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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Los límites de la Fundación (39 page)

BOOK: Los límites de la Fundación
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»Vamos a Sayshell, la primera parada natural, y entonces encontramos a Compor, que nos cuenta una historia sobre la Tierra y su muerte. Después nos asegura que está en el Sector de Sirio y nos recomienda que vayamos allí.

—Ahí tiene. Usted parece estar deduciendo que todas las circunstancias nos empujan hacia Gaia pero, como ha dicho, Compor intentó persuadimos de que fuéramos a otro lugar —dijo Pelorat.

—Y, en respuesta, yo decidí seguir en nuestra línea de investigación original debido a mi desconfianza hacia ese hombre. ¿No cree que él debía de contar con ello? Es posible que nos aconsejara deliberadamente ir a otro lugar para impedir que lo hiciéramos.

—Eso es mera fantasía —murmuró Pelorat.

—¿De verdad? Prosigamos. Nos ponemos en contacto con Ouintesetz simplemente porque estaba a mano…

—De ningún modo —replicó Pelorat —Yo reconocí su nombre.

—Le pareció familiar. No había leído nada de lo que había escrito…: que usted recordara. ¿Por qué le resultó familiar? En cualquier caso, dio la casualidad de que él sí había leído un artículo escrito por usted y le había encantado; ¿hasta qué punto era eso probable? Usted mismo admite que su trabajo no es muy conocido.

»Lo que es más, la joven que nos conducía hasta él menciona gratuitamente Gaia y nos dice que está en el hiperespacio, como para asegurarse de que lo recordaremos. Cuando se lo preguntamos a Quintesetz, se comporta como si no quisiera hablar de ello, pero no nos echa, a pesar de que soy bastante brusco con él. En cambio nos lleva a su casa y, por el camino, se toma la molestia de enseñarnos las Cinco Hermanas. Incluso se asegura de que reparemos en la estrella mortecina del centro. ¿Por qué? ¿No es una extraordinaria sucesión de coincidencias?

—Si las enumera de ese modo… —dijo Pelorat.

—Enumérelas como le plazca —repuso Trevize—. Yo no creo en tan extraordinarias sucesiones de coincidencias.

—Entonces, ¿qué significa todo esto? ¿Que nos están empujando hacia Gaia?

—Sí.

—¿Quién?

Trevize contestó:

—No hay ninguna duda al respecto. ¿Quién es capaz de ajustar las mentes, de dar leves toques a ésta o aquélla, de conseguir desviar el avance en esta o aquella dirección?

—Va a decirme que es la Segunda Fundación.

—Bueno, ¿qué nos han contado sobre Gaia? Es intocable. Las flotas que pretenden atacarlo son destruidas. Las personas que llegan allí no regresan. Ni siquiera el Mulo se atrevió a atacarlo, y el Mulo, de hecho, probablemente nació allí. Todo parece indicar que Gaia es la Segunda Fundación y, después de todo, mi objetivo primordial es averiguarlo.

Pelorat meneó la cabeza.

—Pero, según algunos historiadores, la Segunda Fundación detuvo al Mulo. ¿Cómo podía ser uno de ellos?

—Un renegado, supongo.

—Pero ¿por qué querría la Segunda Fundación arrastrarnos tan inexorablemente hacia la Segunda Fundación?

Trevize tenía la mirada perdida en la lejanía y la frente surcada de arrugas.

—Deduzcámoslo. Siempre le ha parecido muy importante a la Segunda Fundación que la Galaxia sepa lo menos posible acerca de ella. Quiere que su existencia siga siendo desconocida. Es lo único que sabemos de ellos. Durante ciento veinte años se ha creído que la Segunda Fundación había sido destruida, y eso debe de haber sido muy conveniente para sus propósitos. Sin embargo, cuando yo empecé a sospechar que si existía, no hicieron nada. Compor lo sabía.

Podrían haberle utilizado para silenciarme de un modo u otro, aunque fuese matándome. Sin embargo, no hicieron nada.

