Read Las ardillas de Central Park están tristes los lunes Online
Authors: Katherine Pancol
Tags: #Drama
Su amiga Laura, en fin, la que pensaba que era su amiga, le había hecho entrar en razón. Pero bueno, Hortense, piensa un poco, eso no sucede en la vida real, ¡uno no se hace famoso de la noche a la mañana! ¿Y por qué no?, había rugido Hortense. ¿Dónde está escrito que no se puede? Escúchame, había dicho Laura, tú no eres la única que quiere triunfar. Después, con un cierto tono de superioridad, había añadido es una buena idea estudiar los tejidos... Conozco a una chica que trabaja con los materiales, que está aprendiendo a hacer degradados, a pasar del cuero al fieltro, y después a la muselina, trabaja en la línea juvenil de Galliano, te la presentaré si quieres...
Hasta ahí, podía aguantarlo. No le gustaba el tono empleado por Laura, pero la chica parecía compadecerse de ella.
Hortense estaba a punto de decir gracias, qué maja eres, cuando la víbora escupió su veneno mezclado con una tonelada de miel:
—¿Has oído hablar de esa chiquilla que, con trece años, es la nueva reina de la moda en Nueva York?
—No... ¿Por qué habría tenido que oír hablar?
—¡Porque todo el mundo habla de ella! ¡Es increíble lo que le está pasando!
Había hecho una pequeña pausa para alargar el suspense. Había jugueteado con un mechón de pelo entre sus dedos, llenos de anillos. Tamborileó sobre la mesa como si interpretara la sonata
Claro de Luna
.
—Se llama Tavi...
Desgranó algunos arpegios. Sol, do, mi, sol, do, mi. Sol, do, mi.
—Tiene un blog que apasiona al planeta fashion..., ¡cuatro millones de visitas! Todo el mundo habla de ella... Te daré la dirección del blog si quieres...
La, do, mi, la, do, mi...
—Buf...
—Se ha hecho amiga de todos los creadores... Se la ha visto con Marc Jacobs, Alexander Wang, Yohji Yamamoto... Vende sus camisetas a precio de oro y acaba de firmar su primer contrato con una gran casa de modas. ¡Con trece años! ¿Te das cuenta?
—Buf... —había repetido Hortense, con la mandíbula abierta, devorada por los celos.
—Es cierto que es joven...
Otro momento de suspense. La, re, fa, la, re, fa. Y Laura continuó:
—¡Mucho más joven que tú! Quizás por eso todo el mundo habla de ella. Quizás no sea su talento, sino porque es joven...
—¡Ya está! —había gritado Hortense—. ¡Ahora dime que soy una vieja pasada de moda! ¡Que por eso no me llama nadie!
—Pero si no he dicho eso...
—No lo has dicho, pero lo has insinuado... ¡Eres la reina de las hipócritas! ¡Ni siquiera tienes el valor de ser mala!
—Si te lo tomas así... Yo sólo intentaba entenderlo, quería ayudarte, eso es todo.
Hortense se había enfadado de verdad.
—¿Y Suri Cruise? —había seguido gritando—. ¡Suri Cruise! ¡La hija del tapón ese de la Cienciología y de su mujer, que ya nadie se acuerda de quién es! ¡No te olvides de ésa! ¡Con tres años, ya es un icono! ¡Sale con tacón de aguja y monopoliza los flashes! ¡Está a punto de eclipsar a todas las papisas de la moda! ¡Así que tu chiquilla de trece años es una antigualla! ¿Sabes lo que eres, Laura la víbora? Eres una pasiva-agresiva... ¡Esa gente me da náuseas!
—¿Una qué? —balbuceaba la víbora embadurnada de veneno.
—Pasiva-agresiva... ¡Son las peores! Personas que te untan de mermelada para clavarte mejor los dientes con una gran sonrisa...
—Pero yo...
