—¡Padre! —protestó Calista. Leonie esbozó una sonrisa.
—No es tan sencillo, primo, y estoy segura de que lo sabes.
—Perdóname, prima. —Esteban pareció avergonzado—. Mi hospitalidad deja que desear. Ellemir te conducirá a tus habitaciones... Condenada muchacha, ¿adónde ha ido ahora? —Levantó la voz hasta convertirla en un grito—: ¡Ellemir!
Ellemir entró apresuradamente por una puerta lateral, limpiándose en el delantal las manos manchadas de harina.
—Las criadas me llamaron para que las ayudara a hacer las pastas, padre... son jóvenes e inexpertas. Perdóname, prima. —Bajo los ojos, ocultando las manos enharinadas.
—No te disculpes por ser una buena ama de casa, muchacha —dijo Leonie con amabilidad.
Ellemir se debatió para conservar la compostura.
—He hecho preparar una habitación para ti, señora, y otra para tu acompañante. Dezi se ocupará del alojamiento de tu escolta, ¿no es cierto, primo?
Damon advirtió que Ellemir le hablaba a Dezi con el modo familiar, de la intimidad familiar; había advertido también que Calista no lo hacía.
—Los dos nos ocuparemos, Ellemir —dijo Damon, y salió con Dezi.
Ellemir condujo a Leonie y a su dama de compañía (sin la cual hubiera resultado escandaloso que una mujer de sangre Comyn viajara tan lejos) a la planta alta, a través de los vastos salones de la antigua casa.
—¿Manejas tú sola esta enorme casa, niña? —pregunto Leonie.
—Solo durante la época de sesión del Concejo, cuando me quedo sola aquí —dijo Ellemir—. Y nuestro
coridon
es viejo y tiene gran experiencia.
—Pero ¿no tienes ninguna mujer responsable, ni una parienta ni una dama de compañía? ¡Eres demasiado joven para llevar una carga tan pesada tú sola, Ellemir!
—Mi padre no se ha quejado —dijo Ellemir—. Me he ocupado de la casa desde que se casó mi hermana mayor; tenía quince altos entonces —agrego con orgullo, y Leonie sonrió.
—No te acusaba de falta de competencia, prima. Solo pretendía decirte que seguramente te sentirás sola. Si Calista no se queda contigo, creo que deberías tratar de que alguna parienta o amiga venga a vivir aquí por un tiempo. Ya estas sobrecargada, ahora que tu padre necesita tantos cuidados... y ¿como te las arreglarías si quedaras inmediatamente embarazada?
Ellemir se sonrojo ligeramente.
—No había pensado en eso...
—Bien, una novia debe pensar en eso, tarde o temprano... —respondió Leonie—. Tal vez una de las hermanas de Damon podría venir a hacerte compañía... Niña, ¿es é
sta
mi habitación? ¡No estoy habituada a tanto lujo!
—Era la suite de mi madre —dijo Ellemir—. Hay otro cuarto en el que puede dormir tu acompañante, pero espero que hayas traído tu propia criada, ya que ni Calista ni yo tenemos una que pueda atenderte. La vieja Bethiah, que fue nuestra niñera, fue asesinada la noche que secuestraron a Calista, y nos sentimos demasiado apenadas como para poner a alguna otra en su lugar. En la casa solo hay ahora cocineras.
—Yo no tengo criada personal —dijo Leonie—. En la Torre, lo último que deseamos es la presencia de extraños, como me imagino que Damon ya te habrá explicado.
—No, nunca habla de la época que pasó en la Torre —replico Ellemir.
—Bien —dijo Leonie—, no tenemos sirvientes humanos, aunque el precio sea que debemos cuidarnos nosotros mismos. De modo que me arreglare perfectamente, niña. —Rozó suavemente la mejilla de la joven, una suave caricia de despedida, y Ellemir bajó las escaleras pensando, sorprendida:
Es amable... ¡me gusta!
Pero muchas de las cosas que Leonie había dicho la habían perturbado. Comenzaba a darse cuenta de que no sabía muchas cosas de Damon. Había dado por hecho que Calista no deseaba tener criados a su alrededor, y había dado el gusto a su hermana pero ahora advertía que los años que Damon había pasado en la Torre, esos años de los que nunca hablaba —y la joven se había dado cuenta de que a él no le agradaba que le interrogara sobre ellos— siempre funcionarían como una barrera entre los dos.
Y Leonie le había dicho: «Si Calista no se queda contigo» ¿Estaba eso en cuestión? ¡Era posible que Calista fuera enviada de regreso a Arilinn, que se la persuadiera, en contra de su voluntad, de que esa era su obligación? ¿O... y Ellemir se estremeció... era posible que Leonie se negara a liberar a Calista, que Calista se viera forzada a cumplir su amenaza, que abandonara Armida, e incluso Darkover, para huir con Andrew a los mundos de los terranos?
