Los gritos del pasado (49 page)

Read Los gritos del pasado Online

Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

BOOK: Los gritos del pasado
2.95Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Tú qué crees? ¿Estará allí? —preguntó como para interrumpir sus aciagas cavilaciones.

Martin reflexionó un instante antes de responder:

—No, me sorprendería mucho, la verdad, pero vale la pena comprobarlo.

Entraron en la explanada y volvieron a quedar impresionados por el idílico entorno. La granja parecía sumergida en una suave luz que intensificaba el hermoso contraste del rojo de la casa, típico de Falun, con el azul del mar que se extendía al fondo. Como de costumbre, montones de jóvenes corrían hacendosos de un lado a otro, ocupados en sus tareas. Una serie de palabras emergieron a la conciencia de Martin, evocadas por el panorama: imponente, saludable, útil, limpio, sueco…, y la combinación de todas ellas le inspiró una sensación ligeramente desagradable. La experiencia le había enseñado que si algo parecía
demasiado
bueno, quizá no lo fuese…

—Una imagen como de juventudes hitlerianas, ¿no te parece? —preguntó Gösta, formulando en palabras la reflexión de Martin.

—Bah, quizá, pero te has pasado un poco, creo yo. De todos modos, no te prodigues en ese tipo de comentarios —atajó Martin.

Gösta pareció dolido.

—Vale, perdona —se quejó—. No sabía que fueses el policía del diccionario. Además, tampoco habrían admitido a alguien como Kennedy si esto fuese un campamento nazi.

Martin hizo oídos sordos al comentario y se encaminó a la puerta, que abrió una de las monitoras de la granja.

—Hola, ¿qué queréis?

Al parecer, la animadversión de Jacob hacia la policía se había contagiado entre el personal.

—Estamos buscando a Jacob —Gösta seguía enfurruñado, así que fue Martin quien tomó el mando.

—No está aquí. Intentad localizarlo en su casa.

—¿Estás segura de que no está aquí? Nos gustaría echar una ojeada nosotros mismos.

La mujer se apartó, aunque a disgusto, y los dejó pasar.

—Kennedy, la policía está aquí otra vez. Quieren ver el despacho de Jacob.

—Sabemos dónde está el despacho —aseguró Martin.

La mujer no le prestó atención y Kennedy apareció enseguida diligente para reunirse con los policías. Martin se preguntó si ejercía algún servicio de guía permanente en la granja o si, simplemente, le gustaba llevar y traer a los visitantes.

El joven encabezó la marcha en silencio, seguido por el pasillo de Martin y Gösta, en dirección al despacho de Jacob. Le dieron las gracias y abrieron la puerta esperanzados, pero ni rastro de Jacob. Entraron e inspeccionaron detenidamente el despacho en busca de algún indicio de que Jacob hubiese pasado allí la noche, una manta en el sofá, un despertador, cualquier cosa, pero no hallaron nada y salieron decepcionados. Kennedy los aguardaba tranquilamente. Se apartó el flequillo de la cara y Martin pudo ver sus ojos negros e insondables.

—Nada. Nada de nada —se lamentó Martin mientras conducían de nuevo a Tanumshede.

—No —dijo Gösta. Martin alzó las cejas con resignación: al parecer, su colega seguía dolido. En fin, pues allá él.

La mente de Gösta estaba ocupada, no obstante, en algo muy distinto. En efecto, había visto algo durante la visita a la granja, pero no terminaba de identificar qué. Intentaba dejar de pensar en ello para que su subconsciente lo procesara libremente, pero le resultaba tan imposible como dejar de pensar en un grano de arena que tuviese en el ojo. Era algo que había visto y que debería recordar.

—¿
Q
ué tal, Annika? ¿Has encontrado algo?