—Le hicieron arrestar, si es que quiere culpar de ello a la Segunda Fundación. Según lo que usted me explicó, eso dio como resultado que el pueblo de Términus no conociera sus opiniones. El pueblo de la Segunda Fundación alcanzó ese objetivo sin violencia, por lo que quizá piensen, como Salvor Hardin, que «la violencia es el último refugio de los incompetentes» —dijo Pelorat.

—Pero ocultarlo al pueblo dé Términus no basta. La alcaldesa Branno conoce mis puntos de vista y, en el peor de los casos, debe de preguntarse si estoy en lo cierto. Y ahora ya es demasiado tarde para atacarnos. Si se hubieran librado de mí en un principio, estarían a salvo. Si me hubieran dejado en paz, quizá también estarían a salvo, pues habrían podido hacer creer a Términus que yo era un excéntrico o tal vez un loco. El previsible derrumbamiento de mi carrera política incluso podría haberme forzado a guardar silencio en cuanto hubiese visto lo que significaría el anuncio de mis creencias.

»Y ahora es demasiado tarde para que hagan nada.

La alcaldesa Branno receló tanto de la situación como para enviar a Compor tras de mí y, mucho más astuta que yo, tampoco confió en él, por lo que colocó un hiperrelé en la nave de Compor. En consecuencia, sabe que estamos en Sayshell. Y anoche, mientras usted dormía, hice que nuestra computadora enviara un mensaje directamente a la computadora del embajador de la Fundación en Sayshell, explicándole que nos dirigíamos a Gaia. También me tomé la molestia de darle sus coordenadas. Si la Segunda Fundación nos hace algo ahora, estoy seguro de que la alcaldesa Branno investigará el asunto, y la atención concentrada de la Fundación debe de ser precisamente lo que ellos no quieren.

—¿ Les preocuparía atraer la atención de la Fundación, si fueran tan poderosos?

—Si —respondió Trevize con energía—. Se ocultan porque, en ciertos aspectos, deben de ser débiles, y porque el desarrollo tecnológico de la Fundación tal vez sea incluso mayor de lo que el mismo Seldon pudo prever. El modo discreto, e incluso furtivo, en que están empujándonos hacia su mundo parece demostrar su empeño en no hacer nada que llame la atención. Y en este caso, ya han perdido, al menos en parte, pues han llamado la atención, y dudo que puedan hacer nada para invertir la situación.

Pelorat preguntó:

—Pero ¿por qué hacen todo esto? ¿Por qué se destruyen a sí mismos, si su análisis es correcto, persiguiéndonos a través de la Galaxia? ¿Qué quieren de nosotros?

Trevize miró fijamente a Pelorat y se sonrojó.

—Janov —dijo—, tengo una corazonada al respecto. Poseo este don de llegar a una conclusión correcta partiendo de casi nada. Siento una especie de seguridad en mi interior que me dice cuando tengo razón… y ahora estoy seguro. Yo tengo algo que ellos necesitan, y lo necesitan tanto como para arriesgar su propia existencia. No sé qué puede ser, pero he de averiguarlo, porque si lo tengo y es tan poderoso, quiero poder utilizarlo para lo que yo creo que es correcto. —Se encogió ligeramente de hombros—. ¿Aún desea venir conmigo, viejo amigo, ahora que sabe lo loco que estoy?

Pelorat contestó:

—Le he dicho que tenía fe en usted. Aún la tengo.

Y Trevize se echó a reír con enorme alivio.

—¡Maravilloso! Porque otra de mis corazonadas es que, por alguna razón, usted también es esencial en este asunto. Así pues, Janov, pongamos rumbo hacia Gaia, a toda velocidad. ¡Adelante!

