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Authors: Irving Wallace

La Palabra (28 page)

BOOK: La Palabra
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—Ya verá. La mejor entrada está un poco más arriba por Warmoesstraat.

Wheeler apretó más fuertemente el brazo de Randall y lo empujó calle arriba, teniendo la tienda de departamentos a un lado y el hotel al otro. Llegaron a un letrero que decía: INGANG KLEINE ZALEN. La puerta giratoria estaba enmarcada por dos columnas de mármol verde-negro.

—Por aquí —dijo Wheeler.

Entraron por un angosto pasillo ubicado entre un pequeño cuarto a la izquierda y un cuarto más grande a la derecha, ambos con las puertas totalmente abiertas. Un robusto guardia que cargaba pistola y cinturón con cartuchos y vestía uniforme veraniego de caqui, bloqueaba la entrada al cuarto más grande.

—Allá arriba —dijo Wheeler— está el corredor que conduce directamente a un ascensor. Muy bien, será mejor que lo identifiquemos a usted con el inspector Heldering. —Distraídamente, Wheeler saludó al guardián y le dijo—: Heldering está esperándonos.

El guardia se hizo a un lado y Wheeler empujó a Randall hacia la oficina de seguridad. Había seis personas en el cuarto. Dos muchachas robustas estaban ocupadas trabajando con unos archivos. Dos bronceados jóvenes con ropas de civiles aparentemente examinaban un mapa sobre una mesa. Un hombre de mayor edad, en mangas de camisa, que se agitaba sobre un pequeño tablero, estaba sentado dentro de un semicírculo formado por un equipo que incluía micrófonos, tableros de botones de presión y un aparato televisor cuyas cuatro pantallas parecían captar la actividad que había en los pasillos y corredores de los dos pisos superiores.

Cerca de ellos, sentado a una mesa-escritorio de latón y palisandro, un hombre delgado, pero fuerte, de unos cincuenta años, de austero rostro holandés de pueblo, de Rembrandt, finalizaba una conversación telefónica. Al frente de su escritorio, un letrero metálico lo identificaba como el Inspector J. Heldering.

Inmediatamente después de colgar, Heldering se puso de pie y estrechó la mano de Randall, mientras Wheeler hacía las presentaciones.

Conforme los tres hombres tomaban asiento, el editor dijo a Randall:

—Steven, creo que querrá concertar algunas entrevistas con el inspector Heldering, una vez que se haya usted instalado. Él es un hombre pintoresco, y su labor aquí y en la ciudad es fantástica. Después de que hayamos anunciado nuestro Nuevo Testamento Internacional, el público puede sentir curiosidad acerca de cómo nos las arreglamos para mantenerlo en secreto durante tanto tiempo.

—Es muy probable que así sea —dijo Randall—, siempre y cuando continuemos guardándolo en secreto. —Luego esbozó una sonrisa a Heldering—. Sin afán de ofenderlo, inspector, es sólo que…

—Sólo que a usted le preocupa que Cedric Plummer pueda colársenos —dijo secamente Heldering—. No tema usted.

Randall se turbó.

—¿El señor Wheeler le habló de mi encuentro con Plummer?

—Ni una palabra —dijo Heldering;—. De hecho, yo no sabía que el señor Wheeler tuviera conocimiento de su reunión con Cedric Plummer en el bar del «Hotel Amstel». Estaba yo a punto de preparar un informe acerca del incidente. De cualquier manera, usted se condujo admirablemente, señor Randall. Creo que usted le dijo que se fuera al diablo… y él le contestó que primero se iría al diablo todo este proyecto.

—Touché
—dijo Randall con una sonrisa apenada—. ¿Cómo lo averiguó?

El inspector Heldering pasó su velluda mano por el aire.

—Eso no importa. Siempre tratamos de saber lo que nuestra gente hace. Quizá no siempre tengamos éxito… Después de todo, parece que el reverendo De Vroome ha sabido algo acerca de nuestro funcionamiento…, pero lo intentamos, señor Randall; en verdad que lo intentamos.

—Usted hará una buena historia —dijo Randall.

—Steven, todavía no ha escuchado usted ni la mitad —dijo Wheeler—. El inspector Heldering fue contratado por la Organización Internacional de Policía Criminal (Interpol) cuando ésta fue reactivada en París en 1946, después de la guerra. Él estaba todavía con la Interpol… en realidad acababa de ser ascendido al puesto inmediatamente inferior al de secretario general de la Interpol, cuando logramos persuadirlo de que dejara su hermosa oficina en Saint-Cloud para tomar el mando del cuerpo de seguridad de Resurrección Dos.

