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Authors: Margaret Weys & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

Los Caballeros de Takhisis (35 page)

BOOK: Los Caballeros de Takhisis
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Ciertas palabras osadas acudieron a su mente:

»No entraré en Palanthas vestido como un posadero...»

Ni ocultándose tras el nombre de otra persona.

—Te equivocas, Hija Venerable —dijo con fría cortesía—. Me llamo Steel Brightblade, y soy un Caballero del Lirio. Tengo el honor de servir a su Oscura Majestad, Takhisis.

Palin puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza.

—¡Buena la has hecho! —susurró.

El tigre emitió un suave y gutural gruñido. Lady Crysania tranquilizó a su guía acariciándolo. Tenía el entrecejo fruncido, y su expresión era preocupada.

—¿Y lo proclamas abiertamente, en la ciudad de Palanthas? —preguntó, no como una amenaza, sino con sorpresa.

—Lo proclamo ante ti, Hija Venerable —replicó Steel— Cualquier persona que no fuera ciega podría ver quién soy. Es deshonroso aprovecharse de alguien elegido por los dioses para que camine en tinieblas. Y sería una desvergüenza aun mayor engañar a una mujer tan noble y valerosa como tú, señora.

Los ojos ciegos de Crysania se abrieron desmesuradamente.

—Lo que Tanis el Semielfo nos dijo hace años sobre vosotros, los Caballeros de Takhisis, era cierto —musitó—. ¡Que Paladine nos valga! —Su expresión se hizo reflexiva, y al cabo de un momento volvió los ojos ciegos hacia Palin otra vez—. ¿Qué haces aquí, joven mago? ¿Por qué viajas en compañía de este caballero que, aunque honorable, está sin embargo consagrado al Mal?

—Soy su prisionero, Hija Venerable —contestó Palin—. Mis dos hermanos han muerto. Los Caballeros de Takhisis han desembarcado en la costa septentrional, cerca de Kalaman. Tanis el Semielfo está de camino a la Torre del Sumo Sacerdote para dar la noticia a los caballeros.

—Un prisionero. Entonces han exigido un rescate.

—Sí, Hija Venerable. Por eso estamos aquí. —Palin guardó silencio, esperando, evidentemente, que la sacerdotisa no le preguntara nada más.

—Vais a la Torre de la Alta Hechicería.

—Sí, Hija Venerable.

De repente, el tigre se agitó, como si acabara de salir del mar y se sacudiera el agua. La gran cabeza se movió con inquietud bajo la mano de Crysania.

—Si buscarais el pago del rescate, joven mago, habríais ido a la Torre de la Alta Hechicería de Wayreth. El Cónclave de Hechiceros es el que decide este tipo de asuntos. —La voz de Crysania se había endurecido.

—Discúlpame, Hija Venerable —dijo Palin con tranquila firmeza—, pero no tengo libertad para hablar de ello. He dado mi palabra de honor a este caballero.

—Y no podemos permitir que se nos considere menos honorables que nuestros enemigos —comentó Crysania con un esbozo de sonrisa—. ¿No es eso lo que quieres dar a entender? Lord Dalamar no sabe que veníais, ¿verdad?

—No, señora —respondió el mago en voz baja.

—Planeáis entrar a través del Robledal de Shoikan. No sobreviviréis. Tu palabra de honor no te servirá de mucho en ese espantoso lugar. Lo sé —añadió, sacudida por un escalofrío—. Lo he cruzado.

Guardó silencio, y de nuevo se sumió en hondas reflexiones.

Steel quería marcharse, pero no sabía cómo salir de la situación. Lady Crysania alzó la cabeza, hacia los dos hombres, sus ojos ciegos mirando a algún punto entre ellos.

—Quizás os estéis preguntando por qué no llamo a la guardia de la ciudad para que se ocupen de vosotros. Este encuentro no ha sucedido por casualidad. No suelo recorrer los alrededores del templo después de medianoche, pero hoy no podía dormir. Supuse que era por el calor y salí buscando un soplo de aire fresco. Pero ahora comprendo que fue voluntad de Paladine que me encontrara con vosotros. Sea lo que sea lo que os proponéis hacer, siento que su voluntad os guía.