—¡Y yo, a las víboras, las aplasto! Las trituro, les arranco los colmillos uno por uno, les saco los ojos, les...
Toda la cólera, la decepción y la pena que intentaba contener desde hacía dos meses se había convertido en bilis de odio y le llegó el turno de escupir su veneno. La cólera de haber creído que iba a llegar a la cima, plantar su bandera, ondear sus colores... La decepción frente a su teléfono que no sonaba, el dolor de constatar que Gary la ignoraba y que su hermosa noche de amor no había sido para él más que una hermosa noche de revancha. Uno a uno, mi bella Hortense, debía de pensar sacando pecho en su traje de pianista.
Ella había tachado a Laura Cooper de su restringida lista de amigas y le había reconfortado pensar que la víbora iba a salir corriendo, para encontrar un manual de psicología, donde buscar qué quería decir «pasivo-agresivo». Feliz lectura, chica, toma notas y, a partir de ahora, cuando pase por delante de ti ¡apártate!
Afortunadamente, le quedaba Nicholas. Fiel en su puesto. Torso demasiado largo, amante lamentable, pero abnegado, creativo, ingenioso, generoso, trabajador. Bonitos adjetivos que no acortaban, ¡lástima!, su torso demasiado largo...
Él intentaba hacerle olvidar su desengaño multiplicando las salidas. Silbaba siempre que ella entraba en su despacho. Apreciaba su chaqueta de hombre larga y ceñida como un abrigo, sobre un ajustado vestido vaquero azul oscuro. La felicitaba.
—No es idea mía, la he sacado del
Elle
de esta semana... Yo ya no tengo ideas, estoy acabada.
—Que no... Que no —protestaba Nicholas—. Volverás a despegar. ¡Estoy seguro de ello!
Él mismo confesaba que no comprendía nada.
Un-be-lie-vable
! Increíble, repetía moviendo la cabeza. Criticaba a la gente que te prometía la luna y luego te daba la espalda.
Hacía todo lo posible e imposible para aturdirla.
¿Que quería trabajar los tejidos? Le encontraría un taller para que hiciese unas prácticas.
¿Que deseaba hacer deporte para desahogarse? La inscribía en su club que tenía una piscina maravillosa. Un club muy elegante, no aceptan a todo el mundo, has debido de causarles buena impresión...
O les has amenazado, traducía Hortense, conmovida ante el hecho de que se preocupase tanto para arrancarle una sonrisa de sus labios de condenada.
La había llevado al local al que iba todo Londres, el Whisky Mist. En la carta de cócteles, había un
Ibiza Mist
de doce mil libras.
—¡Quince mil euros por una bebida! —había exclamado Hortense, atónita.
—Más que por una bebida, por un concepto —había explicado Nicholas.
—¿Un concepto?
—Sí... Pides un
Ibiza Mist
y entonces...
Imitaba el redoble de un tambor.
—Sales del local, vienen a buscarte en un Bentley, te llevan al aeropuerto en dirección a Ibiza, después en helicóptero hasta una isla privada con chef particular, piscina y cóctel... Simpático, ¿no?
—¿Hay muchos conceptos de ese estilo?
—Por veinticinco mil libras, puedes volar hasta una de las villas de Hugh Hefner en Miami. Con champaña, piscinas, jacuzzi,
bunnies
y apolos a voluntad. La vida es bella, ¿no?
Hortense miraba a Nicholas, los ojos en el vacío.
Él le suplicaba:
—Sonríe, Hortense, sonríe, no me gusta verte triste...
Ella sonreía y su pobre sonrisa dubitativa parecía una mueca de infelicidad.
Él la cogía de la mano, la llevaba hasta la sala VIP diciendo ya verás, te va a encantar... ¡No hay más que tarados y extravagantes! ¡Mira!
