Letters from Heaven / Cartas del cielo (11 page)

BOOK: Letters from Heaven / Cartas del cielo
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—Es que me tienen harta, ella y Karen, ¡tratándome como si estuviera loca!

El director se queda callado, como si esperara una explicación. Pero ninguna de las dos dice nada.

—Ustedes saben que en esta escuela no tenemos ninguna tolerancia para la intimidación —dice finalmente el director—. Y herirle los sentimientos a otra persona ¡a propósito! es intimidación. Además, Celeste, ésta no es la primera queja que recibimos de ti. También empujaste a Amanda tan fuerte que tuvo que ir a la enfermería. Ese tipo de quejas no se pueden pasar por alto.

Nadie habla. Nos quedamos en silencio durante lo que parecen ser horas. Finalmente habla Silvia.

—Yo vi lo que pasó con Amanda —dice—. Celeste no la empujó fuerte. Además, después de lo que Amanda le dijo, yo probablemente hubiera hecho lo mismo.

—¿Y qué fue lo que te dijo, Celeste? —me pregunta el director.

—Yo le dije que se largara y me dejara en paz, y ella me contestó que quien tenía que irse era yo . . . que regresara a mi país.

El director mira a Silvia como para corroborar mi historia. Yo bajo los ojos, no tanto por vergüenza, sino porque no quiero ver los de Mami.

—Pues, de Amanda me encargo yo —dice—. ¿Y lo que le dijiste a Silvia?

—No lo quise decir, pero estoy tan cansada de que mis propias amigas no crean lo que me está pasando. . . .

—Yo sólo quería ayudar a Celeste —dice Silvia—. Sé que es triste que su abuela se haya muerto, porque ellas eran muy unidas, pero ella dice que su abuela le escribe cartas y la enseña a cocinar por correspondencia.

Yo la miro como si hubiera revelado el mayor secreto del universo. La quisiera fulminar con la mirada. Aunque no me doy vuelta, presiento que Mami me está mirando como si tuviera mil preguntas.

—¿Es cierto que dijiste eso, cielo? —pregunta Mami.

—Sí, ¡pero es la verdad!

De repente todos me miran como si hubiera dicho que los extraterrestres se han apoderado de la escuela.

—¡Claro que mi abuela me escribe! —le digo a Mami en español—. ¿Cómo crees que aprendí a preparar los cangrejitos y el congrí?

—Pero, Celeste, mi amor, los muertos no pueden escribir cartas —me contesta, cambiando al inglés.

—Te las puedo mostrar cuando lleguemos a casa. . . . Las tengo todas en mi mesita de noche. Yo no te lo quería contar para que no te pusieras triste.

Todas nos quedamos en silencio. Creo que están esperando que diga algo, que pida disculpas o algo por el estilo. Lo hago, pero sólo por lo que le dije a Silvia. Por lo otro, no puedo decir que lo siento ¡porque no he hecho nada! Si estoy en este lío es por haber dicho la verdad.

—Lo siento —le digo a Silvia—. No fue mi intención hacerte sentir mal.

—Está bien —me dice—. Pero déjate de esos cuentos de espíritus que me dan un miedo terrible.

Silvia se me acerca y nos abrazamos. Luego le explicaré que no son cuentos. Por el momento, lo único que quiero es salir de aquí.

—Pues cuando resuelvan el misterio de las cartas del más allá —dice el director—, por favor, déjenme saberlo, porque el cuento está interesantísimo. Pero ahora váyanse a sus clases porque los espíritus no les van a hacer la tarea.

Mami se despide con un beso, pero la veo confundida. Vamos a tener mucho de qué hablar esta noche.

8          
PEDIR AYUDA

Lisa vino a buscarme y le cuento lo que pasó. Dice que tengo que enseñarle las cartas a Mami. Que aunque Mami no crea en esas cosas, la evidencia la va a hacer creer. Al frente de una de las casas que pasamos en nuestro recorrido han crecido unas florecitas blancas. Parece como si los arbustos estuvieran cubiertos de mariposas. Lisa recoge un ramo pequeñito y me lo da.

—Pero, Lisa —le digo, en protesta—, ¡no son tuyas!

—¡Shhh! —dice colocándome el dedo sobre los labios—. Hoy tú necesitas las flores más que ellos. Si nos dicen algo, yo se lo explicaré.

Las flores son hermosas.

—Sencillas y silvestres —pienso—, como Abuela.

De repente siento un escalofrío. Pienso por un instante que no caminamos solas.

Esa tarde me pongo a pensar en algo que escribió Abuela en su última carta: “
A la mayoría de la gente le gusta ayudar”
. ¿Se referiría a doña Esperanza? ¿A Lisa? ¿A Mami? También Silvia había querido ayudarme. ¿Y si yo no quiero ayuda? Nadie me puede ayudar con lo que quiero: que Mami no trabaje tanto y que yo pueda de algún modo regresar a las clases de baile. Para el resto me las arreglo yo sola bastante bien. No tengo que andar mendigándole a nadie. Yo no soy así.

Oigo la puerta de la calle, y me asusto porque no espero a Mami hasta tarde. Hoy, sin embargo, ha llegado a casa temprano.

—¡Mami! —grito y corro a darle un abrazo.

