Los límites de la Fundación (13 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Los límites de la Fundación
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Un extraño oiría poco o nada, pero en un corto espacio de tiempo, se habrían intercambiado muchas ideas en forma de pensamientos, y la comunicación sería imposible de transmitir en su forma literal a alguien que no fuera otro orador.

El lenguaje de los oradores tenía sus ventajas en velocidad e infinita discreción, pero tenía el inconveniente de impedir el ocultamiento de la verdadera opinión.

Gendibal conocía su propia opinión del primer orador. Pensaba que el primer orador era un hombre que ya no estaba en su plenitud mental. El primer orador, a juicio de Gendibal, no esperaba ninguna crisis, no se hallaba preparado para enfrentarse a una crisis, y carecía de astucia para resolverla si aparecía. Pese a toda la buena voluntad y amabilidad de Shandess, con él el desastre era inminente.

Gendibal tenía que borrar todo esto no sólo de las palabras, gestos y expresiones faciales, sino incluso de sus pensamientos. No conocía ningún modo de hacerla con tal eficacia que el primer orador no percibiera el más leve indicio de todo ello.

Gendibal tampoco podía ignorar algunos de los sentimientos del primer orador hacia él. A través de la afabilidad y benevolencia, completamente aparentes y razonablemente sinceras, Gendibal percibía el distante matiz de condescendencia y diversión, y reforzó el dominio de su propia mente para no revelar ningún resentimiento, o el mínimo posible.

El primer orador sonrió y se recostó en su butaca. No llegó a apoyar los pies en la superficie de la mesa, pero reflejó la mezcla correcta de confiada naturalidad e informal amistad, lo suficiente de cada una para mantener la incertidumbre de Gendibal respecto al efecto causado por su declaración.

Ya que Gendibal no había sido invitado a sentarse, las acciones y actitudes de que disponía para minimizar la incertidumbre eran limitadas. El primer orador no lo ignoraba.

—¿El Plan Seldon no tiene sentido? ¡Qué afirmación tan notable! ¿Ha mirado el Primer Radiante últimamente, orador Gendibal? —dijo Shandess.

—Lo estudio con frecuencia, primer orador. Es mi deber hacerlo así y también un placer.

—¿Por casualidad no estudiará sólo las partes que le incumben de un modo directo? ¿Lo observa microscópicamente; un sistema de ecuaciones aquí, una línea de ajuste allí? Es muy importante, desde luego, pero yo siempre lo he considerado un excelente ejercicio para observar el curso completo. El estudio del Primer Radiante, acre por acre, tiene su utilidad, pero observarlo como un continente es inspirativo. Si he de decirle la verdad, orador, yo mismo no lo he hecho desde hace tiempo. ¿Le gustaría unirse a mí?

Gendibal no se atrevió a guardar un silencio demasiado prolongado. Tenía que hacerse, y debía hacerse fácil y agradablemente, o más valdría no hacerlo.

—Sería un honor y un placer, primer orador.

El primer orador bajó una palanca acoplada al lado de su mesa. Había una igual en el despacho de cada orador, y la del despacho de Gendibal no era en modo alguno inferior a la del primer orador La Segunda Fundación era una sociedad igualitaria en todas sus manifestaciones superficiales, las poco importantes. De hecho, la única prerrogativa oficial del primer Orador era la que su título llevaba explícita:

Siempre hablaba primero.

La habitación se oscureció al ser accionada la palanca, pero casi enseguida, la oscuridad dio paso a una penumbra nacarada. Las dos paredes largas adquirieron una tonalidad cremosa que después se hizo más brillante y blanca, y finalmente aparecieron unas ecuaciones impresas con nitidez, aunque tan pequeñas que no podían leerse fácilmente.

—Si no tiene objeciones —dijo el primer orador, dejando muy claro que no permitiría ninguna —reduciremos la ampliación para ver todas las que podamos a la vez.

La nítida tipografía se redujo a finísimos trazos, borrosos meandros negros sobre el fundo nacarado.

El primer orador pulsó las teclas de un pequeño tablero de mandos empotrado en el brazo de su sillón.

—Retrocederemos hasta el principio, hasta la época de Hari Seldon, y lo ajustaremos a un pequeño movimiento hacia delante. Pondremos el obturador para que sólo veamos una década de desarrollo cada vez. Eso proporciona una maravillosa sensación del flujo de la historia, sin que los detalles distraigan. Me pregunto si ha hecho esto en alguna ocasión.

—Nunca exactamente así, primer orador.

—Debería hacerlo. Es una sensación maravillosa.

Observe la escasez de trazos negros que hay al principio. No hubo muchas alternativas en las primeras décadas. Sin embargo, las ramificaciones aumentan exponencialmente con el tiempo. De no ser porque, tan pronto como se toma una ramificación determinada, hay una extinción de un vasto conjunto de las restantes en su futuro, pronto serían difíciles de manejar. Naturalmente, al tratar con el futuro, debemos tener cuidado con las extinciones en que confiamos.

