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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantasía

LA PUERTA DEL CAOS - TOMO III: La vengadora (48 page)

BOOK: LA PUERTA DEL CAOS - TOMO III: La vengadora
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Durante un par de segundos su mirada y la de Ailind chocaron. Entonces, con un gesto despreocupado pero irritado, el dios cedió.

—Escúchalo entonces, si eso deseas. No ganarás nada. Es demasiado tarde.

¿Demasiado tarde? Con el corazón desbocado y el pecho a punto de estallar, Tirand miró al demonio.

—¿Qué tiene que ver esto con Karuth? ¡Dime!

Los ojos carmesíes se fijaron fugaz y astutamente en Ailind, y Narid-na-Gost le contó lo que había visto, desde la silenciosa persecución de Calvi tras Strann, hasta el momento en que Ygorla, al cruzar el patio, le había enviado un sarcástico saludo de despedida a él en su torre.

—En estos momentos mi hija intenta atravesar la Puerta del Caos —terminó—. Y tu hermana está con ella en el Salón de Mármol. Corre peligro, Sumo Iniciado. Grave peligro. Te ayudaré a salvarla, ¡pero debes interceder por mí ante el Caos!

Tirand se quedó aturdido. Su primera reacción fue pensar que el demonio mentía, pero enseguida lo asaltó un razonamiento lógico que le heló la sangre. Si, como le había contado Karuth, Narid-na-Gost había sido abandonado por Ygorla y ya no contaba con la protección de la gema robada del Caos, entonces su única esperanza de salvación era volverse en contra de su hija y ayudar al Caos a vencerla. No se atrevería a acercarse directamente a Tarod; necesitaba un mensajero humano. Y, si sabía que Tirand y Karuth se habían reconciliado, era natural que hubiera acudido a él.

Una imagen se formó de pronto en su mente: Karuth y Strann juntos en el Salón de Mármol. Calvi debía de haber escuchado todo lo que se dijo en la cita y debía de haberle contado la verdad a Ygorla acerca de las mañas de su rata mascota…

—¡Dioses! —Olvidando el decoro, escupió el juramento—. ¡Debo ayudarlos!

—¡Llama a Tarod, Sumo Iniciado! —lo apremió Narid-na-Gost—. ¡Invócalo y solicita su ayuda! Dile que soy tu aliado. ¡Dile que estoy ayudándote!

—Sí…, sí, yo… —La confusión siguió de pronto a la claridad y el pánico amenazó con apoderarse de Tirand, que se volvió para suplicar a Ailind—. Mi señor, ¡debe haber algo que podáis hacer! Si la usurpadora descubre a Karuth… —Entonces su voz se perdió al ver la expresión del señor del Orden.

Ailind contemplaba al Sumo Iniciado con fría indiferencia.

—No hace falta que te pongas así, Tirand. Te aseguro que todo marcha exactamente según lo planeado, y que no hay de qué preocuparse.

Tirand lo miró con incredulidad.

—Pero…

—Sumo Iniciado —lo interrumpió el dios con voz que denotaba impaciencia—, el asunto es bastante sencillo. La usurpadora abrirá la Puerta del Caos, pero es precisamente lo que queremos que haga. Lamento la necesidad de implicar a Karuth, pero puedes encontrar alivio en el hecho de que tiene un papel principal colaborando con la causa del Orden, que es la tuya.

La incredulidad comenzó a convertirse en indignación en la mente de Tirand.

—¿Queréis decir que vos…, que vos sabíais lo que estaba ocurriendo? ¿Y habéis dejado que Karuth se meta en la trampa?

El dios pareció sorprendido de veras.

—La trampa es para Ygorla, no para tu hermana. Nuestro plan se preparó hace mucho tiempo. Sólo nos faltaba la forma de mostrar a la usurpadora cómo abrir la Puerta del Caos sin ponerla sobre aviso de nuestra participación, y ahora Karuth lo hará por nosotros cuando la usurpadora la obligue a llevar a cabo el ritual. —Sonrió compasivamente—. Entiendo tus sentimientos. Karuth sigue siendo tu hermana, aunque sea una traidora, y es normal que sientas compasión por ella. Pero debes reconocer que no puede permitirse que una vida humana se interponga en el camino de nuestra causa.

