Los gritos del pasado (16 page)

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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

BOOK: Los gritos del pasado
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—Excelente, excelente —asentía Mellberg, casi jovial—. La verdad es que he recibido una serie de llamadas bastante desagradables a lo largo de la mañana. Todos tienen mucho interés en que esto se resuelva con la mayor rapidez, de modo que sus efectos sobre el turismo no se prolonguen demasiado, que fue la hermosa explicación que me dieron. Pero eso no es nada de lo que tú tengas que preocuparte. Yo les he asegurado, personalmente, que uno de los mejores miembros del cuerpo está trabajando día y noche para meter entre rejas al agresor, así que tú encárgate de seguir haciendo tu trabajo, de esa forma tan impecable, que yo me ocupo de los jefazos municipales.

Hedström lo miró con extrañeza. Mellberg le devolvió la mirada y su rostro se iluminó con una amplia sonrisa. En fin, si el chico supiera…

L
a reunión con Mellberg le había llevado poco más de una hora y cuando volvía a su despacho miró hacia el de Martin, pero como su colega no se encontraba allí, Patrik aprovechó para ir a Hedemyrs a comprarse un bocadillo, que engulló ávidamente junto con una taza de café en el comedor de la comisaría. Acababa de terminar cuando oyó los pasos de Martin por el pasillo, así que le indicó que fuese con él a su despacho.

Una vez allí, Patrik le preguntó:

—¿Has notado algo raro en Mellberg últimamente?

—Aparte de que no se queja, no anda criticando todo el tiempo, sonríe constantemente, ha perdido bastante peso y lleva un tipo de ropa que puede calificarse como perteneciente a la moda de los noventa, no, nada. —Martin sonrió como para subrayar que pretendía ser irónico.

—Pues hay algo raro. Y no es que me queje, que conste. No se mezcla para nada en la investigación y hoy me ha colmado de tantas alabanzas que me hizo sonrojar. Pero hay algo que…

Patrik meneó la cabeza, intrigado, hasta que los dos colegas olvidaron las consideraciones sobre el nuevo Bertil Mellberg, conscientes de que tenían cuestiones más perentorias que tratar. Había cosas de las que uno debía disfrutar sin cuestionarlas.

Martin le habló de la infructuosa visita al camping y le reveló que no habían sacado nada más interesante de Liese. Cuando le contó lo que Pia le había dicho sobre Tanja y cómo fue a pedirle que le ayudara a traducir unos artículos sobre Mona y Siv, Patrik se mostró muy interesado.

—¡Demonios, sabía que ahí había alguna conexión! Pero ¿cuál puede ser? —exclamó al tiempo que se rascaba la cabeza.

—Por cierto, ¿cómo fue ayer la reacción de los padres?

Patrik tenía sobre el escritorio las dos instantáneas que le habían dado Albert y Gun, las tomó y se las entregó a Martin. Después le describió los dos encuentros, con el padre de Mona y con la madre de Siv, sin poder ocultar el rechazo que sentía hacia esta última.

—De todos modos, ha debido de ser un alivio saber que se han encontrado los restos de las chicas. Tiene que ser tremendo ver cómo pasan los años sin saber dónde están. No hay nada peor que la incertidumbre, aseguran quienes saben de estas cosas.

—Sí, aunque más nos valdrá que Pedersen confirme que el otro esqueleto pertenece a Siv Lantin porque, de lo contrario, nos habremos pillado bien los dedos.

—Cierto, pero casi me atrevo a prometer que podemos contar con ello. Otro asunto, ¿seguimos sin tener el resultado de los análisis del puñado de tierra hallado en los esqueletos?

—No lo tenemos aún, por desgracia, y la cuestión es saber qué nos aportará. Pueden haber estado enterradas en cualquier sitio, e incluso si averiguamos el tipo de tierra de que se trata, será como buscar una aguja en un pajar.

—Yo tengo más esperanzas en el ADN. Si damos con la persona en cuestión, lo sabremos enseguida, tan pronto como tengamos la posibilidad de analizar su ADN y compararlo con el que tenemos.

—Sí, claro, sólo falta ese «pequeño» detalle: encontrar a la persona en cuestión.

Ambos quedaron meditabundos y en silencio un instante, hasta que Martin disolvió la densa atmósfera levantándose de la silla.

—En fin, así no hacemos nada. Mejor será volver a la tarea.

Dicho esto, dejó a Patrik sentado y sumido en sus cavilaciones.

A
la hora de la cena, se mascaba la tensión. Nada inusual, desde luego, a partir de que Linda se mudara a vivir con ellos, pero ahora podía cortarse el aire con un cuchillo. Su hermano le había mencionado brevemente la visita de Solveig a su padre, pero no se lo veía muy dispuesto a abundar en el tema y eso era algo que Linda no pensaba consentir.

—Así que no fue el tío Johannes quien mató a aquellas chicas. Pues papá debe de sentirse fatal, mira que acusar a su hermano y que ahora resulte que era inocente…

—¡Cállate! No hables de lo que no sabes.

