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Authors: Irving Wallace

La Palabra (51 page)

BOOK: La Palabra
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—Bien —dijo—, ¿qué sucede?

Escuchó que la voz gutural del doctor Deichhardt le respondía.

—Señor Randall, para que estemos de acuerdo acerca de un punto… —Deichhardt revolvió varios papeles que estaban frente a él sobre la mesa y levantó una hoja de papel oficio color de rosa—. Éste es el memorándum confidencial que nos envió usted esta mañana, ¿no es verdad?

Randall echó un vistazo al papel.

—Así es. El mensaje mediante el cual yo propongo que hagamos el anuncio del Nuevo Testamento Internacional desde un estrado colocado en el gran salón de ceremonias del Palacio Real de los Países Bajos, y que transmitamos nuestro anuncio y la subsecuente conferencia de Prensa por el Intelsat. Hemos logrado los acuerdos para proceder, si ustedes están dispuestos.

—Claro que estamos dispuestos; eso es unánime —«lijo el doctor Deichhardt—. Es una idea brillante y digna de nuestro proyecto.

—Gracias —dijo Randall cautelosamente, aún ignorando cuál era el problema.

—Ahora bien, con respecto a este memorándum… —susurró el doctor Deichhardt—. ¿A qué hora lo envió esta mañana?

Randall trató de recordar la hora.

—Aproximadamente… yo diría que aproximadamente a las diez de la mañana.

El doctor Deichhardt sacó del bolsillo de su chaleco un pesado reloj de oro, y lo abrió.

—Ahora son casi las cuatro de la tarde. Así que… —Sus ojos se encontraron con los de los otros que estaban a la mesa—. Así que el memorándum confidencial fue enviado hace seis horas. Muy interesante.

—Steven —Wheeler asió a Randall del brazo para que le prestara atención—. ¿Cuántas copias del comunicado fueron distribuidas?

—¿Cuántas? Pues creo que diecinueve.

—¿A quiénes se las envió? —inquirió Wheeler.

—Bueno, no tengo la lista a mano. Pero a todos los aquí presentes…

—Somos sólo siete —dijo Wheeler—. ¿Qué hay con las otras doce copias?

—Déjeme pensar…

En ese instante habló Naomí:

—Yo tengo la lista. La recogí por si acaso ustedes quisieran los nombres.

—Léala —dijo Wheeler—; los nombres de los que no están presentes en esta sala.

Leyendo de una hoja de papel, Naomí pronunció los nombres:

—Jeffries, Riccardi, Sobrier, Trautmann, Zachery, Kremer, Groat, O'Neal, Cunningham, Alexander, De Boer, Taylor. Doce más siete presentes, suman 19 en total.

Sir Trevor Young sacudió la cabeza.

—Increíble. El personal con el más alto grado de seguridad. Señor Randall, ¿no habremos pasado por alto a alguien? ¿Transmitió usted oralmente la información del memorándum a alguna otra persona?

—¿Oralmente? —Randall frunció el ceño—. Bueno, claro. Lori Cook, siendo mi secretaria, sabía que estábamos gestionando los permisos del palacio real y el Intelsat, pero, por supuesto, ella nunca vio el memorándum. Ah, sí, también se lo mencioné a Ángela Monti, que se encuentra aquí en representación de su padre…

El doctor Deichhardt, asomándose a través de sus anteojos sin arillos, preguntó al inspector Heldering:

—¿Se certificó la seguridad total de la señorita Monti?

—Completamente —respondió el inspector—. No hay problema. Todos los que han sido nombrados aquí han sido investigados y son dignos de toda la confianza.

—Y también estoy yo —dijo Randall suavemente—. Aunque… yo redacté el memorándum.

El doctor Deichhardt emitió un gruñido.

—Veintiuno, exceptuando a la señorita Cook, que está en el hospital —dijo—. Son veintiuna personas, y nadie más, las que han leído o escuchado el contenido de este mensaje confidencial. Y todos son dignos de confianza. Estoy desconcertado.

