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Authors: Margaret Weys & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

Los Caballeros de Takhisis (23 page)

BOOK: Los Caballeros de Takhisis
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—Daría igual si los hubiera matado yo, ¿no? —La actitud de Steel era desdeñosa—. Somos soldados, y estamos en guerra. Supongo que conocían los riesgos o, en caso contrario, no habrían sido caballeros.

—No daría igual, créeme. Erais primos. Por vuestras venas corría la misma sangre. Te lo pregunto otra vez: ¿los mataste tú?

—No fue él, Tanis —intervino Palin—. Fuimos atacados por forasteros, unos hombres de aspecto extraño, unos bárbaros que llevaban el cuerpo pintado de azul. Pero a los bárbaros los dirigían caballeros.

—Soy un caballero. Combato a lomos de un dragón —declaró Steel con orgullo—. Los solámnicos cayeron a manos de las fuerzas de tierra.

—Entiendo —dijo Tanis pensativamente, sin duda archivando en la memoria esta información vital para pasarla al comandante de los Caballeros de Solamnia en la Torre del Sumo Sacerdote. Su mirada volvió hacia Steel—. Todavía sigo sin entender por qué viniste. Si es por el dinero del rescate de Palin, de eso podría haberse encargado un mensajero...

—He venido a saldar una deuda. Los cuerpos de los muertos iban a ser enterrados en una tumba común. Con honores, por supuesto —añadió Steel, centelleantes los oscuros ojos—. Lucharon con bravura. No huyeron, como algunos podrían haberles aconsejado que hicieran. Pero la noticia de sus muertes no llegaría hasta sus familias hasta pasado cierto tiempo. O tal vez nunca. Cuando descubrí el nombre del joven mago y que sus dos hermanos habían muerto en la batalla, aproveché la oportunidad para saldar la deuda de honor que tengo con su padre, Caramon Majere. He traído de vuelta los cadáveres de sus dos hijos para que reciban sepultura en su tierra.

—¿Has traído a los muertos a riesgo de tu propia vida? —Tanis miraba al caballero con incredulidad.

—¿De qué sirve la vida sin honor? —repuso Steel, encogiéndose de hombros.


Est Sularis oth Mithas -
-musitó el semielfo—. «Mi honor es mi vida.» Parece que estoy oyendo a tu padre. Eres como él.

El semblante de Steel se ensombreció y su mano se crispó sobre la empuñadura de la espada.

—Soy un Caballero de Takhisis —dijo fríamente—. Honro la memoria de mi padre, pero no es más que eso: un recuerdo. Sólo vivo para mi soberana.

La mirada de Tanis fue intencionadamente al cuello del caballero. La espada no era el único presente que el padre muerto había dado a su hijo. A través de unos medios mágicos que escapaban a la comprensión del semielfo, la Joya Estrella que Sturm Brightblade había llevado colgada al cuello había sido transferida a su hijo. La joya era un objeto del Bien, de manufactura elfa, una prenda de amor. Ninguna persona cuyo corazón estuviera enturbiado por la oscuridad habría podido siquiera tocarla y, mucho menos, llevarla puesta. Sin embargo, Tanis la había visto brillar sobre el pecho de Steel Brightblade.

¿La llevaría ahora, oculta bajo la horrenda armadura con sus símbolos de muerte y destrucción? ¿O habría abominado de ella, arrancándola de su cuello, y la habría sacrificado en el altar ensangrentado de la Reina Oscura?

Tanis no podía ver la joya. Steel le devolvió la mirada con frialdad, en absoluto cohibido. Si la llevaba encima, era lo bastante disciplinado para ocultar cualquier indicio de ella.

»Un hombre peligroso», pensó Tanis. «Si todos los paladines de Takhisis son como éste, estamos metidos en un buen lío.»

—¿Está Kalaman bajo ataque? —preguntó sin quitar la vista de Steel.

—Lo estará —contestó el caballero—. Y, a estas horas, también la Ciudadela Norte. No estoy revelando ningún secreto. Lord Ariakan quiere que los solámnicos sepan cómo fueron derrotados.

