Los hermanos Majere (25 page)

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Authors: Kevin T. Stein

Tags: #Fantástico

BOOK: Los hermanos Majere
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—¿Cómo llegaste hasta aquí? —susurró el atacante que vestía de negro, una sombra entre las sombras.

Manion miró el rostro de su oponente; a la titilante luz de las lunas vislumbró unas pupilas rojas. Una expresión mezcla de desprecio y odio contrajo el semblante del caballero, que escupió al asaltante.

—¡Respóndeme! —siseó el hombre de negro, a la vez que apretaba el cerco de su brazo en la garganta de Manion.

El caballero levantó la rodilla con brusquedad y la incrustó en el estómago del otro, que salió disparado hacia atrás. Manion saltó por el aire y cayó sobre él, a la par que procuraba aferrarlo por el cuello.

El hombre de negro levantó el brazo derecho en un arco horizontal y la mano, acabada en afiladas garras, cruzó sobre el pecho de Manion en un movimiento de barrido. En la camisa de seda blanca del caballero se abrieron unos tajos oscuros. Manion exhaló un grito agónico. El atacante cerró la otra mano en torno a su garganta, lo alzó en vilo y lo arrojó al suelo.

El consejero sacudió la cabeza para librarse del aturdimiento y de inmediato reanudó la pelea en un arrebato de furia, sin más armas que sus propias manos. Las garras lanzaron un nuevo zarpazo, y en esta ocasión desgarraron carne. Manion se desplomó sobre las rodillas y el asaltante levantó la pierna derecha y le propinó una patada que lo arrojó con violencia hacia atrás y lo tumbó despatarrado en el suelo, dejándolo en una postura de total indefensión. El hombre de negro se inclinó sobre él y alargó una mano con el propósito de que se levantara.

Manion golpeó con la cabeza en el pecho de su oponente, lo aferró por las piernas y empujó con todas sus fuerzas. El empellón envió al atacante contra el tronco de un árbol.

Se escuchó un resoplido al escapar de golpe el aire de sus pulmones; después, se desplomó en el suelo sobre las rodillas, como un momento antes le ocurriera al consejero. Manion lo levantó por el cuello de la camisa y le propinó un puñetazo en la mandíbula; la cabeza retrocedió frente al seco impacto y rebotó contra el tronco. El asaltante, aunque menguado de reflejos, esquivó el siguiente golpe y el puño del consejero se estrelló contra el tronco. Manion, que todavía sujetaba a su enemigo con la otra mano, lo arrojó al suelo de un empellón y lo pateó con tanta saña que la puntera de la bota se desgarró.

El hombre de negro se desplomó, y el consejero se le acercó. Una expresión de odio, de crueldad, desfiguró las facciones de su rostro; levantó la pierna, dispuesto a estrellar la bota directamente en la cabeza del caído. Aquel breve instante de vacilación era todo lo que el asaltante necesitaba: le atenazó la pierna y se la retorció con violencia. Se escuchó un crujido. El hueso de la cadera se había astillado. Manion se desplomó, al tiempo que un aullido escalofriante rompía el silencio de la noche.

El otro hombre se puso de pie. Aferró por la garganta, con una sola mano, al Consejero de Asuntos Internos y lo izó en el aire; gruñó sordamente, y el gesto descubrió unos dientes inusitados, largos y puntiagudos.

—¿Cómo has llegado aquí? —preguntó otra vez.

—Serás destruido, al igual que todos los de tu especie —gritó Manion con voz enronquecida.

—¿Estás seguro?

El hombre de negro retorció la cabeza del consejero con un tirón seco y brusco. Las vértebras del cuello crujieron. El cuerpo de Manion quedó inerte, aunque por un instante sus ojos adquirieron una extraordinaria vitalidad... una desmedida malevolencia.

El asesino arrojó el cadáver al suelo y se inclinó sobre él. Las garras afiladas como cuchillos desgarraron capa y vestiduras, piel y músculos.