—¿Por qué? —preguntó Randall un poco irritado.

El doctor Deichhardt tamborileaba con los dedos sobre la mesa.

—Por el hecho, señor Randall, de que precisamente tres horas después de que usted envió el memorándum confidencial, esta mañana, el contenido estaba en manos del reverendo… el
dominee
Maertin de Vroome, Hervormd Predikant… pastor de la Westerkerk, la cual forma parte de la Iglesia Reformista Holandesa. Él es, además, el líder del MCRR… el Movimiento Cristiano Reformista Radical en todo el mundo.

Randall se enderezó sobre su silla, con los ojos bien abiertos. Estaba totalmente estupefacto.

—¿De Vroome… se apoderó de nuestro memorándum confidencial?

—Exactamente —contestó el editor alemán.

—Pero, ¡esto es imposible!

—Imposible o no, Steven, lo obtuvo —dijo Wheeler—. De Vroome se ha enterado del lugar, el sistema y la fecha del gran acontecimiento.

—¿Cómo sabe usted que él lo sabe? —inquirió Randall.

—Porque, así como el reverendo De Vroome ha penetrado nuestra seguridad, nosotros hemos logrado abrirnos paso hacia la de él. Ahora tenemos un informador dentro del movimiento que se está ostentando como…

El inspector Heldering se levantó de su silla meneando un dedo.

—Cuidado, cuidado, señor profesor.

El doctor Deichhardt asintió con la cabeza al jefe de seguridad del proyecto, y se dirigió nuevamente a Randall.

—Los detalles están sobrando. Tenemos a alguien dentro del MCRR, y hace unas cuantas horas me llamó por teléfono para informarse de los datos del mensaje confidencial que el propio De Vroome había enviado a su jefatura. Me lo dictó por teléfono. ¿Desea verlo? Aquí está.

Randall tomó la hoja de papel blanco de manos del editor alemán y la leyó cuidadosamente:

«Querido Hermano de la Causa:

»Le informo, confidencialmente, que el consorcio ortodoxo anunciará sus descubrimientos y la nueva Biblia desde la sala de ceremonias del palacio real de Amsterdam, y lo televisará a través del satélite de comunicaciones Intelsat, el viernes 12 de julio. Los preparativos para este acontecimiento están en marcha. Pronto se le informará a usted acerca de una junta que se llevará a cabo en la Westerkerk. Para entonces tendremos en nuestro poder un ejemplar de la edición anticipada de esa Biblia. En dicha junta discutiremos nuestro propio anuncio ante la Prensa mundial, el mismo que daremos a conocer dos días antes que ellos. Haremos algo más que mitigar su propaganda. Los destruiremos y los acallaremos para siempre.

»En el nombre del Padre, del Hijo y del Futuro de Nuestra Fe,

»DOMINEE MAERTIN DE VROOME.»

Con mano temblorosa, Randall devolvió la hoja al doctor Deichhardt.

—¿Cómo se habrá enterado? —Randall preguntó, casi para sí mismo.

—Ése es el asunto —dijo Deichhardt.

—¿Y qué es lo que van a hacer? —Randall quiso saber.

—Ése es el otro asunto —dijo el doctor Deichhardt—. En cuanto a este asunto, ya hemos decidido cuál será nuestro primera paso. Puesto que el reverendo De Vroome está enterado de la fecha de nuestro anuncio, hemos resuelto anticiparla y guardar la nueva en secreto entre los aquí presentes (incluyendo a algunos más, como Hennig) hasta el último momento. Hemos modificado la fecha de la conferencia de Prensa del viernes 12 de julio, al lunes 8 de julio; cuatro días antes. Usted podrá, sin duda, hacer nuevos arreglos para las reservaciones del palacio real y la transmisión vía satélite.

Randall se movió intranquilamente en su silla.