Tanis miró a Steel sumido en un sombrío silencio, y después se volvió hacia Palin, que parecía estar a punto de desplomarse.

—Discutiremos todo eso después. Primero tenemos que llevarte a casa. Te ayudaré a dar la noticia de la muerte de tus hermanos a tus padres. Recuerda, Palin, que tanto tu padre como tu madre fueron guerreros. Esto les causará un gran sufrimiento, cierto, pero...

—Hay algo más, Tanis —lo interrumpió el joven mago.

Era justo lo que el semielfo ya había imaginado.

—Se te retiene para obtener un rescate, ¿verdad?

—Sí. Y si no se paga, tomarán a cambio mi vida.

—¿Y a cuánto asciende ese rescate? Bah, no importa —se apresuró a añadir el semielfo con premura—. Por mucho que sea, conseguiremos reunir el dinero. Me alegrará poder contribuir. Y también lo...

—No es dinero lo que piden, Tanis —volvió a interrumpirlo Palin, con un cierto tono de impaciencia—. Después de todo, soy un mago.

—Un aprendiz —puntualizó el semielfo, simulando una despreocupación que estaba lejos de sentir. Tenía el terrible presentimiento de que sabía lo que venía a continuación y ansiaba posponerlo—. No te des esos aires, jovencito. —Miró a Steel—. Como he dicho, este joven sólo es un aprendiz que ha pasado la Prueba recientemente. Los hechiceros tal vez den a cambio de él unos cuantos objetos arcanos de poca importancia, pero nada de valor. Saldríais ganando más si pidierais dinero.

—Puede que Palin Majere sea sólo un aprendiz de mago, pero su tío, Raistlin Majere, no lo era —intervino Steel secamente—. Le hizo a su sobrino un valioso regalo. —El caballero señaló con un gesto el Bastón de Mago—. No me cabe la menor duda de que entregaría mucho más si supiera que la vida de su sobrino corre peligro.

—¿Pero es que todo el mundo se ha vuelto loco? —demandó Tanis—. ¡Raistlin Majere está muerto! Lleva muerto más de veinticinco años. Él no le dio el bastón a Palin. Se lo dio Dalamar el Oscuro...

Steel lo miraba fijamente con aquellos ojos negros, impasibles.

—¡Bah, estoy perdiendo el tiempo! ¿Cuál es el rescate? —preguntó Tanis.

—Quieren que se abra el Portal —contestó Palin en voz queda—. Los Caballeros Grises quieren encontrar el camino hacia el Abismo.

—Cuando el Portal esté abierto —dijo Steel—, nuestra soberana entrará en este plano. ¡Y nosotros le pondremos el mundo a sus pies!

16

El rescate.

El cuarto de Raistlin.

Palin concibe un plan

Steel se quedó de pie nada más cruzar la puerta de la posada El Último Hogar. Su porte era altanero, frío, orgulloso, impertérrito, sin demostrar emoción alguna cuando Tanis, con todo el tacto que fue capaz, dio a Tika y a Caramon la noticia de que sus dos hijos mayores habían muerto.

—¡Lo sabía! —fue la primera reacción de Tika. Se llevó las manos al corazón—. Paladine me valga, lo sabía. Lo sentía aquí. Oh, dioses, ¿por qué? ¿Por qué? —Apretó los puños y empezó a echarse atrás y adelante en la silla en la que estaba sentada.

Palin abrazó a su madre.

—Lo siento —dijo entrecortadamente—. Lo siento...

Caramon estaba estupefacto, aturdido.

—Mis muchachos —musitó—. Mis muchachos. —Con un desgarrador sollozo alargó los brazos y estrechó a Palin contra su pecho—. Al menos tú estás a salvo...

Tanis se mantuvo aparte, esperando que los primeros arrebatos de dolor pasaran; esperando para dar noticias aún peores a los desdichados padres. Palin no estaba a salvo, sino que corría un peligro mayor de lo que podrían imaginar jamás.

Al cabo de un tiempo, Palin se limpió las lágrimas y miró a Tanis.

