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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

La torre de la golondrina (54 page)

BOOK: La torre de la golondrina
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—Vaya una perra suerte —repitió quizás por centésima vez Yuz Jannowitz, gemmeriano, haciendo una señal a las sirvientas para que trajeran vodka—. Así se pudra el Antillo. ¡Hacernos quedar en este pueblo de mierda! ¡Mejor irse con la patrulla por esos bosques!

—Anda que no estás tonto —le respondió Dede Vargas—. ¡Allá afuera hace un frío del copón! Yo prefiero a lo calentito. ¡Y cabe las mozas!

Le dio una palmada con ímpetu a la muchacha en la nalga. La muchacha chilló, no demasiado convincente y con evidente indiferencia. Era, la verdad sea dicha, algo retrasada. El trabajo en la posada sólo le había enseñado que si daban palmadas o pellizcaban, había que chillar.

Ya al segundo día de estar allí, Cyprian Fripp y sus compañeros se habían lanzado sobre las dos mozas de servicio. El posadero tenía miedo de protestar y las muchachas eran demasiado poco despiertas como para pensar en protestar. La vida les había enseñado ya que si una moza protesta, le pegan. Así que más razonable era esperar a que se aburrieran.

—La Falka ésa —Rispat La Pointe, aburrido, retomó el otro tema estándar de sus aburridas conversaciones nocturnas— la giñó allá en los bosques, sus digo. ¡Yo vi cómo entonces el Skellen le jodio la jeta con un orión, y cómo la sangre le retañaba como una fuente! ¡De ello, sus digo, no pudo reposarse!

—Antillo falló —dijo Yuz Jannowitz—. No más la rozó con el orión. Cierto que le hizo en la jeta no poco daño. Mas, ¿acaso estorbara aquello a la moza para saltar por encima del torno? ¿Se cayó del caballo? ¡No te jode! Y luego midieron el torno: siete pies y dos pulgadas, te cagas. ¿Y qué? ¡Lo saltó! Y entre la silla y el culo no podrías haber metido ni el filo de un chuchillo.

—Le brotaba la sangre como de una tina —protestó Rispat La Pointe—. Cabalgó, cabalgó y luego se cayó y la giñó en algún barranco, los lobos y los pájaros se comieron la carroña, las martas lo terminaron y los gusanos arrelimpiaron las güellas. ¡Sacabó, deireádh! De modo que nosotros, sus digo, estamos aquí esperando en vano, bebiéndonos las perras. ¡Y es por esto porque a la zorra ésa no se la ve!

—No puede ser así porque de la muerta ni rastro que ha quedao —dijo Dede Vargas con seguridad—. Siempre algo queda, el cráneo, las caerás, algún güeso gordo. Rience, el fechicero, por fin dará con Falka. Y entonces sabrá acabao to.

—Y pué que entonces nos den caza de tal modo que hasta con gusto nos vamos a acordar de esta vagüancia y de esta puta pocilga. —Cyprian Fripp el Joven pasó su aburrida mirada por la pared de la posada, de la que se conocía ya cada clavo y cada mancha—, Y de este puto aguardiente. Y de las dos éstas, que apestan a cebolla y cuando las follas se están quietas como ganao, miran al techo y se rebuscan en los dientes.

—Cualquier cosa mejor que este coñazo —sentenció Yuz Jannowitz—. ¡Hasta dan ganas de echarse a gritar! ¡La puta, hagamos algo! ¡Lo que sea! ¿Le prendemos fuego al pueblo, o así?

Chirriaron las puertas. El sonido era tan poco cotidiano que los cuatro se levantaron.

—¡Fuera! —gritó Dede Vargas—. ¡Lárgate, abuelo! ¡Pordiosero! ¡Apestoso! ¡Fuera, a la calle!

—Déjalo —Fripp agitó una mano aburrida—. Ves, carga una gaita. Es un viejo rondador, a lo seguro antaño soldado, que tocando y cantando por las tabernas gánase en algo la vida. En la calle diluvia y yela. Que se siente aquí...

—Pero lejitos de nosotros. —Yuz Jannowitz le señaló al abuelete dónde tenía que sentarse—. Pos nos llena de pulgas. Ende aquí veo cómo se le comen. Se diría que no son pulgas sino tortugas.

—¡Dale alguna vianda, posadero! —Fripp el Joven hizo un gesto de mando—. ¡Y a nosotros aguardiente!