Todos los miembros de la familia que estaban alrededor de la mesa se sobresaltaron. Rara vez oían a Jacob levantar la voz, por no decir nunca. Incluso Linda se asustó por un instante, aunque se tragó el temor y continuó persistente:

—Pero, en realidad, ¿por qué creía papá que había sido el tío Johannes? A mí nadie me cuenta nunca nada.

Jacob dudó un segundo, pero comprendió que no conseguiría convencerla para que dejase de hacer preguntas, por lo que decidió que lo mejor sería satisfacer su curiosidad… al menos parcialmente.

—Papá vio a una de las chicas en el coche de Johannes la noche en que la joven desapareció.

—¿Y qué hacía papá fuera a esas horas?

—Había venido a verme al hospital, y decidió al fin volver a casa en lugar de dormir allí.

—Entonces, ¿sólo por eso? Esa fue la razón por la que llamó a la policía y denunció a Johannes. Quiero decir…, debían de existir montones de explicaciones, incluso que Johannes se hubiese ofrecido a llevarla a su casa.

—Puede ser. Pero Johannes negó incluso haber visto a la muchacha aquella noche y declaró que, a esa hora, ya estaba durmiendo.

—¿Y qué dijo el abuelo? ¿No se enfadó cuando Gabriel llamó a la policía para acusar a Johannes?

A Linda le parecía fascinante. Ella había nacido después de la desaparición de las jóvenes y no le habían contado más que fragmentos de la historia. Nadie deseaba hablar de lo que había sucedido de verdad y la mayor parte de lo que Jacob le estaba revelando era una novedad para ella.

Jacob resopló con sorna.

—¿Si el abuelo se enfadó? Pues sí, podría decirse que sí que se enfadó. Además, precisamente entonces estaba aislado y por completo concentrado en salvar mi vida, así que el abuelo se enfureció de verdad con papá, por ser capaz de hacer algo así.

Les dieron permiso a los niños para levantarse de la mesa. De lo contrario, se habrían pasado el rato haciendo chiribitas con los ojos al escuchar la historia de cómo el abuelo le salvó la vida a su padre. La habían oído muchas, muchas veces, pero no se cansaban nunca.

Jacob prosiguió:

—Al parecer se enfadó tanto que se planteó incluso modificar el testamento y poner a Johannes como heredero único, pero no tuvo tiempo de hacerlo antes de que Johannes muriese. Si no hubiese muerto, puede que fuésemos nosotros quienes viviésemos en la cabaña del guardabosques en lugar de Solveig y los chicos. No lo sé, porque papá nunca ha sido muy hablador al respecto, pero el abuelo me contó muchas cosas que pueden explicarlo. La abuela murió al nacer Johannes y, a partir de ahí, viajaron mucho por todas partes acompañando al abuelo por toda la costa oeste mientras él predicaba y oficiaba sus celebraciones religiosas. El abuelo me dijo que no tardó en descubrir que tanto Johannes como Gabriel tenían el don de curar, así que cada oficio religioso terminaba en una serie de curaciones con gente del público, minusválidos y otros enfermos.

—¿Papá era capaz de curar gente? ¿Todavía puede hacerlo?

Linda estaba atónita. De pronto se abría de par en par una puerta de acceso a una estancia de su historia familiar totalmente nueva para ella y no se atrevía ni a respirar por temor a que Jacob se cerrase en banda de nuevo y se negase a compartir con ella lo que sabía. Había oído decir que entre su hermano y el abuelo existió una relación muy especial, sobre todo después de que comprobasen que la médula del abuelo era compatible con la suya y que podía donársela a Jacob, que tenía leucemia, pero ignoraba que el abuelo le hubiese confiado tanto a su hermano. Y, claro está, también sabía que la gente llamaba al abuelo el
Predicador
y que se rumoreaba que había amasado su fortuna con engaños, pero siempre había considerado las historias sobre Ephraim como simples habladurías. Además, era muy pequeña cuando el abuelo murió, de modo que para ella no representaba más que el anciano severo que aparecía en las fotografías familiares.

—No, no creo que aún sea capaz de hacerlo —respondió Jacob, sonriendo al imaginar a su perfecto padre como curador de enfermos y tullidos—. Por lo que a papá se refiere, es algo que nunca sucedió. Y según el abuelo, no es nada raro que se pierda el don al llegar a la pubertad. Puede recuperarse, pero no es fácil. Creo que tanto Gabriel como Johannes perdieron esa facultad cuando dejaron atrás la infancia. Y la razón por la que papá detestaba a Johannes es, seguramente, por lo distintos que eran. Johannes era muy bien parecido y se metía a la gente en el bolsillo con un guiño, pero no tenía remedio, era un irresponsable en todos los aspectos de su vida. Tanto él como Gabriel recibieron su parte de dinero mientras el abuelo aún vivía, pero a Johannes no le duró más que un par de años. El abuelo se puso furioso y por eso puso a Gabriel como único heredero, en lugar de repartir la fortuna a partes iguales entre los dos. Pero, ya te digo, si hubiese vivido lo suficiente, tal vez el abuelo habría vuelto a cambiar el testamento.