—Díselo tú —musitó quedamente.

—¿Que nos diga qué? —inquirió Caramon, con la cabeza inclinada, tenso, tembloroso.

—Palin es prisionero de los caballeros negros —aclaró el semielfo—. Exigen un rescate.

—Bien, claro que lo pagaremos, sea lo que sea —respondió el hombretón—. Venderemos cuanto poseemos si es necesario...

—No es dinero lo que quieren, Caramon —siguió Tanis, que buscaba un modo más fácil de decírselo y no encontraba ninguno—. Quieren que los hechiceros abran el Portal al Abismo. Quieren utilizar a Palin para dejar vía libre a la Reina Oscura.

Caramon alzó el rostro descompuesto por el dolor, y su mirada pasó de Tanis a Palin, y de éste a Steel.

—Pero... ¡esto es una farsa! ¡Una burla! ¡Los hechiceros jamás abrirán el Portal! ¡Es una sentencia de muerte! ¡No te lo llevarás! ¡No te lo permitiré!

Antes de que ninguno de los presentes en la sala pudiera impedirlo, Caramon saltó de la silla y se arrojó sobre Steel. El peso del hombretón y el impulso hizo que los dos salieran lanzados y chocaran contra la pared.

—¡Caramon, detente! —Tanis y Palin pugnaban por quitar al posadero de encima del caballero negro. Caramon estaba intentando rodear el cuello de Steel con sus manos—. ¡Esto no servirá de nada!

Steel no sacó ningún arma. Agarró los brazos del hombretón y se las ingenió para soltarse. Luego empujó al posadero, echándolo a los brazos de su hijo y su amigo. Se puso de pie, respirando fatigosamente, cauteloso y alerta.

—He sido indulgente por tu hondo pesar —dijo fríamente—. La próxima vez no haré concesiones.

—¡Caramon, querido esposo! —Tika se aferró a él, tranquilizándolo—. Nos ocuparemos de esto y todo se arreglará. Tanis está aquí. Él nos ayudará, no dejará que se lleven a Palin, ¿verdad que no, Tanis?

Sus ojos estaban asustados, suplicantes. Tanis deseó de todo corazón poder decirle lo que tan desesperadamente quería oír. Tal y como estaban las cosas, sólo pudo sacudir la cabeza.

Tika volvió a sentarse en la silla con pesadez; sus manos crispadas agarraban el delantal y estrujaban la tela. No había derramado una sola lágrima. Ahora no. Todavía no. La herida era demasiado profunda. Aún no la sentía, sólo un frío entumecimiento. Y así siguió sentada, mirando fijamente el suelo, esperando que el dolor se abriera paso en su mente.

—Padre —dijo Palin en tono bajo—, querría hablar contigo...

—¡Llévame a mí, maldito seas! —demandó el posadero, soltándose del amoroso abrazo de su mujer—. Mi vida a cambio de la de mi hijo. Puedes retenerme hasta que sepáis la respuesta de los magos.

—Hablas con los sentimientos de un padre —contestó Steel—, pero debes de saber que tal petición es imposible. Nuestros hechiceros conocen el valor del sobrino de Raistlin Majere. Consideran muy probable que el propio archimago se interese por el bienestar del joven.

—¿Mi hermano? —Caramon estaba perplejo—. ¡Pero si mi hermano está muerto! ¿Qué podría hacer él?

—¡Padre! —susurró Palin con apremio, tirándole de la manga—. ¡Por favor, necesito hablar contigo!

Caramon no le hizo caso. Steel esbozó una sonrisa sarcástica y se encogió de hombros.

—Esperemos que pueda hacer algo, señor. —La sonrisa del caballero se tensó—. O, en caso contrario, perderás un tercer hijo.

Tika soltó un grito ahogado, gimió, y apretó los puños contra la boca. Tanis estaba a su lado, pero Dezra, que bajaba por la escalera, lo apartó de un codazo, rodeó con los brazos a Tika y le susurró palabras tranquilizadoras:

—Vamos. Ven conmigo, querida. Ven arriba y descansa.