—No fue difícil tomar esa decisión —dijo el inspector Heldering—. Con la Interpol, yo estaba realizando un trabajo humano. Importante. Con Resurrección Dos, estoy haciendo un trabajo de Dios, divino. Más importante.

«El trabajo de Dios con una pistola», pensó Randall. Y dijo:

—Supongo que sé muy poco acerca de la Interpol.

—Hay poco que saber —dijo Heldering—. Es una organización policiaca de veinte naciones que se proporcionan ayuda mutua para atrapar criminales internacionales. Yo estuve en la oficina principal de la Interpol en un suburbio en París, pero existen sucursales en más de den países… La sucursal en los Estados Unidos está ligada con el Departamento del Tesoro; el Bureau en la Gran Bretaña está en Scotland Yard, y así por el estilo. En Saint-Cloud teníamos en los archivos un millón de tarjetas de identificación de criminales. Cada ficha contenía cerca de doscientas características del criminal que estábamos buscando, bajo encabezados específicos como nacionalidad, raza, complexión, manera de andar, vicios, tatuajes, señas particulares, hábitos, etcétera. En menor escala, he implantado el mismo sistema de identificación en Resurrección Dos. Mis expedientes contienen todo lo que debemos saber acerca de cada una de las personas empleadas aquí. Además, controlamos información similar acerca de aquellos periodistas, revolucionarios religiosos, extremistas y competidores que pudieran tener el deseo y la oportunidad de sabotear nuestro esfuerzo.

—Muy impresionante —admitió Randall.

Heldering asintió cortésmente.

—De hecho, señor Randall, tuve que averiguar todo lo posible acerca de su persona, antes de que esta oficina pudiera expedir un pase para usted. Era importantísimo conocer sus debilidades… el grado de su afición a la bebida o a las drogas, el tipo de mujeres con las que cohabita… así como sus puntos vulnerables… Saber si usted podría ser chantajeado en caso de que algo negativo se supiera acerca de su hija Judy, o si alguien revelara información personal acerca de su hermana Clare, o si alguien sedujera a la señorita Darlene Nicholson para que revelara intimidades de alcoba.

«Me lleva la chiganda —pensó Randall—;
le grand frère
… el Hermano Mayor, el Ángel Guardián nos vigila.» Y luego dijo:

—Ya veo que nada es privado; nada es sagrado.

—Sólo Resurrección Dos —dijo el tranquilo de Heldering.

—Y bien —inquirió Randall con gesto de disgusto—, ¿aprobé el examen? ¿Califiqué con «A»?

—No del todo —dijo con seriedad Heldering, abriendo un cajón de la mesa y extrayendo una pequeña tarjeta—. Sacó usted una «B»; una tarjeta roja. Clasificación «B». Pero aún así, es de alta jerarquía; extremadamente alta. Verá usted…

—Yo le explicaré —intervino Wheeler—. En cierto modo, basado en el sistema de la Interpol, el inspector ha establecido cinco clasificaciones de seguridad para todos los que estamos involucrados en Resurrección Dos. La tarjeta roja, clasificación «A», que significa acceso a todo, sólo se me ha concedido a mí, a los otros cuatro editores y al señor Groat, el guardián. La tarjeta roja, clasificación «B», proporciona acceso a todo, excepción hecha de algunas posesiones en cierta área restringida. Las tarjetas de otros colores son para empleados con menores privilegios de acceso. Así es que, como usted puede ver, Steven, el inspector lo considera un buen riesgo. Jerárquicamente, ha sido usted clasificado en la segunda categoría.

Randall echó un vistazo a Heldering.

—Y esa área restringida que mencionó el señor Wheeler —dijo Randall—, ¿cuál es?

—La bóveda de seguridad, construida en acero, que hay debajo de este hotel —dijo el inspector Heldering—, y de la cual el señor Groat es el guardián.

—¿Qué es lo que hay en la bóveda?

—El papiro original del Evangelio según Santiago, escrito en el año 62 A. D., y los fragmentos originales del Pergamino de Petronio, escrito en el año 30 A. D., así como nuestras cinco traducciones de ambos documentos. Son más valiosos que todas las joyas y todo el oro de la Tierra. —El inspector Heldering se levantó de su escritorio, dio la vuelta, y entregó a Randall su tarjeta de identificación—. Aquí tiene su pase para Resurrección Dos, señor Randall. Está usted en libertad de entrar y comenzar su trabajo.

Dos horas más tarde, cuando regresó a Zaal F, su oficina privada en el primer piso, Steven Randall se acomodó en su silla giratoria de piel, profundamente estimulado e inspirado por las primeras personas que había conocido en Resurrección Dos.