* * *

—Tendrás todo cuanto necesites, Raistlin —dijo Shavas.

Concluidas por fin las discusiones, se había levantado la sesión. Lord Cal no había regresado y Caramon se preguntaba si la dama no lo habría enviado a cumplir alguna clase de misión imaginaria con el único propósito de librarse de él.

—Gracias, Gran Consejera... y miembros del cabildo —respondió el mago con un rastro de ironía en la voz.

—¿Cuándo empezaréis? —se interesó lady Masak.

—Ya lo he hecho, señora. —El hechicero esbozó una sonrisa que provocó una cierta alarma en la mujer.

Los presentes iniciaban los preparativos para marcharse y recogían las notas tomadas durante la asamblea, cuando de repente las puertas dobles de la sala se abrieron de golpe y dieron paso a lord Cal.

—¡Gran Consejera! ¡He de hablar con vos!

La voz del Comandante de la Guardia denunciaba la tensión a que se hallaba sometido en aquel momento. Al llegar junto a Shavas, le susurró algo al oído. El semblante de la mujer se tornó lívido; tragó saliva con esfuerzo, abrió la boca para hablar, pero enseguida la cerró sin articular sonido alguno.

—Caballeros, he de dar cierta información a los consejeros en privado. ¿Nos disculpáis, por favor? —dijo lord Cal a los compañeros.

No se trataba de un ruego; era una orden. Raistlin y Caramon salieron de la estancia, aunque el guerrero regresó al momento para agarrar al kender y arrastrarlo tras él.

—¡No se refería a mí! —protestó Earwig mientras forcejeaba para librarse de las zarpas de Caramon—. ¿No has oído que ha dicho «caballeros»? ¡A mí nunca me han llamado así!

Las puertas se cerraron a sus espaldas. El mago aguardó hasta que se escuchó el chasquido de la cerradura y entonces soltó con rapidez uno de los saquillos colgados de su ceñidor. Del interior, sacó la taza en la que preparaba las infusiones de hierbas, la puso contra una de las paredes, pegó el oído al otro extremo y escuchó con atención. Del otro lado de la pared llegó un chirrido y Raistlin se apartó de un salto a la vez que escondía la taza entre los pliegues de la túnica.

Se abrieron las puertas y Shavas salió al vestíbulo.

—Lo lamento, pero hemos de finalizar nuestra reunión en este punto. Mi carruaje os conducirá a vuestro alojamiento.

Los miró un momento, como si quisiera agregar algo más pero dudara de hacerlo o no. Luego sacudió la cabeza y llamó con un ademán a un sirviente, dio media vuelta, regresó a la sala y cerró la puerta tras ella.

—¿Qué escuchaste? —Caramon se acercó a Raistlin, que, inmóvil, se apoyaba con actitud pensativa en el bastón; la mirada fija en las puertas por las que había desaparecido la mujer.

—Lord Manion ha sido asesinado. Encontraron su cuerpo en un parque, cerca de aquí.

—¿Asesinado? —El guerrero abrió unos ojos como platos.

—Disculpad, señores. —El cochero entró en el vestíbulo—. La Gran Consejera Shavas me ha dado instrucciones para que os conduzca a la hostería.

—Tal vez no estemos dispuestos a march... —comenzó Caramon.

Raistlin posó la mano sobre su brazo.

—Estoy agotado. Me vendría bien el descanso de una noche. —Dio un paso adelante, mas se detuvo de improviso y miró a su alrededor—. ¡Mi bastón! ¡Lo he olvidado en el despacho!

—No, te equivocas. Lo tenías hace un momento... —El hombretón se quedó boquiabierto. El cayado no se veía por ninguna parte.

—No deseo interrumpir la reunión de los consejeros. —Raistlin se volvió hacia el cochero—. Si no tenéis inconveniente en esperarnos, señor, pronto partiremos. Aguardad afuera —agregó, e indicó la puerta de salida con un ademán.