—Cielo, ¿qué tal el resto de tu día? —me pregunta.

Hace tanto que no la oigo preguntarme eso que no sé qué contestar. —Bien —le digo—. Sin dramas.

Mami nos prepara el café con leche y yo, sin preguntar, pongo a tostar el pan. Es casi como era antes, cuando estaba Abuela.

—Tenemos que hablar, Celeste —me dice sin mirarme. Le pone azúcar al café y lo revuelve muy lentamente como si recitara un encantamiento.

—Lo sé.

Subo a mi cuarto para buscar las cartas. Las había colocado en una caja vacía de chocolates con la esperanza de que algún día estuviera llena. Pero sospecho que no me llegarán muchas más. Coloco la caja sobre la mesa de la cocina.

—Aquí están todas.

Mami abre la caja con cuidado y examina el primer sobre. Comienzan a correrle lágrimas por las mejillas. Pero creo que sonríe también.

—No sé cómo lo hizo —le digo, señalando el matasellos—. Pero la verdad es que estas cartas me quitaron un poco de la tristeza que estaba sintiendo.

Mami saca la primera carta y la lee en silencio. Sin tomar un sorbo de café, hace lo mismo con las otras. Cuando termina, las guarda en la caja y me mira.

—¿Crees que habrá más cartas? —me pregunta.

—Ojalá.

Nos comemos las tostadas como lo hacía Abuela: mojando los pedazos en el café hasta que se derrite la mantequilla.

—Mami, ¿qué crees que quiso decir Abuela con que a la gente le gusta ayudar?

—Ella siempre decía eso, que a todos nos cuesta mucho más pedir ayuda que darla.

Me quedo pensando en esto mientras termino la merienda. Creo que sé lo que Abuela quería decirme. . . .

Apenas termino, corro a mi escritorio a buscar el número de teléfono de mi maestra de baile. Tengo un poco de miedo de que no me vayan a salir las palabras. O que me vaya a decir que no. Pero estoy decidida a hacerlo.


A la mayoría de la gente le gusta ayudar”
, me repito como si fuera un mantra.

De todos modos, que me diga que no es lo peor que puede pasar.

—¿Miss Robyn? Habla Celeste. —Me tiembla un poco la voz—. ¿La interrumpo?

—¡Qué sorpresa oír de ti, Celeste! —me dice Miss Robyn—. Te hemos extrañado mucho. ¿Cómo sigue tu abuela?

—Falleció hace unas semanas.

—¡Cuánto lo siento! No lo sabía.

—Ya no estoy tan triste, aunque sí la extraño mucho.

—A ella le encantaba verte bailar. ¿Cuándo vas a regresar a clase?

—Bueno, por eso la llamo. Me encantaría regresar, pero mi mamá no puede pagarme las clases por ahora. . . .

—Cuando estés lista, Celeste, sabes que siempre tengo un espacio para ti.

—Bueno, yo estaba pensando que quizás podría conseguir un trabajo —le digo, tímidamente.

—Pero, Celeste, eres demasiado joven para trabajar.

—Pues, quería preguntarle, bueno . . . quizás, si pudiera ayudar con la clase de los chiquitos —le digo—, como trabajo.

Siento un poco de vergüenza al decirlo.

—¡Qué buena idea, Celeste! ¿Cómo no se me había ocurrido antes? ¡Claro que sí! Puedes ser mi ayudante con los chiquitos a cambio de tomar tus clases.

—¿De veras? —le digo, sorprendida.

—Pero tienes que pedirle permiso a tu mamá. Dile que me envíe una nota diciendo que está de acuerdo con este arreglo.

—¡Por supuesto! Y muchas gracias. No sabe cuánto significa para mí.

—Gracias a ti por proponérmelo, Celeste. Me da mucho gusto poder ayudar.

Abuela tenía razón. “
A la mayoría de la gente le gusta ayudar
”.

9          
FLAN

Mi querida Celeste
,

Se me está acabando el tiempo pero no quiero dejarte con un recuerdo salado o agrio, sino con uno dulce. En la vida probarás muchos platos, algunos ricos y otros no tanto. Algunos serán tan picantes que te harán llorar del ardor y otros tan exquisitos que recordarás su dulzura para siempre. Así ha sido mi vida: dulce, amarga, a veces perfectamente sazonada, otras demasiado salada o completamente insípida. Pero cuando pienso en ti y en tu mamá, los recuerdos que me llegan son todos dulces. Así quiero despedirme de ti, para que cuando pienses en mí, sea un recuerdo dulce el que te quede
.

Aquí te copio mi receta del flan que tanto te gusta. Cuidado al hacer el caramelo: Cuando el azúcar comienza a derretirse hay que trabajar rápido y con atención porque si
no, o se te quema el caramelo o te quemas tú. Y no lo apures. Todo lo bueno, toma tiempo. Cuando esté listo el flan, déjalo enfriar toda la noche. Al otro día, antes de sentarte a comer, ponle un mantel a la mesa y una florecita en un florero. Saca una servilleta de tela y un plato de loza. Y siéntate entonces a disfrutarlo con calma. Cuando te lleves esa primera cucharada a la boca, bañada en caramelo, cierra los ojos y aspira el aroma. En ese instante, yo estaré a tu lado
.

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