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Authors: David Sherman & Dan Cragg

La prueba del Jedi (28 page)

BOOK: La prueba del Jedi
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Calmadamente, el cañonero de Anakin anunció la distancia hasta sus objetivos —dos mil cien metros— y disparó el cañón láser. El transporte saltó y traqueteó mientras se movía hacia delante, pero el sistema estabilizador del cañón no se vio afectado por el movimiento, y el segundo disparo impactó en el blindaje central de una de las máquinas enemigas. El disparo rebotó inofensivamente, pero el segundo destrozó la cadena de tracción derecha y el tanque empezó a girar en círculos, indefenso, antes de que otros transportes lo destruyeran con sus cañones.

—Señor, le sugiero que baje antes de que lo alcancen —advirtió el sargento.

—Si muero, sargento, usted tomará el mando —respondió Anakin, impaciente, y golpeó con los nudillos el casco de su conductor—. ¡Vamos, vamos, sácanos de aquí!


Odie y Erk estaban sentados en la enfermería, soportando el estruendo de los cañones que respaldaban el ataque de Alción. El asalto duraba ya unos diez o quince minutos cuando el cirujano jefe se acercó a ellos.

—Usted puede caminar, teniente, así que márchese —dijo a Erk—. En los próximos minutos necesitaré todo el espacio que pueda conseguir.

Odie, que no había abandonado a Erk mientras estaba en la enfermería, lo ayudó a ponerse en pie.

—Doctor, ¿cuándo podrá volver a verlo? —preguntó la chica.

—No lo sé, pero no será pronto —respondió el cirujano—. Puede que necesite un tanque de bacta para regenerar la piel, y para eso tendrá que ir hasta la
Tregua
. Entretanto, mantenga limpia la herida. Puede tener problemas si se infecta. Toma esto —le alargó una mediunidad a Odie—. No parece que tengas nada mejor que hacer, así que cuídalo un par de días. Todo lo que necesitas está aquí, calmantes incluidos. ¿Oís esos cañones? ¿Sabéis lo que significa? Pues os quiero fuera antes de que los heridos empiecen a llegar. ¡Venga, marchaos!

—Necesitamos encontrar un bunker, Odie —comentó Erk, pero se corrigió de inmediato—. No, ya estoy harto de búnkeres. Vamos al puesto de mando, quizá podamos ser allí de alguna utilidad.

Pero las bajas del ataque empezaron a llegar antes de que pudieran salir de la enfermería. La pareja sólo tuvo tiempo de hacerse a un lado y esperar a que el flujo de heridos se interrumpiera. No lo hizo, y lo que vieron en las literas que transportaban a los heridos fue horrible. Odie se tapó la boca con las manos, y Erk se quedó blanco ante la visión de los cuerpos retorcidos. Ninguno de los dos había visto antes unos seres vivos tan destrozados. Erk solía combatir navegando a gran velocidad por las insondables profundidades del espacio, muy por encima de la atmósfera. El suyo era un derramamiento de sangre limpio, más parecido a un holojuego que a matar realmente a nadie. Ahora contemplaba de cerca lo que la tecnología podía provocar en los seres vivos, podía oler la sangre y la carne chamuscada.

Los cirujanos se dividieron en tres grupos. Uno se ocupaba de examinar a los ocupantes de cada litera en cuanto llegaban, y, dependiendo de si creían que la víctima podía ser salvada o no, determinaba dónde colocarlo. Tomaban su decisión en apenas unos segundos. Los condenados superaban por mucho a los recuperables.

Los peores casos eran los quemados: clones sin armadura, tan profundamente abrasados que sus miembros apenas eran finos huesos humeantes. Sus rostros se habían convertido en cráneos ennegrecidos, con fragmentos de sus uniformes fundidos en la propia carne. Aun así, algunos todavía vivían, pero ninguno fue colocado con los que podían salvarse. Otros yacían entre charcos de su propia sangre, faltándole alguno de sus miembros y con los órganos internos expuestos. Otros murieron antes de poder ser trasladados del campo de batalla al hospital, sus cuerpos rebotando en las literas mientras sus portadores se apresuraban. Y, sobre todo, reinaba un temible silencio; apenas había algún herido gritando o quejándose, todos estaban en estado crítico.

Odie cogió dos botellas de agua de un estante cercano y se abrió camino hasta los condenados. Se arrodilló, levantó ligeramente la cabeza de uno de los soldados malheridos y le puso la botella en los labios. Entonces notó el enorme tajo en su espalda, desde el hombro hasta la cadera. Podía verle la columna vertebral y las costillas.

—Gracias... —susurró el soldado después de beber.

Cuando dejó que la cabeza del herido descansara en la litera, Odie descubrió que tenía la mano llena de sangre. Se la limpió en la túnica y pasó a la litera siguiente. Cuando las botellas de agua estuvieron vacías se dejó caer al suelo, en un estado de agotamiento nervioso, y lloró.

—Vamos —dijo Erk, arrodillándose a su lado—. Por el momento han dejado de llegar, y aquí no podemos hacer nada más —la ayudó a ponerse en pie, utilizando su brazo bueno.

