Las cuatro vidas de Steve Jobs (17 page)

BOOK: Las cuatro vidas de Steve Jobs
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Al terminar la reunión, Jobs se marchó a toda prisa, excusán-dose de la tradicional comida posterior para reunirse en el restaurante Jackling House con cinco directivos de Apple a los que tenía pensado contratar y con el abogado Al Sonsini. Sonsini les explicó que para evitar una demanda de Apple tenían que dimitir gradualmente, a razón de uno por semana.

El jueves siguiente Jobs se presentó en el despacho de Sculley para confirmarle su decisión. Sin embargo alguna dosis extra de prepotencia le hizo cometer un error estratégico al adelantarle que planeaba llevarse con él a cinco directivos de la empresa. Sculley no pareció darse cuenta de la magnitud de la noticia hasta que Jobs le dio la lista de sus futuros empleados: Susan Barnes, Dan'l Lewin, Bud Tribble, George Crow y Rich Page.

Markkula y otros miembros de la dirección se enfurecieron al conocer la noticia. Tribble, Crow y Page eran ingenieros y estaban al corriente de la mayoría de los proyectos de futuro. Dan'l Lewin había entablado relaciones con numerosas eminencias del mundo académico en nombre de Apple. De inmediato, se dio la orden para que abandonasen sus puestos de trabajo escoltados hasta la puerta por vigilantes.

Con el beneplácito de Markkula, Sculley amenazó con denunciar a Jobs por prácticas de competencia desleal, al haber maniobrado para contratar a los directivos cuando todavía era presidente e intentado engañarles al anunciar sus proyectos falazmente en la reunión del consejo de administración. Jobs entregó su carta de dimisión a Markkula y envió una copia a la revista
Newsweek,
que la publicó enseguida.

Querido Mike:

Los periódicos de hoy dan a entender que Apple quiere relevarme de mi puesto como presidente de la compañía. No sé de dónde proviene esa información pero además de ser poco ajustada a la realidad de cara al público es injusta hacia mi persona. Como recordarás, durante la última reunión del consejo de administración, el jueves pasado, anuncié que había decidido crear una empresa nueva y presenté mi dimisión como presidente.

El consejo no quiso aceptar mi dimisión y me pidió posponerla una semana, a lo que accedí teniendo en cuenta el ánimo que suponía su decisión de valorar que Apple pudiera invertir en mi nueva sociedad. El viernes, cuando le enumeré a John Sculley las personas que se vendrían conmigo, me confirmó la voluntad de Apple de discutir posibles colaboraciones.

Desde entonces, Apple ha adoptado una posición hostil contra mí y contra mi proyecto. Por eso solicito que mi dimisión sea aceptada de inmediato. Ruego que, en todas las declaraciones sobre este particular, Apple indique claramente que la decisión de dimitir de la presidencia ha sido mía.

Estoy triste y perplejo ante la actitud de la directiva en este asunto, que me parece contraria a los intereses de Apple, intereses que todavía me preocupan mucho, teniendo en cuenta mis vínculos pasados con Apple y la considerable inversión que conservo en ella.

Espero que el ambiente en Apple se tranquilice. Ha habido alguna voz que aseguraba temer que pudiese utilizar tecnologías de la casa en mi nueva empresa pero quiero aprovechar para insistir en que ésa es una inquietud sin fundamento. Si es la verdadera causa de la hostilidad de Apple contra mi proyecto, podré disiparla.

Como bien sabes, la reciente reorganización interna me ha dejado sin trabajo y ni siquiera tengo acceso a los informes de gestión. Sólo tengo treinta años y quiero seguir en activo y crear cosas.

Teniendo en cuenta lo que hemos conseguido juntos, me gustaría que nuestra separación se realizara de una forma digna y amistosa.

Atentamente,

Stephen P. Jobs.

En la entrevista que concedió a
Newsweek,
Jobs se dejó llevar por el despecho. «Cuando alguien te acusa públicamente de ser un ladrón, tienes que responder. Me sorprende mucho que Apple me haya demandado. Nos hemos pasado una semana entera hablando con los abogados de Apple para demostrarles que no tenemos intención de utilizar ninguna información confidencial de Apple ni elementos tecnológicos que sean de su propiedad legal. Es un comportamiento que deshonra a Apple. […] Desconocía que yo fuese propiedad de Apple. De hecho creo que no es así, que yo soy el único dueño de mi destino».

«No vamos a utilizar ninguna tecnología que pertenezca legalmente a Apple. Lo vamos a poner por escrito. Nada impide a Apple hacernos la competencia si creen que lo que hacemos es una buena idea, pero choca pensar que una empresa de 2000 millones de dólares, con 4300 empleados, se sienta amenazada por seis personas en vaqueros».

