Los límites de la Fundación (37 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Los límites de la Fundación
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—Así parece. Nuestra historia ya estaba relativamente avanzada cuando adquirimos conciencia de la existencia de Gaia. Al principio habíamos estado preocupados por formar la Unión, luego por oponernos al Imperio Galáctico, luego por tratar de encontrar nuestro propio papel como provincia imperial y por limitar el poder de los virreyes.

»Ya en plena decadencia del Imperio, uno de los últimos virreyes, sometido a un control central muy débil, se dio cuenta de que Gaia existía y parecía mantener su independencia de la provincia sayshelliana e incluso del mismo Imperio. Estaba protegido por el aislamiento y el secreto, de modo que no se sabía prácticamente nada de él, igual que ahora.

El virrey decidió conquistarlo. No tenemos detalles de lo sucedido, pero la expedición fracasó y muy pocas naves regresaron. Naturalmente, en aquella época las naves no eran muy buenas ni estaban muy bien pilotadas.

»El mismo Sayshell se alegró de la derrota del virrey, al que consideraba un opresor imperial, y el fracaso condujo casi directamente al restablecimiento de nuestra independencia. La Unión de Sayshell rompió sus lazos con el Imperio y aún celebramos el aniversario de este acontecimiento en el Día de la Unión. Casi por gratitud dejamos en paz a Gaia durante cerca de un siglo, pero llegó el momento en que nos sentimos suficientemente fuertes para empezar a pensar en un poco de expansión imperialista propia. ¿Por qué no conquistar Gaia? ¿Por qué no establecer, por lo menos, una unión aduanera? Enviamos una flota y también fue derrotada.

»A partir de entonces, nos limitamos a hacer algún que otro intento por comerciar, intentos que fracasaron invariablemente. Gaia se mantuvo aislado y nunca hizo el menor intento por comerciar o comunicarse con algún otro mundo. Tampoco hizo nunca ningún movimiento hostil contra ninguno. Y después…

Quintesetz encendió la luz tocando un interruptor situado en el brazo de su butaca. A la luz, el rostro de Quintesetz adquirió una expresión claramente sardónica.

—Ya que son ciudadanos de la Fundación, quizá recuerden al Mulo —prosiguió.

Trevize se sonrojó. En cinco siglos de existencia, la Fundación sólo había sido conquistada una vez. La conquista sólo había sido temporal y no había obstaculizado seriamente su avance hacia el Segundo Imperio, pero nadie que estuviera resentido con la Fundación y deseara desbaratar su presunción dejada de mencionar al Mulo, su único conquistador.

Y era probable (pensó Trevize) que Quintesetz hubiese aumentado la intensidad de la luz para ver desbaratada la presunción de la Fundación.

—Sí, los que somos de la Fundación recordamos al Mulo —dijo.

—El Mulo —continuó Quintesetz —gobernó un Imperio durante cierto tiempo, un Imperio tan extenso como la Confederación controlada ahora por la Fundación. Sin embargo, no nos gobernó a nosotros. Nos dejó en paz. No obstante, pasó por Sayshell en cierta ocasión. Firmamos una declaración de neutralidad y un tratado de amistad. No pidió nada más. Nosotros fuimos los únicos a los que no pidió nada más antes de que la enfermedad pusiera fin a su expansión y le obligara a esperar la muerte. No fue un hombre irrazonable, ¿saben? No utilizó una fuerza irrazonable, no fue sanguinario, y gobernó humanamente.

—Es que él era el conquistador —replicó Trevize con sarcasmo.

—Como la Fundación —dijo Quintesetz.

Trevize, que no tenía una respuesta preparada, preguntó con irritación:

—¿Tiene algo más que decirnos sobre Gaia?

—Sólo una declaración hecha por el Mulo. Según el relato del histórico encuentro entre el Mulo y el presidente Kallo de la Unión, el Mulo estampó su firma al pie del documento con una rúbrica y dijo: «Por este documento son neutrales incluso respecto a Gaia, lo que es una suerte para ustedes. Ni siquiera yo me acercaré a Gaia.»

