Los hermanos Majere (16 page)

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Authors: Kevin T. Stein

Tags: #Fantástico

BOOK: Los hermanos Majere
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—Sí, lo recuerdo. Se supone que ofrecéis vuestros servicios de forma gratuita.

—¡Bah! ¡Esa circunstancia es lo de menos! —cortó el mago con impaciencia—. Lo que de verdad cuenta es el gran poder mágico que concurre en esa fecha. Tuvo su origen en unas épocas remotas, cuando tres hechiceros poseedores de una destreza inmensa, sin precedentes en el arte, ofrendaron su vida en aras de su ciencia. Agotaron su energía vital en un último y definitivo esfuerzo extenuante que les consumió el alma. Emplearon esa energía en la creación de una fuerza infinitamente más potente que la que cualquier otro lograría conjurar de intentarlo por sí mismo.

Caramon se removió inquieto, como hacía cada vez que su hermano hablaba acerca de sus artes arcanas.

»Ciertos textos místicos declaran que cada uno de estos hechiceros servía a uno de los tres alineamientos: el Bien, el Mal y la Neutralidad —prosiguió Raistlin—. El conjuro requería el concurso de tres miembros pertenecientes a las fuerzas que conforman el Gran Equilibrio del Universo. Algunos libros afirman que la inmensa acumulación de poder mágico invocada por los hechiceros tenía por objeto prepararse para una futura confrontación a favor de sus deidades, en la que cada cual esperaba que su propio alineamiento prevaleciera sobre los otros dos y se alzara con el poder cuando llegara el tiempo señalado. —El mago se encogió de hombros—. Los hechiceros eligieron el juego, pero fueron los dioses quienes lanzaron los dados. Ellos perecieron, la energía conjurada quedó aprisionada, pero latente. Los textos dicen que el cúmulo de fuerzas mágicas sólo se liberará cuando el Gran Ojo se manifieste en el firmamento.

—¿El Gran Ojo?

—Si quieres saber lo que ocurre, no me interrumpas. El Festival del Ojo de este año será distinto a los conocidos hasta ahora. Las tres lunas, incluso la negra Nuitari, se mueven hacia una conjunción poco corriente. Configurarán el Gran Ojo: un solo orbe rojo, plateado y negro, suspendido en la oscura bóveda nocturna, que contemplará Krynn desde lo alto con un designio insondable.

Raistlin hizo una pausa; las pupilas en forma de reloj de arena se clavaron con fijeza en su hermano.

—Este acontecimiento ya tuvo lugar en otro momento de la historia... en el Cataclismo.

Caramon sacudió la cabeza.

—Mira, el Festival del Ojo se repite todos los años y hasta ahora no habías enfermado. Salvo en aquella ocasión...

—Conforme a las indicaciones de mi libro, en esa noche en particular, la noche en la que sufrí una dolencia tan extraña, entraron en conjunción las dos lunas visibles, Lunitari y Solinari. Este hecho ocurre de manera ocasional, si bien no es un acontecimiento frecuente. Este año, de acuerdo con mi interpretación, la conjunción se repite. Con la salvedad de que, según mis cálculos, la tercera luna (la luna negra de la arcana deidad olvidada, Takhisis, la Reina de la Oscuridad) pasará sobre las otras dos y conformará el Gran Ojo. Lo que sentí entonces, hace muchos años, sólo fue el inicio de confluencia de los poderes místicos que se desatarán la noche del festival que se avecina. Esto explica en gran medida los hechos acaecidos en los últimos días.

—Para ti estará claro; para mí, no —rezongó Caramon entre bostezos. Miró a su hermano con inquietud—. ¿Existe la posibilidad de que tengas una recaída, de que se repita esa extraña enfermedad?

No obtuvo la respuesta tranquilizadora que esperaba. Su gemelo se hallaba sumido en hondas reflexiones y ni siquiera lo escuchó.

* * *

De regreso a la hostería, Earwig recorrió la calle de la Puerta del Sur, después de dejar atrás hileras y manzanas de casas.