Ella arqueaba una ceja. Rayas de coca sobre una mesa, parejas que se abrazaban apasionadamente, senos al aire, tapones de champaña saltando, gritos, aullidos de falsa alegría, de falsa excitación. Chicas desaliñadas, risueñas, ruidosas, esqueléticas, sacos de huesos artificiales, maquilladas con paleta de albañil novato.
Hortense se sentía pesada como una cerda enorme.
—¿Y bien? —había exclamado Nicholas, triunfante—. Felliniano, ¿verdad?
—Esto me pone aún más triste.
—Espérame aquí, voy a buscar algo para beber... ¿Qué quieres?
—Un zumo de naranja —decía Hortense.
—¡Oh, no! ¡Eso no! Aquí no hay...
—Entonces un vaso de agua...
—¡Cócteles a voluntad! Vamos a rehacer tus sueños y tus proyectos... Confía en mí, tengo un montón de ideas.
Le daba las gracias y pensaba ¿por qué no estoy enamorada de él? ¿Por qué pienso en Gary?
Él se alejaba saludando a derecha e izquierda, exclamando
Of course! I call you
[63]
. Él conoce a todo el mundo aquí, yo no conozco a nadie. Soy Hortense Nobody. Dos años en Londres y sigo siendo una desconocida.
Un tipo se había acercado y se había dirigido a ella sorbiendo un líquido azul turquesa con una larga pajita:
—¿Tú no eres amiga de Gary Ward?
—¿Gary qué?
—¿No te he visto ya con Gary Ward?
—Si es un truco para entrar a las chicas ¡pisa el freno! No he oído hablar nunca de ese tío...
—¡Ah, bueno! Creía que... Porque sabes que él está...
Hortense le había dado la espalda y había buscado a Nicholas con la mirada.
Volvía blandiendo dos bebidas color papagayo de las islas. Le señaló un lugar donde sentarse. Hortense apoyó la cabeza en su hombro y le preguntó si no le parecía que estaba demasiado gorda.
—Dímelo, sé honesto, ¿sabes?, ya me da lo mismo... No podría caer más bajo.
Así que ésa no era la noche en la que iba a hincharse a espaguetis a seis mil calorías el bocado.
—¿No comes, Hortense? ¿No te gustan mis espaguetis? —se inquietó Rupert mientras tragaba pasta sin parar.
—No tengo hambre...
—Haz un esfuerzo —insistía Peter—. Rupert se ha preocupado de cocinar y tú te haces la difícil... No está bien, Hortense, ¡no está bien! ¡Piensa en los demás! No eres la única importante en este mundo...
—No sé en qué iba a ayudar al tercer mundo atiborrándome...
—No son espaguetis corrientes, han sido cocinados con amor por Rupert. Él no estaba obligado a...
—¡Joder! —gritó Hortense rechazando su plato y derramando el vaso de tinto malo sobre la mesita—. ¡Deja de culparme, ayatolá!
Y salió corriendo hacia su habitación y gritando que los odiaba a todos. A TODOS.
—Pero ¿qué le pasa? —preguntó Tom volviendo a colocar sus calcetines agujereados sobre la mesa—. ¿Tiene algún problema?
Peter cogió más queso rallado y explicó, muy serio:
—Se creía que la iban a inundar de propuestas después de su show en Harrods y ¡nada de nada!
Niente
! Así que, a la fuerza, la princesa está asqueada... Mejor para ella, así aprenderá a vivir...
Jean el Granulado sonrió delicadamente y declaró que los espaguetis estaban deliciosos, ¿queda un poco más?
* * *
Shirley ya no entendía nada.
Veía cómo su vida se escapaba y dudaba entre compararla con un campo de escombros o un nuevo amanecer. Tenía la impresión de que los acontecimientos se sucedían a su pesar. En forma de borrascas. Encargados de hacer limpieza.
La vida barría su felicidad. Esa felicidad que había tardado tantos años en construir. Le proponía otra presentándole un hombre cuyo manual de instrucciones no conocía.
