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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantasía

LA PUERTA DEL CAOS - TOMO III: La vengadora (38 page)

BOOK: LA PUERTA DEL CAOS - TOMO III: La vengadora
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—Sí, sí, claro —repuso Sen; luego arrugó la frente—. ¿Sabes, verdad, que circulan rumores acerca de eso? Hay gente que dice que Calvi es perfectamente consciente de lo que hace, y que no es una víctima, sino un traidor.

Tirand le lanzó una mirada iracunda.

—Sí, lo sé. Y he dejado bien claro que quien sea descubierto propagando esas historias merecerá un severo castigo, ¡ya se trate de un criado o de un adepto de séptimo rango!

Sen asintió y volvió con rapidez al tema que los ocupaba.

—Bueno, sea como sea, y como ya he dicho, sólo podemos contar con nuestros recursos, y no hay ninguna probabilidad de que Calvi nos ayude. —Lanzó una mirada sombría en derredor—. Lo cual nos deja, creo yo, con dos opciones para elegir: la fuerza o la magia.

—¿La magia? —Tirand pareció consternado—. ¿Contra ella?

—No, no… ¡ni siquiera yo soy tan imprudente! —se apresuró a decir Sen—. Quiero decir contra Calvi… Encontrar un medio de romper el sortilegio que ella lanzó sobre él y abrirle los ojos.

—Eso sería lo mismo. Si lo atacas, atacas a la usurpadora también. Al menos, así lo vería ella.

Sen se encogió de hombros.

—Pero tiene que ser una de las dos. No hay tercera opción.

—Espera, Sen —intervino la Matriarca—. Antes de que sigamos con esto, quizá debería ser sincera con Tirand y con Karuth y reconocer mi motivo para convocarlos aquí esta noche. —Se apoyó en el respaldo de su silla, aspiró hondo y miró a los dos hermanos, uno tras otro—. Supongo que es tan buen momento como cualquier otro para confesar que desde el principio tenía otro motivo. Tirand, Karuth, para decirlo llanamente, mi intención esta noche es intentar enterrar los últimos vestigios de la disputa entre vosotros. Sé que ambos habéis dado pasos inseguros para curar las heridas, pero ninguno parece capaz de dar el paso definitivo. Así que he decidido darlo por vosotros, y he obligado a que Sen y Alyssi vinieran a apoyarme y, si hiciera falta, a actuar como moderadores. No me avergüenzo de mi táctica, porque creo que tenemos una causa común que va más allá de las enemistades personales o de las lealtades distintas. Esa causa es Calvi. Por su bien, si no por el vuestro o el mío, os suplico que os reconciliéis formalmente y que deis vuestra ayuda unida y sin regateos para salvar a nuestro Alto Margrave.

Terminó de hablar y se produjo un silencio largo e incómodo. Por fin, Shaill lo rompió.

—¿Bien? ¿Ninguno de los dos tiene nada que decir?

Las miradas de los hermanos se encontraron. Karuth sintió que le ardían las mejillas. Tirand parecía inseguro, y se mordió el labio inferior.

—La disputa entre nosotros dos no debió comenzar nunca… —comenzó a decir.

—Yo no la busqué —replicó Karuth. Entonces se dio cuenta de que sus palabras podían ser malinterpretadas y añadió apresuradamente—: Quiero decir… Me gustaría que olvidáramos nuestras diferencias. —Miró indecisa a su hermano—. No puedo discutir la sabiduría de Shaill, y no quiero hacerlo. Y antes siempre habíamos sido excelentes amigos.

Shaill cogió la mano derecha de Karuth y la izquierda de Tirand.

—Ahora el Círculo os necesita a los dos. ¿No es hora de olvidar y perdonar?

Sen y Alyssi miraban al suelo. Tirand vaciló, apenas un instante, y luego dijo:

—Yo estoy dispuesto, si Karuth lo está.