Después de que Wheeler le había mostrado su oficina (un pesado escritorio de roble en forma de L, una máquina de escribir eléctrica de manufactura suiza, varias sillas agrupadas frente al escritorio, un imponente archivo verde con chapa, barra vertical de seguridad y a prueba de fuego, y varias hileras de luz fluorescente en el techo), Naomí Dunn hizo acto de presencia para acompañarlo en su recorrido inicial.

A Naomí le habían asignado la tarea de presentarlo a todos los eruditos, especialistas y expertos que trabajaban en el primer piso; hombres que habían invertido años en la producción del Nuevo Testamento Internacional. Ahora, de vuelta ya de ese recorrido, aguardaba la llegada de Wheeler. Dentro de veinte minutos, el editor vendría para escoltarlo basta Zaal G, el comedor privado para ejecutivos que estaba al final del pasillo, donde se ofrecería un almuerzo, presidido por el doctor Deichhardt, para que él conociera al consorcio de editores y sus consejeros en Teología. Después del almuerzo, Naomí volvería para conducirlo al segundo piso, donde sería presentado a los miembros de su equipo de publirrelacionistas y llevaría a cabo su primera junta de promoción, a efecto de prepararse para las atareadas semanas que les esperaban de inmediato.

Mientras tanto, Randall tenía la mente puesta en los eruditos que había conocido hacía apenas dos horas. Sabía que necesitaría la ayuda de esos especialistas para poder resolver la multifacética campaña de publicidad requerida para el Nuevo Testamento Internacional. También sabía cuán difícil le sería clasificar y recordar aquellas caras ajenas, esas voces, esos seres humanos, sus actividades, la infinita cantidad de sus intrigantes conocimientos. En uno de los bolsillos de su chaqueta deportiva traía una hoja amarilla de apuntes, llena ya con anotaciones y precipitados garabatos, hechos entre un pasillo y otro, conforme visitaba cada cubículo y conocía a su ocupante.

Para fijar en su mente a cada especialista, Randall había decidido que debía tomar notas breves de las impresiones que cada personalidad le había causado. Estas anotaciones condensadas acerca del equipo de Resurrección Dos constituirían una referencia manual y secreta, así como una guía para su memoria.

Randall acercó su silla hasta la máquina de escribir e insertó una hoja de papel bond en la máquina. Examinó sus notas y empezó a escribir rápidamente:

Junio 13

EXPERTOS RESIDENTES EN RESURRECCIÓN DOS

HANS BOGARDUS… Tiene largo cabello rubio, ojos de párpados pesados, rasgos insípidos, voz afeminada. Bastante esbelto. Había trabajado como bibliotecario para la Netherlands Bijbelgenootschap (revisar ortografía), la Sociedad Bíblica de los Países Bajos. Incorporado a Resurrección Dos desde un principio, como bibliotecario en el Salón de Referencias, que es el Schrijzaal del hotel; es decir, el salón para escribir. Actualmente, ese salón está lleno de libros, desde el piso basta el techo, todos marcados, con referencias. Están disponibles todos los manuscritos bíblicos importantes o los códices en ediciones facsímiles, así como reediciones de Biblias o ediciones originales en todos los idiomas. No me agrada Bogardus. Se ve tan cordial como una anguila. Humilde y quejumbroso. En el fondo se siente superior. Naomí dice que tiene cerebro de computadora. Puede localizar cualquier cosa que necesitemos y puede comunicárnosla. Así es que lo necesito y me llevaré bien con él.

REVERENDO VERNON ZACHERY… El gran orador predicador de California que ha llenado estadios en Nueva Orleans, Liverpool, Estocolmo y Melbourne. Ortodoxo de voz atronadora y rasgos teatrales. Ojos hipnóticos. Habla como si fuera nieto de Dios. Amigo del Presidente de los Estados Unidos… y de George L. Wheeler. Me sentó en el sofá de la Sala de Consejeros y, como si yo fuera indio del Amazonas o caníbal, empezó a tratar de convertirme a la religión. De cualquier forma, se le considera un valioso vendedor para el Nuevo Testamento Internacional, y se supone que debo pensar en la mejor forma de programarlo y aprovecharlo.