—Son clones, Erk; pero, aun así, son seres vivos y sufren exactamente como nosotros —susurró la chica—. Sangran, sufren, mueren como nosotros...

—Vamos, Odie, salgamos de aquí —repitió Erk.

Una vez fuera, el piloto se desplomó, y Odie corrió para ayudarlo. No dijo nada cuando él vomitó.


El ataque iba según lo planeado.

Cuando la primera oleada irrumpió en la llanura, las tropas enemigas retrocedieron hasta posiciones ya programadas; los atacantes se vieron expuestos al fuego graneado de los separatistas mientras intentaban cerrar el cerco. Alción volvió muy nervioso al puesto de mando. Slayke estaba sentado unos pasos más allá, imperturbable, con los ojos fijos en los monitores, escuchando los informes que llegaban de las unidades atacantes.

—Están atrapados en la ladera —observó Alción—. Anakin no ha podido tomar la colina.

—Lo último que sabemos de él es que tomaba el mando del batallón —respondió el oficial de operaciones—. Ni siquiera estamos seguros de que haya podido desplegar su infantería.

—¿Bajas?

—Varios cientos por ahora, señor —replicó el cirujano jefe de la división—. Y llegan más a cada minuto. ¿Me da permiso para ir a la enfermería y ayudarlos?

Alción asintió, y el cirujano desapareció de inmediato. El Jedi se sentó junto a Slayke.

—El ataque ha fracasado —admitió. Se golpeó la palma de una mano con el puño—. No sé cómo, pero han bloqueado a Anakin. Esas colinas eran la clave de todo nuestro plan. Ordenaré que las tropas se retiren.

—Puede que Anakin haya conseguido su objetivo —apuntó Slayke.

—No, no lo ha conseguido. Está vivo y sigue combatiendo, pero no en la colina. Tenemos que estudiar de nuevo la situación e intentar otra cosa. No agotaré a mi ejército atacando la meseta con asaltos frontales. En el flanco de Anakin no hay nada excepto polvo, fuego, humo y confusión, y no ha informado desde hace veinte minutos, cuando anunció que tomaba el control del batallón de transportes. Antes de empezar sabía que si no lográbamos romper esa línea en veinte minutos, nunca lo conseguiríamos de la forma en que estaba planeado.

—Ahora ya sabes lo que es comandar un ejército como éste —dijo Slayke—. Mis tropas están preparadas. Dame la orden y acudiremos allí donde se nos necesite. Pero estoy de acuerdo contigo, creo que necesitamos repasar nuestro plan de batalla.

—En cuanto nuestras tropas empiecen a replegarse, lleva las tuyas hasta el cauce del río y establece allí una línea de defensa. No será fácil, los separatistas te presionarán, pero podrás resistir. Atrinchérate y prepárate para el contraataque. Comunicaciones, ordene a todas las unidades que rompan el contacto y se retiren lo más rápido que puedan. ¿Adonde vas ahora? —preguntó a Slayke, que se había puesto en pie.

—A liderar mis tropas.

Alción agitó la cabeza.

—Supongo que no tiene sentido intentar convencerte de que te quedes aquí conmigo. Anakin y tú sois combatientes. No dejes que te maten.

Alción sabía que Anakin seguía vivo y peleando, pero nada más.
Anakin
, pensó,
¿Dónde te has metido? ¿Qué estás haciendo ahora?

Capítulo 24

—¿Qué hacen aquí? —preguntó un atribulado oficial de Estado Mayor al ver a dos extraños en medio del puesto de mando.

—Venimos de la enfermería, señor —respondió el teniente Erk H'Arman.

—Bien, entonces vuelvan allí. Aquí no necesitamos parásitos.

—Él está herido, señor, y me han asignado para cuidarlo —dijo la soldado de reconocimiento Odie Subu. Le enseñó la mediunidad que le había dado el cirujano—. Pensamos que quizás aquí podríamos ser de utilidad.

—¿Ser de utilidad? ¿Aquí? ¡Dan la impresión de que deberían estar en el
Tregua
! Vuelvan a la enfermería si quieren, pero salgan de aquí. Estamos muy ocupados.

En ese momento, Zozridor Slayke pasó por allí.

—Vaya, vaya, pero si son mis gemelos pródigos. ¿Qué hacéis aquí?

Recordaba especialmente a Odie porque se había ofrecido voluntaria para acompañar al piloto hasta Izable. Sabía lo que les había ocurrido y cómo lograron escapar del bunker derrumbado.

—Son dos buenos soldados —informó al oficial de Estado Mayor. Al descubrir que su comandante conocía a la pareja, el oficial se disculpó. En la enfermería, Odie le explicó brevemente la situación.

—Mira, dentro de un minuto esto se va a poner realmente al rojo, y yo tengo que hablar con mis comandantes —les dijo Slayke—. ¿Por qué no vais al Centro de Control de Tiro? Preguntad por el coronel Gris Manks, mi comandante de artillería... Es enorme, lo veréis a la fuerza. Decidle que os envío yo y preguntadle si podéis serle de ayuda.

