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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantasía

LA PUERTA DEL CAOS - TOMO III: La vengadora (45 page)

BOOK: LA PUERTA DEL CAOS - TOMO III: La vengadora
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Bueno, quizá sería divertido probar ahora algunas de aquellas fantasías. Nada que disgustara a Ygorla, claro está, pero sembrar algo de desconcierto en Strann sería una forma agradable de pasar el tiempo. Calvi se puso en pie, cogió su copa de vino e intentó llenarla con una jarra que tenía a mano. La jarra resultó estar vacía. Con un gruñido de disgusto, dejó caer la copa y la jarra y se dirigió hacia la puerta. Echó un último vistazo en dirección a la cama, y vio que Ygorla seguía durmiendo. Sonriendo, Calvi salió a la habitación exterior.

—¡Rata! —Su voz fue un áspero susurro. Se acercó al lecho de Strann, apenas visible a la luz de una única vela, y dio una patada a los cojines amontonados—. ¡Despierta, bastardo inmundo!

No hubo respuesta, ningún movimiento, ningún gruñido de queja surgió de los cojines y, lentamente, se le ocurrió a Calvi que Strann no estaba allí. Parpadeó y se tambaleó. ¿No estaba allí? Pero ¡si ella le había ordenado a la criatura que se quedara! Eso había dicho. Así que ¿dónde estaba?

Calvi hipó, se pasó el dorso de una mano por la boca y reprimió una risita. ¡La rata, la preciosa ratita había desobedecido a su dueña! ¿Qué diría Ygorla cuando se enterase? ¿Qué haría para castigar a su mascota? Calvi tenía algunas ideas, y sintió un cálido arrebato de satisfacción al pensarlo. Pero para asegurarse, sólo para asegurarse…

Dando traspiés en la penumbra, llegó hasta la puerta, la abrió y se asomó afuera. El contraste entre el calor de los aposentos de Ygorla y el frío del pasillo era tan intenso que le devolvió bruscamente un cierto grado de sobriedad; y tuvo tiempo de ver, a la luz de la única antorcha que ardía en su soporte en la pared durante la noche, a una figura conocida que se movía con lento y furtivo cuidado en dirección a la esquina por donde se iba a la escalera principal.

Calvi retrocedió rápidamente, sacudiendo la cabeza para despejar los últimos vestigios de embriaguez. No se había equivocado. La figura en las sombras que avanzaba de puntillas por el pasillo era Strann, estaba seguro. Así que ¿adónde, por todo lo maligno, se dirigía a aquellas horas y con tan sigiloso silencio? Debía despertar a Ygorla y decírselo…

No. No. No la despertaría; al menos no todavía. Sería mucho más divertido ocuparse personalmente del asunto y seguir a la rata para descubrir qué se traía entre manos. Luego volvería junto a Ygorla y le contaría la historia. Ella estaría encantada con su astucia, y él tendría la satisfacción de ver sufrir a Strann por su desobediencia.

Calvi volvió apresuradamente al dormitorio y cogió las primeras ropas que encontró, además de abrigo y botas, pues la misteriosa excursión de Strann podría no limitarse al interior del Castillo. Ahora estaba bastante sereno, animado y excitado por la perspectiva de la intriga, y regresó deprisa al pasillo, poniéndose las botas con un movimiento nada elegante mientras avanzaba a saltos. Cuando salió de los aposentos, Strann había desaparecido, pero Calvi sabía la dirección que había tomado, y silenciosa, rápidamente, fue corriendo hasta donde torcía el pasillo. Siguió sin ver ni rastro de una figura fugaz en la penumbra, pero se apresuró en dirección a la escalera principal y, al llegar a su inicio, se vio recompensado por la visión de la sombra de un hombre que cruzaba la sala de abajo y se dirigía a las puertas principales. Un innato instinto de cazador hizo que Calvi esperara hasta que su presa hubiera entreabierto las puertas lo suficiente para deslizarse y salir al patio; luego bajó rápidamente la escalera en pos de él.