Palin rebulló con nerviosismo y miró de soslayo a Steel. El oscuro paladín se encogió de hombros y sonrió. Era de sobra conocido que Takhisis actuaba a veces de forma misteriosa.

—Nunca conseguiréis cruzar vivos el Robledal de Shoikan. Toma. —Crysania se llevó la mano al cuello y sacó un medallón. El oro brilló a la luz plateada de la luna. Soltó el broche de la cadena y tendió el medallón—. Coge esto, Palin Majere. No te protegerá de los espectros que guardan ese horrible lugar, pero aliviará el miedo de tu corazón y te dará fuerza para caminar en la oscuridad.

Palin parecía perturbado, con una expresión tan culpable como la del ladrón al que pillan con la mano en el cepillo para los pobres.

—No puedo aceptarlo, Hija Venerable. No..., no estaría bien. No tienes idea de... —Enmudeció.

Lady Crysania buscó con la suya la mano del mago. La encontró y le puso el medallón en la palma.

—Que Paladine te acompañe —dijo.

—Gracias, señora. —Palin apretó el medallón, sin saber qué otra cosa hacer o decir.

—Tenemos que irnos —instó Steel, decidiendo hacerse cargo de la situación. Saludó a Crysania con una ceremoniosa inclinación de cabeza—. Te ofrecería escolta para regresar a salvo a tus aposentos, señora, pero veo que ya estás bien protegida.

Crysania sonrió, aunque inmediatamente después lanzó un suspiro.

—Creo que lo harías, señor caballero. Me duele ver que tanta nobleza de corazón y espíritu estén consagrados a la oscuridad. ¿Y cómo entrarás tú al Robledal de Shoikan, caballero? Tu reina no tiene dominio allí. Su hijo, Nuitari, es el terrible monarca de ese perverso sitio.

—Tengo mi espada, señora —se limitó a contestar Steel.

La Hija Venerable adelantó un paso, con los ciegos ojos prendidos en él, y de repente Steel tuvo la sobrecogedora sensación de que podía verlo. La mujer extendió su mano hacia él y la posó sobre su pecho, en la armadura con el lirio de la muerte y la calavera. El tacto de la sacerdotisa fue ardiente como una llamarada que desgarrara su alma, y también como agua fresca que le proporcionara alivio. Por primera vez en su vida, Steel se sintió indefenso, sin saber qué hacer.

—Veo que tú también tienes un guardián —le dijo Crysania—. ¡Dos guías! Uno, oscuro, y otro de luz. El guia que está a tu izquierda, al lado del corazón, es una mujer. Viste armadura azul y lleva el yelmo de un Señor del Dragón en una mano y una lanza en la otra. La punta de la lanza está manchada de sangre. Es la que está más cerca de tu corazón. El guía a tu derecha es un hombre, un Caballero de Solamnia. No lleva ningún arma. La vaina a su costado está vacía. Un agujero sangriento, hecho por una lanza, le atraviesa el pecho. Este hombre está más cerca de tu alma. Ambos desean guiarte. ¿A cuál escogerás seguir?

Acabó de hablar y retiró la mano. Steel se tambaleó como si la mujer lo hubiera estado sosteniendo en pie. Buscó una réplica orgullosa, pero no se le ocurrió ninguna. Sólo era capaz de contemplarla sin salir de su asombro. Lo que acababa de describir era su Visión, la que le había otorgado su reina, Takhisis.

El tigre se acercó y apretó su cuerpo rayado contra Crysania, protectoramente. La Hija Venerable les dio las buenas noches.

—Mi bendición va con vosotros —les dijo suavemente.

Con la mano sobre la cabeza del felino, la sacerdotisa de Paladine volvió sobre sus pasos y muy pronto se perdió en las sombras.

