Read Las ardillas de Central Park están tristes los lunes Online
Authors: Katherine Pancol
Tags: #Drama
Se preguntó si debía levantarse y marcharse, vaciló, le concedió otros cinco minutos y prometió tratarla con frialdad.
Sus relaciones con Hortense eran un quebradero de cabeza. Lo mismo se mostraba cariñosa, encantadora, que le miraba con fría ironía, como diciéndole pero ¿quién es usted para comportarse de manera tan familiar? Un día, él había exclamado, exasperado, ¡te recuerdo que hemos sido amantes! ¡Amantes! Ella le había mirado, glacial, es curioso, por mucho que lo intente, ¡no me acuerdo! Eso no dice mucho en tu favor, ¿verdad?
Nunca había visto tanta indiferencia y desdén en un ser humano. Es el tipo de chica que podría saltar en paracaídas... sin paracaídas. Hay que reconocerlo, se dijo mirando de nuevo la esfera de su reloj, se comporta de la misma manera con todos: el mundo entero está para servirla.
Suspiró.
Lo peor es que seguramente ésa es la razón por la que estoy aquí esperándola como un cretino...
En el momento preciso en el que iba a levantarse y tirar la servilleta sobre la mesa, Hortense se dejó caer sobre la silla vacía frente a él. Su melena caoba, sus brillantes ojos verdes y su resplandeciente sonrisa testimoniaban un apetito y una alegría de vivir tan intensos, que Nicholas Bergson no pudo evitar sentirse maravillado, casi emocionado. ¡Qué guapa era! Luminosa
and so chic!
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. Llevaba un abrigo de paño negro entallado con las mangas arremangadas para subrayar que lucía en la muñeca un Oyster Rolex de acero, unos vaqueros ajustados marrón brillante —unos Balmain que costaban novecientas ochenta libras, observó—, un jersey de cuello vuelto de cachemira y un cabás de piel de becerro de la firma Hermès.
Él levantó una ceja con extrañeza y preguntó:
—¿De dónde sale tanto lujo?
—He encontrado una página en Internet donde se puede alquilar por meses toda la ropa de marca. ¡Tirada de precio! Y ya lo ves, efecto asegurado, es lo primero que has visto. No me dices hola, tu cabecita de dictador de la moda sólo piensa ¡guau, qué elegante! Eres como todos, te dan el pego con cualquier cosa...
—¿Y cómo funciona eso?
—Te abonas, dejas una suma en depósito y ¡tachán! Alquilas lo que quieras y te vistes como una princesa. Te miran, te respetan ¡y te felicitan! ¿Ya sabes qué quieres pedir? —preguntó, echando un vistazo al menú.
—He tenido mucho tiempo para elegir —gruñó Nicholas—. Me sé la carta de memoria.
—¿Y qué vas a tomar? —dijo Hortense, ignorando la frialdad de su interlocutor—. ¡Ya está! Yo ya lo sé... ¿Puedes llamar al camarero? Me muero de hambre...
Levantó la vista hacia él, le miró y se echó a reír.
—¿Te has vuelto gay o qué?
Nicholas estuvo a punto de atragantarse.
—¡Hortense! ¿Cómo te atreves...?
—¿Has visto cómo vas vestido? Camisa naranja, corbata rosa ¡y chaqueta violeta! No he leído en ninguna parte que eso estuviese de moda. A menos que, efectivamente, hayas cambiado de preferencias sexuales...
—No, todavía no, pero no debería tardar si continuamos viéndonos. Tú solita serías capaz de que acabara dándome asco todo el género femenino...
—Anota que no me molestaría en absoluto. Al contrario. Te tendría para mí sola, no tendría que compartirte con ninguna buscona. Detestaría tener que compartirte con una buscona. Así que puedes elegir: monje o gay...
—Mi querida Hortense, para poder conservarme, deberías empezar por tratarme con más consideración... Te recuerdo que...