—A todo el mundo le gusta mi colgante —se dijo con gran satisfacción—. En verdad, me alegro de haberlo encontrado. ¡Caray, qué cansado estoy! Ser un gran guerrero y recibir besos de mujeres hermosas lo hace pedazos a uno.

En las proximidades de la hostería El Granero, Earwig se vio gratamente sorprendido al descubrir repleto de dados y piezas de juegos el pavimento blanco de la calzada. Los recogió todos y se los guardó en los bolsillos de las calzas; se preguntó intrigado de dónde habrían salido tantos objetos hermosos.

El criado grandullón y antipático seguía de guardia a la puerta de la hostería. El kender, muy considerado, prefirió no despertarlo. Regresó a la parte posterior del edificio, trepó por la espaldera y se introdujo por una ventana.

—Pasaré un momento a ver a Caramon para relatarle mi aventura. —Earwig se acercó a la habitación de los gemelos y llamó con los nudillos.

El guerrero abrió la puerta. Los ojos, enrojecidos e inflamados, se abrieron de par en par al ver al kender.

—¡Tú! ¡¿Sabes la hora que es?!

—No. Pero puedo enterarme, si te interesa. Hay un reloj en el vestíbulo y... —comenzó Earwig muy animado, pero enmudeció de repente. Se quedó boquiabierto y con los ojos desorbitados al vislumbrar en un rincón el negro cayado de madera.

—¡El bastón de Raistlin!

—Sí, ¿qué pasa con él?

—P... pero, si estaba... quiero decir, que fui... ¡Desapare...!

—¡Hasta mañana, Earwig! —cortó Caramon con un gruñido y cerró la puerta con tanta brusquedad que estuvo a punto de pillar la inquisitiva nariz del kender.

—¡Qué maravilla! ¡Debió de regresar por sus propios medios! Sin embargo, me podría haber dicho algo, y así me habría ahorrado un montón de problemas por ir en su busca —agregó con cierto enojo.

Earwig soltó un bostezo descomunal y se dispuso a volver a su habitación, pero de pronto reparó en que no recordaba cuál le había asignado el posadero.

Bajó con sigilo la escalera, se metió en el comedor, desenrolló el petate, y se quedó dormido debajo de la mesa central.

10

—¡Sinvergüenza, pequeño monstruo!

El grito indignado de la mujer retumbó en toda la hostería y despertó a Caramon. Un instante después, se escucharon unos pasos precipitados que subían los peldaños y al momento alguien aporreó la puerta del cuarto.

La mirada del guerrero se volvió presta hacia su hermano, con la esperanza de que el alboroto no lo hubiera despertado también a él. El mago se removía en sueños, desasosegado; un tic nervioso contraía un músculo de la mejilla.

Caramon se puso de pie y se olvidó de la fatiga que le agarrotaba el cuerpo en su afán por llegar a la puerta cuanto antes para evitar más llamadas. Abrió la hoja de madera de un tirón y se encontró cara a cara con el dueño de la hostería, con quien había intercambiado unas breves palabras la noche anterior.

—¡Basta de escándalo! —susurró el guerrero con irritación—. ¡Mi hermano está enfermo!

—¡Por favor, señor! Sé que sois gente importante, protegidos de la Gran Consejera, ¡pero os ruego que me ayudéis! ¡Vuestro amigo está atacando a mis clientes! —suplicó el hombre en tanto señalaba hacia el vestíbulo.

—¿Mi amigo? —Caramon miró a su alrededor y se preguntó si en medio de la confusión se había olvidado de alguien. De repente se hizo la luz en su cerebro—. ¡Earwig!

—¡Por favor, señor, por favor! —El dueño de la hostería tiró del brazo del guerrero en un fútil intento por moverlo y llevarlo consigo.

El hombretón se plantó firme y clavó en el posadero una severa mirada de advertencia.

—Que no se moleste a mi hermano bajo ningún concepto, ¿entendido? —Levantó un dedo frente a las narices del hombre para otorgar más énfasis a sus palabras.