Palin miraba pasmado, boquiabierto, a Steel. El caballero negro no estaba de humor para charlas. En parte furioso y en parte asustado, y completamente turbado, Steel giró sobre sus talones y echó a andar rápidamente calle adelante, de vuelta por donde habían venido. Oyó las pisadas del mago, el aleteo del repulgo de la túnica, en su precipitación para alcanzarlo.

El caballero apretó aún más el paso, como si quisiera alejarse de los demonios que tiraban de su alma, disputándosela.

—¡No necesito ningún guía! —susurró, enfurecido—. Crecí solo. No os necesito a ninguno de los dos, ¡ni padre ni madre!

No frenó las rápidas zancadas hasta que salió de un callejón y allí, ante él, vio los árboles del vetusto y aterrador Robledal de Shoikan.

En un tiempo había habido cinco Torres de la Alta Hechicería en Ansalon. Fortalezas de los hechiceros, las torres estaban consideradas como una amenaza por quienes temían el poder de los magos. A fin de protegerse de cualquier ataque, los hechiceros proporcionaron a cada una de ellas un bosque que las guardara. El de la Torre de Daltigoth provocaba un letargo debilitador a cualquiera que se aventurara en él; la persona se quedaba sumida en un profundo sopor carente de sueños. El de la Torre de Istar, demolida durante el Cataclismo, hacía que los que entraban en él olvidaran por completo a qué habían venido. El de la Torre de las Ruinas, en Kendermore, encendía tan ardientes pasiones en el corazón de quienes penetraban en su terreno que perdían el interés por todo lo demás. El bosque que rodeaba la Torre de Wayreth eludía a los intrusos. Por mucho empeño que pusieran, no lograban encontrarlo. Pero, de todos ellos, el Robledal de Shoikan era el más espantoso. Los otros estaban patrocinados por los seguidores de Solinari y Lunitari. Los seguidores de Nuitari, los Túnicas Negras, patrocinaban el Robledal de Shoikan.

Sus gigantescos robles permanecían inmóviles. Ningún viento, ni siquiera los violentos vendavales de ciclones y huracanes, conseguía que se moviera ni una sola hoja. Sus inmensas ramas se entrelazaban, formando un dosel tan denso que la luz del sol no podía atravesarlo. El Robledal de Shoikan estaba envuelto en una noche perpetua, y sus sombras eran tan gélidas como la muerte.

El propio dios Nuitari había lanzado el encantamiento de terror que provocaba la arboleda. Todos los que se aproximaban a ella —incluso aquellos invitados por el señor de la torre— experimentaban un terror paralizante que atacaba al corazón de cualquier ser humano. La mayoría ni siquiera era capaz de estar a la vista de los árboles. Aquellos dotados de un extraordinario valor que lograban llegar hasta el propio robledal, generalmente lo hacían arrastrándose sobre manos y rodillas. Aun eran menos los que habían ido más lejos. Uno fue Caramon Majere; otra, la Hija Venerable Crysania; otra fue Kitiara. Las dos últimas llevaban consigo medallones mágicos para contrarrestar el miedo, para ayudarlas a cruzar la arboleda. En cuanto a Caramon, faltó poco para que perdiera la razón.

Y, ahora, Steel Brightblade se encontraba de pie a la sombra del Robledal de Shoikan. El encantamiento lo afectó, despertando su miedo; un miedo terrible, impotente, debilitador e irracional. Era el miedo a la muerte, una certeza para quienes pusieran el pie dentro de sus límites; el miedo al suplicio y a la tortura que precederían al final; e incluso un miedo mayor al prometido tormento eterno que vendría después.

No podía combatir ese miedo, pues estaba inspirado por un dios. Lo estrujaba, lo consumía, le retorcía las entrañas, le comprimía el estómago, le dejaba la boca seca, agarrotaba sus músculos, le hacía sudar las palmas de las manos. Casi lo hizo caer de rodillas.