Ellemir deseó tener aunque tan solo fuera un destello de la ocasional precognición que aparecía de tanto en tanto en los que tenían sangre Alton, pero el futuro estaba vacío y cerrado para ella. Por más que intentó proyectar su mente hacia adelante, lo único que pudo ver fue un inquietante retrato de Andrew, el rostro cubierto por las manos, agachado, sollozando, mientras todo su cuerpo se estremecía agobiado por una pena insoportable. Lentamente, preocupada, se dirigió a la cocina, buscando el olvido entre sus pastas abandonadas.
Pocos minutos más tarde, la dama de compañía —una mujer descolorida, llamada Lauria— vino a anunciar con toda deferencia que la dama de Arilinn deseaba hablar a solas con
Domna
Calista. Con reticencia, Calista se puso de pie, extendiendo sus manos hacia Andrew. Su mirada revelaba temor, y él le dijo en voz baja y sombría:
—No tienes que enfrentarte sola con ella, si no lo deseas. ¡No permitiré que esa vieja te asuste! ¿Quieres que vaya y le diga lo que pienso de ella?
Calista se encamino hacia la escalera. Fuera de la habitación, en el vestíbulo, se volvió hacia él. —No, Andrew, debo enfrentarme a ella yo sola. No puedes ayudarme ahora.
Andrew deseó poder tomarla en sus brazos y consolarla. Parecía tan pequeña, tan asustada, tan perdida y frágil. Pero Andrew había aprendido, dolorosamente y con frustración, que Calista no podía ser consolada de ese modo, que ni siquiera podía tocarla sin causar toda una serie de complejas reacciones que él aún no comprendía, pero que aparentemente aterraban a la joven.
—Haz lo que quieras, amor —dijo amablemente—. Pero no permitas que te asuste. Recuerda que te amo. Y si no nos permiten casarnos aquí, hay todo un mundo más allá de Armida. Y una condenada cantidad de otros mundos en la galaxia, aparte de éste, por si lo has olvidado.
Ella lo miro y le sonrió. A veces pensaba que si le hubiera visto por primera vez de la manera usual, y no de la manera en que lo había conocido, gracias al contacto mental establecido a través de la matriz, el nunca le hubiera parecido apuesto. Incluso hubiera resultado desagradable y feo. Era un hombre grande, corpulento, de pelo rubio como un habitante de las Ciudades Secas, alto, desaliñado, torpe y, sin embargo, más allá de todo eso, ¡que querido le resultaba, cuan segura se sentía con él! Con dolor verdadero, deseó poder arrojarse libremente en sus brazos, abrazarlo como Ellemir lo hacía con Damon, pero su viejo miedo la condenó a la inmovilidad. Sin embargo, posó levemente la punta de los dedos sobre la boca de él, en una extraña caricia. El besó sus dedos y sonrió.
—Y yo te amo, Andrew. Por si
tú
lo has olvidado —musitó ella, y ascendió la escalera hasta el sitio donde Leonie la esperaba.
Las dos Celadoras de arilinn, la joven y la anciana, se encontraban frente a frente. Calista observó cuidadosamente la apariencia de Leonie: no era bella, exceptuando quizá sus hermosos ojos, de rasgos serenos y regulares. Y su cuerpo era delgado y enjuto, asexuado como el de una
enmasca
: el rostro pálido e impasible como si estuviera tallado en mármol. Calista experimentó un leve estremecimiento de horror, pensando que el hábito de años, la disciplina que había calado hasta sus huesos, estaba borrando su propia expresión, volviéndola tan fría, remota y distante como Leonie. Le pareció que el rostro de la vieja Celadora era un espejo del suyo después de los muchos años muertos que la esperaban.
Dentro de medio siglo me veré exactamente como ella... ¡Pero no! ¡No lo haré!
Como todas las Celadoras, había aprendido a bloquear sus pensamientos. Sabía con extraña clarividencia, que Leonie estaba esperando que se desmoronara y llorara, que le rogara como una muchacha histérica, pero había sido la misma Leonie la que la había acorazado, años atrás, con esta calma helada, con este control absoluto. Era una Celadora, entrenada en Arilinn: no se mostraría Indigna. Se puso las manos en el regazo con calma y espero, y finalmente fue Leonie quien hablo primero.
—En una época —dijo—, si un hombre procuraba seducir a una Celadora, lo colgaban de un gancho, Calista.
—Esa época pasó hace siglos —replico Calista con una voz tan desapasionada como la de la misma Leonie— y además Andrew no procuró seducirme; me ha ofrecido un honroso matrimonio.
Leonie se encogió de hombros.
—Es lo mismo —dijo, y quedó en silencio durante mucho tiempo, un silencio que se extendió durante minutos, y una vez más Calista sintió que Leonie quería descontrolarla, hacer que le rogara. Pero la joven esperó, inmóvil, y una vez más fue la mujer mayor quien rompió el silencio.
—¿Es así, entonces, como cumples tu juramento, Calista de Arilinn?
Por un momento Calista sintió que el dolor le atenazaba la garganta. Ese título solo era utilizado para las Celadoras... del título que había ganado a un costo tan terrible! ¡Y Leonie parecía tan triste, tan vieja, tan fatigada!
Leonie es vieja
, se dijo.
