Authors: Javier Sierra
Sucedió mientras cabalgaba hacia Drusenheim, justo después de dejar la casa de Frederika Brion, su amante. En medio de su ruta se tropezó con un extraño individuo que iba en dirección contraria a la suya, vestido con un abrigo gris salpicado de ribetes dorados. Sin saber por qué, aquel sujeto le recordó a sí mismo. Lo curioso fue que ocho años más tarde, el poeta retornó por aquel mismo camino vestido con un abrigo idéntico al de su «gemelo»… como si en aquella tarde de 1771 se hubiera visto a si mismo en el futuro.
Otra vez,
la Dama Azul
Entre los relatos de esta clase que obran en mis archivos, uno brilla con luz propia: el de mi estimada sor María Jesús de Ágreda. A diferencia de Lord Byron, De Maupassant o Goethe, ella sí guardó memoria de
casi todo
lo que hizo su «doble».
Sor María Jesús nació con el siglo XVII y protagonizó, entre 1620 y 1623, un abundante número de bilocaciones. Se dejó ver a más de 10.000 kilómetros de distancia de su monasterio de clausura, en las entonces muy remotas regiones de Nuevo México, Arizona y Texas. De hecho, si hemos de creer en lo que diferentes cabecillas indígenas relataron en 1629 al Padre Custodio de aquellas tierras, una mujer cubierta por un manto celeste fue vista por varias tribus en un área dos veces mayor que España. Tal fue el efecto de las visitas de aquella
Dama Azul
, que en un tiempo récord los españoles bautizaron a más de ochenta mil indios. Todos admitieron haber sido advertidos de la llegada del hombre blanco por una mujer de piel clara que les hablaba en su propia lengua.
Cuando sor María Jesús fue identificada como la responsable de aquellas visiones, fue interrogada dos veces por la Santa Inquisición. Ocurrió en 1635 y 1650. En las actas de esas conversaciones, la buena monja dio todo lujo de detalles sobre las tierras de ultramar que «visitó», aunque fue incapaz de describir ni cómo ni por qué voló hasta allá. En su autobiografía inacabada, sor María Jesús da una clave interesante al clasificar sus bilocaciones en tres categorías. La primera corresponde a las «visiones intelectuales», referidas, según ella, a aquellas cosas que la Virgen quiso que supiese; la segunda, las «visiones imaginarias» en las que la religiosa accedía a imágenes de lugares y gentes lejanos, y la tercera, las,visiones corporales» en las que, según dejó escrito, «el ángel o santo toma corporal figura o cuerpo aéreo»
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usurpando su aspecto y visitando América en su nombre. Ese «ángel» capaz de mutar su apariencia a voluntad es lo que, según la madre Ágreda, justificaría que el Sujeto «original» no tenga conocimiento de las actividades del doppelgänger.
Pero el caso de la Dama Azul es mucho más complejo. No en vano la religiosa reconoció ante el tribunal inquisitorial que la interrogó que dejó en América algunos objetos que se llevó de su monasterio: «En una ocasión —escribió— di a aquellos indios unos rosarios; yo los tenía conmigo y se los repartí, y los rosarios no los vi más».
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De esos rosarios y de los cálices que repartió
la Dama Azul
en Estados Unidos, no se sabe hoy nada. Pese a mis esfuerzos por ubicar alguna de esas pruebas físicas en lugares como la misión de San Antonio de Padua en Isleta Pueblo (Nuevo México), visitada varias veces por
la Dama
en 1629, no se ha encontrado objeto alguno que perteneciera a la monja de Ágreda. Las pruebas, de existir, quizá fueron barridas durante la revuelta indígena de 1680 contra los españoles, que arrasó con todo lo que los misioneros llevaron al lugar.
¿Viajó entonces al Nuevo Mundo sor María Jesús?. Y en ese caso, ¿cómo es que nadie la echó a faltar en su monasterio castellano?. Para añadir más intriga al asunto, ella misma, en otro pasaje de sus memorias, explicó cómo unos ángeles hermosísimos «traían una nube y asiento en que me pusieron (…) Lleváronme, a mi parecer, a la región del aire cerca del cielo, donde me dijeron tantas cosas, amonestándome, reprendiéndome por mis faltas y dándome a entender cuan injusta cosa es ofender a Dios.
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Será difícil que sepamos nunca en qué clase de objeto voló sor María Jesús. pero al menos sí disponemos de escritos de su puño y letra —como los manuscritos conservados en la Biblioteca Nacional de Madrid titulados
De la redondez de la Tierra
y
Tratado de la redondez de la Tierra
— en los que describió lo que vio desde esas alturas con el mismo realismo con el que un niño nos relataría hoy su primer vuelo a bordo de un avión.