—Hazle una seña al camarero, ¡me muero de hambre!
—¡Y además me interrumpes!
—Me horroriza cuando te quejas... Me llamas, me dices que tienes algo superexcitante que anunciarme, yo alquilo toda clase de lujos, me emperifollo, ensayo delante del espejo, pienso que me vas a presentar a Stella o a John... y me encuentro con un payaso chillón y triste que se queja de su desgracia sentado solo a una mesa. ¡No es muy excitante, que digamos!
—¡Me quejo porque llegas con treinta y cinco minutos de retraso! ¡Y estoy solo porque se supone que tenía que comer contigo y no con un montón de gente! —exclamó Nicholas Bergson, al borde de un ataque de nervios.
—¡Ah! ¿Llego tarde? Es posible... pero no necesariamente mortal. Hazle una seña al camarero, me muero de hambre. Creo que ya te lo he dicho.
Nicholas accedió. El camarero anotó su pedido.
Él permaneció en silencio.
—Vale, lo he entendido... Deja de jugar al Pictionnary: pones una cara... Yo te haré preguntas y tú contestarás sí o no, así podrás seguir enfurruñado y tu honor estará a salvo. Primera pregunta: tu noticia extraordinaria, ¿se refiere a ti?
Nicholas negó con la cabeza.
—¿Se refiere a mí?
Él asintió.
—¿Algo de la escuela?
Él movió la cabeza.
—¿Trabajo a la vista?
Volvió a asentir.
—¿Un trabajo formidable que podría ser el trampolín para mi magnífica carrera?
Asintió.
—Te lo advierto: ¡o recuperas rápidamente el habla o te clavo un tenedor en el ojo delante de todo el mundo!
Él la ignoró y, sin decir palabra, se puso a jugar con el mango de marfil del cuchillo.
—Vale, de acuerdo... Te presento mis excusas por haber llegado tarde. Y puedo besarte en la boca para que se sepa que no eres gay, sino un amante decente...
—¿Sólo decente?
—Honorable, y es mi última palabra... Y bien, ¿cuál es la noticia?
Nicholas suspiró, derrotado.
—Harrods. Los escaparates. Los famosos escaparates... Hay dos disponibles. Todavía no saben a quién se los darán y hasta esta tarde, a las cinco, se puede pedir la solicitud a una tal Miss Farland...
Hortense le miró con la boca abierta.
—Eso es colosal. Colosal... Y tú crees que...
—Yo te doy la dirección del despacho de Miss Farland, tú recoges la solicitud y te vendes como si te fuera la vida en ello. Ahora te toca a ti.
—¿Y cómo es que los escaparates de Harrods están libres? —preguntó Hortense, con repentina desconfianza—. Suelen estar reservados con meses de antelación...
—Son los escaparates de marzo-abril, destinados a los nuevos creadores. Se los habían asignado a Chloé Pinkerton...
—... que se estrelló con su coche ayer por la mañana al volver a su casa en el campo. ¡Se lo merece! ¡Eso le pasa por ser una esnob y no querer vivir en Londres! Siempre pensé que esa chica estaba sobrevalorada. Me preguntaba cómo había podido triunfar... ¡Al cuerno con ella!
—A veces —dijo Nicholas, horrorizado— me pregunto si eres realmente humana. Porque la palabra «humano» incluye lo peor, eso seguro, pero también la ternura, la compasión, el don, la generosidad, el...
—¿Crees que puedo ir enseguida a ver a Miss Farland?
—Pero si ni siquiera hemos empezado a comer...
—Voy y vuelvo...
—¡Ni hablar! ¡Al menos me debes el quedarte a comer conmigo después de haberme hecho esperar tanto tiempo!
—Vale... pero si llego demasiado tarde ¡no volveré a dirigirte la palabra! De hecho, ya no tengo hambre, ya estoy pensando en mis escaparates...
Nicholas lanzó un suspiro y desplegó la servilleta.