Karuth, avergonzada y furiosa, sintió que las lágrimas le inundaban los ojos. Pero supo que no eran provocadas únicamente por la perspectiva de la reconciliación. Todos los otros sufrimientos y confusiones se veían enredados: su separación de Strann, los riesgos que corría cada hora que pasaba, sus propias inseguridades y miedos acerca del futuro. Parpadeó rápidamente.

—Sí —asintió—. Sí. Yo también estoy dispuesta. Y… —Tirand había hecho el primer gesto, pensó. Era justo que ella también contribuyera—. Te pido perdón, Tirand, por mis duras palabras en el pasado. No debí decirlas nunca, ni siquiera pensarlas.

La disculpa sonó vacilante, un tanto forzada, pero el alivio al decirlo fue intenso. Tirand sonrió con timidez.

—Están olvidadas —aseguró él, que también parecía incómodo—. Y retiro las mías. Fueron injustas, muy injustas.

Con el aspecto de alguien que acaba de demostrar una teoría de su invención, Shaill les unió las manos.

—Bien —dijo en voz baja—. Pero ha hecho falta una tercera persona para conseguir lo que ambos deseabais y podríais haber hecho hace mucho tiempo. Ahora, por favor, estrechaos las manos y sellad el pacto.

Se estrecharon las manos. Tirand apretó con firmeza la mano de Karuth; ella respondió, y la Matriarca puso su puño cerrado sobre las manos de ambos. Su gesto convirtió la reconciliación en algo formal y vinculante y rápidamente —demasiado rápido, sospechó Karuth, como si lo hubieran ensayado—. Sen y Alyssi pusieron sus puños sobre la mesa para actuar como testigos.

Por fin la Matriarca se echó para atrás en su asiento, y Tirand y Karuth dejaron de estrecharse las manos y las apartaron. Karuth no sabía si reír, reprender a Shaill por su descarado atrevimiento, o romper a llorar. Aquello era extraño. El abismo salvado, la reconciliación formalmente ratificada; pero ¿había cambiado alguna cosa? No lo parecía. Tuvo la misma sensación de decepción que había experimentado tras superar sus distintas pruebas de rango de adepto o un examen del Gremio de Músicos, cuando, esperando grandes cambios en su persona, se había sentido defraudada al ver que el mundo y todo lo que contenía seguían igual que antes.

¿O no era del todo cierto? Había una diferencia. Más que un cambio era la ausencia repentina de algo que ni siquiera había notado conscientemente hasta ahora, pero que había permanecido agazapado en los rincones más oscuros de su mente, royéndola en silencio pero con insistencia. Nunca había querido pelearse con Tirand. Nunca lo había odiado como se había hecho creer a sí misma; pero, sin manera evidente de encontrar una salida, el engaño se había mantenido y la había amargado. Ahora había desaparecido y, por primera vez desde los penosos acontecimientos del pasado otoño, se sentía liberada de las cadenas que ni siquiera se había dado cuenta que la atenazaban.

Alzó la mirada y se encontró con los ojos de Tirand, y adivinó que sus sentimientos respondían a los suyos. Quería decir algo, pero no sabía qué. Pero, antes de que pudiera hablar, Shaill se le adelantó.

—¡Bien! Ahora que ese pequeño problema se ha resuelto a gusto de todos, quizá podamos ocuparnos del otro asunto de la noche.

El cambio de tema fue tan brusco, sus palabras tan rápidas y prosaicas, que Karuth y Tirand parpadearon, desconcertados por un momento, e incluso Sen y Alyssi parecieron cogidos por sorpresa. La Matriarca les dirigió a todos una lacónica sonrisa.

—No os preocupéis, todavía no he terminado con nuestros amigos recién reconciliados —declaró y su penetrante mirada fue de un hermano a otro—. De hecho, voy a poner a prueba este feliz estado de la cuestión haciéndole una pregunta a Karuth. Karuth, Tirand ya nos ha contado los resultados de sus súplicas a nuestro señor Ailind, por lo que debemos buscar la salvación de Calvi en otra dirección. ¿Qué hay de nuestro señor Tarod? ¿Crees que nos ayudaría en lo que nuestro señor Ailind nos ha negado?