La mujer negó sin decir nada. Le inquietaba la expresión de Patrik. La falta de sueño, el desorden en las comidas y el exceso de estrés habían erradicado los restos de su bronceado y habían dejado sólo una pátina de palidez. Parecía caminar vencido bajo el peso de una carga invisible cuyo origen no era difícil adivinar. Le habría gustado poder decirle que trazase una línea divisoria entre sus sentimientos personales y la vida laboral, pero se abstuvo de ello. También ella empezaba a notar la presión y lo último que pensaba por las noches, antes de cerrar los ojos, era en la desesperación de los padres de Jenny Möller el día que llegaron a la comisaría a denunciar la desaparición de su hija.

—¿Cómo estás? —se limitó a preguntar, solícita, mirando a Patrik por encima de las gafas.

—Pues como puedo, dadas las circunstancias —respondió Patrik al tiempo que se pasaba los dedos por el cabello, que quedó encrespado como el de un profesor chiflado.

—Como una mierda, me figuro —declaró Annika sin contemplaciones. Ella no era de las que perdían el tiempo en retóricas. Si algo era una mierda, olía a mierda aunque se perfumase, ese era su lema en la vida.

Patrik sonrió.

—Sí, algo así. Pero vamos a dejarlo. ¿No has encontrado nada en los archivos?

—No, por desgracia. No había nada en los del censo sobre otros hijos de Johannes Hult y no hay muchos más listados en los que buscar ese tipo de información.

—Pero ¿sería posible que tuviese algún hijo más, aunque no esté registrado como tal?

Annika lo miró como recriminándole su torpeza y farfulló:

—Sí, por suerte no existe ninguna ley que obligue a una madre a declarar el nombre del padre de su hijo, de modo que bien podría haber algún hijo suyo por ahí bajo el epígrafe de «padre desconocido»

—Y, déjame que lo adivine, hay unos cuantos…

—No necesariamente. Depende del área geográfica que quieras abarcar, pero he de decir que la gente de la zona ha sido extraordinariamente respetable. Además, recuerda que no estamos hablando de los años cuarenta: la máxima actividad de Johannes debería haberse desarrollado durante los sesenta y los setenta. En aquella época no era tan ignominioso tener hijos fuera del matrimonio. Incluso hubo un tiempo, durante los sesenta, en que se consideraba algo positivo.

Patrik soltó una carcajada.

—Si te refieres a la era Woodstock, a mí me parece que el
flower power
y el amor libre no llegaron nunca a Fjällbacka.

—No te creas, donde menos te lo esperas… —respondió Annika, satisfecha de haber aliviado un poco la tensión con su comentario. Últimamente reinaba en la comisaría el mismo ambiente que en una funeraria. Sin embargo, Patrik no tardó en volver a adoptar el mismo tono grave de siempre.

—Es decir, que, en teoría, podrías confeccionar una lista de los niños de padre desconocido de, digamos, el municipio de Tanum.

—Sí, podría hacerlo no sólo en teoría, sino también en la práctica, pero me llevará un tiempo —le advirtió Annika.

—Pues hazlo tan rápido como puedas.

—¿Y cómo te las arreglarás para averiguar quién es hijo de Johannes a partir de esa lista?

—Para empezar, llamaré por teléfono. Si no funciona, ya veré cómo resuelvo el problema.

En ese momento se abrió la puerta, que dio paso a Gösta y a Martin. Patrik le dio las gracias a Annika y se encaminó al pasillo para encontrarse con ellos. Martin se detuvo, pero Gösta clavó la mirada en el suelo y se fue a su despacho.

—No me preguntes —se adelantó Martin meneando la cabeza.

Patrik frunció el ceño. Lo último que necesitaban era que hubiese roces entre los miembros del personal. Ya tenían bastante con los problemas ocasionados por Ernst. Martin pareció leerle el pensamiento.

—No es nada grave, no te preocupes.

—De acuerdo. ¿Nos tomamos un café en el comedor mientras nos ponemos al día?