El hombre vaciló, pero al no haber recibido órdenes al respecto, abandonó el vestíbulo.

El hechicero exhaló un suspiro de alivio.

—Bien. Ahora, Caramon, saldremos de esta casa sin que nadie lo advierta. Ha de haber otra puerta... Ah, sí. Iremos por esa de allí.

—¿Adónde vamos?

—Al parque. Examinaremos con nuestros propios ojos el lugar de los hechos y el cadáver.

—¡Guau! —exclamó Earwig, arrobado.

Raistlin oteó el espacioso vestíbulo y después caminó con una viveza inusual. Caramon fue en pos de él. A lo largo de su vida había visto demasiados hombres muertos y no le seducía la idea de ver otro más. De pronto recordó algo.

—¡Eh, Raist! ¿Y el bastón?

El mago se volvió hacia su hermano.

—¿Qué ocurre con él? —preguntó.

El Bastón de Mago se hallaba en su mano dorada.

* * *

El parque en el que había tenido lugar el ataque estaba profusamente iluminado con las antorchas y fanales que portaban los hombres de la guardia, ataviados con uniformes azules y altos yelmos. Formaban un círculo amplio en torno al cadáver, y no apartaban la mirada de él, en tanto intercambiaban comentarios en voz baja, preñada de horror. Ninguno advirtió la presencia del mago, que salió en silencio de las sombras y permaneció inmóvil tras ellos.

Los restos destrozados de lord Manion yacían sobre la hierba, con los miembros torcidos en ángulos inverosímiles. Al parecer, le habían separado casi por completo la cabeza del tronco.

—Le rompieron el cuello —dijo uno de los guardias—. Y lo han degollado. De hecho, le han sacado casi todas las vísceras, como si una mano gigantesca lo hubiera abierto en canal y se las hubiera arrancado.

A Caramon, asomado por encima del hombro de su hermano, se le revolvió el estómago y apartó la vista. Había presenciado la muerte violenta de muchas personas con anterioridad, pero en un campo de batalla. El asesinato a escondidas, amparado en las sombras de la noche, le causaba náuseas.

Earwig observaba la escena en silencio, erguido, paralizado el cuerpo, salvo por la mano que daba vueltas y más vueltas al anillo de oro; su semblante, siempre alegre y despreocupado, estaba tenso, había adquirido un tinte ceniciento. Tragó saliva con dificultad y, por último, tiró de la manga del hechicero.

—Raistlin —llamó con un soplo de voz.

La mirada del hechicero lo hizo enmudecer.

—Esto no ha sido hecho por una mano —se mostró en desacuerdo otro de los guardias—. Al menos, no por una mano humana. ¡Fueron garras! ¡Garras gigantescas!

—Lady Shavas, no tendríais que estar aquí —intervino una voz que Caramon reconoció como la de lord Cal—. Es un espectáculo espantoso.

—Soy la Gran Consejera. Cumplo con mis deberes.

Shavas se adelantó un paso hacia la zona iluminada. Bajó la mirada hacia el cuerpo destrozado y al punto se llevó la mano a la boca y se volvió de espaldas. Los otros miembros del cabildo que la habían seguido empujaron a los guardias para ver el cadáver.

—Brunswick, acompaña a la Gran Consejera a su casa —ordenó lord Cal.

El aludido tomó a Shavas por el brazo; se disponía a conducirla fuera del círculo iluminado cuando descubrió a Raistlin.

—¡Tú! —gritó descompuesto.

—¿Qué hacen estos hombres aquí? ¡Guardias, que se marchen! ¡Ahora! —ordenó lord Alvin, a la par que los señalaba con un dedo tembloroso.

—Raistlin, te lo ruego. Márchate. Es un asunto personal, una gran pérdida para nosotros... —intercedió Shavas, algo recobrada de la impresión.