—¿Qué vas a hacer en Navidad? —dijo para animar la conversación.
—París, mamá, mi hermana, Shirley, Gary y todo el paquete habitual. Mamá preparará un pavo, lo quemará, se pondrá sentimental y llorará, Zoé habrá fabricado regalos idiotas tipo scouts de Francia, Shirley intentará animar el ambiente, y Gary y yo nos miraremos con frialdad...
—¡Ajá! El hermoso Gary Ward estará allí...
—Como de costumbre...
—Ya sabes que Charlotte Bradsburry no se recupera de su separación.
—Me importa un bledo.
—Dice que es por culpa tuya y habla mal de ti por todo Londres...
—¡Me voy a hacer famosa si le habla de mí a todo el mundo!
—También ha dicho que te va a destrozar en la crítica de tu primer desfile...
—¡Mejor todavía! Es mejor que hablen mal de ti a que no hablen en absoluto.
—Resumiendo, está muy triste...
—Me trae completamente sin cuidado. Las penas de amor de Miss Charlotte ¡me las paso por el forro! Voy a conseguir dos escaparates en Harrods. ¡Dos pantallas gigantes donde dejar constancia de mi talento! Y durante seis semanas, el mundo entero verá de lo que soy capaz, el mundo entero oirá hablar de Hortense Cortès..., tachán, me lanzarán, me adularán... y seré rica, rica, ¡rica! Me lloverán contratos. Tendré que buscarme un buen abogado. ¿Conoces a alguno?
Se interrumpió, se quedó pensativa durante un instante. Seria. Concentrada.
—Tendré que encontrar un tema. ¿Recuerdas mi desfile en Saint-Martins?
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—
Sex is about to be slow
...
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—Estuvo bien, ¿eh?
—Perfecto. Pero todavía no había llegado la crisis...
—¡Al diablo con la crisis! La gente se olvidará de la crisis cuando vea mis escaparates... Se quedarán completamente subyugados, ¡ya lo verás!
—¡Todavía no son tuyos! Hay muchos candidatos...
—Serán míos. ¡Te lo prometo! Aunque tenga que trabajar día y noche, noche y día y más aún, arrastrarme a los pies de Miss Farland o poner una bomba para eliminar a los otros candidatos...
Hizo una seña al camarero y pidió un zumo de limón recién exprimido.
—¿Bebes zumo de limón? —preguntó Nicholas.
—Todas las mañanas, al levantarme. Es bueno para la piel, el pelo, el hígado, protege de los virus y de los microbios y te pone en forma. Esta mañana se me olvidó...
Apoyó el mentón en la mano y repitió varias veces tengo que encontrar una idea genial, tengo que encontrar una idea genial...
—¡Y rápido! —precisó Nicholas.
—Serán para mí... ¡Hortense Cortès! ¡Tendré esos malditos escaparates!
—No lo dudo ni un instante, querida... Lo que una mujer desea...
A las dos y media de la tarde, Hortense Cortès hacía cola en el octavo piso de un edificio de Bond Street entre una cincuentena de candidatos que se miraban de arriba abajo con cara de pocos amigos. Todos permanecían erguidos vigilando los movimientos de los demás. Una chica salió de la sala de reuniones y proclamó ¡no os hagáis más ilusiones, me han elegido a mí! Algunos la miraron, desalentados, y abandonaron la fila. Hortense no se creyó ni una palabra.
Diez minutos más tarde, un tal Alistair Branstall, conocido por su línea de gafas excéntricas, salió asegurando que no había bastantes solicitudes para todos y que los últimos que habían llegado no la conseguirían. Se contoneaba dentro de un traje a cuadros verdes y negros, los ojos abiertos como platos detrás de unas gafas en forma de jirafa.
Hortense se encogió de hombros.
Más tarde, una ayudante de Miss Farland anunció que no quedaban más que diez solicitudes. Hortense contó rápidamente: era la decimocuarta.