Slayke sabía perfectamente que la pareja no le sería útil al coronel Manks, pero, después de todo por lo que habían pasado, creía que se merecían un descanso y una oportunidad de mantenerse al margen de la crisis que estaba a punto de estallar. Al menos allá abajo, en el CCT, estarían a salvo.

El Centro de Control de Tiro estaba literalmente "abajo". Se accedía a él por un túnel descendente que los androides de trabajo habían construido bajo la supervisión de los ingenieros de Alción. El CCT en sí mismo era grande, pero estaba atiborrado de equipo que permitía que docenas de expertos se comunicaran directamente con el cuartel general de las dos divisiones de artillería y, a través de ellos, coordinaran los objetivos de todas y cada una de las piezas de artillería del ejército. Cuando la pareja entró en el CCT, Gris Manks gritaba desaforadamente a un sargento clon. Vio por el rabillo del ojo a los recién llegados y se giró hacia ellos.

—¿Quiénes sois vosotros? —exigió saber.

—El capitán Slayke nos ha enviado para ayudarlo —contestó Erk.

—¿Ayudarme? ¿Vosotros? Teniente, tú pareces demasiado ansioso; y tú, soldado, demasiado tranquila. ¿Cómo podéis ayudarme?

—Señor, el que está tranquilo soy yo —respondió Erk—. Y también quemado. La soldado de reconocimiento es mi compañera de escuadrilla —le explicó brevemente cómo habían llegado hasta el CCT.

El coronel Manks los contempló incrédulo.

—Está bien —dijo por fin—. Así que os ha enviado el capitán, ¿eh? Entonces, id allí y sentaos junto a ese androide. No molestéis y abrid bien los ojos y las orejas, quizá podáis aprender algo.

Dio media vuelta, tropezó con una consola y empezó a gritar con toda la fuerza de sus pulmones a un pobre teniente clon.

La pareja reconoció al androide como una unidad estándar de protocolo militar, del tipo que a menudo llevaban a cabo servicios administrativos en las oficinas de personal. Era extraño encontrárselo en el CCT.

—Buenos días —saludó el androide al ver que la pareja se sentaba a su lado—. Me siento muy orgulloso de anunciarles que soy un androide modificado de protocolo militar. Puedo operar eficazmente en centros de control de fuego artillero de batallones, regimientos y divisiones; los cuales, me siento orgulloso, puedo dirigir con experta eficiencia. Conozco la nomenclatura, el alcance efectivo, las necesidades de mantenimiento y los datos de potencia de fuego de más de tres docenas de piezas de artillería; puedo preparar tablas de disparos para todas esas piezas y calcular objetivos según los datos obtenidos por satélites orbitales, observadores de avanzada o mapas; puedo integrar y controlar sus disparos para conseguir resultados destructivos, neutralizadores y desmoralizadores con cualquier tipo de concentración de fuego: en batería, en andanadas y en descargas concentradas o continuadas. También estoy cualificado para programar bombardeos sobre blancos visibles o invisibles. Y, podría agregar, soy un experto en el empleo de fuego táctico, ya sea como mero apoyo, como preparación para una carga de infantería, como método de contraataque o como simple hostigamiento. Soy, para abreviar, el summum de los operadores de cañones.

La voz del androide había sido programada para parecer la de una hembra humana joven, y escuchar aquel tono melodioso utilizando jerga de artillero era tan inesperado que Odie empezó a reír.

—Parece divertida, y me alegra si yo, de alguna forma, he provocado su transición a ese estado anímico —dijo el androide—. Pero aún no he terminado mi lista de competencias porque he sido creado y programado para actuar como un androide de protocolo militar, lo cual significa que puedo funcionar perfectamente tanto a nivel administrativo como de ayudante de batallón. Soy experto en organizar turnos rotatorios para los oficiales de Estado Mayor, guardia de sargentos y de cabos, encargados de compañía, política de cocina, guardia de honor para los camaradas caídos, ordenanzas e intendentes; soy experto en preparar informes sobre todo tipo de actos del personal; puedo mantener el registro de castigos de la compañía o preparar las listas de cargos que deben juzgarse en un tribunal militar, y también grabar tales procedimientos; conozco las regulaciones sobre uniformes de todos los ejércitos de la galaxia, así como sus recompensas y condecoraciones, y puedo preparar toda clase de recomendaciones, desde cartas de reconocimiento de méritos a las más altas condecoraciones por heroísmo que un mundo pueda conceder; puedo preparar solicitudes de suministros para cada pieza de ropa, equipo y armamento autorizado, en tablas de organización y equipo o en tablas de adjudicaciones, y puedo administrar los fondos de una compañía. Para abreviar, puedo hacer todo lo que se requiere en un administrador de compañía, un sargento primero de compañía, un sargento mayor de pelotón o un adjunto al batallón. Puedo hacer todo eso, y además preparar la demolición de este centro y todo lo que se encuentra en cincuenta kilómetros a la redonda del lugar donde nos encontramos.

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