Sensación de volar
Ese tipo de visiones desde lo alto son idénticas a las descritas por quienes han tenido «desdoblamientos astrales». El termino induce a engaño: por lo general se trata de un tipo de visión bastante común, que generalmente se produce en situaciones límite como un accidente o un paro cardiaco, «Algo» parece salirse del cuerpo del sujeto. «Algo» que contiene su esencia, su yo, y que es capaz de observar su propio cuerpo y el entorno desde una posición elevada. Un ingeniero de sonido norteamericano llamado Robert Monroe llegó especialmente lejos al tratar de determinar la naturaleza de tos extraños
vuelos
que comenzó a experimentar en 1958.
Todo empezó para él con sus severas dificultades para conciliar el sueño. Pronto, éstas se verían acompañadas de una clase de sensaciones que nunca antes había experimentado: «Me elevaba unos palmos por encima de mi cuerpo antes de tornar conciencia de lo que estaba pasando —escribió,—. Aterrorizado, me esforzaba por volver a mi cuerpo físico. Estaba convencido de que me moría. Por mucho que lo intentara no conseguía evitar que la experiencia se repitiera».
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Tras rechazar los primeros diagnósticos médicos que achacaban aquellas experiencias a «problemas nerviosos», Monroe comenzó a experimentar consigo mismo para hallar una respuesta a sus visiones. Descubrió que ciertos sonidos favorecían o bloqueaban esa clase de vuelos involuntarios, y pronto se percató de que todo estaba en su cerebro. Dependiendo de la frecuencia de sus ondas cerebrales, su conciencia parecía despegarse del cuerpo.
Sus avances progresaron hasta el punto de que a comienzos de los años setenta patentó un sistema que podía provocar «salidas astrales» con bastante eficacia (según su estimación, con éxito en un 25 por ciento de los sujetos), y llamó a su tecnología
Hemy Sync
, una abreviatura de
sincronización de hemisferios
, ya que entendía que los sonidos que había sintetizado en su estudio de grabación podían sincronizar las ondas de los dos hemisferios cerebrales humanos antes de provocar un desdoblamiento.
Como era de esperar, los servicios de inteligencia norteamericanos se enteraron de los avances de Monroe, y decidieron aprovecharse de ellos para estimular a sus «espías psíquicos» y sus «bilocaciones de visión remota». En 1977 uno de aquellos oficiales de inteligencia, Skip Atwater, se acercó a Monroe para probar la tecnología
Hemy Sync
. Atwater ya había tenido sus propias salidas astrales espontáneas y había participado en experiencias controladas de visión remota, aunque pronto comprobó que los sonidos sintetizados por Monroe facilitaban los resultados. Tras Atwater llegaron a Monroe hombres como el coronel John Alexander o el general Albert Stubbelbine —responsables del
Intelligence and Security Command
, o INSCOM— dispuestos a aplicar esa tecnología a todos sus «espías psíquicos». Tenía sentido. A fin de cuentas, poder enviar a un soldado «desdoblado» hasta un objetivo militar para obtener información era el arma perfecta para la guerra fría: limpia, barata e imposible de detectar…
Fin del secreto militar
Nada de esto se supo hasta la pasada década de los noventa. De hecho, fue el entonces presidente de Estados Unidos Bill Clinton quien en julio de 1995 permitió que vieran la luz las primeras 270 páginas de información vinculadas a los esfuerzos por crear una división de hombres capaces de «bilocarse» psíquicamente. En ese documento se pasaba revista a los diferentes proyectos coordinados por la Universidad de Sranford desde las pruebas SCANATE. Nombres clave como GrillFrame (parrilla), Center Lane (carril central), Sunstreak (rayo de Sol) o Stargate (puerta estelar) enmascararon durante décadas las investigaciones paranormales del Gobierno de Estados Unidos con resultados de lo más dispar.
Sólo dos meses después de aquella liberalización informativa, el ex presidente Jimmy Carter, durante una conferencia que impartió en Atlanta, hizo pública una reveladora anécdota: durante su mandato presidencial, un avión norteamericano se estrelló en Zaite sin que sus satélites fueran capaces de dar con él. A espaldas suyas —o eso contó— el entonces director de la CLA, el almirante Stansfield Turner, utilizó un psíquico de su programa secreto, un ex comisario de policía llamado Pat Price, para ubicar las coordenadas del accidente. ¡Y dio en el blanco!. La «bilocación de visión rernota», admitió, no era efectiva en un cien por cien de ocasiones, pero justificó la multimillonaria inversión que se destinó a su investigación.
En 1996, sólo dos años antes de que publicara mi novela
La Dama Azul
y recogiera esta información, el volumen de información desclasificada alcanzaba ya las 90.000 páginas.
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Fruto de esa liberalización se publicaron en Estados Unidos varios libros escritos por oficiales y personal militar cercanos a aquellos experimentos. Una de estas obras,
Psychic Warrior
, escrita por el capitán David Morehouse adscrito al proyecto
Stargate
, no sólo describía las tareas de estos «bilocados militares» sino que daba cuenta de cómo eran las salas donde tenían lugar estos desdoblamientos.