Cuando salió a los escalones del patio, siguiendo a Strann, éste había alcanzado el refugio de la columnata. No llevaba linterna, pero el reflejo de la nieve en el cielo encapotado proporcionaba luz suficiente en el patio para que Calvi vislumbrara su tenue silueta y se diera cuenta de que iba a la biblioteca.

La biblioteca… Veamos: ¿qué buscaría la rata allí abajo a estas horas? Calvi examinó las impresionantes murallas del Castillo. Todas las buenas gentes de aquel lugar desamparado parecían dormir, porque no se veía luz en ninguna de las ventanas. Bien, bien, ¿citas secretas a media noche? Vería. Lo descubriría.

El frío intenso había acabado con los últimos efectos de la bebida, y su mente estaba tan despierta y afilada como los carámbanos de hielo que colgaban del pórtico sobre su cabeza. Strann ya había alcanzado la puerta de la biblioteca. En medio del silencio de la nevada, Calvi escuchó el ruido de los goznes sin engrasar, que crujieron. Sonrió, bajó los escalones y anduvo con cuidado por las resbaladizas losas hasta donde el camino había sido limpiado, bajo la avenida flanqueada de columnas, donde echó a correr. Strann se había dejado la puerta abierta, un olvido estúpido pero que a Calvi le vino muy bien. La atravesó y comenzó a descender con gran cautela por la escalera de caracol. Oía a Strann por delante de él; convencida de su seguridad, la rata ahora no se molestaba en avanzar en silencio. Y desde abajo llegaba luz. Alguien más ya estaba allí…

Calvi se pegó a la pared, quieto, cuando un haz de luz surgió bruscamente, iluminando la tosca obra de piedra al final de la escalera. Strann había abierto la puerta de la biblioteca. Calvi esperó a que desapareciera dentro de la sala, y luego se acercó más, con el corazón acelerado por la excitación. Llegó al último escalón, se detuvo, contuvo la respiración… y oyó las voces que comenzaban a hablar…

Capítulo XXII

—¡K
aruth! —Estaba iluminada por el resplandor de dos antorchas que ardían en sus soportes, y Strann pensó que jamás, en toda su vida, había visto algo que lo emocionara tanto—. Karuth, oh, Karuth. —Se adelantó corriendo, y casi trastabilló en su ansia por alcanzarla, y la abrazó con tal desesperación que casi la dejó sin respiración.

Entonces vio a Tirand.

—¡Yandros! —retrocedió, muy pálido, y chocó dolorosamente con el borde de una mesa—. ¿Qué…?

—¡Strann, escucha! —Karuth volvió a abrazarlo y él sintió su pasión reprimida a través de la fuerza de su abrazo—. ¡No pasa nada, no es una trampa! Tirand lo sabe todo y ya no está en contra nuestra. Él y yo nos hemos reconciliado y le he contado todo. ¡Está con nosotros, Strann, es nuestro aliado!

Strann fijó con espanto sus garzos ojos en el rostro de Tirand, y éste apartó rápidamente la mirada. El Sumo Iniciado habría deseado en aquel momento encontrarse en cualquier otro lugar, porque había visto el poder de los sentimientos que fluían entre su hermana y su amante en el instante de reunirse, y sabía bastante del mundo como para comprender que el amor que sentían el uno por el otro era profunda e inexorablemente real. Y una parte de él sintió envidia de ambos.

—Strann —dijo, intentando refugiarse en la rígida formalidad—, lo que Karuth dice es la pura verdad. Quizá no haya tiempo ahora para explicártelo todo, pero… las cosas han cambiado. No soy tu enemigo. Ahora sé que has estado trabajando para el Caos desde el principio, y estoy aquí para ayudaros a ambos si puedo. —Por fin recobró el suficiente dominio de sí mismo para mirar a Strann a los ojos—. Nuestro señor Ailind nada sabe de esto, y no lo sabrá por mí.

Strann seguía dudando. Desde el día de su llegada al Castillo —y antes, si quería ser estrictamente sincero consigo mismo—, el Sumo Iniciado había sido un antagonista y no un amigo. Sabía que la antipatía primera había surgido del amor protector de Tirand por su hermana, pero también sabía que, por mucho que quisiera aparentar lo contrario, Karuth había lamentado amargamente sus fidelidades divididas. Tirand era y siempre había sido el más fiel seguidor del Orden, la marioneta de Ailind. Ahora decía que ya no era así… ¿Podía fiarse de semejante afirmación? ¿O se trataba de un nuevo truco del Orden?