56

La alcaldesa Harla Branno aparentaba mucha más edad que los sesenta y dos años que tenía. No siempre parecía mayor, pero ahora sí. Había estado suficientemente absorta en sus pensamientos para olvidarse de rehuir el espejo y había visto su imagen cuando iba de camino hacia la sala de mapas. Así pues, era consciente de su aspecto macilento y cansado.

Suspiró. Resultaba agotador. Cinco años de alcaldesa y la verdadera autoridad tras dos títeres durante los doce años anteriores. Todos ellos habían sido tranquilos todos ellos prósperos, todos ellos… agotadores. Se preguntó qué habría ocurrido si hubiera habido tensiones, fracasos o desastres.

A ella personalmente no le había ido mal —decidió de pronto—. La acción le habría dado fuerzas. Era la horrible certeza de no poder hacer nada lo que la había consumido.

Era el Plan Seldon lo que tenía éxito y era la Segunda Fundación quien se aseguraba de que continuase teniéndolo. Ella, pese a ser la máxima autoridad de la Fundación (en realidad de la Primera Fundación, aunque nadie en Términus pensara jamás en añadirle el adjetivo), sólo se dejaba llevar.

La historia diría poco o nada sobre ella. Únicamente se hallaba ante los mandos de una astronave, mientras la astronave era pilotada por control remoto.

Incluso Indbur III, que gobernaba durante la catastrófica toma de la Fundación por el Mulo, había hecho algo. Al menos él había fracasado.

¡La alcaldesa Branno no haría nada!

A menos que ese Golan Trevize, ese consejero insensato, ese pararrayos, consiguiera…

Miró el mapa con aire pensativo. No era el tipo de estructura producida por una computadora moderna. Más bien, era un racimo tridimensional de luces que representaba la Galaxia holográficamente en el aire. Aunque no se podía mover, girar, duplicar o reducir, uno podía moverse a su alrededor y verlo desde todos los ángulos.

Una amplia sección de la Galaxia, quizás un tercio del total (excluido el núcleo, que era un «terreno sin vida»), se tornó roja cuando ella tocó un contacto.

Era la Confederación de la Fundación, los más de siete millones de mundos habitados gobernados por el Consejo y por ella misma, los siete millones de mundos habitados que votaban a sus representantes en la Casa de los Mundos, la cual debatía cuestiones de menor importancia y ¡es votaba a ellos, y nunca, ni por casualidad se ocupaba de nada realmente importante.

Otro contacto y una sombra de color rosa se extendió hacia fuera desde los limites de la Confederación, aquí y allí ¡Esferas de influencia! No era territorio de la Fundación, pero las regiones, aunque nominalmente independientes jamás soñarían con resistirse a la Fundación

La alcaldesa no albergaba la menor duda de que ningún poder de la Galaxia podía oponerse a la Fundación (ni siquiera la Segunda Fundación, aunque nadie supiese dónde estaba), y de que la Fundación podía fletar sus modernas naves cuando quisiera y establecer el Segundo Imperio

Pero solo habían pasado cinco siglos desde el inicio del plan. El plan requería diez siglos para que el Segundo Imperio pudiera ser establecido, y la Segunda Fundación se aseguraría de que el Plan fuese respetado. La alcaldesa meneó tristemente su cabeza Gris. Si la fundación actuaba ahora, fracasaría de algún modo. Aunque sus naves fuesen irresistibles, la acción fracasaría

A menos que Trevize, el pararrayos, atrajera el rayo de la Segunda Fundación, y el rayo pudiera ser rastreado hasta el punto de origen.

Miro a su alrededor. ¿Dónde estaba Kodell? Este no era momento para que llegara tarde.

Fue como si su pensamiento le hubiera llamado, pues entró en aquel instante, sonriendo alegremente, más parecido que nunca a un benévolo abuelo con su bigote canoso y tez bronceada. Un abuelo, pero no viejo. Sin duda era ocho años menor que ella.

¿Cómo era posible que no revelara signos de tensión? ¿Acaso, quince años de director de Seguridad no dejaban marca?