Oyó las voces de los espectros, tan secas y quebradizas como huesos:

Tu sangre, tu calor, tu vida. ¡Nuestros! ¡Nuestros! Acércate más. Tráenos tu dulce sangre, tu carne cálida. Tenemos mucho frío, un frío insoportable. Ven, acércate más.

La oscuridad de la arboleda, una oscuridad eterna que jamás alumbraba ninguna luz salvo, quizá, la invisible luz de la luna negra, envolvió a Steel. El caballero rezó a Takhisis, aunque sabía que su plegaria no recibiría respuesta. La potestad de su Oscura Majestad acababa al borde de esta arboleda. Aquí era su hijo, Nuitari, señor de la magia negra, quien ejercía un dominio supremo. Y todos sabían que rara vez atendía a su madre.

Morir en combate; ésa era la suerte que Steel había creído siempre que lo aguardaba. Yacer sobre un sepulcro de mármol, con las armas del enemigo a sus pies, alabado por sus compañeros, que llorarían su muerte. Ésta era la muerte soñada por Steel.

Pero no de este modo, hecho pedazos por las afiladas uñas de los espectros, llevado a rastras bajo tierra, debatiéndose y jadeando, hundiéndose, asfixiándose. Y luego, después de que la muerte llegara como un acto piadoso, su alma quedaría atrapada, esclavizada, obligada a servir al dios de los muertos vivientes, Chemosh.

Una voz, otra voz nueva, interrumpió los gélidos siseos de los esclavos de Chemosh. Una mujer, vestida con armadura azul, salió de las sombras entre los altos árboles. Era encantadora, con el cabello cortado para llevar con comodidad un yelmo. Los oscuros rizos le enmarcaban el rostro. Sus negros ojos eran seductores. Sonrió —una sonrisa sesgada— y se echó a reír. Se reía de él.

—¡Mírate! ¡Sudando y temblando como un niño en la Noche del Ojo! ¿Es que parí a un cobarde por hijo? ¡Por mi reina que si es eso lo que hice, yo misma te entregaré de alimento a Chemosh!

La Dama Oscura se acercó a él con andares contoneantes. Una espada colgaba en su cadera, la capa azul ondeaba constantemente a su alrededor, aunque el irrespirable aire de la noche estaba quieto.

Steel la conocía. Nunca la había visto en vida, pero la conocía. Había venido a él en otra ocasión: durante la Visión.

—Madre... —susurró.

—¡No me llames madre! —dijo con sarcasmo—. Tú no eres hijo mío. Mi hijo no es un cobarde. Yo crucé el temible robledal, y ahí estás tú, ¡pensando en dar media vuelta y huir con el rabo entre las piernas!

—¡No es verdad! —replicó Steel, más encolerizado por el hecho de que, en efecto, había considerado la posibilidad de retirarse—. Yo...

Pero la imagen se desvaneció, desapareciendo de nuevo en la oscuridad.

Con los dientes apretados y la mano sobre la empuñadura de la espada, el caballero echó a andar, dirigiéndose directamente hacia el Robledal de Shoikan. Se había olvidado de Palin; ni siquiera recordaba que existía. Lo aguardaba una batalla, un combate entre el robledal y él. No oyó las precipitadas pisadas que lo seguían. Saltó, sobresaltado, cuando una mano le tocó el brazo. Giró veloz sobre sus talones al tiempo que desenvainaba la espada.

Palin, respirando entrecortadamente, retrocedió un paso al ver su expresión enajenada.

—Steel, soy yo...

La luz del Bastón de Mago lució brillante sobre el rostro del joven mago. Steel lanzó un hondo suspiro de alivio, por el que se sintió avergonzado de inmediato.

—¿Dónde estabas, Majere?

—¡Intentando alcanzarte, Brightblade! Corrías tan deprisa que... Vamos a tener que colaborar los dos para cruzar la maldita arboleda... si es que lo logramos.

Ambos podían oír ahora las voces de los muertos vivientes:

Sangre cálida, sangre dulce, venid a nosotros..., venid...

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