—Pero tenía que haber algo más; papá no podía odiar a Johannes sólo porque era más guapo y más agradable que él. Uno no va y acusa a su hermano ante la policía sólo por eso.

—No, claro. Yo creo que la gota que colmó el vaso fue que Johannes le quitó la novia a papá.

—¿Cómo, que papá estaba con Solveig? ¿Con esa vaca lechera?

—Pero ¿tú no has visto fotografías de esa época? Era un verdadero bombón y papá y ella estaban prometidos. Pero un buen día ella le dijo que se había enamorado del tío Johannes y que pensaba casarse con él. Yo creo que aquello hundió a papá por completo. Ya sabes lo poco que le gustan los dramas y el desorden en su vida.

—Sí, esa historia debió de sacarlo de quicio.

Jacob se levantó de la mesa, con la intención de señalar que daba por concluida la charla.

—En fin, ya está bien de secretos de familia. Aunque ahora quizá comprendas por qué la relación entre papá y Solveig está un tanto infectada.

Linda soltó una risita.

—Habría dado cualquier cosa por haber sido una mosca en la pared cuando llegó a echarle la bronca a papá. ¡Menudo circo!

Jacob no pudo por menos de sonreír también.

—Sí, un circo, esa es la palabra. Pero intenta mostrar un lado algo más serio cuando veas a papá, por favor. Me cuesta creer que él le vea la gracia al asunto.

—Sí, sí, sí, me portaré bien.

Metió el plato en el lavavajillas, le dio a Marita las gracias por la comida y subió a su habitación. Era la primera vez en mucho tiempo que ella y Jacob se reían juntos. Su hermano podía ser divertido si se esforzaba un poco, se dijo Linda, sin pensar desde luego en que ella tampoco se había comportado como un encanto en los últimos años.

Tomó el auricular e intentó localizar a Johan. Ante su sorpresa, se dio cuenta de que, de hecho, le preocupaba saber cómo se sentía.

L
aine tenía miedo a la oscuridad. Un miedo horrible. Pese a haber pasado en la granja tantas noches sin Gabriel, jamás había conseguido acostumbrarse. Antes, al menos, estaba Linda y, antes aún, también Jacob, pero ahora se sentía totalmente sola. Sabía que Gabriel tenía que viajar mucho, pero aun así no podía evitar sentirse amargada. No era aquella la vida con la que había soñado al casarse con alguien con hacienda y fortuna. Y no porque el dinero en sí fuese tan importante. Era la seguridad lo que la había atraído: la seguridad que halló en la seriedad de Gabriel y la seguridad de tener dinero en el banco. Ella quería llevar una vida distinta por completo a la de su madre.

De niña, había vivido el miedo constante a la cólera que en su padre desataban las borracheras. Durante años tiranizó a toda la familia y convirtió a sus hijos en personas inseguras, sedientas de amor y de ternura. De los tres hermanos, sólo quedaba ella. Tanto su hermano como su hermana habían sucumbido a las tinieblas que llevaban dentro: uno volviéndolas al interior y la otra expulsándolas hacia fuera. Ella era la mediana, ni una cosa ni otra; sólo insegura y débil. No lo bastante fuerte como para despachar su inseguridad hacia dentro ni hacia fuera, sino dejándola en su interior, humeando año tras año.

Y nunca se hacía tan patente como cuando deambulaba sola al atardecer por las habitaciones de la casa. Entonces recordaba con total nitidez el apestoso aliento, los golpes y las caricias clandestinas que le sorprendían de noche.

Cuando se casó con Gabriel, creía de verdad haber encontrado la llave que abriría el oscuro cofre que contenía su pecho. Pero no era una necia. Sabía que ella había sido un premio de consolación, alguien a quien él tomó a falta de la que en verdad quería tener. Pero tanto daba. En cierto sentido, era más fácil así. No había sentimientos capaces de alterar la calma superficie, tan sólo la tediosa previsión reinante en una infinita cadena de días y más días. Eso era lo único que ella creía desear.

Treinta y cinco años después sabía hasta qué punto se había equivocado. Nada era peor que la soledad en pareja, que fue a lo que dijo «sí» aquel día en la iglesia de Fjällbacka. Habían llevado vidas paralelas, habían cuidado la finca y criado a sus hijos y, a falta de otros temas de conversación, hablaban de cosas cotidianas.

Ella era la única que sabía que, en el interior de Gabriel, se ocultaba otro hombre muy distinto al que él mostraba a su entorno. Observándolo a lo largo de los años, lo había estudiado a hurtadillas y, poco a poco, llegó a conocer al hombre en que habría podido convertirse. La sorprendía comprobar la añoranza que ese hombre había despertado en ella. Estaba enterrado tan hondo que creía que ni siquiera él sabía que existía, pero, tras aquella superficie gris y contenida, vivía un hombre lleno de pasiones. Ella veía la ira acumulada, pero estaba convencida de que existía igual cantidad de amor si ella hubiera tenido la capacidad de activarlo…

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