Tirand, tenso e inmóvil, se dio cuenta por primera vez de lo poco que Ailind comprendía la naturaleza de los mortales. En un instante regresaron, todos los incidentes, desde los más importantes a los más insignificantes, que durante los últimos días habían ido minando su lealtad, su sentido del deber y, sobre todo, su conciencia.

—¿Qué habéis hecho? —preguntó Tirand con voz ronca.

Ailind hizo un gesto como si no se tomase el asunto en serio.

—Vamos, Tirand, esta niñería…

Tirand explotó.

—¡Maldición, respondedme!

Los ojos del dios lanzaron destellos de ira.

—¿Cómo te atreves a hablarme en ese tono?

Las últimas barreras de la costumbre y el miedo que habían retenido a Tirand se vinieron abajo. En aquel instante Karuth podía estar muriendo, y aquel ser, aquella criatura, no se preocupaba lo más mínimo por su suerte y esperaba sencillamente que él doblara la rodilla y aceptara lo inevitable. No lo haría. ¡No lo haría!

Lanzó una mirada furibunda a Narid-na-Gost, quien estaba agazapado junto a la puerta, temblando con impaciente agitación. Entonces, antes de que Ailind pudiera detenerlo, Tirand concentró toda la energía psíquica que pudo y gritó con toda la fuerza de sus pulmones:

—¡Tarod! ¡Mi señor Tarod…, ayudadme!

Hubo un momento de sofocante quietud mientras los ecos de su voz resonaban en el estudio. Los ojos de Ailind se volvieron de metal fundido, y el señor del Orden dio un paso adelante…

Procedente de la chimenea se escuchó un ruido breve y estridente, como de un portazo, y la figura de Tarod se interpuso entre ambos.

Tirand retrocedió trastabillando, conmocionado por una repentina punzada de frío y de calor. Los ojos esmeralda del señor del Caos lo miraron, miraron a Ailind, y luego se fijaron en Narid-na-Gost.

—Tú… —La palabra pareció una sentencia de muerte. El valor de Narid-na-Gost se esfumó. Lanzó un grito de terror y desapareció, dejando sólo un hedor metálico. Tarod alzó la mano, como si fuera a hacer estallar el lugar donde había estado, pero Tirand intervino.

—¡Mi señor! —exclamó, cogiendo la manga del señor del Caos—. Karuth corre peligro… La usurpadora ha descubierto el doble juego de Strann. Ahora está en el Salón de Mármol y quiere abrir la Puerta del Caos; y Karuth y Strann están allí, y Karuth sabe el ritual… El Orden está detrás de todo esto, lo planearon…

Balbuceaba, su mente estaba demasiado agitada para que pudiera resultar coherente, pero Tarod captó lo esencial de sus frenéticas palabras. De pronto, muchas cosas comenzaron a encajar en la mente del señor del Caos. Giró sobre sus talones… y se encontró con Ailind, que sonreía con frialdad.

—Es demasiado tarde para intervenir, Caos. No puedes cambiar lo que ya ha sucedido, ¡y en cuestión de minutos tendremos a la usurpadora y el alma de tu hermano!

Los ojos de Tarod ardieron de furia.

—¡No podéis hacerle nada a la gema!

—Olvidas las leyes que nos gobiernan a todos. Si cualquier artefacto o ser del Caos entrara en nuestro reino, podríamos controlarlo y, si quisiéramos, destruirlo. —El señor del Orden se rió con suavidad—. Pero la usurpadora no conoce ese simple hecho. De manera que nos resultó fácil plantar ciertas semillas en su mente, por medio de los servicios, útiles aunque inconscientes, del Alto Margrave, que es un joven muy impresionable, y así hacerle creer que podría robarnos a nosotros lo que ya os quitó a vosotros. En estos momentos Ygorla se dispone a usar la Puerta del Caos para entrar en nuestro reino, segura de que al hacerlo conseguirá dominar tres mundos en lugar de sólo dos. Pero pronto descubrirá su error, aunque en ese instante ya habrá puesto en nuestras manos la gema del alma. ¡Entonces, amigo mío, veremos algunos cambios que hace bastante tiempo deberían haber ocurrido!