Gruñó, se reprochó la crema de chocolate que había tomado de postre y el segundo café, insultó a su glotonería y a Nicholas, y volvió a contar. Los candidatos se retiraron uno tras otro. Ella decidió quedarse.
Sólo era la undécima.
—He dicho que no quedaban más que diez solicitudes —repitió la ayudante mirando a Hortense.
—Y yo he decidido que no sé contar —replicó Hortense con una gran sonrisa.
—Como quiera —respondió la ayudante con expresión afectada y dio media vuelta.
Cuando la última candidata se marchó con su solicitud bajo el brazo, Hortense llamó a la puerta de Miss Farland.
La ayudante abrió con una sonrisita de superioridad.
—Quiero una solicitud... —dijo Hortense.
—Se lo había avisado, ya no quedan...
—Quiero ver a Miss Farland.
La ayudante se encogió de hombros como si fuera inútil insistir.
—Dígale que he trabajado para Karl Lagerfeld y que tengo una carta de recomendación, firmada de su puño y letra...
La ayudante dudó. Hizo entrar a Hortense y le pidió que esperase.
—Voy a ver qué puedo hacer...
Volvió y pidió a Hortense que la siguiera.
Miss Farland estaba sentada detrás de una amplia mesa de despacho de vidrio oval. Rasgos femeninos, morena, toda piel y huesos, tez pálida, inmensas gafas negras, un moño alargado como el ala de un cuervo, labios rojo chillón y enormes pendientes dorados que le tapaban las mejillas. Delgada, tan delgada que se transparentaba.
Pidió a su ayudante que las dejase solas y alargó la mano para coger la carta de Karl.
—No tengo carta. No he trabajado nunca para el señor Lagerfeld. Ha sido un farol —dijo Hortense sin vacilar—. Quiero ese trabajo, es para mí. La voy a dejar de piedra. Tengo veinte mil ideas. Soy una trabajadora empedernida y no temo a nada.
Miss Farland la miró fijamente, asombrada.
—¿Y cree usted que ese camelo le va a funcionar?
—Sí. Aún no he cumplido los veinte, soy francesa y estudio segundo curso en Saint-Martins. En primero sólo admiten setenta entre mil... ¿El tema de mi desfile?
Sex is about to be slow
. Kate Moss llevó uno de mis modelos... Esto, en cambio, puedo probárselo, tengo el DVD y los artículos de prensa y..., bueno, sé que soy mejor que los otros cincuenta candidatos.
Miss Farland se fijó en el abrigo negro ajustado, las mangas arremangadas, los vaqueros Balmain, el cinturón grueso Dolce & Gabbana, el bolso Hermès, el reloj Rolex, y su mano enguantada en negro acarició la pila de solicitudes.
—Hay bastante más de cincuenta candidatos, deben de ser un centenar... ¡y eso sólo hoy!
—¡Entonces soy la mejor de los cien candidatos!
Miss Farland esbozó una sonrisa que intentaba no expresar amabilidad.
—Ese trabajo es mío... —repitió Hortense, captando inmediatamente la brecha.
—Han sido seleccionados porque son buenos, porque ya han demostrado lo que valen...
—Han demostrado lo que valen porque les han dado una oportunidad. Una primera oportunidad... Deme mi primera oportunidad.
—Tienen experiencia...
—Yo también tengo experiencia. He trabajado con Vivienne Westwood y Jean-Paul Gaultier. A ellos no les dio miedo confiar en mí. Y también probé mis primeros diseños con mi oso de peluche cuando tenía seis años.
Miss Farland volvió a sonreír y abrió un cajón para buscar una solicitud suplementaria.
—No se arrepentirá... —prosiguió Hortense, que sentía que no debía disminuir la presión—. Un día podrá usted decir que fue la primera en darme una oportunidad, vendrán a entrevistarla, formará parte de mi leyenda...