Era más bajo y delgado que Trevize y solo dos años mayor. Ambos eran consejeros novatos, jóvenes e impetuosos, y eso debía de ser lo único que tenían en común, pues eran diferentes en todos los demás aspectos.
Mientras Trevize parecía irradiar una ceñuda intensidad, Compor brillaba con una confianza en sí mismo casi serena. Quizá fuesen su cabello rubio y sus ojos azules, nada comunes entre los habitantes de la Fundación. Estos le conferían una delicadeza casi femenina que (a juicio de Branno) le hacían menos atractivo para las mujeres de lo que era Trevize. Sin embargo, él estaba claramente orgulloso de su aspecto, y le sacaba el máximo partido dejándose el cabello largo y asegurándose de que estuviera cuidadamente ondulado. Llevaba una tenue sombra azul debajo de las cejas para acentuar el color de los ojos. (Las sombras de diversos tonos sé habían generalizado entre los hombres a lo largo de los últimos diez años).
No era un tenorio. Vivía reposadamente con su Esposa, pero aun no había revelado intenciones paternales y no se le conocía una segunda compañera clandestina. En eso también era diferente de Trevize, que cambiaba de amante con la misma frecuencia que alternaba los chillones cinturones por los que se caracterizaba.
Había pocas cosas acerca de ambos consejeros que el departamento de Kodell no hubiera descubierto, y el propio Kodell se hallaba sentado silenciosamente en un rincón de la habitación, rezumando su acostumbrado buen humor.
Branno dijo:
—Consejero Compor, ha prestado un gran servicio a la Fundación, pero desgraciadamente para usted, no es de los que pueden ensalzarse en público o recompensarse del modo habitual.
Compor sonrió. Tenía unos dientes blancos y uniformes, y Branno se preguntó ociosamente durante un fugaz momento si todos los habitantes del Sector de Sirio tenían el mismo aspecto. Compor declaraba proceder de esa región, bastante periférica, basándose en las afirmaciones de su abuela materna, quien también había sido rubia y de ojos azules y quien había mantenido que su madre era del Sector de Sirio. Sin embargo, según Kodell, no existía ninguna evidencia concluyente a favor de ello.
Siendo las mujeres como eran, había dicho Kodell, bien podía haber alegado una ascendencia lejana y exótica para incrementar su encanto y ya formidable atractivo.
—¿Es así cómo somos las mujeres? —había preguntado Branno con sequedad, y Kodell había sonreído y murmurado que se refería a mujeres corrientes, naturalmente.
—No es necesario que los habitantes de la Fundación estén al corriente de mi servicio… sólo que usted lo esté —dijo Compor.
—Lo estoy y no lo olvidaré. Lo que tampoco haré es dejarle creer que sus obligaciones ya han concluido. Se ha lanzado a una empresa complicada y debe continuar. Queremos más sobre Trevize.
—Le he contado todo lo que sé respecto a él.
—Eso es lo que quiere hacerme creer. Quizá lo crea usted mismo. No obstante, conteste mis preguntas. ¿Conoce a un caballero llamado Janov Pelorat?
La frente de Compor se arrugó por espacio de Un momento, pero se alisó casi enseguida y dijo con lentitud:
—Quizá lo recordaría si lo viera, pero el nombre no me suena.
—Es un erudito.
La boca de Compor se abrió en un despectivo aunque mudo «¡Oh!», como si le sorprendiera que la alcaldesa esperase que él conociera a eruditos.
—Pelorat es una persona interesante que, por razones particulares, tiene la ambición de visitar Trántor. El consejero Trevize le acompañará. Ahora bien, ya que usted ha sido un buen amigo de Trevize y quizá conoce su sistema de pensar, dígame… ¿Cree que Trevize consentirá en ir a Trántor? —preguntó Branno.
Compor repuso:
—Si usted se encarga de que Trevize embarque en la nave, y si la nave es pilotada hasta Trántor, ¿qué puede hacer más que ir allí? ¿Acaso le cree capaz de amotinarse y adueñarse de la nave?
—No me ha entendido. El y Pelorat estarán solos en la nave y será Trevize quien la pilote.
—¿Está preguntando si iría voluntariamente a Trántor?
—Sí, eso es lo que estoy preguntando.
—Señora alcaldesa, ¿cómo voy a saber yo lo que él hará?
—Consejero Compor, usted ha estado cerca de Trevize. Sabe que cree en la existencia de la Segunda Fundación. ¿No le había hablado nunca de sus teorías sobre dónde podría estar, dónde podría encontrarse?
—Nunca, señora alcaldesa.
—¿Cree que la encontrará?
Compor se rio entre dientes.
—Creo que la Segunda Fundación, fuera lo que fuese y por muy importante que hubiera llegado a ser, fue arrasada en tiempos de Arkady Darell. Creo su historia.
—¿De veras? En este caso, ¿por qué traicionó a su amigo? Si estaba buscando algo que no existe, ¿qué mal podía haber hecho planteando sus originales teorías?
