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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

La princesa de hielo (51 page)

BOOK: La princesa de hielo
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En escasos minutos, parecía haber envejecido varios años y se movía muy despacio, como si tuviese mucha más edad. Patrik le concedió unos minutos más de respiro, mientras servía el café para los dos, pero en cuanto se sentó le dio a entender con una mirada imperiosa que había llegado el momento de la verdad. Vera sabía que él lo sabía y que no había vuelta atrás.

—Es decir, que maté a mi nieto.

Patrik lo interpretó como una pregunta retórica y no se molestó en contestar. Si lo hacía, se vería obligado a mentir, por el momento. Y no podía echarse atrás, ahora que había llegado tan lejos. Vera sabría la verdad en su momento. Pero ahora era su turno.

—Supe que tú habías matado a Alex cuando me mentiste diciendo que habías estado en su casa la semana anterior. Dijiste que habías pasado frío el rato que estuviste sentada en la cocina. Pero la caldera no se estropeó hasta la semana siguiente, la semana en que murió.

Vera tenía la mirada perdida y ausente y ni siquiera parecía oír a Patrik.

—Es curioso. Hasta ahora no me había dado cuenta de que, de hecho, le he quitado la vida a otro ser humano. La muerte de Alexandra nunca me pareció algo real, pero el hijo de Anders… Casi puedo verlo ante mí…

—¿Por qué tenía que morir Alex?

Vera alzó una mano para detenerlo. Se lo contaría, pero a su ritmo.

—Se habría desatado el escándalo. Todo el mundo lo habría señalado con el dedo y lo habrían ido criticando. Hice lo que creí que era correcto. No sabía que iba a convertirse en el blanco de las burlas del pueblo de todos modos. Que mi silencio iba a devorarlo por dentro y que le arrebataría todo lo que tenía valor en su vida. Era tan sencillo. Karl-Erik vino y me contó lo ocurrido, pero, antes, había estado hablando con Nelly, y los dos estaban de acuerdo. Ningún bien nos reportaría el que se enterase todo el pueblo. Sería nuestro secreto y, si yo sabía qué era lo mejor para Anders, mantendría la boca cerrada. Así que callé. Callé durante años. Y cada año que pasaba, Anders se hundía más y más. Con cada año se consumía en su propio infierno y yo opté por no ver mi parte de culpa. Limpiaba lo que él ensuciaba y lo mantenía en pie como podía, pero me era imposible deshacer lo ya hecho. El daño del silencio no se puede reparar.

Apuró el café de varios tragos ansiosos y alzó su taza ante Patrik con gesto inquisitivo. Él se levantó, fue a buscar la cafetera y sirvió un poco más. Le dio la sensación de que lo cotidiano del hecho de tomar café le ayudaba a atenerse a la realidad.

—A veces creo que el silencio fue peor que los abusos. Jamás hablamos de ello, ni siquiera entre estas cuatro paredes. Y ahora comprendo las consecuencias que ese silencio debieron de acarrearle a él. Tal vez interpretó mi silencio como un reproche. Y eso es lo único que no puedo soportar. Que él creyese que lo culpaba de lo ocurrido. Jamás se me pasó por la cabeza, ni por un segundo, pero ahora nunca sabré si él lo sabía.

Por un instante, la fachada dio la impresión de ir a quebrarse, pero Vera se enderezó en su asiento y se obligó a proseguir. Patrik apenas podía imaginarse el enorme esfuerzo que estaba haciendo.

—Con los años, encontramos una especie de equilibrio. Aunque los dos llevábamos una vida miserable, ambos sabíamos con qué y con quién contábamos. Claro que yo sabía que, de vez en cuando, aún se veía con Alex y que los dos sentían una especie de extraña atracción. Pero creía que podríamos continuar como siempre. Hasta que un día Anders me dijo que Alex quería contar lo que les había sucedido. Que quería sacar los trapos sucios del armario, creo que fue lo que dijo. Él parecía indiferente cuando lo comentó, pero para mí fue como una descarga eléctrica. Eso lo cambiaría todo. Nada seguiría igual si Alex desvelaba los viejos secretos después de tantos años. ¿Y de qué iba a servir? ¿Y qué iba a decir la gente? Además, aunque Anders intentaba darme a entender que no le afectaba lo más mínimo, yo lo conocía bien y creo que a él le gustaba la idea tan poco como a mí. Yo conozco, o conocía, a mi hijo.

—Así que fuiste a visitarla.

—Sí. Fui a su casa aquel viernes por la tarde para ver si podía hacerla entrar en razón. Hacerle comprender que no podía tomar ella sola una decisión que nos afectaba a todos.

—Pero ella no lo comprendió.

Vera sonrió amargamente.

—No, no lo comprendió.