Tirand se quedó mirándolo, y de pronto todo el cuadro quedó completo y todas las aparentes anomalías en el comportamiento del Orden quedaron explicadas: la indisposición de Ailind con Calvi y su negativa a liberarlo del encantamiento de la usurpadora; su renuencia a revelar su estrategia al Círculo; su insistencia en que los habitantes del Castillo aparentaran capitular ante Ygorla y que no la empujaran a actuar, de forma que el plan del Orden tuviera tiempo para dar fruto. Para los dioses, Ygorla sólo era el medio para conseguir un fin. Lo que querían, y habían querido desde el principio, era ver destruida la gema del Caos y con ella el Equilibrio. Todo encajaba; y el sentimiento abrumador y amargo de Tirand era que Ailind lo había utilizado con toda premeditación y se había aprovechado de su lealtad para conseguir sus propios fines. Tirand había creído en la justicia de la causa del Orden, había creído que el mundo sería mejor sin la influencia del Caos. Pero la fría indiferencia de Ailind ante los apuros de Karuth y Calvi le demostraban que aquella creencia era mentira.

—Shaill tenía razón —dijo con voz insegura—. No os preocupamos nada. Nos utilizáis y luego, cuando hemos conseguido lo que os proponéis, ¡nos desecháis!

Ailind hizo una mueca sarcástica.

—¿Y esperas algo más del Caos, Sumo Iniciado? ¿Eres tan ingenuo que crees que existe alguna diferencia entre ambos?

Cuando Tirand abría la boca para responder, la mano de Tarod se posó en su brazo.

—Tirand, estamos perdiendo el tiempo. Si hay que ayudar a Karuth y a Strann…

—¡Es demasiado tarde para eso, Caos! —lo interrumpió Ailind.

—No lo creo. Pero tienes la esperanza, ¿no es así?, de distraer al Sumo Iniciado hasta que sí sea demasiado tarde. —La momentánea expresión de desconcierto de Ailind le reveló al señor del Caos que había dado en el blanco, y se volvió rápidamente hacia Tirand—. Voy al Salón de Mármol. Ven conmigo o no, como quieras, pero decide ahora.

Tirand alzó la vista, atormentado por la tensión y el sufrimiento.

—Iré.

Tarod no dio tiempo a Ailind para que hablara o interviniera. Tirand vio lo que parecía ser un vórtice negro que se abalanzaba sobre él. Entonces la mano que todavía le sujetaba el brazo apretó su presa, causándole una punzada de dolor, y la visión y el oído se borraron mientras el estudio se desvanecía.

Capítulo XXIV

—M
e presento ante vosotros en este lugar, y camino hacia vosotros por esta vía. —La voz de Karuth estaba a punto de quebrarse. Temblaba como si fuera presa de la fiebre, y las palabras del ritual apenas resultaban audibles cuando las pronunciaba—. El camino es largo, pero el camino es antiguo y el camino es la vía de poder. He sido elegida y —miró de reojo a Ygorla, que sonreía con jubilosa expectación, luego a la parpadeante jaula de fuego detrás de ella—… y estoy dispuesta. Con los pies que son mi carne, piso entre las dimensiones y pronunciaré la Vía.

Oh, dioses
, —pensó—,
está empezando
. Sentía una débil y pulsante vibración a través del mosaico de mármol del suelo, y, aunque podrían haber sido imaginaciones suyas, le pareció que los colores de la neblina se hacían más densos, y que palpitaban al unísono con el silencioso ritmo. No se atrevió a mirar al círculo negro, del que la separaban unos pocos pasos, porque le daba demasiado miedo ver que cambiaba, que se abría al vórtice que anunciaba la manifestación de la Puerta del Caos. Había rezado para que el ritual no funcionara, para que, sin la total entrega que la había animado la primera vez que lo llevó a cabo, el poder que controlaba la Puerta se negara a responder, pero la esperanza resultó ser vana. Se acercaba. Lo sentía; estaba segura.