Seis meses atrás, caminaba erguida, las manos apoyadas en las caderas, y se felicitaba por ello. Casi presumía... Tenía un hijo, un chico estupendo, equilibrado, honesto, recto, inteligente, gracioso, tierno, su amor, su cómplice. Un cuerpo que podía hundir en las heladas aguas de los estanques de Hampstead sin que estornudase ni tosiese. Una fundación a la que consagraba su tiempo y el dinero procedente de su madre, ese dinero que había rechazado durante tanto tiempo..., y amantes, cuando tenía ganas de exorcizar negros demonios. Los restos de un pasado que no comprendía muy bien, pero que aceptaba diciéndose yo soy así ¿y qué? Todos tenemos demonios...
El que no abrigue un diablillo en su seno que me tire la primera piedra...
Había dedicado tanto tiempo a fabricarse esa felicidad, a construirla con sus propias manos, a consolidarla, a ampliarla, a adornarla con frisos, guirnaldas, hermosas vigas imputrescibles... y la vida derribó de una patada ese edificio que tanto estimaba.
Como si la felicidad no debiese durar.
Como si no fuese más que una etapa, una pausa, antes de afrontar una nueva prueba...
Todo había empezado con las preguntas de Gary sobre su padre. Una noche, en la cocina, junto al lavavajillas. Ella había sentido cómo se acercaba Doña Vida, le ponía una mano sobre el hombro, le decía prepárate, querida, empieza el follón. Había encajado el golpe como un boxeador chato. Se había acostumbrado a esa idea. La había amansado, le había quitado las espinas, había hecho de ella una hermosa rosa, tersa, grande, abierta, aromática. Le había costado trabajo. Un trabajo sobre ella misma. Soltar riendas, comprender, sonreír, soltar riendas, comprender, sonreír.
Y volver a empezar.
Después vino lo del viaje a Escocia. No le había gustado enterarse a través de un mensaje en el contestador. Él me telefoneó sabiendo que estaba ocupada, que no podía contestarle... Huía. Huía de mí.
La irrupción de Gary una mañana, en su casa... La bolsa de cruasanes arrojada a la cama y esa exclamación. ¡Él no! ¡Él no!...
Y finalmente, la repentina marcha a Nueva York.
Esta vez había recibido un correo electrónico. Odiaba esa nueva tecnología que permite a los hombres desaparecer creyéndose liberados. Desaparecer de su vida conservando el papel de bueno.
Las palabras escritas por Gary eran nobles y hermosas.
Pero no le gustaban. No le gustaba que su hijo le hablase como un hombre.
«Shirley...».
¡Y ahora la llamaba por su nombre de pila! Nunca la había llamado por su nombre.
«Me voy a Nueva York. Esperaré allí a saber si me han admitido en la Juilliard School. No quiero quedarme aquí. Han pasado demasiadas cosas que no me gustan...».
¿Qué era eso de «demasiadas cosas»? ¿El encuentro con su padre? ¿Oliver en su cama? ¿Un problema con una chica? ¿Una nueva disputa con Hortense?
«Superabuela está al corriente. Me ayudará al principio...».
Superabuela había sido consultada. Ella sí. Superabuela había dado su consentimiento.
«Necesito vivir solo. Has sido una madre perfecta, admirable, un padre y una madre a la vez, me has educado con sabiduría, tacto y humor y siempre te valoraré por eso... Si me he convertido en lo que soy es gracias a ti y te lo agradezco. Pero ahora tengo que marcharme y tienes que dejar que me vaya. Confía en mí. Gary».
¡Punto final! Enviada a paseo en unas pocas líneas.
Había una posdata.
«En cuanto me haya instalado, te daré mi dirección y un número de teléfono. Por el momento, puedes enviarme mensajes a mi dirección de correo. La consulto regularmente. No te preocupes.
Take care
...»
[64]
.
Fin del mensaje. Fin de una época en la que había sido feliz.