La mujer se había tomado ya el segundo café cuando Patrik aún no iba por la mitad del suyo, pero ahora apartó la taza, cruzó las manos y las apoyó sobre la mesa.

—Le supliqué que no lo hiciera. Le expliqué hasta qué punto le complicaría la vida a Anders que contase lo ocurrido, pero ella me miró a los ojos y aseguró que yo sólo pensaba en mí misma, no en Anders. Que para él sería un alivio que todo se supiese por fin. Que él nunca había pedido nuestro silencio y, además, me dijo que yo, Nelly, Karl-Erik y Birgit no habíamos pensado en ellos dos, cuando decidimos mantenerlo en secreto, sino que sólo nos interesaba mantener nuestra imagen inmaculada. ¡Puedes imaginar mayor desfachatez!

La cólera que encendió la mirada de Vera por un instante se extinguió con la misma rapidez con que había surgido, y dio paso a una expresión indiferente, casi cadavérica. Luego, continuó con voz monótona:

—Algo se quebró en mi interior ante aquella afirmación suya tan insólita. Que yo no hubiese hecho todo aquello por el bien de Anders. Casi pude oír el clic en mi corazón y empecé a actuar sin pensar. Llevaba en el bolso mis somníferos y, cuando Alex fue a la cocina, deshice un par de pastillas en su bebida. Me había ofrecido una copa de vino a mi llegada y, cuando volvió de la cocina, fingí que aceptaba lo que acababa de decirme y le pregunté si no podíamos apurar nuestras copas como amigas antes de que me marchase. Alex pareció alegrarse de ello y bebió conmigo. Tras unos minutos, se durmió en el sofá. En realidad, no había planeado el siguiente paso, lo de los somníferos fue una inspiración repentina, pero se me ocurrió hacer que pareciese un suicidio. No tenía pastillas suficientes como para administrarle una dosis mortal, lo único que se me ocurrió fue cortarle las venas. Sabía que la gente solía hacerlo en la bañera, así que se me antojó una idea buena y viable.

Su voz sonaba monótona, como si estuviese contando una historia normal y corriente, no un asesinato.

—Le quité toda la ropa. Creía que iba a poder con ella, tengo mucha fuerza en los brazos, después de tantos años trabajando, pero comprobé que era imposible. Así que tuve que arrastrarla hasta el cuarto de baño y meterla como pude en la bañera. Luego le corté las venas de las dos muñecas con una cuchilla que había en el armario del baño. Después de haberle limpiado la casa una vez a la semana durante varios años, sabía dónde encontrar lo que necesitaba. Fregué la copa de la que había bebido, apagué la luz y cerré la puerta con la llave, que luego dejé en el lugar de siempre.

Patrik estaba conmocionado, pero se obligó a hablar con calma.

—Comprenderás que tienes que venir conmigo. No creo que tenga que llamar a la comisaría para pedir refuerzos, ¿verdad?

—No, no es necesario. ¿Puedo recoger unas cosas que quiero llevarme?

Patrik asintió.

—Sí, claro.

La mujer se levantó. En el umbral de la puerta, se volvió hacia él.

—¿Cómo iba yo a saber que estaba embarazada? Cierto que no bebió alcohol, la verdad es que no caí en ese detalle, pero no tenía ni idea de que fuera por eso. Tal vez no fuese muy dada a la bebida, o pensaba conducir después. ¿Cómo iba yo a saberlo? Era imposible, ¿verdad?

Su voz tenía ahora un timbre suplicante y Patrik no pudo por menos de asentir sin pronunciar palabra. Llegado el momento, le contaría que el niño no era de Anders, pero por ahora no quería arruinar el equilibrio logrado con su confesión. Vera tendría que contarles su historia a más personas, antes de que ellos pudieran cerrar definitivamente el caso del asesinato de Alexandra Wijkner. Pero había algo que lo inquietaba. Su intuición le decía que Vera no se lo había contado todo aún.

Cuando se sentó en el coche, tomó la copia de la carta de despedida que había dejado Anders como su último mensaje destinado al mundo. Muy despacio, Patrik fue leyendo lo que Anders había escrito y, una vez más, sintió el dolor que emanaban aquellas palabras plasmadas en un trozo de papel.

6

A
menudo me llamó la atención la ironía de mi vida. Cómo soy capaz de crear belleza con mis dedos y mis ojos al tiempo que, en todo lo demás, sólo soy capaz de generar fealdad y destrucción. De ahí que mi última acción consista en destruir mis cuadros. Con el fin de darle a mi vida un poco de coherencia. Es mejor ser coherente y sólo dejar tras de mí suciedad, que dar la impresión de ser una persona más compleja de lo que en realidad merezco.