El 13 de septiembre de 1985, la noticia sacudió el mundillo de la informática. ¡Steve Jobs se iba de Apple! De pie sobre el césped, Jobs se dirigió a la prensa en un tono dramático con tintes épicos, como intentando resaltar la importancia de un momento clave. «Si Apple se transforma en un lugar donde los ordenadores no son más que objetos, desaparecerá el romance y la gente se olvidará de que los ordenadores son la invención más increíble que jamás haya hecho el hombre. Y yo sentiré que he perdido a Apple. Si, por el contrario, aunque me encuentre a millones de kilómetros, los empleados siguen sintiendo eso, pensaré que mis genes siguen ahí».

Varios días después de su dimisión, Jobs anunció al mundo que había encontrado un nombre para su nueva empresa, NeXT (siguiente). Desde el primer minuto dejó clara su intención de crear el ordenador del futuro. El objetivo principal era fabricar un ordenador que pudiese encontrarse sobre la mesa de cualquier estudiante universitario. A lo largo de los siguientes meses, Jobs vendió prácticamente la totalidad de sus acciones en Apple (más de veinte millones con las que recuperó 150 millones de dólares) para escenificar su desvinculación de la compañía, quedándose con la mínima participación para seguir recibiendo el informe anual. Su nueva empresa comenzó a andar con una inversión de doce millones de dólares.

Apple cumplió la amenaza de llevar a NeXT a juicio. En su opinión era bastante evidente que Jobs se aprovecharía de datos internos y confidenciales a los que había tenido acceso como cofundador de la compañía. El rencor de Jobs hacia Sculley seguirá vivo para siempre.

En el ámbito personal, Jobs vivió una emotiva experiencia cuando, finalmente, y después de mucho buscar, pudo conocer a su hermana biológica. Mona Simpson era escritora y a Jobs aquello le pareció una señal. Le sorprendió el parecido físico y los elementos comunes en su carácter y pensó que el hecho de que ella fuese artista no podía ser mejor augurio.

Un año después, con motivo de la presentación de la primera novela de Mona,
A cualquier otro lugar,
Jobs hizo oficial su parentesco al presentarse en la fiesta organizada por la editorial junto a su hermana y su madre, Joanne Schieble.

«Creo que es natural que las personas traten de comprender de dónde vienen ciertos rasgos incluso si, personalmente, yo soy ante todo un determinista social. Es decir, opino que la educación, los valores y la visión del mundo proceden de las experiencias vividas en la infancia», explicó Jobs. También en esa misma época quiso conocer a Lisa, la hija de la que había renegado nada más nacer y que ya había cumplido siete años.

Durante los primeros meses de la trayectoria de NeXT se dio unos pequeños lujos para acondicionar sus nuevas oficinas. Tiró la casa por la ventana y pidió que instalaran un suelo de madera noble, una cocina con encimera de granito y sofás en forma de U en los locales del polígono industrial de Stanford, en Redwood City. Quería, como ya había ocurrido con el proyecto Macintosh, lo mejor para la empresa y no estaba dispuesto a aceptar términos medios. Una de sus primeras decisiones fue encargar el logo a Paul Rand, creador de la imagen corporativa de IBM, en una operación que le costaría 100.000 dólares y que reflejaba su preocupación por el más mínimo detalle.

En diciembre de 1985 organizó un primer seminario con la plantilla de NeXT y aprovechó para lanzar un desafío a sus tropas: su espectacular ordenador tenía que estar listo en la primavera de 1987. Los asistentes se quedaron estupefactos. Apenas quedaba un año y tres meses, y lo único que tenían era un logo. Parecía que Jobs seguía sin haber aprendido nada de la experiencia. Los que le conocían (Tribble, Crow y Page) sonrieron por dentro, conscientes de que tendrían que aguantar sus recriminaciones, su impaciencia crónica, su incapacidad para tener en cuenta las vicisitudes terrenales… Pero los ingenieros no hacían milagros. Jobs insistió con toda una declaración de principios: «Si fracasamos, pensaré que no somos una empresa digna de este nombre. Estoy totalmente convencido».

Entre sus ideas estaba un coste máximo de 3000 dólares para poder adaptarse al mercado educativo y conseguir su sueño de que estuviese sobre la mesa de cualquier estudiante. Para transmitir mejor el nivel de perfección que esperaba, en diciembre de 1985 trasladó a su equipo a la Universidad Carnegie Mellon para que tuviesen una reunión con investigadores de alto nivel. A continuación les llevó a visitar la Casa de la Cascada, la obra maestra del arquitecto Frank Lloyd Wright. Quería transmitirles el significado de una creación hermosa. Dentro de ese mismo empeño por explicar su concepto de la perfección, también llevaría a su equipo a una demostración de aikido.

A principios de 1986 recibieron una buena noticia: Apple abandonaba el pleito contra NeXT consciente de los daños que estaba haciendo a su imagen corporativa. Durante su primer año de vida, NeXT contrató a decenas de ingenieros de gran talento que se ofrecían a trabajar allí atraídos por el aura de su fundador. Jobs estaba especialmente interesado en captar a especialistas en UNIX dado el rendimiento que este lenguaje ya ofrecía en las estaciones de trabajo de Sun o Silicon Graphics. En cualquier caso el proceso era un poco especial porque, por lo general, el candidato desconocía cuál iba a ser su destino y, si se ponía remilgado, no dudaba en descartarle.

