronto un buen sistema, terminaría yendo personalmente a la oficina de ella. Al final de la mañana Laura entró con el correo. Destacaba un gran sobre blanco con su nombre escrito a máquina y el membrete de «Personal y confidencial. Abrir sólo por el interesado». Estaba protegido con cinta adhesiva. Jaime lo abrió de inmediato.
Contenía una sola hoja con unas pocas palabras impresas por ordenador: «Hamburguesa griega a las siete y media.» Sin firma, pero no hacía falta.
El día se tornó positivo; después de todo la lluvia haría un gran bien a los secos embalses de la zona de Los Ángeles.
Pasaban doce minutos de las siete y media cuando Jaime suspiró aliviado al verla entrar sacudiendo su paraguas. Su expresión era seria, y ocultaba los enrojecidos ojos tras unas gafas de sol que desentonaban con el tiempo, la hora y la gabardina que vestía. Pero estaba bella. Muy bella.
Levantándose para besarla, Jaime se vio discretamente rechazado. No insistió.
—Hola, Karen.
—Hola, Jaime. —Su sonrisa era triste.
—Lamento muchísimo lo de Linda.
—Gracias. —Los ojos de Karen se llenaron de lágrimas, y Jaime sintió el deseo de tomar su mano. Pero se contuvo.
—¿Cuándo te enteraste?
—Justo al llegar a la oficina un amigo nuestro me lo contó.
—¿Y cómo lo supo ese «amigo»?
—Lo sabía, Jaime. Perdona que no te diga quién es y cómo lo supo pero, si antes fuimos cautos, ahora debemos serlo más. Existen grupos distintos de creyentes, actuando en paralelo, pero que se desconocen entre ellos. Por ejemplo, sólo cinco hermanos sabemos que eres uno de los nuestros; Linda lo ignoraba y, por lo tanto, no corres peligro. Lo siento si te parece excesivo, pero hemos sido perseguidos durante siglos por la Inquisición y hasta los mejores hablan bajo tortura.
—¿Quieres decir que Linda…?
—Sí. Linda fue salvajemente torturada y violada, creemos que al menos por dos individuos, en su habitación de hotel en Miami. Su cuerpo apareció con multitud de quemaduras de cigarrillos, concentradas en las zonas más sensibles de los pechos y el sexo. Innumerables cortes de cuchillo, algunos muy profundos, en la cara y en el cuerpo, formando dibujos geométricos. Una verdadera carnicería. Debió de morir desangrada. —Una lágrima empezó a escurrirse por su mejilla. Luego otra. Karen sacó un pañuelo del bolso y se secó las lágrimas con cuidado para no estropear el maquillaje—. Estoy segura de que sus torturadores eran de los Guardianes del Templo y que algo les contó, quizá sólo para que todo acabara antes.
—¿Cómo estás tan segura de que fueron ellos?
—Es extraordinario que un crimen de esas características ocurra en un lugar de la categoría y con la seguridad que tiene el hotel donde Linda se hospedaba. Pero es mucho más extraño que los criminales no se conformen sólo con robar, violar o incluso matar. Linda fue torturada durante horas. La finalidad del asesinato era obtener información, pero se camufló como robo y violación con toques satánicos para mejor realismo. Linda no era una víctima cualquiera; había sido cuidadosamente seleccionada. Eran los Guardianes, Jaime. Fueron ellos.
—¿Cómo puedes saber si habló o no?
—Los asesinos abrieron la caja fuerte de la habitación y entraron en el ordenador portátil; ella tuvo que darles las claves de acceso.
—Pero, Karen, lo del acceso al PC de Linda será una suposición tuya; a no ser que dejaran huellas dactilares en el teclado, no puedes saber si lo manipularon o no.
—Claro que lo sé. Linda estaba acumulando una cantidad ingente de información. Información comprometedora sobre los múltiples fraudes con los que la secta de los Guardianes está sacando dinero de la Corporación para comprar las propias acciones de la compañía, pero también sobre otras actividades del grupo, sobre su estructura interna, nombres y planes; su ex amante tenía una posición importante en la secta y le encantaba hablar cuando se sentía feliz. Linda tomó medidas especiales de seguridad con respecto a la información; nos enviaba por
courrier
los originales o copias de documentos importantes, cambiando con frecuencia de mensajería. Cuando transmitía un informe por correo electrónico, no dejaba copia en la memoria de su PC, y ni siquiera nuestros números de teléfono estaban grabados en el sistema, ya que marcaba manualmente y borraba luego los registros de envío. Lo único que habrán obtenido de su ordenador serán datos o informes propios de su trabajo de auditoría para la Corporación.