Martin asintió, se sirvieron un café y se sentaron a la mesa. Patrik le preguntó:

—¿Alguna pista de Jacob en Bullaren?

—No, ni rastro. No parece que haya estado allí. Y tú, ¿qué tal te fue?

Patrik le resumió su visita al hospital.

—Pero ¿tú te explicas cómo es posible que los análisis no hayan dado ningún resultado positivo? Sabemos que la persona a la que buscamos es pariente de Johannes, pero no es ni Jacob, ni Gabriel, ni Johan ni Robert, y teniendo en cuenta el tipo de prueba, podemos excluir de antemano a las mujeres. ¿Alguna idea?

—Bueno, le he pedido a Annika que intente averiguar si Johannes tuvo algún hijo más en el pueblo.

—Me parece sensato tal y como se supone que era; lo anormal sería que
no
tuviera hijos ilegítimos aquí y allá.

—¿Qué opinión te merece a ti la teoría de que quien atacó a Johan sea la misma persona que ahora tiene a Jacob? —preguntó Patrik antes de sorber muy despacio el café ardiendo.

—Desde luego, es una extraña coincidencia. Y tú, ¿qué piensas?

—Como tú, que sería muy extraño que no se tratase de la misma persona. Se diría que ha desaparecido de la faz de la tierra. Nadie lo ha visto desde ayer por la tarde. Te confieso que estoy muy preocupado.

—Tú tenías la sensación constante de que Jacob ocultaba algo. ¿Será ese el motivo de su desaparición? —inquirió Martin, no demasiado seguro de su hipótesis—. ¿Y si alguien supo que había estado en la comisaría y creyó que había contado algo que, precisamente ese alguien, deseaba mantener en secreto?

—Tal vez —admitió Patrik—. Pero no es ese el problema. En estos momentos, todo es posible y lo único que tenemos son especulaciones. Tenemos a Siv y a Mona —empezó a contar con los dedos—, asesinadas en el 79; a Johannes, asesinado en el 79; a Tanja, asesinada ahora, veinticuatro años después; a Jenny Möller, secuestrada, probablemente mientras hacía autoestop, a Johan, agredido y quizá también asesinado, según sea el desenlace; y a Jacob, desaparecido sin dejar rastro. El denominador común parece ser siempre la familia Hult, aunque tenemos pruebas de que ninguno de ellos es responsable de la muerte de Tanja. Y todo indica que el asesino de Tanja es la misma persona que acabó con la vida de Siv y Mona —bajó los brazos en un gesto de impotencia—. Es un verdadero lío, eso es lo que es. Y nosotros, en medio de todo, sin encontrarnos a nosotros mismos ni con la ayuda de una linterna.

—Venga, qué pasa, ya has vuelto a leer esa propaganda antipolicía, ¿eh? —sonrió Martin.

—En fin, ¿qué hacemos ahora? —preguntó Patrik—. Se me han agotado las ideas. Pronto será tarde para Jenny Möller, si no lo es ya, desde hace varios días. —De pronto cambió bruscamente de tema para salir del círculo vicioso de la autocompasión—. Dime, ¿has invitado ya a salir a la chica esa?

—¿A qué chica? —preguntó Martin fingiendo indiferencia.

—Venga ya, sabes perfectamente a quién me refiero.

—Si te refieres a Pia, no había nada de eso. Simplemente, nos prestó su ayuda como intérprete.

—«Simplemente, nos prestó su ayuda como intérprete» —lo remedó Patrik con voz de falsete, moviendo la cabeza a uno y otro lado—. Vamos, hombre, sal de la barrera y lánzate al campo de batalla. Se te nota que algo hay cuando hablas de ella. Aunque quizá no sea tu tipo, en realidad. Quiero decir que parece que no tiene novio —dijo Patrik con una sonrisa provocadora.

Martin se preparaba para responder debidamente a su comentario cuando sonó el móvil de Patrik.