—No sólo la verdad puede perjudicar. Es posible que sus teorías fueran simplemente originales, pero podrían haber inquietado al pueblo de Términus e, introduciendo dudas y temores respecto al papel de la Fundación en el gran drama de la historia galáctica, podrían haber debilitado su liderazgo de la Federación y sus sueños sobre un Segundo Imperio Galáctico. Está claro que usted también lo creyó así, o no le habría arrestado en la misma Cámara del Consejo, y ahora no se vería obligada a exiliarle sin un juicio. ¿Por qué lo ha hecho, si es que puedo preguntarlo, alcaldesa? —contestó Compor.
—Digamos que fui suficientemente cauta para considerar si había alguna pequeña posibilidad de que tuviese razón, y si la expresión de sus opiniones podía ser activa y directamente peligrosa.
Compor no dijo nada.
Branno añadió:
—Estoy de acuerdo con usted, pero las responsabilidades de mi cargo me obligan a tener en cuenta esa posibilidad. Déjeme volver a preguntarle si le dio alguna indicación acerca de dónde cree que está la Segunda Fundación, y adónde puede ir.
—No me dio ninguna.
—¿Nunca le insinuó nada en ese sentido?
—No, claro que no.
—¿Nunca? No se apresuré a contestar. ¡Piense!
¿Nunca?
—Nunca —dijo Compor con firmeza.
—¿Ninguna alusión? ¿Ningún comentario en broma? ¿Ningún garabato? ¿Ningún ensimismamiento en momentos que adquieran significado al recordarlos?
—Nada. Se lo digo, señora alcaldesa, sus sueños sobre la Segunda Fundación son de lo más inconsistente. Usted lo sabe, y es una pérdida de tiempo preocuparse por ello.
—¿No estará por casualidad cambiando súbitamente de bando y protegiendo al amigo que puso en mis manos?
—No —dijo Compor—. Se lo entregué por lo que me parecieron razones buenas y patrióticas. No tengo ningún motivo para lamentar mi decisión, o cambiar de actitud.
—Entonces, ¿no puede darme ninguna pista sobre el lugar a donde irá cuando tenga una nave a su disposición?
—Como ya le he dicho…
—Y no obstante, consejero —y en este punto las arrugas del rostro de la alcaldesa se acentuaron hasta darle una expresión nostálgica—, me gustaría saber. a dónde va.
—En ese caso, creo que debería colocar un hiperrelé en su nave.
—Ya había pensado en ello, consejero. Sin embargo, Trevize es un hombre receloso y creo que lo encontraría…, por muy astutamente que lo colocáramos. Naturalmente, podríamos colocarlo de tal modo que fuera imposible retirarlo sin dañar la nave, y se viera obligado a dejarlo en su lugar…
—Una idea excelente.
—Pero entonces —dijo Branno —estaría inhibido. Quizá no fuese a donde ira si se sintiera libre. Los datos que obtendría me resultarían inútiles.
—En ese caso, parece ser que no puede averiguar a dónde irá.
—Tal vez si, porque tengo la intención de ser muy primitiva. Una persona que espera algo sofisticado y toma precauciones contra ello no suele pensar en lo primitivo. Me propongo hacer seguir a Trevize.
—¿Hacerle seguir?
—Exactamente. Por otro piloto en otra astronave. ¿Ve como se sorprende? El se sorprenderá del mismo modo. Quizá no se le ocurra examinar el espacio en busca de una masa de escolta y, de todos modos, nos aseguraremos de que su nave no esté equipada con nuestros últimos aparatos de detección de masa.
—Señora alcaldesa, hablo con todo el respeto posible, pero debo señalar que usted carece de experiencia en el vuelo espacial. Hacer seguir a una nave por otra es algo que no se hace nunca… porque no daría resultado. Trevize escapará en el primer salto hiperespacial. Aunque no sepa que le siguen, ese primer salto será su camino hacia la libertad. Si no tiene un hiperrelé a bordo de la nave, no puede ser rastreado —dijo Compor.
—Admito mi falta de experiencia. A diferencia de usted y Trevize, no he recibido instrucción naval. Sin embargo, mis asesores, que si han recibido esa instrucción, me dicen que si una nave, es observada inmediatamente antes de un salto, su dirección, velocidad y aceleración hacen posible Adivinar cuál puede ser el salto…, en líneas generales. Con una buena computadora y un buen criterio, un perseguidor podría duplicar el salto con exactitud suficiente para volver a encontrar el rastro en el otro extremo, especialmente si el perseguidor tiene un buen detector de masa.
—Esto podría ocurrir una vez —dijo Compor con energía—, incluso dos veces si el perseguidor es muy afortunado, pero nada más. No se puede confiar en estas cosas.
—Quizá, nosotros podamos. Consejero Compor, usted compitió en hipercarreras en su juventud. Como ve, lo sé casi todo sobre usted. Es un piloto excelente y ha hecho cosas asombrosas en lo referente a seguir a un competidor a través de un salto.
Los ojos de Compor se agrandaron. Casi se retorció en su silla.
—En aquella época estaba en la universidad. Ahora soy más viejo.