Karuth la miró sorprendida. No se esperaba algo semejante, ni se lo esperaba Tirand. El Sumo Iniciado estaba totalmente perplejo. Abrió la boca para protestar, pero entonces vio las expresiones de Sen y Alyssi. Lo sabían. De hecho, Tirand comprendió que aquello debía formar parte del plan de la Matriarca desde el principio; quizás había sido el único motivo para toda su conspiración…

Cerró la boca, pero la abrió de nuevo.

—Shaill… —Su voz denotaba indignación, pero no encontró las palabras para decir lo que quería.

Shaill se aprovechó de su impotencia y le dirigió una sonrisa mordaz.

—De acuerdo, Tirand, lo reconozco. Es un complot descarado por mi parte, y aquí quería llegar. Sé que en la situación actual lo que dije suena a herejía, pero ya deberías saber que ante todo soy una persona pragmática. Es bastante sencillo, querido. Los señores del Orden no quieren ayudarnos, entonces, ¿puedes darme una buena razón por la que no debamos suplicar en su lugar a los señores del Caos?

—¡Porque sería ir descaradamente en contra del juramento de obediencia del Círculo al Orden!

—Una lealtad que incluso tú admites que es un poco unilateral —replicó Shaill—. Por favor, Tirand, aunque sea sólo por un instante, intenta dejar a un lado tus prejuicios; y no, no me mires así. Tienes prejuicios, claro que los tienes, y no lo digo con intención de denigrarte. Todos tenemos nuestras lealtades y nuestras preferencias, y nada tienen de malo. Pero deberían tener un límite. No deben llegar a causar una separación dura, amarga e innecesaria entre hermano y hermana —enarcó expresivamente una ceja al ver que lo que decía surtía efecto—, ni tampoco debe cegarnos a la urgencia de nuestras necesidades. Así que te lo pido: olvida por un momento tus prejuicios y piensa en Calvi. Debemos ayudarlo. No sólo es nuestro querido amigo, sino también nuestro Alto Margrave. Aunque odio contemplar las cosas desde una perspectiva tan fría, eso pesa más incluso que nuestras consideraciones personales. Calvi es la figura alrededor de la cual gira todo. Si lo perdemos, perderemos con él gran parte de nuestra esperanza. Por el bien de todos, no sólo por el suyo, creo que debemos utilizar todos los medios a nuestro alcance para liberarlo de la influencia de la usurpadora, y es por eso por lo que digo que, si el Orden nos ha fallado, debemos volvernos hacia el Caos.

Tirand no respondió enseguida. Se sentía de repente terriblemente desgarrado, porque, aunque lo que había dicho Shaill iba contra todo aquello en que creía, tenía que admitir que su razonamiento poseía una lógica demoledora. Los dioses del Orden les habían fallado, y el abandono era doblemente amargo por el hecho de que Ailind ni siquiera había querido considerar favorablemente sus súplicas. Se preguntó entonces si buscar en su lugar a Tarod del Caos sería un acto tan loco y blasfemo. Tan sólo un día antes, el mero hecho de pensar en esa posibilidad lo habría perturbado hasta los huesos. Pero, tal y como decía Shaill, salvar a Calvi de Ygorla no sólo era su deseo, sino también su deber. Era su Alto Margrave, y su seguridad era una preocupación esencial para todo el mundo. Y eso era lo que hacía tan difícil —no, se corrigió, no difícil, sino imposible— comprender la actitud de Ailind.

Lealtades y preferencias, había dicho Shaill, pero que no debían llegar a cegarnos ante la urgencia de nuestras necesidades… Miró a su hermana.

—Karuth…, si me mostrara favorable a un acercamiento a… a nuestro señor Tarod…, ¿crees que nos ayudaría?