Trevize meneó la cabeza.

—¿Por qué iba a hacerlo? Sayshell estaba ansioso por mostrarse neutral y Gaia nunca había molestado a nadie. En aquella época el Mulo planeaba la conquista de toda la Galaxia, de modo que, ¿por qué perder el tiempo con nimiedades? Cuando hubiera logrado su objetivo, ya se ocuparía de Sayshell y Gaia.

—Quizá, quizá —repuso Quintesetz—, pero según un testigo presencial una persona a la que nos inclinamos a creer, el Mulo dejó su pluma mientras decía: «Ni siquiera yo me acercaré a Gaia.» Entonces bajó la voz y, en un susurro que nadie habría podido oír, añadió «otra vez».

—Un susurro que nadie habría podido oír, dice usted. Entonces, ¿cómo es que alguien lo oyó?

—Porque su pluma se cayó de la mesa cuando él la dejó y un sayshelliano se acercó automáticamente y se agachó para recogerla. Tenía la oreja muy cerca de la boca del Mulo cuando éste murmuró «otra vez» y lo oyó. No dijo nada hasta después de la muerte del Mulo.

—¿Cómo pueden estar seguros de que no fue una invención?

—La vida de aquel hombre no induce a creer que fuera capaz de inventar algo así. Su declaración es aceptada.

—¿Y si lo era?

—El Mulo nunca estuvo en la Unión de Sayshell, ni en los alrededores, más que en esa ocasión, al menos después de aparecer en la escena galáctica. Si había estado en Gaia alguna vez, tuvo que ser antes de aparecer en la escena galáctica.

—¿y?

—Pues bien, ¿dónde nació el Mulo?

—No creo que nadie lo sepa —dijo Trevize.

—En la Unión de Sayshell existe la arraigada creencia de que nació en Gaia.

—¿A causa de esas dos palabras?

—Sólo en parte. El Mulo no podía ser derrotado porque tenía extraños poderes mentales. Gaia tampoco puede ser derrotado.

—Gaia todavía no ha sido derrotado. Esto no demuestra necesariamente que no pueda serlo.

—Ni siquiera el Mulo se acercó. Examine los documentos de la época. Compruebe si alguna otra región, aparte de la Unión de Sayshell, fue tratada con tanta consideración, ¿Y saben que nadie que haya ido a Gaia con el propósito de establecer pacíficas relaciones comerciales ha regresado jamás? ¿Por qué creen que sabemos tan poco al respecto?

—Su actitud se parece mucho a la superstición —dijo Trevize.

—Llámelo como quiera. Desde la época del Mulo hemos borrado Gaia de nuestros pensamientos. No queremos que ellos piensen en nosotros. Sólo nos sentimos a salvo si fingimos que no existe. Es posible que el mismo gobierno haya iniciado y alentado la leyenda de que Gaia ha desaparecido en el hiperespacio con la esperanza de que nos olvidemos de que realmente hay una estrella con ese nombre.

—Así pues, ¿usted cree que Gaia es un mundo de Mulos?

—Tal vez. Les aconsejo, por su bien, que no vayan. Si lo hacen, no regresarán jamás. Si la Fundación se entremete en Gaia, demostrará menos inteligencia que el Mulo. Pueden decírselo a su embajador.

—Averígüeme las coordenadas y me marcharé inmediatamente de su mundo. Llegaré a Gaia y regresaré —replicó Trevize.

—Le averiguaré las coordenadas. Naturalmente, el departamento de astronomía trabaja de noche, y las averiguaré ahora, si puedo. Pero déjeme sugerirle una vez más que no intente llegar a Gaia —dijo Quintesetz.

—Pienso intentarlo —repuso Trevize.

Y Quintesetz declaró con pesadumbre:

—Entonces es que quiere suicidarse.