Karuth adivinó lo que estaba pensando y dijo en tono apremiante:

—¡Strann, te prometo que no hay nada que temer! Tirand y yo hemos hecho un juramento de sangre…

—¿Un juramento de sangre? —Sabía tan bien como cualquiera lo que eso significaba, y parte de su tensión temerosa cedió.

—Sí. Oh, amor, no pasa nada, ¡todo está bien! ¡Confía en mí, por favor! —Lo atrajo con fuerza, y él enterró sus dedos en su cabellera. Tirand, incómodo, se aclaró la garganta.

—Si queréis que me vaya…

—No. —Strann lo miró, y en su rostro apareció el atisbo de una sonrisa—. No, Sumo Iniciado. Si Karuth me dice que algo es de una manera, entonces así es por lo que a mí respecta. —Hizo una pausa antes de proseguir—: Además, la idea de que hay alguien más en este Castillo que ya no me ve como un gusano que merece ser aplastado es… bueno, es… —Se encogió de hombros—. Me considero un bardo, pero no puedo expresar lo agradecido que me siento.

Tirand fijó la vista en el suelo.

—Admiro lo que has hecho, Strann. Jugar a conservar la confianza de la usurpadora, al tiempo que conspiras contra ella… Seré sincero y admitiré que no creía que tuvieras tanto valor. Me…, me alegro de haber estado equivocado.

Karuth se volvió rápidamente a la mesa que tenían detrás.

—He traído un poco de pan, carne y una pequeña botella de vino —dijo, escudriñándole el rostro—. ¿Tienes hambre, Strann? ¿Te hace pasar hambre esa perra?

Su preocupación lo emocionó, pero negó con la cabeza.

—No, amor mío. Podría tener comida suficiente para hartarme si quisiera. Aunque no rechazaré un bocado para luchar contra el frío.

Su confesión medio humorística pareció romper el hielo definitivamente, y con una risa Tirand se sentó y cogió la botella de Karuth.

—¡Me apunto a eso! —Ofreció la botella a Karuth y, cuando ésta la rechazó, se la pasó a Strann, quien la cogió y sonrió.

—Creo, Sumo Iniciado, que es la primera vez que brindamos por nuestra buena salud y seguridad. Que ambas sean duraderas.

Bebieron, uno después del otro. Tras la puerta, que Strann había olvidado cerrar, Calvi contenía la respiración y escuchaba. Y, cuando dejaron la botella y Strann comenzó a contar la historia de la carta de Ygorla y de la furiosa respuesta de Narid-na-Gost, lo que Calvi escuchó hizo que su piel se erizara de rabia contenida.

El relato de Strann de los recientes acontecimientos, y las conclusiones que de ellos había sacado, fue breve pero convincente. No le cabía duda, dijo, de que la determinación de Ygorla para conseguir el control de la Puerta del Caos sólo significaba una cosa: ya no estaba dispuesta a esperar a que Yandros respondiera a su ultimátum sino que tenía la intención de lanzar un ataque directo a su reino. Estaba claro que había sido incapaz de averiguar sola los secretos de la Puerta, de forma que ahora intentaba chantajear a su progenitor para que realizara el rito que la abriría.

Tirand sopesó pensativo aquellas noticias.

—Has visto al demonio, Strann, que es más de lo que ha hecho cualquiera de nosotros. ¿Crees que capitulará ante sus exigencias?

—Por el momento, Sumo Iniciado, no creo que lo haga —replicó Strann—. No es tonto. Debe de saber perfectamente que, si hace un trato con ella, es muy probable que Ygorla no cumpla su parte y acabe traicionándolo. Pero, por otro lado, también debe saber que sólo es cuestión de tiempo el que nuestro señor Yandros descubra que ya no tiene la protección de la gema del Caos. —Sostuvo con franqueza la mirada de Tirand—. Cuando eso ocurra, espero que no tengas que presenciar el resultado.