—Lo sé, primer orador. —Hubo un toque de sequedad en la contestación que Gendibal no pudo erradicar del todo.

El primer orador no respondió a ella.

—Observe las sinuosas líneas de símbolos en rojo.

No se ajustan a ninguna norma. A todas luces, deberían existir fortuitamente, ya que cada orador obtiene su cargo introduciendo mejoras en el plan original de Seldon. Parece que, después de todo, no hay modo de predecir dónde puede introducirse fácilmente una mejora o adónde podría un orador orientar sus intereses o su capacidad; pese a todo ello yo sospecho desde hace tiempo que la mezcla de Negro Seldon y Rojo Orador sigue una estricta ley que depende en gran medida del tiempo y poca cosa más.

Gendibal siguió observando cómo pasaban los años y cómo los finos trazos negros y rojos formaban un dibujo entrelazado casi hipnótico. Naturalmente, el dibujo en sí no significaba nada, lo que contaba eran los símbolos de que estaba compuesto.

Aquí y allí aparecía una línea de color azul intenso, curvándose, ramificándose, y destacándose, para caer finalmente sobre sí misma y desvanecerse en el negro o el rojo.

El primer orador dijo:

—Desviación Azul —y la sensación de repugnancia originada en ambos llenó el espacio que los separaba—. Se repite una y otra vez, de modo que pronto llegaremos al Siglo de las Desviaciones.

Así fue. Vieron claramente cuándo el nefasto fenómeno del Mulo llenó momentáneamente la Galaxia, ya que el Primer Radiante se espesó de pronto de numerosas líneas azules, que se multiplicaban más rápidamente de lo que desaparecían, hasta que la misma habitación pareció volverse azul a medida que las líneas se hacían más gruesas y marcaban la pared con una contaminación cada vez más brillante. (Esta era la única palabra)

Alcanzó su punto culminante y luego palideció, se hizo menos densa, y continuó así durante un largo siglo antes de disolverse definitivamente. Cuando hubo desaparecido, y cuando el Plan hubo vuelto al negro y el rojo, se vio claramente que la mano de Preem Palver había estado allí.

Adelante, adelante…

—Este es el presente —dijo el primer orador.

Adelante, adelante…

De pronto tuvo lugar una concentración de líneas en un compacto nudo negro con muy poco rojo.

—Este es el establecimiento del Segundo Imperio —dijo el primer orador.

Desconectó el Primer Radiante y la habitación quedó bañada por la luz ordinaria.

Gendibal dijo:

—Ha sido una experiencia emocionante.

—Si —sonrió el primer orador—, y usted procura no identificar la emoción, ya que no le conviene hacerlo. No importa. Déjeme poner en claro algunas cosas.

»Observará, en primer lugar, la casi total ausencia de desviación azul tras la época de Preem Palver, durante las últimas doce décadas, en otras palabras. Observará que no hay probabilidades razonables de desviaciones por encima de la quinta clase durante los cinco siglos siguientes. Observará, asimismo, que hemos empezado a extender las mejoras de la psicohistoria más allá del establecimiento del Segundo Imperio. Como ya debe saber, Hari Seldon, a pesar de ser un genio extraordinario, no es, y no podía ser, omnisciente. Nosotros le hemos superado. Sabemos más sobre psicohistoria de lo que él pudo llegar a saber.

»Seldon terminó sus cálculos con el Segundo Imperio y nosotros hemos continuado más allá. En realidad, y lo digo sin ánimo de ofender, el nuevo Hiper-Plan que va más allá del establecimiento del Segundo Imperio es, en gran parte, obra mía y me ha servido para obtener el cargo que ocupo.

»Se lo digo para que me ahorre charlas innecesarias. Con todo esto, ¿cómo puede llegar a la conclusión de que el Plan Seldon no tiene sentido? Carece de defectos. El mero hecho de que sobreviviera al Siglo de las Desviaciones, con todo el respeto debido al genio de Palver, es la mejor prueba de que no tiene ningún defecto. ¿Dónde está su debilidad, joven, para que usted califique el Plan de algo sin sentido?

Gendibal se enderezó con rigidez.

—Tiene usted razón, primer orador. El Plan Seldon carece de defectos.

—Así pues, ¿retira su afirmación?

—No, primer orador. Su falta de defectos es un defecto. ¡Su perfección es fatal!

19

El primer orador miró a Gendibal con ecuanimidad. Había aprendido a controlar sus expresiones y le divertía observar la ineptitud de Gendibal en ese aspecto. En cada intercambio, el joven hacía lo posible para ocultar sus sentimientos, pero cada vez los exhibía completamente.

Shandess lo examinó con imparcialidad. Era un joven delgado, que apenas sobrepasaba la mediana estatura, de labios finos e inquietas manos huesudas. Tenía unos ojos oscuros y desprovistos de humor que tendían a encenderse.

El primer orador comprendió que no le resultaría fácil disuadirle de sus convicciones.