» Además, tenía un dispositivo especial de seguridad consistente en una doble contraseña de entrada. Usando la primera parte de la contraseña se accede a los programas de su PC pero, de no usar la segunda parte, se activa un sistema de alarma que envía un mensaje por Internet que nos alerta de que alguien ha entrado en el sistema sin el consentimiento de Linda. Una vez activado el mensaje, la base de datos de ese pequeño programa de seguridad se autoborra. Y como los asesinos manipularon el PC sin desconectarlo de la línea de teléfono, el mensaje de alarma salió la misma noche del viernes.
—¿Cuándo viste el mensaje?
—No lo he visto aún. Pasamos el fin de semana juntos tú y yo, disfrutando de la vida, y no conecté el PC. El último mensaje de Linda me está esperando en estos momentos en casa.
—Y ahora tú también estarás en peligro.
—No de inmediato. Tengo total seguridad de que Linda no me mencionó para nada; habrá dado otros nombres, pero no el de su mejor amiga ni la ubicación de Montsegur. Ahora los Guardianes saben que existimos y que estamos preparando algo contra ellos. Aunque no sepan con exactitud quiénes somos y qué información tenemos, van a empezar a averiguarlo muy pronto.
—¿Qué medidas de seguridad tomarás?
—Debemos continuar nuestras vidas con normalidad, pero pondré a salvo la información que tengo en casa. No hables conmigo en la oficina, ni siquiera por teléfono, a menos que sea por algún tema estricto de trabajo; la seguridad del edificio está controlada por ellos, a través de Moore, y pueden tener teléfonos pinchados. Es posible que pronto me relacionen con Linda, fuimos amigas durante muchos años y hace poco que empezamos a ocultar nuestra amistad. Me temo, Jim, que por un tiempo no podremos pasar un fin de semana tan estupendo como el último. —Karen se lo quedó mirando tristemente a través de sus gafas de sol y de la mesa. Luego añadió—: Ahora, sin Linda, tu puesto en la Corporación es clave, los cátaros te necesitamos, no te podemos perder. Y si los Guardianes me relacionan con ella y luego me relacionan contigo, nuestras vidas no valdrán nada.
Jaime sintió que su mundo se hundía. No por el peligro, que ahora parecía excitarlo, sino por el hecho de no poder ver a Karen. No podría estar sin ella. Cogió su mano que descansaba sobre la mesa, apretándola con fuerza.
—Karen, llegados a ese extremo, no podemos escondernos y dejar que nos busquen. Debemos contraatacar. Saquemos a la luz la información de Linda y denunciémosles a Davis. Si los ponemos en evidencia, ya no podrán actuar contra nosotros. Primero porque su objetivo de controlar la Corporación ya no será posible y no merecerá la pena que tomen más riesgos, y segundo, porque si algo nos ocurre, ellos serán los primeros sospechosos.
—Sí, ése es el plan. Pero no podemos ejecutarlo de inmediato ya que la cantidad de material enviado es enorme, y sin Linda todo se retrasa. Hay que preparar pruebas, hay que seleccionar la información clave para la entrevista con Davis. Debemos convencerle de que existe un complot a la primera; Davis no da segundas oportunidades. Ésta será tu misión. Luego el propio Davis te ayudará a descubrir a los implicados.
—El problema es el tiempo. —A Jaime el plan le parecía razonable—. Con tiempo, los Guardianes pueden esconder pruebas, asesinar testigos o averiguar más sobre nuestro grupo y atacarnos. Hay que acelerar el proceso, Karen. ¿Cuál es el siguiente paso?
—Nos reunimos mañana en Montsegur. Discutiremos el plan de acción y tú verás los documentos que Linda nos proporcionó.
—Muy bien. Cuanto antes mejor. Y ya que parece que hoy no me invitas a tu casa para cenar, mejor comemos algo ahora. Invito yo. ¿Qué te apetece tomar?
—Nada. No tengo apetito.
—Debes comer algo.
—No. No puedo comer.
—Insisto.
Jaime se dirigió al mostrador. La idea de entrar en acción le excitaba. Pidió dos hamburguesas, ensaladas, patatas fritas, unos aros de cebolla y lo acompañó con cervezas. El sabroso olor de la carne condimentada abrió su apetito.
Al regresar vio a Karen con la vista perdida en la húmeda oscuridad tras los ventanales. Depositó la bandeja en la mesa y empezó a repartir los platos.