Su interlocutor tragó saliva con esfuerzo antes de volver a hablar.

—Por supuesto, no temáis. Ahora, sed amable y haced entrar en razón a vuestro amigo, señor.

—¿Razonar? ¿Con un kender? ¡Sería la primera vez! —farfulló en voz baja el guerrero, mientras cerraba la puerta tras de sí con suavidad.

Cuando Caramon entró en el comedor, no pudo dar crédito a sus ojos. Earwig estaba en una de las esquinas del salón, encaramado sobre una mesa de roble y, jupak en mano, amenazaba al personal de la posada. Llevaba en la cabeza algo blanco, con encajes fruncidos.

Uno de los cocineros, un hombretón fornido, blandía un enorme cuchillo de carnicero.

—¡Te cortaré las orejas! —amenazó y se abalanzó contra el kender.

—De paso, me sacas los ojos —chanceó su oponente—. ¡Así no veré más tu fea cara!

Se escuchó un zumbido y la jupak se estrelló contra la nariz del cocinero.

—¡Adelante! ¿Quién es el siguiente? ¡Tenéis ante vosotros al gran guerrero Earwig Fuerzacerrojos! ¡Admirado por los hombres! ¡Amado por las mujeres! —La vara silbó al trazar un amplio arco que refrenó el avance de los otros sirvientes.

Caramon suspiró y se acercó al grupo. Al avistar a su amigo, el hombrecillo adoptó una actitud arrogante.

—¡No deis un paso más, señor! ¡Soy el azote de la famosa banda kender Berzérker, a la que no se ha vuelto a ver en Krynn desde hace siglos!

Caramon agarró la jupak en el momento en que trazaba un arco dirigido a su cabeza. El vibrante golpe seco de la madera al chocar contra su palma indujo a muchos de los presentes a encogerse en un compasivo gesto reflejo de dolor.

—Ya está bien, Earwig. —El guerrero arrancó la vara de la mano del kender con un brusco tirón.

—¡Desenvaina la espada, Caramon! ¡Atraviésalos a todos! ¡Me han atacado! —chilló el hombrecillo, a la vez que se bajaba de un salto de la mesa.

—¿Atacarte? ¡En nombre del Abismo, ¿qué tienes en la cabeza?! —instó Caramon.

La expresión de indignación plasmada en el semblante del kender se tornó en otra de afable inocencia en menos tiempo que se tarda en contarlo.

—¿Qué va a ser, Caramon? El pelo, naturalmente.

Los ojos del guerrero examinaron la banda de encajes anudada en torno al copete. Le resultaba familiar. Era...

—¡Una liga! —clamó de repente, al reconocer la prenda femenina.

El rubor enrojeció su rostro hasta la raíz del cabello. Alargó la mano y arrancó el delicado encaje de la cabeza de Earwig.

—Conozco la habilidad de los kenders para «apropiarse» de cualquier cosa, pero ¿cómo demonios has obtenido esto? —le susurró al oído, en tanto lo sacudía con tanta energía que los dientes le castañetearon.

El posadero, que había aguardado en la entrada del comedor a que finalizase la batalla, se acercó a ellos.

—El problema, señor, es que esta..., ejem, persona... trató de robar la...

—¡Robar! —La voz de Earwig tembló—. Un kender... ¿robar? —Apenas articulaba con claridad las palabras por la indignación que lo embargaba ante tamaña injusticia.

El dueño de la hostería pasó por alto su protesta.

—Veréis, señor. Una joven dama se sentó a la mesa para desayunar y entonces esta persona..., eh...

Caramon no prestó atención a la explicación del abochornado posadero y miró con severidad al kender.

—¿Qué ocurrió? —inquirió, sin contener un suspiro resignado al saber que lo aguardaba una larga y enrevesada explicación.

—Verás, anoche salí a recoger el bastón de Raistlin que se había quedado en la calle, pero cuando estaba a punto de agarrarlo, ¡puf!, desapareció, se desvaneció en el aire. Pensé que lo mejor sería ir en su busca; Caramon, ya sabes lo mucho que significa ese bastón para tu hermano. Bueno, como iba diciendo, salí y...