El vejete se quitó de la cabeza un gran gorro de piel y con gracia extendió a su alrededor un hedor terrible.

—Gracias os sean dadas, vuesas mercedesas —dijo—. Puesto que hoy es la vegilia de Saovine, es fiesta. Y en fiesta no cuadra que se eche a naide, para que se moje y se yeie en la lluvia. Lo que cuadra en día de fiesta es envitar...

—Es verdad. —Rispat La Pointe se dio una palmada en la frente—. ¡Ciertamente hoy es la vegilia de Saovine! ¡El final de octubre!

—La noche de los prodigios. —El vejete sorbió la sopa aguada que le habían traído—. ¡Noche de los fantasmas y los espetros!

—¡Jojó! —dijo Yuz Jannowitz—. ¡El vejete, veréis, nos va a enregalar con un cuento de viejas!

—Que nos enregale —bostezó Dede Vargas—. ¡Cualquier cosa mejor que este coñazo!

—Saovine —repitió el abatido Cyprian Fripp el Joven—. Ya hace cinco semanas desde Licornio. Y dos semanas ya que andamos aquí encaramaos. ¡Dos putas semanas, ja!

—La noche de los moustros. —El vejete lamió la cuchara, eligió algo con un dedo del fondo del cuenco y se comió ese algo—. ¡La noche de los espetros y de los encantamientos!

—¿Y no lo decía yo? —Yuz Jannowitz sonrió—. ¡Habremos cuento de viejas!

El anciano se enderezó, se rascó y dio un hipido.

—La vegilia de Saovine —comenzó con énfasis—, la última noche antes de que suba la nueva de noviembre, es pa los elfos la última noche del año viejo. Cuando nace el nuevo día, ya es para los elfos el año nuevo. De modo que hay costumbre entre los elfos en la noche de Saovine prender todos los fuegos de la casa y alrededores con una astilla embreada y guardar bien los restos de la astilla hasta mayo, y con la misma, enchiscar el fuego de Belleteyn, entonces, dicen, habrá abundancia. Y no sólo la gente elfa sino y muchos de entre los nuestros hacen lo mismo. Para que de las ánimas malvadas salvaguardar...

—¡Ánimas! —bufó Yuz—. ¡Escuchad nomás lo que este patán chamulla!

—¡Ésta es la noche de Saovine! —anunció el viejo con voz emocionada—. ¡En tal noche los espíritus rondan por la tierra! ¡Los espíritus de los muertos llaman a la ventana, dejadnos pasar, gimen, dejadnos! Entonces hay que dar miel, y gachas, y todo presto regarlo con vodka...

—La vodka yo me la prefiero regar a mí mesmo en el gaznate —se rió Rispat La Pointe—. Y tus espíritus, viejo, me puen besar aquí.

—¡Oh, vuesa mercedesa, no hagáis bromas de los espíritus, que bien pudieran oírlo, y son rencorosos! ¡Hoy es la vegilia de Saovine, noche de los espetros y encantamientos! Aguzar el oído, ¿escucháis cómo algo alredor toca y llama? Son los muertos que acuden del otro mundo, quieren colarse en las casas para calentarse al fuego y comer en abundamiento. Allá, por los riscales desnudos y los bosques sin hojas, aulla el viento y el cierzo, los pobres espíritus se congelan, entonces vanse para los hogares donde hay fuego y calor. Entonces no hay que olvidar poner viandas en una cazuela en la esquina, o bien en los pajares, puesto que si las ánimas no hallaran allí nada, a la medianoche meterán el hocico en la casa para buscar...

—¡Oh, dioses! —susurró con fuerza una de las mozas de servicio, y enseguida chilló porque Fripp le había pellizcado en el trasero.

—¡No es mal cuento! —dijo Fripp—. ¡Mas pa ser bueno aún falta mucho! ¡Dadle, tabernero, una jarra de cerveza meona al viejo, pué que entonces le salga bueno! ¡Un buen cuento de espíritus, muchachos, conócese porque a las mozas que lo escuchan les pues pillizcar y ni se enteran!

Los hombres rieron, se escucharon los chillidos de las mozas, a las que se les comprobaba el estado de escucha. El viejo dio un sorbo de cerveza caliente, haciendo mucho ruido y eructando.

—¡Mas ni se te ocurra aposentarte y dormirte! —le advirtió Vargas amenazador—. ¡No te irás de rositas! ¡Cuenta, canta, sopla la gaita! ¡Que haya parranda!