—¡La más fabulosa y jugosa de las hamburguesas griegas para mi señora dama! —clamó con tono de vendedor de feria.
—La historia se repite —dijo Karen sin abandonar su mirada perdida.
—¿Qué?
—El asesinato de Linda ha sido la versión del siglo XX de su muerte hace ochocientos años. ¿Te acuerdas de lo que te contados? La quemaron en una hoguera, luego de violarla. Ahora incluso han usado el fuego de los cigarrillos.
—Karen, no le des más vueltas. Trata de olvidar por unos minutos. Te juro que lo van a pagar caro.
—Los cátaros no juramos. Lo tenemos prohibido —le advirtió Karen—. ¿No te das cuenta? La historia empieza a repetirse. ¿Qué hacemos mal? ¿Qué no aprendimos de lo ocurrido entonces?
—Me es igual si juramos o no juramos. —Jaime tomó las frías manos de Karen e intentó pasarle su calor. Ahora ella le miraba a los ojos. Él podía verlos a través del cristal de las gafas de sol—. Vamos a terminar con ellos, Karen, y van a pagar caro por lo que han hecho. Vamos a ganar. Los arrasaremos. ¡Te lo juro!
Me he equivocado, pensó Karen al quedarse sola en el ascensor con uno de los guardas de seguridad del edificio. Debía haber bajado en la planta anterior con los demás.
Mordiéndose el labio, sentía cómo su corazón se aceleraba. Miró al hombre, él la miró e hizo un gesto con la cabeza. Karen respondió con una tensa sonrisa. Tendría unos veintiocho años, pelo cortado a lo
marine
y un enorme cuerpo.
Al abrirse la puerta, el hombre esperó a que ella saliera; ella lo hizo, empezando a andar hacia su coche con paso vivo. Oía sus tacones sonar en el pavimento del párking sintiendo, en su espalda, la mirada del hombre.
Karen no vio a nadie en la planta, supo que él salía del ascensor y sintió el impulso de correr; pero su orgullo se lo impidió. Siempre había sido orgullosa y esperaba no tener que arrepentirse. Oyó los pasos del hombre detrás de ella. Se apuró. El coche estaba a unos treinta metros y, si ambos corrían, no llegaría antes que él. Sentía los pasos del guarda más cercanos, acelerando a su espalda. Oía los latidos de su corazón más fuertes que el ruido de sus propios tacones contra el suelo. ¡El hombre estaba muy cerca!
A pesar de que el guarda era mucho más fuerte y estaría mejor preparado, ella había aprendido algo de defensa personal y, o lo usaba ahora, o nunca. Karen giró en redondo poniendo el maletín como escudo y el hombretón, a un metro de distancia, frenó en seco mirándola con sonrisa bobalicona.
—Perdone, señorita, no pretendía asustarla —dijo el guarda con un hablar lento—. Sólo quería avisarle de que uno de los cierres de su maletín está abierto y se le pueden caer las cosas.
Karen miró su portafolios y, en efecto, uno de los cierres estaba abierto.
—Bueno. —Parte de su tensión se relajó—. Muchas gracias. Muy amable.
—De nada, señorita —dijo el otro ampliando la sonrisa.
—Buenas tardes —repuso Karen dando por concluida la conversación pero manteniendo el maletín como escudo. El otro la miraba con extrañeza.
—Buenas tardes —dijo el hombre y, dando media vuelta, empezó a andar en dirección contraria.
Karen mantuvo su extraña posición mientras sentía que, otra vez, la sangre empezaba a circular por su cuerpo. Al cabo de unos pasos el guarda volvió la cabeza, sin dejar de andar, para mirarla de nuevo. Ella se apresuró para llegar al coche y, luego de buscar con manos temblorosas unas llaves que se escondían dentro del bolso, logró finalmente abrirlo. Lanzando sus cosas al asiento del acompañante entró, y puso de inmediato el seguro.
Iba recobrando la calma poco a poco. Estúpido hombretón. ¿Por qué ha tenido que acercarse tanto? Debía calmarse. Linda jamás la hubiera delatado. Ni siquiera bajo tortura.
El juego había cambiado. Y mucho. Espiar a los Guardianes del Templo y preparar la estrategia para desterrarlos de la Corporación era apasionante, hasta divertido; convertirse en presa y objeto de su brutalidad era muy distinto. Ahora sentía la tensión. Pero no había marcha atrás; terminaría lo que empezó. Lo haría por los tiempos antiguos, por los tiempos y gentes futuras, por su querida amiga Linda y también por su propio orgullo.