Prosiguió, aunque la garganta pareció cerrársele de manera que tuvo que forzar las palabras para que surgieran.

—Igual que fue en los días anteriores a mí, así volverá a ser. Escuchadme, ¡escuchadme y que el sello se rompa! —Ahora venía la declaración final, la orden que derrumbaría las barreras. Karuth lanzó una mirada de impotente remordimiento en dirección a Strann, una mirada atormentada, y aspiró profundamente—. Digo la Vía. Y la Vía está abierta.

Esta vez estaba preparada para el sonido más allá del sonido que estalló en su mente como una gigantesca ola al romper. Vio a Calvi que retrocedía, vio a Ygorla, con la boca abierta de asombro. Luego el enorme estampido se desvaneció, la neblina quedó inmóvil, y en el Salón de Mármol reinó el silencio. Sintiendo el cuerpo como una pesada concha que aprisionaba su conciencia, Karuth se volvió a contemplar el círculo negro.

De él se elevaba lo que parecía ser una corriente oscura de niebla que, como una columna brumosa, flotaba hacia el invisible techo del Salón. Puntos de luz bailaban en ella como remolinos en una corriente; y en el centro de la oscuridad, todavía fantasmal pero a cada instante más nítida y más sólida, se veía el perfil de una puerta enorme y negra.

Karuth escuchó un sonido a sus espaldas, un jadeo, bruscamente cortado. Entonces, de repente, se produjo un movimiento agitado y la usurpadora se adelantó corriendo.

—¡Calvi! ¡Calvi, la tengo, la controlo! —gritó Ygorla, al tiempo que cogía a Karuth y la empujaba a un lado—. ¡Fuera de mi camino! ¡Aparta!

Un fuerte empujón lanzó a Karuth al suelo, y su cabeza golpeó dolorosamente contra el suelo de mosaico, al tiempo que la luz resplandecía alrededor de Ygorla, negra y púrpura, con estrías plateadas, cuando corrió al círculo y se enfrentó a la espectral imagen. Alzó y extendió los brazos, y su aura monstruosa latió con energía desencadenada.

—¡Soy el poder y esgrimo el poder! Obedéceme, te lo ordeno… ¡Ábrete!

Se escuchó un sonido profundo, procedente del fantasmagórico portal dentro de la oscura nube, como si una antigua llave girara; y lenta, inexorablemente, la Puerta del Caos comenzó a abrirse. Más allá había oscuridad, silencio, un vacío que aguardaba ser llenado, y se escuchó la risa embriagada de Ygorla. ¡Oh, sí, oh, sí! ¡La controlaba! ¡La Puerta era suya! Sin dejar de reír, concentró su voluntad y sintió que un poder renovado fluía a través de ella. Entonces alzó una mano, señaló a la Puerta, y en su mente pronunció un violento decreto.

La oscuridad más allá de la Puerta vibró una vez y luego se hizo pedazos. Una luz dorada y fría se derramó, iluminando de manera espectacular la silueta de la usurpadora y ahogando el aura que pulsaba a su alrededor. Tenue y pálido dentro de la luz, un camino dorado y perfectamente regular se extendía ante ella: el camino que la llevaría al reino y fortaleza del Orden.

Ygorla miró atrás, sólo una vez. Mareada y aturdida por el golpe en la cabeza, Karuth atisbó su rostro sólo un momento, pero fue suficiente para espantarla. Los ojos de la usurpadora brillaban con alegría infernal, y tenía la boca abierta, mostrando los dientes en una mueca que mezclaba el orgullo, el triunfo y la codicia en una especie de éxtasis demencial. Parecía completamente desquiciada. Entonces su mirada enloquecida se centró en Calvi.

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