—¡Lo encerré con llave en una habitación! La Gran Consejera Shavas no quería que deambulase por las calles después del anochecer —bramó el posadero—. Para evitar que el hombrecillo se lastimase, por supuesto —se apresuró a añadir dirigiéndose a Caramon.

El guerrero rezongó por lo bajo y frunció la frente. Earwig, tras unos segundos de consideración, se mostró magnánimo y pasó por alto el hecho de que el posadero lo hubiera llamado «hombrecillo».

—Bien, sea como sea, di una vuelta por la ciudad —prosiguió—. Vi un montón de gatos, y encontré una taberna en la que había animación y prometía un rato divertido. ¡Y así fue! ¡Uno de los sujetos que estaba allí trató de matarme, Caramon! ¡Con un cuchillo! ¿Qué te parece? Me enfrenté a él, claro. ¡Bang! Le sacudí en... ¡ejem!... en la cabeza con mi jupak y, luego, la chica más bonita que he visto en toda mi vida me dio un beso en la mejilla. ¡Igual que a ti, Caramon! Para entonces, estaba algo cansado, así que regresé y en el camino encontré todas estas piezas de juego tiradas en la calzada. Como es de suponer, las recogí, y después trepé por la espaldera del jardín y entré por una ventana...

—¿Cómo? —chilló el posadero.

—¡Shhh! —instó Caramon con el presentimiento de que se acercaban a la parte interesante de la historia.

—Fui a vuestra habitación y ¡descubrí que el bastón de Raistlin había regresado sólito! Un hecho en verdad extraordinario, si bien podía haber mostrado un poco de consideración y evitarme un montón de problemas con sólo advertírmelo. En cualquier caso, lo cierto es que me había olvidado de cuál era mi habitación y, en consecuencia, decidí dormir en el comedor, debajo de una mesa. Cuando me desperté, esa mujer estaba sentada justo encima de mí y al levantar la vista reparé en que la prenda en cuestión se le estaba deslizando pierna abajo. Si esto —el kender señaló la liga— se le hubiera caído y se le hubiera enganchado en el tobillo, habría tropezado y se habría hecho daño. Por consiguiente, se lo quité; ¿qué otra cosa iba a hacer? Imagino que escuchaste su alarido, ¿verdad? Luego se desmayó y toda esta gente se abalanzó sobre mí. ¡Sin motivo alguno!

Caramon, con el rostro encendido, echó una mirada nerviosa a su alrededor, sin saber qué hacer con la dichosa prenda que todavía sostenía entre los dedos.

—Yo la guardaré, señor —ofreció una de las sirvientas.

—¡Ah, sí! ¡Gracias! —El guerrero se la entregó con un gesto de alivio—. Mi compañero no tenía intención de causar problemas, maese posadero. Digamos que tuvo la mala fortuna de encontrarse en el lugar equivocado, en el momento inoportuno. Aun así, no lo perderé de vista después de lo sucedido. No se repetirá algo semejante.

—Sinceramente, así lo espero —respondió el dueño, más apaciguado.

—Por favor, ofreced nuestras disculpas a la joven dama —agregó Caramon, al tiempo que empujaba a Earwig hacia el vestíbulo.

Mientras subían la escalera, se escuchó la voz alegre del kender.

—Creí que mi buena acción me reportaría otro beso, Caramon. ¡Oh, chico! ¡Eso sí que es estupendo!

* * *

Raistlin se encontraba de pie junto a la ventana y desde allí observaba la calle. Aunque ya era de día, poca gente pasaba por ella. Los escasos transeúntes que iban de acá para allá con algún propósito caminaban con las cabezas gachas y echaban ojeadas furtivas. El mago había estado en ciudades afligidas por el azote de alguna plaga, en las que el miedo se olfateaba en el aire. Ahora percibía ese mismo efluvio.

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