—Habla usted en paradojas, orador —dijo.

—Parece una paradoja, primer orador, porque hay demasiados factores en el Plan de Seldon que damos por sentados y aceptamos de modo demasiado incondicional.

—¿Qué es, entonces, lo que usted cuestiona?

—La misma base del Plan. Todos sabemos que el Plan no funcionará si su naturaleza, o incluso su existencia, es conocida por demasiados de aquellos cuya conducta está destinado a predecir.

—Creo que Hari Seldon lo comprendió así. Incluso creo que hizo de ello uno de los dos axiomas fundamentales de la psicohistoria.

—No previo la aparición del Mulo, primer orador, y por lo tanto no pudo prever hasta qué punto se convertiría la Segunda Fundación en una obsesión para los habitantes de la Primera Fundación, una vez que el Mulo les hubo revelado su importancia.

—Hari Seldon… —y por espacio de un momento, el Primer orador se estremeció y guardó silencio.

El aspecto físico de Hari Seldon era conocido por todos los miembros de la Segunda Fundación.

Sus reproducciones en dos y en tres dimensiones, fotográficas y holográficas, en bajorrelieve y en bulto redondo, sentado y de pie, eran muy numerosas. Todas lo representaban en los últimos años de su vida. Todas reproducían a un hombre viejo y afable, con el rostro arrugado por la sabiduría de la edad, simbolizando la quintaesencia del genio bien maduro.

Pero ahora el primer orador recordó haber visto una fotografía de Seldon cuando era joven. La fotografía fue desechada, ya que la idea de un Seldon joven constituía prácticamente una contradicción inmediata. Sin embargo, Shandess la había visto, y de repente se le ocurrió pensar que Stor Gendibal tenía un parecido muy notable con el joven Seldon.

¡Ridículo! Era la clase de superstición que afligía a todo el mundo, de vez en cuando, por muy racional que uno pudiera ser. Se había dejado engañar por una similitud fugitiva. Si tuviese la fotografía ante sí, enseguida vería que la similitud era una ilusión. No obstante, ¿por qué se le había ocurrido esa tonta idea precisamente ahora?

Se recobró. Había sido un estremecimiento momentáneo, una efímera desviación mental, demasiado breve para ser observada por nadie más que un orador. Gendibal podía interpretarla como quisiera.

—Hari Seldon —dijo firmemente la segunda vez sabía muy bien que había un número infinito de posibilidades que no podía prever, y por eso estableció la Segunda Fundación. Nosotros tampoco previmos al Mulo, pero lo reconocimos cuando emprendió nuestra búsqueda, y lo detuvimos. No previmos la obsesión subsiguiente de la Primera Fundación por nosotros, pero la reconocimos cuando se produjo y la detuvimos. ¿Qué es lo que usted desaprueba en todo esto?

—En primer lugar —dijo Gendibal—, la obsesión de la Primera Fundación por nosotros aún no ha terminado.

Hubo una merma sustancial en la deferencia con que Gendibal había estado hablando. Había percibido el estremecimiento en la voz del primer orador (decidió Shandess) y lo había interpretado como inseguridad. Eso tenía que combatirse.

El primer orador dijo enérgicamente:

—Permítame anticipar los acontecimientos. Habrá personas en la Primera Fundación que, comparando las grandes dificultades de los casi cuatro primeros siglos de existencia con la placidez de las últimas doce décadas, llegarán a la conclusión de que esto no puede ser a menos que la Segunda Fundación esté velando por el Plan, y, naturalmente, acertarán en su conclusión. Deducirán que la Segunda Fundación puede no haber sido destruida después de todo, y, naturalmente, acertarán en su deducción. De hecho, hemos sido informados de que hay un joven en el mundo capital de la Primera Fundación, un miembro de su gobierno, que está plenamente convencido de todo esto. He olvidado cómo se llama…

—Golan Trevize —dijo Gendibal con suavidad—. Fui yo quien consignó el asunto en los informes en primer lugar, y fui yo quien envió el asunto a su despacho.

—¿Ah, sí? —dijo el primer orador con exagerada cortesía—. Y ¿cómo se fijó en él?

—Uno de nuestros agentes en Términus envió un tedioso informe sobre los miembros del Consejo que acababan de ser elegidos, algo totalmente rutinario que suele enviarse a todos los oradores y a lo cual todos los oradores suelen hacer caso omiso. Este me llamó la atención por la naturaleza de la descripción de un nuevo consejero, Golan Trevize. Según la descripción, está muy seguro de sí mismo y es extraordinariamente combativo.

—Reconoció a un espíritu afín, ¿verdad?

—De ningún modo —dijo Gendibal con rigidez—. Parece una persona imprudente que disfruta haciendo cosas ridículas, una descripción que no puede aplicarse a mí. En cualquier caso, ordené un estudio en profundidad. No tardé mucho en deducir que habría sido un buen material para nosotros si lo hubieran reclutado a una edad temprana.

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