—No demasiado viejo. Aún no ha cumplido los treinta y cinco. Por lo tanto, usted seguirá a Trevize, consejero. Adondequiera que vaya, usted lo seguirá, y me informará de ello. Saldrá poco después de que Trevize lo haga, y lo hará dentro de unas cuantas horas. Si rehúsa la misión, consejero, será encarcelado por traición. Si embarca en la nave que le proporcionaremos y fracasa, no se moleste en regresar. Será arrojado fuera del espacio si lo intenta.
Compor se puso bruscamente en pie.
—Tengo una vida que vivir. Tengo un trabajo que hacer. Tengo una esposa. No puedo abandonarlo Tendrá que hacerlo. Aquellos de nosotros que elegimos servir a la Fundación debemos estar preparados en todo momento para servirla de un modo prolongado e incómodo, si eso fuese necesario.
—Mi esposa debe ir conmigo, naturalmente.
—¿Me toma por una idiota? Ella se queda aquí, naturalmente.
—¿Cómo rehén?
—Si le gusta la palabra. Yo prefiero decir que usted va a ponerse en peligro y mi bondadoso corazón quiere que ella se quede aquí, donde no estará en peligro. No hay nada que discutir. Usted se halla bajo arresto igual que Trevize, y estoy segura de que comprende que debo actuar con rapidez… antes de que la euforia que envuelve Términus se desvanezca. Me temo que mi estrella pronto palidecerá.
—No ha tenido clemencia con él, señora alcaldesa —dijo Kodell.
La alcaldesa replicó con un bufido:
—¿Por qué iba a tenerla? Traicionó a un amigo.
—Eso nos fue muy útil.
—Sí, dio esa casualidad. Sin embargo, su próxima traición podría no serlo.
—¿Por qué iba a haber otra?
—Vamos, Liono —dijo Branno con impaciencia—, no se haga el tonto conmigo. Cualquiera que hace gala de una aptitud para la traición debe ser considerado capaz de volver a utilizarla.
—Puede utilizar esa aptitud para cooperar una vez más con Trevize. Juntos, pueden…
—Usted no cree tal cosa. Con toda su insensatez e ingenuidad, Trevize avanza en línea recta hacia su objetivo. No comprende la traición y nunca, bajo ninguna circunstancia, confiará en Compor por segunda vez.
—Perdóneme, alcaldesa, pero permítame asegurarme de que la entiendo. ¿Hasta dónde, entonces, puede usted confiar en Compor? ¿Cómo sabe que seguirá a Trevize e informará sinceramente? ¿Cuenta con sus temores por el bienestar de su esposa como un freno? ¿Su deseo de regresar a ella? —preguntó Kodell.
—Esos son dos factores, pero no depende enteramente de ellos. En la nave de Compor habrá un hiperrelé. Trevize tendría sospechas de una persecución y abriría bien los ojos. Sin embargo, Compor, siendo el perseguidor, no creo que sospeche de una persecución, y no abrirá bien los ojos. Naturalmente, si lo hace, y lo descubre, tendremos que depender de los atractivos de su esposa.
Kodell se echó a reír.
—¡Pensar que en otros tiempos tuve que darle lecciones! ¿Y el fin de la persecución?
—Una capa doble de protección. Si Trevize es capturado, tal vez Compor siga adelante y nos dé la información que Trevize no podrá damos.
—Una pregunta más. ¿Y si, por casualidad, Trevize encuentra la Segunda Fundación, y nos enteramos a través de él, o a través de Compor, o si hallamos motivos para sospechar su existencia…, pese a la muerte de ambos?
—Yo espero que la Segunda Fundación exista, Liono —dijo ella—. De todos modos, el Plan Seldon no va a servimos mucho tiempo más. El gran Hari Seldon lo trazó en los últimos días del Imperio, cuando el adelanto tecnológico casi se había detenido.
Seldon también fue un producto de su tiempo, y por muy brillante que fuese su semimítica ciencia de la psicohistoria, no pudo crecer sin raíces. Seguramente no permitiría un rápido avance tecnológico.
La Fundación está lográndolo, en especial durante este último siglo. Tenemos aparatos de detección de masa tan perfeccionados como nadie ha soñado, computadoras que responden al pensamiento, y, por encima de todo, protección mental. La Segunda Fundación no puede seguir controlándonos mucho tiempo más, si es que ahora lo hacen. Yo quiero, en mis últimos años de poder, encauzar a Términus por un nuevo camino.
—¿Y si, en realidad, no hay una Segunda Fundación?
—Entonces iniciaremos ese nuevo camino inmediatamente.
El inquieto sueño que finalmente venció a Trevize no duró mucho. Alguien le tocó en el hombro por segunda vez.
Trevize se despertó sobresaltado, confuso e incapaz de entender por qué estaba en una cama desconocida.
—¿Qué…? ¿Qué…?
Pelorat le dijo en un tono lleno de excusas:
—Lo siento, consejero Trevize. Usted es mi invitado y tendría que dejarle descansar, pero la alcaldesa está aquí. —Se hallaba en pie junto a la cama, vestido con un pijama de franela y temblando ligeramente.