Martin aguzó el oído para oír quién llamaba. Era algo relacionado con los análisis de sangre, y entendió que sería alguien del laboratorio. Las respuestas de Patrik no le aclararon nada:

—¿Cómo que algo extraño?… Ajá… Ya… ¿Qué demonios estás diciendo? Pero ¿cómo es posible…? De acuerdo… Ajá.

Martin tuvo que reprimir sus deseos de preguntar a gritos. A juzgar por la expresión de Patrik, tenían algo decisivo, pero su colega se empeñaba en responder con monosílabos a la persona del laboratorio con la que hablaba por teléfono.

—Lo que me estás diciendo es que habéis logrado establecer con exactitud las relaciones de parentesco entre ellos —repitió Patrik, haciéndole a Martin una señal cómplice, para indicarle que intentaba hacerlo partícipe de la información.

—Sigo sin entender cómo encaja eso… No, eso es del todo imposible, está muerto. Tiene que haber otra explicación… Vamos, hombre, tú eres el experto. Escúchame con atención y reflexiona:
tiene
que existir otra explicación.

A Martin le dio la impresión de que Patrik esperaba nervioso mientras la otra persona meditaba. Y le susurró:

—¿Qué ocurre?

Patrik se llevó un dedo a la boca para que guardase silencio pues, al parecer, le estaban dando una respuesta.

—No, no es rebuscado en absoluto. De hecho, en este caso es perfectamente posible.

El rostro de Patrik se iluminó y Martin vio que lo inundaba una oleada de alivio. Él, por su parte, arañaba literalmente la mesa sin lograr vencer su curiosidad.

—¡Gracias! ¡Gracias, joder! —Patrik cerró de un golpe la tapa del móvil y se volvió hacia Martin con el mismo resplandor en el semblante.

—¡Ya sé quién tiene a Jenny Möller! Y, cuando te lo cuente, no vas a dar crédito.

H
abían terminado de operar. Johan había sido trasladado a la unidad de cuidados intensivos, donde descansaba lleno de tubos, desvanecido en una oscura nebulosa. Robert estaba sentado a su lado, cogido de su mano. Solveig los dejó solos, aunque contrariada, para ir al servicio, de modo que Robert pudo disfrutar de unos minutos a solas con su hermano, pues a Linda no le habían permitido entrar. No querían que hubiese allí demasiadas personas al mismo tiempo.

El grueso tubo insertado en la boca de Johan estaba conectado a un aparato que emitía un ruido sibilante y Robert tuvo que hacer un esfuerzo para no respirar al mismo ritmo que la máquina. Era como si quisiera ayudar a Johan a respirar; cualquier cosa con tal de erradicar esa sensación de impotencia que amenazaba con superarlo.

Acariciaba la palma de la mano de Johan con su pulgar y se le ocurrió mirar cómo era su línea de la vida, pero fracasó, pues no supo distinguir cuál de las tres era. Johan tenía dos muy largas y otra más corta y Robert se dijo que ojalá la corta tampoco fuese la del amor.

La idea de un mundo sin Johan le resultaba vertiginosa e inaceptable. Sabía que siempre había causado la impresión de ser el más fuerte de los dos, el jefe; pero lo cierto era que sin Johan, él no era más que un miserable. Su hermano tenía una dimensión humana que él necesitaba para conservar su propia humanidad. Cuando encontró muerto a su padre, gran parte de su dulzura desapareció y, sin Johan, su lado oscuro tomaría el mando.

Y allí sentado empezó a hacer promesas: prometió que todo sería distinto si Johan se quedaba con ellos; prometió no volver a robar, buscar un trabajo, intentar hacer algo bueno con su vida…; en fin, prometió incluso que se cortaría el pelo.

Other books

Until Today by Pam Fluttert
Daughter of Necessity by Marie Brennan
Sky High by Michael Gilbert
Teach Me Dirty by Jade West
New York's Finest by Kiki Swinson
The Bathory Curse by Renee Lake