Quiere librarse de su carga, ponerla en mis manos. ¡Fui tan cuidadosamente entrenada, desde que era una niña! Leonie ha trabajado y esperado con tanta paciencia el día en que yo pudiera ocupar el lugar para el que me prepare. ¿Qué hará ahora?
Después, la furia sustituyó al dolor, la furia contra Leonie, por haber jugado así con sus emociones. Su voz sonó tranquila.
—Durante nueve años, Leonie, he llevado la carga del juramento de una Celadora. No soy la primera que pide ser liberada, ni seré la última.
—Cuando yo me convertí en Celadora, Calista, se dio por hecho que sería una decisión de por vida. Esperaba que lo mismo ocurriera en tu caso.
Calista quería llorar, gritar
yo no puedo
, rogarle a Leonie. Pensó, con extraño distanciamiento, que sería mejor si lo hiciera. Leonie estaría más dispuesta para creerla inadecuada, para liberarla. Pero le habían enseriado a ser orgullosa, y ahora no podía rendirse.
—Nunca me dijeron, Leonie, que mi juramento era para toda la vida. Tú misma me dijiste que era una carga demasiado pesada como para llevarla a disgusto.
—Es cierto —dijo Leonie, con inconmovible paciencia—. Sin embargo, creí que eras más fuerte. Bien, entonces cuéntame. ¿Te has acostado con tu amante? —La palabra era peyorativa; era la misma que había utilizado antes, con el significado de «prometido» pero esta vez Leonie usó la inflexión despectiva que le confería, en cambio, la connotación de «concubino», y Calista tuvo que der una pausa para reunir la tranquilidad necesaria para contestar, con suavidad.
—No. Todavía no me he librado de mi juramento y el es demasiado honorable para pedirme eso. He pedido permiso para casarme, Leonie, no que se me absuelva por traición.
—¿De veras? —pregunto Leonie, descreída y con una expresión despectiva—. ¡Si ya decidiste romper tu juramento, me pregunto por qué esperaste mi opinión!
Esta vez Calista tuvo que hacer use de todo su control para no estallar en una furiosa defensa de sí misma, de Andrew..., pero entonces advirtió que Leonie trataba de hacerle morder el anzuelo para probar si en verdad había perdido el control de sus emociones cuidadosamente disciplinadas. Ella conocía este juego desde primeros días en Arilinn, y el alivio que le causó recordarlo le provocó deseos de reír. La risa hubiera sido tan increíble como las lagrimas en este solemne enfrentamiento, pero había alegría en su voz, y sabía que Leonie la advertía.
—Tenemos una comadrona en Armida, Leonie —dijo divertida y tranquila—, llámala y que certifique que aún soy virgen.
Fue Leonie la que bajo los ojos ahora.
—Eso no será necesario, niña —dijo al fin—. Pero vine preparada para enfrentarme con la posibilidad de que hubieras sido violada.
—¿Por no-humanos? No. Sufrí frío, miedo, prisión, hambre, abusos, pero se me evito la violación.
—En realidad no hubiera tenido demasiada importancia, ¿sabes? —matizó Leonie, y su voz se suavizó—. Por cierto, por lo general una Celadora no siente demasiado temor de ser violada. Sabes tan bien como yo que cualquier hombre que toque a una Celadora entrenada como lo has sido tú arriesga su vida. Sin embargo, la violación es posible. Algunas mujeres han sido sometidas merced a la fuerza bruta, y algunas temen invocar su fuerza para protegerse. De modo que, entre otras cosas, vine a decirte que aunque hubieras sido verdaderamente violada, todavía tendrías opción, niña. No es el acto físico el que establece la diferencia, ¿sabes? —Pero Calista no lo sabía, y quedó sorprendida.
Tras una pausa, Leonie prosiguió, con voz fría:
—Si te hubieran tornado en contra de tu voluntad, sin tu consentimiento, eso no causaría mayores problemas: todo podría superarse con un poco de tiempo de reclusión, que curaría todos tus temores y heridas. Pero incluso cuando no se trate de una violación, aunque te hayas acostado con el hombre que te rescato, por gratitud o amabilidad, sin involucrarte verdaderamente..., como es probable que te haya ocurrido, bien, tampoco, eso es irrevocable. Un tiempo de reclusión, de reentrenamiento, y podrías quedar como antes, inalterada, sana, libre todavía para ser Celadora. Esto que te cuento no lo sabe todo el mundo: lo mantenemos en secreto por razones obvias. Pero todavía tienes opción, niña. No quiero que creas que se te expulsa de la Torre a causa de algo que no ocurrió por tu voluntad.
Leonie hablaba tranquilamente, impasible, pero Calista sabía que en realidad le estaba rogando.
—No, no es así —dijo la joven, desgarrada por la pena y el dolor—. Lo que ocurrió entre nosotros... es muy diferente. Llegue a conocerlo, y a amarlo, antes de haber visto su rostro en este mundo. Pero él es demasiado honorable para pedirme que quebrante un juramento sin autorización.
Leonie alzo los ojos, y su mirada azul, acerada, parecía, por un instante, como un relámpago centelleante.
—¿Él es demasiado honorable —dijo ásperamente—, o es que tú tienes miedo?