—Eso no me preocupa. Se hará. Lo que me inquieta es la escasez de tiempo que afrontará mi departamento. Sólo me están dando dos semanas y tres días, a partir de mañana, para preparar la campaña publicitaria más completa y ambiciosa de nuestros tiempos. Yo no sé si podrá llevarse a cabo.

—Si uno es creyente, cualquier cosa puede hacerse —dijo el señor Gayda—. La fe mueve montañas.

—O para el no creyente —dijo el señor Fontaine, rompiendo su prolongado silencio—, una bonificación o sobresueldo en efectivo podría servir como mejor incentivo que la fe.

—No necesito una bonificación para mí o para mi personal —interrumpió Randall—. Necesito lo que aparentemente no me pueden dar… tiempo —encogió los hombros y prosiguió—: Está bien, dos semanas y media.

—Excelente —dijo el doctor Deichhardt—. Otra de las razones por las cuales hemos adelantado nuestro anuncio, además de ganarle a De Vroome, es la de estrechar el lapso durante el cual algo podría salir mal. Otra fuga de información acerca de nuestro progreso podría ocurrir. Señor Randall, ya hemos notificado al señor Hennig acerca del cambio y de la necesidad de tener aquí algunos ejemplares encuadernados de la Biblia antes de la fecha prevista. Él los entregará a tiempo, por lo que los miembros del personal de usted tendrán la oportunidad adecuada para leer a Petronio y a Santiago y preparar su trabajo. Pero, al hacer esto, nos expondremos al peligro fundamental. Usted ha leído ya el mensaje del reverendo De Vroome. Él ha prometido a sus seguidores que tendrá en su poder un ejemplar de nuestro Nuevo Testamento Internacional, antes de que nosotros podamos hacerlo llegar al público. Tal parece que De Vroome está arrogantemente seguro de conseguirlo, y es evidente que él espera que el mismo traidor que le proporcionó nuestro memorándum confidencial, pronto le entregará también nuestro Libro de Libros. Esto nos lleva a dos cuestiones. ¿Cómo se apoderó De Vroome del mensaje? Y, ¿en qué forma obtendrá nuestra Biblia? En resumen, ¿quién de nosotros es el traidor?

—Sí, ¿quién es el maldito Judas Iscariote en este edificio? —exclamó Wheeler—. ¿Quién nos está vendiendo a Satanás a cambio de treinta miserables monedas de plata?

—Y, ¿cómo lo vamos a atrapar —dijo el doctor Deichhardt— antes de que ayude a destruirnos?

Randall miró alrededor de la mesa.

—¿Han surgido algunas ideas al respecto?

El inspector Heldering, que había estado tomando apuntes en una libreta, levantó la cabeza.

—Yo he sugerido que empleemos el detector de mentiras con las veintiuna personas que recibieron el memorándum o se enteraron del mensaje.

—No, no —dijo firmemente el doctor Deichhardt—. Divulgaría demasiada información a demasiada gente; además, afectaría y desmoralizaría a todos aquellos que son leales.

—Pero, no todos son leales —insistió el inspector Heldering—. Evidentemente, alguien es desleal. No se me ocurre ninguna otra solución.

—Debe haberla —dijo el doctor Deichhardt.

Randall escuchaba a medias, tratando de fijar una idea fugaz que había cruzado por su mente. Su imaginación había despertado y su cerebro estaba trabajando. El mismo método mediante el cual habían sido traicionados podría utilizarse para atrapar al traidor. Mientras reflexionaba, ignoró las angustiadas voces que lo rodeaban, y su idea quedó consolidada en unos cuantos segundos, lógica y segura.

De pronto, Randall interrumpió a los demás.

—Tengo una idea —dijo—. Podría funcionar. Es algo que podemos intentar de inmediato.

Todos callaron, y Randall sintió encima las miradas. Se levantó, restregó su pipa pensativamente, dio unos cuantos pasos atrás de su silla y regresó a la mesa.