Karuth había observado la silenciosa batalla de su hermano entra la conciencia y la necesidad, y, cuando le hizo la pregunta, sintió que las últimas barreras que los separaban se venían abajo. Pero, a la vez, se sintió desanimada, porque sólo podía ofrecer una respuesta. Dos días atrás, quizás hubiera visto las cosas de otra forma, pero las recientes experiencias la habían llevado a una conclusión no deseada pero inevitable. Tarod la había tratado casi como una igual y desde luego como una amiga. Le había ofrecido amabilidad y consideración, le había dado apoyo y seguridad cuando estaba en sus momentos más bajos. Pero en el fondo sabía que toda la compasión y la generosidad no iban más allá de lo que servía a los propósitos de Tarod. Había aprendido que era una locura atribuirle impulsos y emociones humanas. Los señores del Caos tal vez se mostraban más compasivos con sus fieles que los señores del Orden con los suyos, pero, cuando se trataba de elegir, sus intereses eran primero. La justicia y la imparcialidad no entraban en los cálculos. Tarod y los suyos no eran hombres, sino dioses, y a sus ojos los temores y esperanzas de los mortales eran demasiado insignificantes para ser tenidos en cuenta.

De repente comprendió qué era lo que de verdad había impulsado a Shaill. La Matriarca compartía sus sentimientos y sus dudas, y, al carecer de una profunda lealtad a uno de los bandos que le empañara el juicio, había previsto lo que sucedería inevitablemente cuando los intereses de los dioses y los hombres ya no coincidieran. En aquel asunto, el Círculo y sus amigos estaban solos. La Matriarca lo sabía y había seguido un arriesgado juego en el que, por medio de la reconciliación, podría abrir los ojos de Karuth y de Tirand.

Karuth vaciló un instante. Luego, con voz baja pero tranquila, dijo:

—No puedo estar segura, Tirand. Pero… no creo que nos ayude.

Tirand la miró.

—¿Por qué?

—Porque no tendrá en cuenta ningún acto que pueda poner en peligro la seguridad de la gema del alma de su hermano.

—Supongo que no podemos culparlo por eso —opinó Shaill—. Al fin y al cabo, no hay motivo para que se muestre más interesado en nuestras preocupaciones de lo que lo está nuestro señor Ailind, si dichas preocupaciones entran en conflicto con sus intereses.

Sus palabras reflejaron los pensamientos de Karuth con dolorosa exactitud, pero, aun así, Karuth intentó negar que fuera cierto.

—No, Shaill —protestó—, no lo creo…

—Pues yo creo que sí, querida —replicó Shaill, con un tono compasivo que suavizó la dureza de sus palabras, y añadió—: Hace unos minutos le pedía a Tirand que fuera sincero consigo mismo, y ahora te pido a ti lo mismo. Hemos de afrontar el duro hecho de que, en lo que a los dioses se refiere, y me refiero a todos y cada uno de los dioses, somos actores muy secundarios en el escenario de este conflicto. Somos insignificantes, nuestras necesidades y deseos no tienen importancia; y, para decirlo con crudeza, si nos interpusiéramos de alguna forma en sus planes y estrategias, no me cabe duda de que descubriríamos que también somos prescindibles. —Esbozó una sonrisa amarga y un tanto extraña—. Los dioses son buenos con nosotros de muchas maneras, pero resulta demasiado sencillo olvidar el enorme abismo que existe entre nosotros y ellos. Nuestro catecismo dice que la verdadera naturaleza del Orden y el Caos quedan muy fuera del alcance de la comprensión humana, y tengo la incómoda sospecha de que lo contrario puede ser también cierto, que los dioses a su vez no tienen idea de lo que es ser mortal. En mis momentos más negros he comenzado a preguntarme si hicimos bien en pedirles ayuda.

Sen estaba escandalizado.

—¡Shaill! ¿Preferirías que estuviéramos a merced de la usurpadora? Sabes la clase de monstruo que es. Has visto el destrozo que ha traído sobre el mundo…

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