HARVEY UNDERWOOD… El pulsador norteamericano de la opinión pública, cuya compañía, Underwood y Asociados, tiene sucursales en Gran Bretaña y en toda Europa. Callado, pensativo, caballeroso y objetivo. Ha estado realizando investigaciones privadas para Resurrección Dos acerca de la religión y la actitud que el público tiene hacia ella hoy en día. También ha permanecido como consejero, y está contratado para estar disponible en Amsterdam una semana de cada mes, hasta la fecha de publicación. Sentí una afinidad hacia él, y tuvimos una charla amistosa en un rincón de la Sala de Consejeros. Underwood me proporcionará resultados de pulsos de opinión que utilizaré como guías para orientar el punto de vista de mis enfoques publicitarios. Me indicó que su última encuesta muestra que mientras el 50 por ciento de la gente asistía a la iglesia una vez a la Semana hace diez años, hoy en día la concurrencia ha disminuido al 40 por ciento de la población. La baja en asistencia es por vez primera mucho mayor entre los Católicos romanos de los Estados Unidos. Los pulsos muestran que los luteranos, los bautistas del Sur y los mormones tienen el mejor registro de asistencia. Entre los protestantes, la concurrencia episcopal es la que más ha disminuido. Hace una década, el 40 por ciento de los norteamericanos sentía que la religión perdía su influencia. En la actualidad, el 80 por ciento siente que la religión pierde su ascendiente. Underwood dijo que encuestas realizadas en universidades mostraban que el 60 por ciento de los estudiantes sienten que la Iglesia y la religión no son relevantes para sus vidas, mientras que el resto pensaba que sí lo eran. Underwood y yo estuvimos de acuerdo en que la publicación de la nueva Biblia podría modificar esa tendencia y quizá salvar la vida de la religión organizada.

ALBERT KREMER… Lo conocí en la puerta contigua, en el Departamento Editorial. Había cuatro personas allí; Kremer es el jefe de los editores. Según Naomí, el trabajo editorial más importante en la preparación de la nueva Biblia, inmediatamente después de la labor de traducción, es la de corrección de pruebas. Kremer, enano, jorobado, delicado, dulce, tímido, con ojos saltones como binoculares. Es nativo de Berna, Suiza, desciende de una larga cadena de correctores de pruebas. Su padre, tío, abuelo, bisabuelo y otros antecesores eran todos correctores de Biblias y otras obras religiosas. Me dijo que la exactitud ha sido siempre uno de los fetiches de la familia Kremer, ya que un antecesor inmigrante, mientras corregía una nueva Versión Bíblica del Rey Jaime, en Londres, en la época de Carlos I, por negligencia pasó por alto el hecho de que los impresores de la Compañía Stationers habían omitido la palabra no de lo que probablemente era llamado el Séptimo Mandamiento, de tal modo que en el Éxodo 20:14 se leía: «Cometerás adulterio.» Cuando esa edición fue publicada en 1631, se la conoció como la Biblia Maligna o la Biblia Adúltera, y tuvo mucha demanda entre los felices libertinos de esa época. El Arzobispo multó a los impresores con 300 libras, luego donó ese dinero a Oxford y Cambridge para la adquisición de equipo de impresión y ordenó que se destruyera la Biblia Maligna. Todas las copias existentes, excepto cinco, fueron destruidas. Sin embargo, la verdadera responsabilidad y el error habían sido del pariente de Kremer, quien vivió sufriendo las consecuencias por el resto de su vida. Después de eso, los contritos descendientes de Kremer profesaron siempre un culto a la exactitud. «No encontrará usted ni un solo error en el Nuevo Testamento Internacional», me prometió Kremer.

PROFESOR A. ISAACS… Lo conocí en el último privado, al final de la Terrazaal, llamado el Salón de los Huéspedes Honorables, donde trabajan los estudiosos y teólogos que llegan de visita. Sólo estaba presente el profesor Isaacs, bajo licencia de la Universidad Hebrea, de Israel. Es experto en hebreo antiguo, y ampliamente reputado por su colaboración en la traducción de los Rollos del Mar Muerto. Entre otras cosas, Isaacs subrayó cómo una falta de conocimiento profundo de las más sutiles connotaciones del hebreo podrían convertir un hecho ordinario en un milagro. «Le doy un ejemplo —dijo Isaacs con su voz melosa y musical—? La palabra hebrea
al
fue traducida siempre como
sobre
, así es que las Escrituras nos dicen que Jesús caminó
sobre
las aguas. Sin embargo, la palabra
al
también tiene en hebreo otro significado, que es
por
. De tal manera es que las traducciones podrían haber dicho, con igual corrección, que Jesús caminó
por
las aguas; en resumen, que Jesús dio un paseo por la orilla del mar. Pero, tal vez los primeros propagandistas cristianos buscaban deliberadamente a un hacedor de milagros, en lugar de un simple caminante.»

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