—Es casi demasiado simple, y no le encuentro ningún defecto —dijo, dirigiéndose al grupo—. Escuchen ustedes. Supongamos que inventamos un segundo memorándum confidencial, una continuación acerca de nuestros planes promocionales. El contenido no importa, pero deberá aparentar que es parte básica de nuestra información acerca de la promoción que, lógicamente, vendrá inmediatamente después del anuncio en el palacio real. Digamos que remitimos ese comunicado a las mismas personas que recibieron el anterior., bueno, no tendríamos que incluir a ninguno de los presentes, porque ya estarían enterados… pero enviaremos copias a todos los demás. Cada copia del nuevo memorándum será exactamente igual que las demás, salvo por una palabra. En cada comunicado habrá una palabra que no aparecerá en los otros. Nosotros llevaremos un registro de cada persona a quien le enviemos el mensaje… y junto a su nombre anotaremos la palabra especial que aparecerá únicamente en su copia. ¿Me explico? Cuando se despachen las copias, la persona que nos está traicionando pasará el mensaje, palabra por palabra, a De Vroome, ¿no es verdad? Y el delator que tenemos en el cuartel general de De Vroome, al enterarse, lo informará directamente a ustedes. Puesto que ningún comunicado será igual a los otros (debido al cambio de la palabra especial), buscaremos la clave del memorándum que De Vroome recibió y así podremos descubrir a la persona que transmitió la información de su copia. De esta manera sabremos quién es el traidor.

Randall hizo una pausa para observar la reacción del grupo.

—No está mal, no está nada mal —dijo Wheeler, francamente entusiasmado.

El doctor Deichhardt y varios de los otros parecían confusos.

—Quiero asegurarme de que he comprendido su plan —dijo el editor alemán—. ¿Puede proporcionarnos algún ejemplo concreto?

La mente de Randall estaba alerta, creativa, y ya había pensado en un enfoque específico.

—Muy bien. Tomemos como ejemplo la Última Cena de Cristo. ¿Cuántos discípulos estaban reunidos allí con Él?

—Doce, por supuesto —dijo Sir Trevor Young—. Ya se sabe… Tomás, Mateo y todos los demás.

—De acuerdo, doce —dijo Randall—. Esto va a funcionar muy bien. Voy a hacer una lista con los doce nombres de los discípulos, los cuales harán juego con los nombres de las doce personas que trabajan en este proyecto y que están enteradas del último comunicado, o que lo recibieron. Como dije, no es necesario incluir a ninguno de los presentes en esta sala. Aquí estamos ocho, incluyendo a Naomí. Esto deja trece posibilidades. Restemos a Jessica Taylor, a quien necesito para preparar esto y de quien yo me hago responsable. Quedan doce nombres a quienes enviaremos el memorándum para ver quién se traga el anzuelo. Si ninguno de los doce nos traiciona, entonces el traidor tiene que ser Jessica o Naomí o yo o uno de ustedes. Pero estamos casi seguros de que alguno de los doce volverá a transmitir a De Vroome el contenido del mensaje… Naomí, por favor, léenos los nombres de los doce.

Naomí se puso de pie y leyó de su lista:

—El doctor Jeffries, el doctor Trautmann, el reverendo Zachery, monseñor Riccardi, el profesor Sobrier, el señor Groat, Albert Kremer, Ángela Monti, Paddy O'Neal, Les Cunningham, Elwin Alexander, Helen de Boer.

A Randall se le ocurrió otra idea. El doctor Florian Knight acababa de llegar a Amsterdam. Consideró la conveniencia de añadir el nombre de Knight, pero tuvo miedo. El joven caballero de Oxford, amargado como estaba por el proyecto que había arruinado su propio libro, aún no podía ser admitido dentro de este juego. Sin embargo, si realmente representaba un riesgo considerable, debería ser incluido. Con todo, conociendo el problema de Knight, Randall no se animó a involucrarlo. Se dijo a sí mismo que de todos modos no era necesario. El doctor Jeffries probablemente compartiría su propia copia con su protegido.

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