Uno de los guardias se adelantó con el propósito de agarrar al mago por el brazo, pero la mirada de las pupilas en forma de reloj de arena lo obligó a detenerse. Caramon se acercó a su hermano de una zancada, preparado para la contingencia de que solicitara su ayuda. Earwig, silencioso y estático, miraba el cadáver como hipnotizado.

—No os preocupéis, Gran Consejera. No hablaremos de este asunto con nadie —aseguró Raistlin con firmeza.

—Pero yo...

—¿Qué haces aquí, hechicero? ¿Cómo conocías la muerte de este hombre a menos que hayas tomado parte en el asesinato? —instó lord Cal—. ¡Es evidente que pereció a causa de algún repugnante conjuro mágico!

—¿De veras? —inquirió el mago con una actitud de afable interés—. Supongo que eso explica la ausencia de sangre, ¿no es así?

La pregunta los sorprendió a todos. Shavas aspiró de forma entrecortada, con los dientes apretados. Lord Alvin levantó un dedo acusador hacia Raistlin.

—¡Nadie había muerto por la violencia en esta ciudad hasta que entraste en ella!

—No seáis necio —replicó el mago, en tanto volvía la mirada en dirección al cadáver—. No cabe duda de que a este hombre lo asesinaron cuando se encaminaba a la reunión. He estado con la Gran Consejera Shavas todo el tiempo.

—Los hechiceros utilizan a otros para que lleven a cabo sus oscuros designios o, al menos, es lo que se dice —apostilló el Comandante de la Guardia con actitud amenazadora—. Otros..., como por ejemplo sus espíritus sirvientes. ¡Sus demonios encarnados en gatos gigantes!

La Gran Consejera clavó en Cal una mirada tan venenosa que Caramon retrocedió un paso en un movimiento reflejo por eludir la ponzoña que rebosaban aquellos ojos otrora hermosos. Raistlin se dio media vuelta.

—Tal vez será mejor que me marche de vuestra ciudad y la deje librada a sus propios recursos.

—Estoy segura de que no será necesario, Raistlin. —Shavas, sin mirar los despojos del suelo, se aproximó al mago y le posó una mano en el hombro—. ¿No es cierto, lord Cal?

El aludido se puso tenso, como si temiera alguna amenaza encubierta. Tras un nervioso carraspeo, recobró el habla.

—No, por supuesto; no será preciso —admitió.

Por un momento pareció que Shavas se desmayaría; las piernas casi no la sostenían. Al tambalearse, se recostó contra el cuerpo del mago; él le rodeó el talle con el brazo y la sujetó con firmeza.

—¡Raistlin! —insistió Earwig con urgencia.

—¡Ahora no! —El hechicero ni siquiera miró al kender.

La dignataria y él intercambiaron unas palabras en un quedo susurro, un murmullo apenas perceptible para los demás.

Caramon los observaba fijamente. En lo más hondo de su ser bullía una cólera ardiente. ¡Raistlin detestaba que lo tocaran! Sin embargo, allí estaba, ¡envolviendo a Shavas en un prieto abrazo! «¿Cómo puede hacerme esto?», clamó para sí el guerrero con amarga frustración.

Iba a decir algo, no sabía bien qué, cuando divisó un gato que salía de unos arbustos y se detenía junto a un árbol. El animal lo observaba con unos ojos relucientes que las llamas de las antorchas convertían en brillantes pupilas rojizas. Caramon lo llamó con un ademán y el gato se acercó a la carrera. Se aupó en las patas traseras y se aferró a la pierna del guerrero con las delanteras.

—Bueno, al menos tú me quieres —dijo el hombretón, que había reconocido a su peludo amigo negro con el que había jugado una tarde, días atrás—. ¿Quieres subir?

El animal alcanzó el hombro de Caramon de un salto ágil y se acomodó en perfecto equilibrio.

El guerrero volvió la atención hacia su gemelo y Shavas, que continuaban conferenciando. Raistlin mantenía su brazo enlazado en torno a la cintura de la mujer. Caramon alzó la mano y rascó al gato tras la oreja, con gesto ausente.

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