Pero NeXT no era su única preocupación. A principios de 1986 había destinado parte de su fortuna a la compra de una empresa de George Lucas especializada en la animación con imágenes generadas por ordenador. La compañía había sido una división de Lucasfilm fundada por Alvy Ray Smith y Ed Catmull. El primero había hecho sus pinitos en el PARC de Xerox, el famoso centro de investigación donde habían nacido los conceptos que permitieron la creación del Macintosh. Ray Smith entabló amistad con Catmull, otro especialista en la animación por ordenador, y juntos convencieron a George Lucas de la rentabilidad de crear por ordenador las espadas láser de
La Guerra de las Galaxias
. El cineasta les dio carta blanca.

En 1984, cuando todavía estaba en Apple, Jobs oyó hablar de aquella división de Lucasfilm dedicada a la animación por ordenador gracias a un ingeniero del PARC, Alan Kay y, picado por la curiosidad, visitó el estudio en San Rafael (California). El descubrimiento de aquella técnica le causó una conmoción parecida a la que había experimentado en el Xerox PARC años atrás. Ese mismo año, Lucasfilm había contratado a John Lasseter, un joven animador de gran talento procedente de Disney que había concebido media hora de animación por ordenador para la película
Tron.

En esa misma época, Lucas había manifestado su deseo de vender el departamento de informática de su estudio, principalmente por motivos económicos. Acababa de divorciarse de Marcia, con la que había estado casado entre 1969 y 1983, y la compensación a la que se veía obligado a pagar le exigía reunir dinero si no quería tener que vender participaciones en la licencia de los productos derivados de
La Guerra de las Galaxias.
Pedía cien millones de dólares y Jobs le dijo que le avisara si bajaba de precio.

Dos años después, Lucasfilm seguía sin encontrar comprador para su división informática. Entre los pretendientes se encontraban Disney y Philips, que habían manifestado su interés pero no estaban dispuestos a aportar la dote solicitada. Al tiempo, Jobs ya estaba en condiciones de adquirirla gracias a los millones de dólares obtenidos de la venta de sus acciones Apple. Harto de esperar, George Lucas rebajó sus exigencias y, en febrero, Jobs finalmente se apropió del estudio por el módico precio de diez millones de dólares, una cantidad francamente asumible para él. Una de las primeras decisiones de Jobs fue cambiar el nombre por uno más evocador del tipo de actividad que realizaban. El nombre final mezclaba el aspecto de la imagen (píxel, la materia prima) y arte: Pixar.

Para la fabricación de los ordenadores NeXT, Jobs instaló en Fremont (California) una factoría futurista llena de robots que controlaban todos los procesos garantizando la precisión. «Me gustan tanto las fábricas como los ordenadores», ha reconocido Jobs. Su perfeccionismo se manifestaba hasta en el color de los robots de ensamblado que exigió se pintasen de un mismo tono para que diesen unidad al conjunto aunque hubiesen sido fabricados por diferentes proveedores. Los capataces no entendían a qué venía ese capricho cromático pero Jobs les replicaba explicándoles que, por encima de todo, la fábrica tenía que ser bonita. Su intención era recibir a los clientes allí y era imprescindible que pensaran que era un lugar del más alto nivel. Sin embargo, más tarde confesaría a la revista
Inc.
que ésa no era la única razón. «En realidad, no queríamos que los empleados consideraran la fábrica como islas separadas entre sí, sino como un todo. Si se produce un cuello de botella en un nivel, el flujo sólo puede volver a reestablecerse si se piensa de forma global». El proceso de integración de todos los elementos según los conceptos propuestos por Jobs llevó seis meses de trabajo al personal pero finalmente todo quedó como había pedido.

En septiembre de 1986 se organizó otro seminario para empleados de NeXT en un hotel de Sonoma, al norte de San Francisco. Durante dos días y medio de discusiones, se tomaron decisiones importantes y a Jobs se le metió en la cabeza que el ordenador tendría incorporado un lector de discos ópticos. Durante una visita a Canon en Japón para negociar la fabricación de una impresora compatible con NeXT, le habían enseñado una tecnología que permitía almacenar 256 MB de datos, es decir, una capacidad superior a los discos duros de los PC de la época. Como un niño que acaba de descubrir un juguete nuevo y reluciente, Jobs decidió que quería uno para su ordenador.

Jobs justificó su decisión en Sonoma explicando que NeXT debía situarse en la vanguardia de la tecnología. Como era de esperar, ignoró los consejos de quienes le exhortaban a prestar atención a las realidades del mercado, ya que la tecnología de Canon era aún incipiente y su eficacia estaba por demostrar. Además, incorporar aquel dispositivo disparaba el precio final del equipo.

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