En el fondo, soy bastante simple. Lo único que siempre deseé de verdad era borrar unos meses y sucesos de mi vida. No creo que fuera mucho pedir. Pero tal vez me merecía lo que me pasó. Tal vez me había hecho culpable de algo terrible en otra vida anterior, algo por lo que debía pagar en esta vida. Y no es que tenga la menor importancia, en realidad. Pero, de ser así, habría sido un alivio saber qué estaba pagando.

Os preguntaréis por qué elijo precisamente este momento para dejar una vida que lleva tanto tiempo siendo absurda. Sí, es una buena pregunta. Pero ¿por qué hace uno las cosas en un momento determinado y no en otro? ¿Acaso amaba a Alex hasta tal punto, que la vida perdió su único sentido? Ésa será, sin duda, una de las explicaciones a las que recurriréis. Pero, si he de ser sincero, no lo sé. La idea de la muerte ha sido una compañera con la que he convivido mucho tiempo, aunque hasta ahora no me había sentido preparado. Tal vez la muerte de Alex haya hecho posible mi liberación. Ella siempre fue un ser inalcanzable, un ser en cuya superficie resultaba imposible provocar el menor rasguño. El hecho de que ella pudiese ser víctima de la muerte me abrió de pronto la posibilidad de optar por la misma vía. Llevaba ya mucho tiempo listo para partir; sólo tenía que subirme al tren.

Mamá, perdóname.

Anders

J
amás había logrado deshacerse de la costumbre de levantarse temprano, o a medianoche, como dirían algunos. Lo que, en este caso, le resultó muy útil. Svea no reaccionaba cuando él se levantaba a las cuatro de la mañana, pero, por si acaso, bajó la escalera sin hacer ruido, con la ropa en la mano. Eilert se vistió en silencio en la sala de estar antes de sacar la maleta que había escondido cuidadosamente en el fondo de la despensa. Llevaba meses planeando aquello y no había dejado nada al azar. Hoy era el primer día del resto de su vida.

El coche arrancó al primer intento, pese al frío, y a las cuatro y veinte de la mañana dejó la casa en la que había vivido los últimos cincuenta años. Atravesó una Fjällbacka dormida, pero no pisó el acelerador hasta que no hubo dejado atrás el viejo molino, antes de girar en dirección a Dingle. Poco más de doscientos kilómetros lo separaban de Gotemburgo y del aeropuerto de Landvetter, así que podía tomárselo con calma. El avión rumbo a España no salía hasta las ocho de la mañana.

Por fin podría vivir su vida como gustase.

Llevaba planeándolo mucho tiempo, varios años. Cada año que pasaba, le pesaban más los achaques y la frustración que le producía la vida con Svea. Eilert pensaba que merecía algo mejor. A través de Internet había encontrado una pequeña pensión en un pueblecito de la Costa del Sol española. A cierta distancia de las playas y la zona turística, así que el precio era asequible. Se había comunicado con ellos por correo electrónico para cerciorarse de que podía vivir allí todo el año; de este modo, la propietaria le haría un precio aun mejor. Le había llevado mucho tiempo reunir el dinero bajo la estrecha vigilancia que Svea ejercía sobre lo que hacía o dejaba de hacer, pero lo había conseguido. Contaba con que podría arreglárselas con sus ahorros durante dos años aproximadamente, si vivía sin excesos, y después no le quedaría más remedio que encontrar una solución. En aquellos momentos, nada podía poner freno a su entusiasmo.

Por primera vez en cincuenta años, se sentía libre e incluso se sorprendió a sí mismo pisando el acelerador del viejo Volvo más de la cuenta, de pura alegría. Dejaría el coche en el aparcamiento de larga estancia del aeropuerto; Svea se enteraría en su momento de dónde estaba. No es que eso tuviese la menor importancia. Ella jamás se había molestado en sacarse el permiso de conducir, sino que lo usaba a él de chófer gratuito cada vez que necesitaba ir a algún sitio. Lo único que le daba un poco de cargo de conciencia eran los hijos. Por otro lado, siempre habían sido más hijos de Svea y, a su pesar, se habían vuelto tan mezquinos y cerrados como ella, lo cual era en parte, a buen seguro, responsabilidad suya, pues él había estado siempre trabajando de sol a sol y había hecho lo posible por encontrar excusas para estar fuera a todas horas. De todos modos, tenía pensado enviarles una postal desde Landvetter para explicarles que se iba por voluntad propia y que no tenían que preocuparse por él. Tampoco quería que pusiesen en marcha ninguna investigación policial para encontrarlo, claro.

Las carreteras estaban desiertas a aquellas horas de la noche y ni siquiera puso la radio para poder disfrutar del silencio. A partir de ahora, empezaba la verdadera vida.


S
implemente me cuesta comprender que Vera matase a Alex para evitar que ésta hablase acerca de los abusos de que tanto ella como Anders fueron víctimas hace veinticinco años.

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