El viejo abrió la boca en la que un único diente aparecía como mojón de camino en una negra estepa.

—¡Mas vuesa mercedesa, que hoy es Saovine! ¿Qué música, ni qué cánticos? ¡La música de Saovine es el cierzo a la ventana! ¡Son los lobisomes y los vamperos que agullan, los mamunios que relinchan y gimen, los gules que rechinan los dientes! La beann'shie gaña y grita, y quien escuchara los sus gritos, a ése de seguro le está escrita pronta muerte. ¡Todos los malos espíritus abandonan sus guaridas, las meigas vuelan al último conciliábulo antes del invierno! ¡Saovine es noche de los espetros, los moustros y los aparecidos! ¡No entréis al bosque, porque sus devorará la floresta! ¡No paséis por el camposanto, porque el muerto se os puede trajinar! Y lo mejor no salir del chozo, y para mayor certidumbre clavar en la esquina un cuchillo nuevo de yerro, que con él no se atreven los malos. Las mujeres que celen de los niños, puesto que en la noche de Saovine bien pudiera una rusalka o llorona robar al niño, en su lugar poniendo un repelente mutante. ¡Y la moza preñada mejor que no se asome afuera, no sea que una nocturnala le eche mal de ojo al niño en el vientre! En lugar de un niño parirá una estrige con dientes de yerro...

—¡Oh, dioses!

—Con dientes de yerro. Primero a la madre la teta le come. Luego las manos le come. La mejilla le come... Uh, pero cuidao que mantrao hambre...

—Tomar mi güeso, tiene carne entoavía. ¡Comer más no es sano pa la vejez, que sus podéis atragantar y agogar, ja, ja! Y tú, eh, moza, dale más cerveza. ¡Venga, viejo, relata más de los espíritus!

—Saovine, vuestras mercedesas, es la última noche en que los fantasmas pueden andurrear, que luego los yelos les quitan las fuerzas, y se van al Abismo, bajo tierra, de donde ya no sacan los hocicos en todo el invierno. Por eso es de Saovine hasta febrero, hasta la fiesta de Imbaelk, el mejor tiempo para acudir a lugares inmundos y buscar allá los tesoros. Si, pongamos, en tiempo de calores, se arrebusca junto a un túmulo de wichtes, como que dos y dos son cuatro que se despierta el wicht, salta todo rabioso y devora al arrebuscador. Y de Saovine a Imbaelk rasca y rebusca las fuerzas que tenga: el wicht duerme profundo como el oso viejo.

—¡Las cosas que se inventa el viejo descarao!

—No más que la verdad, vuesas mercedesas. Sí, sí. Mágica es la noche de Saovine, horrible, mas y aun es la mejor para profecías y augurios todos. En tal noche merece la pena echar las cartas, y adivinar con ios güesos, y la mano, y con el gallo blanco, y la cebolla, y el queso, de las tripas de los conejos, de un murciégalo muerto...

—¡Fu!

—La noche de Saovine es noche de espetros y fantasmas... Más vale quedarse en casa. Toda la familia... Junto al fuego... .

—Toda la familia —repitió Cyprian Fripp, enseñando de pronto los dientes de ave de presa a sus camaradas—. Toda la familia, ¿sus dais cuenta? ¡Junto con la lista ésa que ende hace una semana por no sé qué viajes se esconde!

—¡La herrera! —se imaginó al momento Yuz Jannowitz—. ¡La rubia garbosa! Cuidado que tienes cabeza, Fripp. ¡Hoy igual la cogemos en la palloza! ¿Qué, muchachos? ¿Hacemos una visita al cotarro de la herrera?

—Uuuh, pero ya mismito. —Dede Vargas se estiró con fuerza—. Sus lo digo, ante los míos ojos la tengo, a la herrera, andurreando por el pueblo, esas tetillas saltaronas, este culillo redondete... Había que haberla echao mano entonces, sin esperar, pero Dacre Silifant, ese tonto maestresala... ¡pero agora no está aquí el Silifant y la herrera está en su chozo! ¡Esperando!

—En esta aldea hemos rajao ya al alcalde. —Rispat enarcó las cejas—. Le pateamos al cabronazo que vino a su sucorro. ¿Más muertos necesitamos? El herrero y su hijo son membrudos como robles. Con miedo no nos los llevamos. Habrá que...