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Lugares donde las luces se amortiguaban y en los que se aplicaban sonidos repetitivos a los viajeros para facilitar sus vuelos. Yo los imaginé como cubículos parecidos a las celdas de clausura de muchos conventos, en los que la entrada a estados alterados de conciencia estaba garantizada a los religiosos más sensibles.
¿Sensible quería decir «loco»?. ¿Acaso «enfermo mental?.
Esa cuestión también terminaría llevándome muy lejos.
La extraña epilepsia de santa Teresa
La seguridad con la que me habló el doctor Esteban García-Albea en su despacho del Hospital Universitario Príncipe de Asturias de Alcalá de Henares, a las afueras de Madrid, me impresionó. Había acudido allí atraído por los titulares de prensa de aquellos días en los que se sugería que se había localizado, al fin, la enfermedad mental que padecieron algunos de los grandes místicos de la Historia. Se trataba de una dolencia extraña, poco común, que según los expertos producía sentimientos de bienestar, placer —sin connotación sexual alguna—, paz y belleza, en el transcurso de un éxtasis durante el cual el místico sentía que su cuerpo se elevaba hacia Dios.
En ese tiempo, todo lo relacionado con los
vuelos místicos
me obsesionaba.
—Muy probablemente —me dijo muy seguro de si el doctor, al colocarle delante mi grabadora—, santa Teresa de Jesús padeció una clase especial de epilepsia en la que se dieron todos esos síntomas. Hoy la llamamos «epilepsia extática» o «de Dostoievski».
Ante mi gesto de sorpresa («¿Una enfermedad?», susurré), añadió algo más:
—Muchos personajes históricos la padecieron. Dostoievski, por ejemplo, sufría ataques que le sumían en un estado afectivo positivo que luego utilizó para construir uno de sus personajes de ficción, el príncipe Miskkin de El idiota. Gracias a sus minuciosas descripciones literarias, recientemente la medecina ha enmpezado a comprender los mecanismos de esa dolencia. Sin enbargo, si nos hubiésemos acercado antes a la autobiografía de santa Teresa, habríamos encontrado la misma información mucho antes.
Las afirmaciones del que hoy es jefe del Servicio de Neurología del referido hospital, me hicieron recapacitar. El suyo no parecía el enésimo intento por explicar los prodigios vividos en el siglo XVI por la mística española más célebre de todos los tiempos. Sus conclusiones eran serias, bien documentadas, alejadas de aquellas que habían sugerido mucho antes interpretaciones de la vida de la santa en clave de histeria, e incluso de infección tuberculosa. Su hipótesis, hecha pública a finales de enero de 1996, coincidiendo con la presentación de su ensayo
Teresa de Jesús: una ilustre epiléptica
,
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se apoyaba en más de dos años de minuciosos exámenes de los textos que nos dejó la mística, y en su comparación con modernos casos de pacientes que sufren esa nada común epilepsia extática.
—¿A qué clase de epilepsia se refiere exactamente cuando hablamos de santa Teresa? —le cuestioné, intrigado, mientras hojeaba su estudio. A fin de cuentas, estábamos abordando a un personaje fundamental de la historia de España. Desde su nacimiento en 1515, hasta su muerte en 1582, la vida de esta abulense siempre estuvo rodeada de prodigios. Sus visiones místicas le llegaron pronto, pero las que terminarían haciéndola famosa y consagrándola como doctora de la Iglesia las sufrió pasados los cuarenta. Aquellos accesos extáticos terminarían consumiendo su salud, estimulando un estilo narrativo único que la convirtió en una de las impulsoras de la lengua española de su tiempo, pero desatando también las modernas especulaciones de médicos como García-Albea.
—Verá: conocemos dos grandes tipos de epilepsias —me dijo el doctor al fin—. La más conocida es la «generalizada», que suele ir acompañada de caídas y convulsiones más o menos violentas. La segunda categoría la forman las epilepsias «parciales», que afectan sólo a una zona del cerebro, que es la que se comporta anormalmente, Y no suele ofrecer los inconfundibles signos externos de la generalizada, salvo que afecte a alguna región motora del cerebro.
—¿En qué categoría clasifica entonces la epilepsia extática, la que según usted sufrió santa Teresa?.
—Ésa es de tipo parcial y se presenta siempre de forma inesperada. Con frecuencia se inicia con la visión de una luz, a la que le sigue una sensación de parálisis y episodios alucinatorios. Todo ello revestido de una especial situación receptiva, que es de signo positivo.
—¿Se ajusta entonces esa descripción a lo que narró Teresa de Ávila en sus escritos?.
—Así es. La santa solía decir que sus episodios místicos duraban «lo que un avemaría», y a veces «lo que una salve», quedándose después en un estado de confusión que duraba algún tiempo. Eso es exactamente lo que sucede con los pocos pacientes que hoy padecen esta clase de epilepsia extática y que han podido estudiarse a fondo.