—Eso espero —repuso Tirand—. ¿Así que crees que Narid-na-Gost intentará ganar tiempo?

—En la medida en que le sea posible, sí. Pero Ygorla se está impacientando. Si él no acepta sus exigencias pronto, buscará otro camino para conseguir su objetivo. —Miró a Karuth—. El ritual que usaste para abrir la Puerta del Caos, ¿podría usarlo ella, si lo conociera?

Karuth asintió.

—Cualquiera podría hacerlo. Nuestro señor Tarod cerró de nuevo la Puerta, y sabría si se realiza cualquier intento de usarla, pero no está sellada contra el Parlamento de la Vía.

—Debemos esperar fervientemente que no descubra la existencia del ritual —dijo Tirand con aire sombrío—. Strann, escucha. Creo que deberíamos avisar a Ta… a nuestro señor Tarod quiero decir.

Strann miró de reojo al Sumo Iniciado y en su mirada asomó de nuevo una sombra de desconfianza.

—Me sorprende que todavía no lo sepa, Sumo Iniciado.

Las mejillas de Karuth enrojecieron.

—Pensamos…

Tirand la interrumpió.

—No, Karuth. Seamos sinceros. Fui yo quien pensó que era mejor no decirle nada. El mensaje nos exhortaba a no revelarlo a nadie, y yo pensé que «nadie» podía incluir a nuestro señor Tarod. —Hizo un gesto de disculpa—. Fallo mío.

El Sumo Iniciado, pensó Strann, debía de tener con sus dioses una relación muy diferente que la que tenían él y Karuth con los suyos. Pero no hizo comentario alguno.

—Hay que decírselo —se limitó a responder—. Disponemos de poco tiempo, porque sospecho que es cuestión de horas más que de días antes de que a Ygorla se le acabe la paciencia.

—Muy bien. —Tirand se levantó y enseguida se detuvo—. Yo… ah… —Se ruborizó y miró al suelo—. Si deseáis estar un rato a solas, yo…

Strann alzó la vista con rapidez.

—No me atrevería a faltar de mi puesto mucho tiempo. Pero…

Al extinguirse la voz del bardo, Tirand buscó algo en el bolso de su cinto. Sacó un pequeño objeto de plata y, sin mirar directamente a Karuth, lo puso en su mano.

—Estaréis más seguros allí —dijo—. Hay menos probabilidades de que os descubran. Te esperaré en mi estudio, Karuth, y cuando vuelvas iremos a buscar a nuestro señor Tarod.

Karuth cerró la mano en torno al objeto que le había dado. Sabía lo que era, y sabía también que, con aquel gesto, Tirand acababa de derribar los últimos obstáculos de desaprobación y que les daba su bendición a Strann y a ella. Era la llave del Salón de Mármol.

Con los ojos llenos de gratitud, hizo ademán de darle las gracias, pero él le hizo un gesto de que callara.

—No hay tiempo ahora. Te veré después. Strann… —Miró al otro hombre a los ojos e inclinó ligeramente la cabeza—. Buena suerte.

—Gracias, Tirand —repuso Strann con seriedad.

El Sumo Iniciado sonrió ligeramente al escucharlo usar por primera vez su nombre de pila, y, dándose la vuelta, salió de la biblioteca.

Cuando Tirand salió otra vez al patio, no vio la figura esbelta y solitaria que atravesó corriendo las puertas principales en el mismo momento en que él se detenía para subirse el cuello de su abrigo y protegerse de la nieve. Tampoco vio, al llegar al final de la columnata, el rastro de huellas, mezcladas con las que él y Karuth habían dejado antes y que todavía no había tapado del todo la nieve, que seguía escalones arriba. Cuando entró en el Castillo y se sacudió la nieve de las botas y el pelo, Calvi estaba fuera del alcance de su vista y oído, y el Sumo Iniciado se dirigió a su estudio. Con suerte, el fuego seguiría encendido, aunque sólo fuera un poco, y su mayordomo se habría ocupado de dejar leña de recambio junto a la chimenea, dispuesta para la mañana. Calentaría una jarra de vino, pensó Tirand, para cuando regresara Karuth. Seguramente la iban a necesitar los dos.

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