—Mutilar —terminó Fripp tranquilo—. Sólo amutilarlos un poco, no más. Terminarsus la cerveza, aderecémonos y pal pueblo. ¡Nos vamos a festejar el Saovine! ¡Vamos a rellenar una zamarra con los pelos pafuera, nos liamos a berrear y a loquear, los paletos pensarán que son los diablos o los wichtes!

—¿Nos traemos a la herrera paca, a las habitaciones, o nos antrenemos como en nuestra tierra, a lo gemmeriano, ante los ojos de la familia?

—Lo uno no quita lo otro. —Fripp el joven miró a la noche a través de la ventana—. ¡Vaya un viento más cojonudo, joder! ¡Hasta los álamos se doblan!

—¡Oh, jo, jo! —dijo el viejo desde detrás de su jarra—. ¡No es el viento, mercedesas, no es el cierzo eso! Son las hechiceras que se apresuran a su aquelarre montadas en sus escobas, algunas en sus almireces y sus morteros, limpian las huellas tras de sí con las escobas. ¡No ha escape, si alguna de las tales en el bosque se le cruza en el camino a un hombre y le sale a la zaga, no ha escape! ¡Y ella tiene, oh, así los dientes!

—¡Abuelo, vete a asustar a los niños con tus fechiceras!

—¡No habléis, señor, en mala hora! ¡Pues y aún os diré que las peores hechiceras, ese estamento de condesas y princesas hechiceriles, jo, jo, ésas no en escobas, no en morteros ni almireces vuelan, no! ¡Ésas cabalgan en sus gatos negros!

—¡Je, je, je, je!

—¡Cierto es! Puesto que la vegilia de Saovine es la única noche del año en que los gatos hechiceriles se transforman en yeguas negras como la pez. Y pobre de aquél que en noche negra como boca de lobo oyera el golpeteo de cascos y viera a una hechicera en su yegua negra. Quien con tal hechicera se encontrara, no escapará a la muerte. ¡Lo arrastrará la hechicera como el viento a la hoja, lo llevará al otro mundo!

—¡Cuando volvamos terminas! ¡Y concibe un cuento bueno, viejo de los cojones, y arrefina la gaita! ¡Cuando volvamos habrá aquí jarana! ¡Se bailará aquí y se joderá a la señora herrera...! ¿Qué pasa, Rispat?

Rispat La Pointe, que había salido al corral para aliviar la vejiga, volvió corriendo, y tenía el rostro tan blanco como la nieve. Gesticulaba violentamente, señalando a la puerta. No consiguió pronunciar ni una palabra. Y no era necesario. Desde la calle les llegó el donoso relincho de un caballo.

—Una yegua mora —dijo Fripp con el rostro casi pegado al cristal de la ventana—. La misma yegua mora. Es ella.

—¿La hechicera?

—Falka, idiota.

—¡Es su espíritu! —Rispat tomó aire con violencia—. ¡Un fantasma! ¡Ella no pudo sobrevivir! ¡Murió y regresa como fantasma! En la noche de Saovine.

—Vendrá en noche negra como boca de lobo —murmuró el viejo, apretando la jarra vacía contra la tripa—. Y quien con ella se encuentre, no escapará a la muerte...

—¡A las armas, tomar las armas! —dijo Fripp, febril—. ¡Apriesa! ¡A ambos laos de la puerta! ¿No entendéis? ¡La fortuna nos sonríe! ¡Falka nada sabe de nosotros, vino acá para calentarse, los yelos y la hambre la sacaron de su bujero! ¡Derecha a nuestras manos! ¡Antillo y Rience nos llenarán de oro! Tomar las armas...

Las puertas chirriaron.

El vejete se dobló sobre la tabla de la mesa, entrecerró los ojos. Veía mal. Tenía los ojos cansados, arruinados por el glaucoma y una conjuntivitis crónica. Además, la taberna estaba oscura y llena de humo. Por ello el abuelete apenas vio a la delgada figura que entró a la casa desde el zaguán, vestida con un jubón de piel de almizclera, con una capucha y un pañuelo que le escondían el rostro. A cambio el viejo tenía un buen oído. Escuchó un apagado grito de una de las mozas de servicio, el golpeteo de los zuecos de la otra, la maldición a media voz del posadero. Escucho el tintineo de las espadas en las vainas. Y la voz baja, venenosa, de Cyprian Fripp:

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