Tika recorrió la sala con la mirada y contempló a su familia y a sus amigos como si no los conociera. Luego cerró los ojos, apoyó la cabeza en el pecho de Dezra, y empezó a sollozar bajito.

Dezra, con los ojos brillantes por las lágrimas, alzó la vista hacia Tanis.

—Puedes decir a ese lord elfo que su dama está a punto de dar a luz. Su salud es buena y está animosa. Creo que todo irá bien con ella y con el bebé.

—Porthios está esperando fuera —repuso el semielfo. Dioses benditos, se había olvidado completamente de la otra crisis—. Se lo haré saber.

Steel, al oír el nombre del soberano elfo, se llevó la mano a la empuñadura de la espada. Sus labios se fruncieron.

—Debería estar aquí, junto a los demás —dijo Dezra, iracunda—. ¿Qué hace, zafándose así de los problemas?

—Es mejor que se haya marchado, Dezra. Me costó no poco trabajo convencerlo para que saliera. Tenemos una guerra a punto de estallarnos en las narices, aquí mismo.

—¡Guerra! —exclamó Dezra con amargura—. Una nueva vida viene a un mundo de tristeza y dolor. ¡Quizá sería mejor que esa criatura naciera muerta!

—¡No digas esa, Dezra! —gritó Tika de repente—. Cada niño recién nacido es la esperanza de un mundo mejor. Tengo que creer eso. ¡Que las vidas de mis hijos han servido de algo!

—Sí, querida. Así ha sido. Lo lamento, no sabía lo que me decía. Ven arriba —pidió Dezra, sollozando quedo—. Me..., me vendría bien que me echaras una mano con lady Alhana, si te sientes con ánimos.

—Una nueva vida —musitó Tika—. Una se va y otra viene. Sí, puedo ayudar. Quiero ayudar...

—Padre —dijo Palin, cuando su madre se hubo marchado de la sala—, tenemos que hablar. Ahora.

Sobresaltado por la inusual firmeza en la voz de su hijo, Caramon lo miró. Palin estaba mortalmente pálido, con profundas ojeras.

—Lo..., lo siento, hijo —farfulló mientras se pasaba los dedos por el pelo—. No..., no sé muy bien qué estoy haciendo. Pero deberías acostarte un poco. Ve y descansa...

—Lo haré, padre —dijo Palin pacientemente. Cogió al hombretón por un brazo—. Ven conmigo. Acompáñame y hablemos. ¿Podemos hablar a solas?

Steel, al que iba dirigida la pregunta, dio permiso con un breve cabeceo.

—Me has dado tu palabra de honor de que no intentarás escapar, mago.

—Y la mantendré —respondió el joven con dignidad—. Padre, por favor.

—Ve con él, Caramon —instó Tanis—. Tus otros dos hijos están con Paladine. Es Palin quien te necesita ahora.

—No entiendo esto, Tanis. —El semblante del posadero estaba contraído por el dolor y el desconcierto—. ¡Raistlin está muerto! ¿Qué más quieren de él? No lo entiendo.

Tanis abrigaba sus dudas sobre eso. ¿Estaba Raistlin muerto realmente? ¿O los hechiceros Túnicas Grises habían descubierto lo contrario? El semielfo sospechaba que Palin sabía más de lo que daba a entender.

—He de hablar con Dalamar —musitó mientras padre e hijo abandonaban la sala—. Es preciso que hable con el Comandante. Tenemos problemas... Graves problemas.

Pero, ahora mismo, con quien tenía que hablar era con Porthios.

Y decirle que su hijo nacería pronto.

Unos dejan el mundo y otros llegan a él.

¿Esperanza?

De momento, él no la veía.

* * *

Años atrás, Caramon había construido la mejor casa de Solace para Tika. Era lo bastante grande para que tuviera cabida una familia en crecimiento, y durante muchos años resonó con las risas y los juegos ruidosos y violentos de los tres niños Majere. Más adelante, vinieron al mundo dos hijas, con el propósito expreso de jorobar a sus hermanos mayores, o eso es lo que Palin decía a menudo.

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