57

Kodell inclinó lentamente la cabeza en el ceremonioso saludo que se requería para iniciar una conversación con la alcaldesa. Era una tradición que había existido desde la lamentable época de los Indbur. Casi todo había cambiado, pero la etiqueta seguía siendo la misma.

—Lamento llegar tarde, alcaldesa, pero el arresto del consejero Trevize finalmente empieza a traspasar la anestesiada piel del Consejo —dijo.

—¿Ah sí? —preguntó flemáticamente la alcaldesa—. ¿Nos enfrentamos a una revolución palaciega?

—Ni mucho menos. Todo está controlado. Pero, sin duda, habrá ruido.

—Que hagan ruido. Así se desahogarán, y yo… yo me mantendré al margen. ¿Puedo contar, supongo, con la opinión del público en general?

—Creo que sí. Especialmente con la de fuera de Términus. Nadie fuera de Términus se preocupa por lo que pueda ocurrirle a un consejero descarriado.

—Yo si.

—¿Ah? ¿Más noticias?

—Liono —dijo la alcaldesa—. Quiero saber algo de Sayshell.

—No soy un libro de historia con dos piernas —contestó Liono Kodell, sonriendo.

—No quiero historia. Quiero la verdad. ¿Por qué es Sayshell independiente? Mírelo. —Señaló el rojo de la Fundación sobre el mapa holográfico y allí, bien adentrado en las espirales internas, había un punto blanco—. Lo tenemos casi encerrado, casi absorbido, pero es blanco. Nuestro mapa ni siquiera indica si es un aliado leal de color rosa.

Kodell se encogió de hombros.

—Oficialmente no es un aliado leal, pero nunca nos molesta. Es neutral.

—De acuerdo. Entonces, vea esto. —Otro toque a los mandos. El rojo se extendió aún más. Cubrió casi la mitad de la Galaxia—. Esos —dijo la alcaldesa Branno —eran los dominios del Mulo en el momento de su muerte. Si la busca atentamente entre el rojo, encontrará la Unión de Sayshell, —esta vez rodeada por completo, pero también en blanco. Es el único enclave al que el Mulo permitió conservar la independencia.

—Entonces también era neutral.

—El Mulo no tenía un gran respeto por la neutralidad.

—En este caso, parece haberlo tenido.

—Parece haberlo tenido. ¿Qué tiene Sayshell?

—¡Nada! Créame, alcaldesa, será nuestro cuando queramos —respondió Kodell.

—¿Ah sí? Sin embargo, por alguna razón, no es nuestro.

—No hay ninguna razón para que queramos que lo sea.

Branno se recostó en su butaca y, con una pasada del brazo sobre los mandos, oscureció la Galaxia.

—Creo que ahora lo queremos.

—¿Perdón, alcaldesa?

—Liono, envié a ese necio consejero al espacio como un pararrayos. Pensé que la Segunda Fundación lo consideraría un peligro mayor de lo que era y considerada a la misma Fundación un peligro menor. El rayo lo fulminaría y nos revelaría su origen.

—¡Sí, alcaldesa!

—Mi intención era que fuese a las podridas ruinas de Trántor para consultar lo que quedara de su biblioteca, si es que quedaba algo, y buscara la Tierra. Recordará que éste es el mundo donde esos fastidiosos místicos nos dicen que se originó la humanidad, como si eso importara, aun en el improbable caso de que fuese verdad. La Segunda Fundación no habría creído que eso era lo que realmente perseguía y se habrían movido para descubrir lo que buscaba en realidad.

—Pero no fue a Trántor.

—No. Inesperadamente, ha ido a Sayshell. ¿Por qué?

—No lo sé. Pero haga el favor de perdonar a un viejo sabueso cuyo deber es sospechar de todos y dígame cómo sabe que él y ese tal Pelorat han ido a Sayshell. Sé que Compor nos lo ha comunicado, pero, ¿hasta qué punto podemos confiar en Compor?

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