14. ¡Adelante!
55

Janov Pelorat contempló el paisaje bañado por la tenue luz del amanecer con una extraña mezcla de pesar e incertidumbre.

—Tendríamos que quedarnos más tiempo, Golan. Parece un mundo agradable e interesante. Me gustaría averiguar algo más de él.

Trevize levantó los ojos de la computadora y sonrió con ironía.

—¿Cree que a mí no? Hemos hecho tres comidas en el planeta, todas distintas y excelentes. Me gustaría seguir disfrutando de ellas. Y las pocas mujeres que hemos visto, las hemos visto de pasada, y algunas parecían muy tentadoras, para…, bueno, para lo que tengo en mente.

Pelorat arrugó ligeramente la nariz.

—Oh, mi querido amigo. Con esos cencerros que llaman zapatos, y esa ropa de colores chillones, y esas pestañas tan raras… ¿Se ha fijado en sus pestañas?

—Puede estar seguro de que me he fijado en todo, Janov. Lo que a usted no le gusta es superficial. Sería muy fácil persuadirlas de que se lavaran la cara y, a su debido tiempo, se quitarían los zapatos y los colores.

—Me fiaré de su palabra, Golan. Sin embargo, yo estaba pensando en investigar más a fondo la cuestión de la Tierra. Lo que nos han contado hasta ahora sobre la Tierra es tan insatisfactorio, tan contradictorio…, radiación según una persona, robots según otra.

—Muerte en ambos casos.

—En efecto —reconoció Pelorat de mala gana—, pero es posible que una versión sea cierta y la otra no, o que ambas sean ciertas en algunos aspectos» o que ninguna lo sea. Sin duda, Golan, cuando le explican algo que únicamente sirve para desorientar aún más, sin duda debe desear investigar, aclarar las cosas.

—Así es —dijo Golan—. Por todas las estrellas de la Galaxia, eso es lo que deseo. Sin embargo, el problema inmediato es Gaia. Una vez que lo hayamos resuelto, podremos ir a la Tierra, o regresar a Sayshell para una estancia más larga. Pero primero, Gaia.

Pelorat asintió..

—¡ El problema inmediato! Si aceptamos lo que Quintesetz nos ha dicho, sólo la muerte nos espera en Gaia. ¿Cree que debemos ir?

Trevize contestó:

—Es lo que yo mismo me pregunto. ¿Tiene miedo?'

Pelorat titubeó como si estuviera sondeando sus propios sentimientos. Luego declaró con sinceridad:

—Sí. ¡Muchísimo!

Trevize se recostó en su butaca y se volvió hacia el profesor. Después dijo seriamente:

—Janov, no hay ningún motivo por el que usted deba correr este riesgo. Diga una sola palabra y le dejaré en Sayshell con sus efectos personales y la mitad de nuestros créditos. Le recogeré cuando vuelva y entonces iremos al Sector de Sirio, si así lo desea, y a la Tierra, si ahí es donde está. Si yo no regreso, los representantes de la Fundación en Sayshell se ocuparán de que usted vuelva a Términus.

No habrá resentimientos si se queda, viejo amigo.

Pelorat parpadeó rápidamente y apretó los labios durante unos momentos. Luego, dijo con voz ronca:

—¿Viejo amigo? ¿Cuánto hace que nos conocemos? ¿Una semana o algo así? ¿No es extraño que haya decidido negarme a abandonar la nave? Tengo miedo, pero quiero permanecer con usted.

Trevize movió las manos en un gesto de incertidumbre.

—Pero ¿por qué? Sinceramente, yo no se lo pido. —No estoy seguro del porqué, y no hace falta que me lo pida. Es… es… Golan, tengo fe en usted. Me da la impresión de que siempre sabe lo que hace. Yo quería ir a Trántor, donde probablemente, como ahora veo, no habría sucedido nada. Usted insistió en ir a Gaia y, por alguna razón, Gaia debe ser un centro neurálgico de la Galaxia. Las cosas parecen ocurrir en relación con él. Y si esto no basta, Golan, he visto cómo arrancaba a Quintesetz la información sobre Gaia. ¡Ha sido una baladronada tan hábil! Me he quedado mudo de admiración.

—Así pues, tiene fe en mí.

—Sí, la tengo —afirmó Pelorat.

Trevize puso una mano sobre el antebrazo del profesor y, durante unos momentos, pareció estar buscando las palabras. Finalmente dijo:

—Janov, ¿me perdonará de antemano si mi decisión es equivocada y, de un modo u otro, se encuentra con… cualquier cosa desagradable que pueda estar esperándonos?

Pelorat contestó:

—Oh, mi querido amigo, ¿por qué lo pregunta? He tomado la resolución libremente y por mis propios motivos, no los suyos. Y, por favor, marchémonos de prisa. No confío en que mi cobardía no me agarre por el cuello y me avergüence durante el resto de mi vida.

—Como usted diga, Janov —repuso Trevize—. Nos marcharemos en cuanto la computadora lo permita. Esta vez haremos la maniobra gravíticamente, en línea recta hacia arriba, tan pronto como sepamos que no hay otras naves en la atmósfera. Y a medida que la atmósfera circundante se vaya haciendo menos densa, nosotros iremos aumentando la velocidad.

Dentro de una hora estaremos en espacio abierto.

—Bien —respondió Janov, y destapó una cafetera de plástico. El orificio abierto empezó a humear casi en seguida. Pelorat se acercó la boquilla a la boca y bebió, dejando entrar bastante aire para enfriar el café a una temperatura soportable.

Trevize sonrió.

—Veo que ya ha aprendido a utilizar esas cosas. Es un veterano del espacio, Janov.

Pelorat contempló el recipiente de plástico durante unos momentos y dijo:

—Ahora que tenemos naves capaces de ajustar un campo de gravedad a voluntad, sin duda podemos usar recipientes normales, ¿verdad?

—Por supuesto, pero no creo que nadie quiera renunciar a sus aparatos especiales. ¿Cómo logrará una rata del espacio poner distancia entre él y los gusanos de superficie si usa una taza tradicional? ¿Ve esas anillas que hay en las paredes y el techo? Son tradicionales en la navegación espacial desde hace veinte mil años o más, pero no sirven de nada en una nave gravítica. Sin embargo, ahí están y le apuesto toda la nave contra una taza de café a que su rata del espacio simulará asfixiarse en el despegue y entonces se balanceará de una anilla a otra como si estuviera bajo gravedad nula cuando, en realidad, la gravedad es normal.

—¿Bromea?

—Bueno, quizás un poco, pero la inercia social afecta a todas las cosas, incluido el avance tecnológico. Esas anillas inútiles están ahí y los recipientes que nos dan tienen boquilla.

Pelorat asintió con aire pensativo y tomó otro sorbo de café. Al fin dijo:

—Y ¿cuándo despegamos?

Trevize se rió de buena gana y contestó:

—Demostrado. He empezado a hablar de anillas y ni siquiera se ha dado cuenta de que despegábamos en aquel momento. Ya estamos en el aire.

—No hablará en serio.

—Compruébelo.

Pelorat lo hizo y después observó:

—Pero no he notado nada.

—No se nota nada.

—¿No estamos quebrantando las normas? ¿No deberíamos haber seguido un radiofaro en una espiral ascendente, como hicimos en una espiral descendente para aterrizar?

—No es necesario, Janov. Nadie nos detendrá.

Absolutamente nadie.

—Al descender, usted dijo…

—Eso era distinto. No estaban ansiosos por vernos llegar, pero están encantados de vernos marchar.

—¿Por qué dice eso, Golan? La única persona que nos ha hablado de Gaia ha sido Quintesetz y él nos ha suplicado que no fuéramos.

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